Ursula Le Guin - Ciudad de ilusiones

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Ciudad de ilusiones: краткое содержание, описание и аннотация

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El protagonista de esta dramática novela es un hombre maduro que se encuentra de pronto solo en una espesa floresta, y no puede llegar a saber de dónde ha llegado y quién es. Los ojos de este hombre no son humanos. Las gentes del bosque lo cuidan como si se tratara de un niño, le enseñan a hablar y le transmiten todo lo que saben. Pero nadie puede resolver el enigma de su pasado, y al fin él tiene que partir en una peligrosa búsqueda. Cuando logre llegar a la ciudad de Estoch, descubrirá su auténtica identidad y entrará en un peligroso universo.

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—Esta mañana maté una gallina —dijo, cuando el viejo calló unos momentos, mientras calentaba una áspera toalla para él junto al crepitante fuego—. Habló en su lenguaje. Algunas palabras de… de la ley. ¿Significa eso que alguien de los alrededores le enseña a hablar a las bestias y a las aves? —No estaba tan relajado, a pesar de salir del baño caliente, como para decir el nombre del Enemigo… no después de su lección en la casa del Terror.

A modo de respuesta, el anciano meramente le formuló una pregunta por primera vez:

—¿Comiste la gallina?

—No —dijo Falk, secándose a la luz del fuego que enrojecía su piel y la volvía del color del bronce—. No después de que hablara. En su lugar maté a los conejos.

—¿Matarla y no comerla? Vergonzoso, vergonzoso, —cloqueó el viejo y luego alardeó como un gallo salvaje—. ¿No tienes respeto por la vida? Debes entender la Ley. Dice que no debes matar a menos que te veas obligado a matar. Y, en esa circunstancia, lo menos posible. Recuerda eso en Es Toch. ¿Estás seco? Cubre tu desnudez, Adán del Canon Yawhe. Aquí tienes, envuélvete con esto, no es delicado como tus propias ropas, sólo cuero de venado curtido, pero, por lo menos, está limpio.

—¿Cómo sabes que voy a Es Toch? —preguntó Falk, mientras se envolvía en la suave vestimenta de cuero como si fuera una toga.

—Porque no eres humano —dijo el viejo—. Y recuerda, yo soy el Auditor. Conozco la brújula de tu mente, a pesar de que es extranjera, lo quiera o no. El norte y el sur son confusos, muy lejos en el este hay una luminosidad perdida; hacía el oeste yace la oscuridad, una profunda oscuridad. Escucha. Escucha lo que digo, porque no quiero escucharte a ti, querido huésped, y desatinado. Si hubiera querido escuchar la charla de los hombres no habría vivido aquí entre los cerdos salvajes como un cerdo salvaje. Tengo que decir esto antes de irme a dormir. Escucha: No hay muchos entre los Shing . Esto es una información importante y entraña sabiduría y consejo. Recuérdalo, cuando camines entre las terribles sombras de las brillantes luces de Es Toch. Curiosos fragmentos de información siempre sirven para algo. Ahora olvida el este y el oeste y ve a dormir. Acuéstate tú en la cama. A pesar de ser un Thurro-sabio me opongo al lujo ostentoso, aplaudo los simples placeres de la existencia, tales como una cama donde dormir. Por lo menos siempre que se pueda. Y aun la compañía de un camarada, una vez al año o algo por el estilo. Aunque no puedo decir que los eche de menos como tú. Solitario no es desolado… —y luego de armarse una especie de catre sobre el suelo, citó un afectuoso canto del Canon más Joven de su credo:

No soy más solitario que un molino, o que una veleta, o que la estrella del norte, o que el viento del sur, o que una lluvia de abril, o que un deshielo de enero, o que la primera araña en una casa nueva… No soy más solitario que el tonto en la laguna que tan alto ríe, o que el propio Walden Pond…

Luego dijo:

—¡Buenas noches! —y no dijo nada más.

Falk durmió esa noche con un sueño profundo y largo, el primero que se dispensara desde que su viaje había comenzado.

Permaneció dos días o dos noches más en la cabaña junto al río, porque su huésped fue con él muy hospitalario y le resultaba difícil abandonar ese pequeño paraíso de calor y compañía. El anciano rara vez escuchaba y nunca contestaba las preguntas, pero aquí y allá, a lo largo de su fluyente charla, ciertos hechos e indicios afloraban y se desvanecían. Conocía el camino que llevaba al oeste y qué parajes recorría… pero Falk no estaba seguro de la distancia que cubrían sus conocimientos. Evidentemente hasta Es Toch; ¿quizás más lejos? ¿Qué había más allá de Es Toch? Falk no tenía la menor idea, excepto que era posible llegar, al Mar del Oeste y, allende éste, al Gran Continente, y probablemente, otra vez, en redondo, al Mar del Este y a la Selva. Que el mundo era redondo era algo sabido por los hombres, pero no quedaban mapas. Falk sospechaba que el viejo hubiera pedido dibujar uno; pero de dónde provenía esa sospecha no atinaba a saberlo, pues su huésped nunca habló directamente de nada que hubiera hecho o visto más allá de su pequeña ribera del claro.

—Cuídate de las gallinas, río abajo —dijo el viejo, a propósito de nada, mientras desayunaban, temprano por la mañana, antes de que Falk partiera nuevamente—. Algunas de ellas pueden hablar. Otras oír. Como nosotros, ¿eh? Yo hablo y tú oyes. Porque, por supuesto, yo soy el Auditor y tú el Mensajero. Condenada lógica. Recuerda lo de las gallinas y desconfía de aquellas que cantan. Los gallos tienen menor importancia; están demasiado ocupados en alardear. Ve solo. Eso no te hará mal. Dale mis saludos a todo Príncipe o Merodeador que encuentres, especialmente a Henstrella. De paso, se me ocurrió, mientras dormías, entre tus sueños y mi propia noche, que has caminado lo suficiente como para ejercitarte y que podrías usar mi deslizador. Había olvidado que lo tenía. No lo usaré, porque no voy a ninguna parte, salvo a morir. Espero que alguien venga y me entierre, o, por lo menos, que me entierre afuera en beneficio de las ratas y de las hormigas, una vez que esté muerto. No me agrada la perspectiva de pudrirme aquí, después de haber mantenido durante tantos años la pulcritud de este lugar. No puedes usar un deslizador en la selva, por supuesto, ahora no existen caminos que merezcan tal nombre, pero si quieres seguir el curso del río te llevará muy cómodamente. Y también a través del Inland River, que no es fácil de cruzar durante los deshielos, excepto si eres un siluro. Lo guardo bajo el alero, si lo quieres. Yo no.

La gente de la casa Kathol, la más cercana a la de Zove, eran Thurro-sabios; Falk sabía que uno de sus principios era andar, tanto como fuera posible dentro de la sanidad y la mesura, sin inventos mecánicos ni artificios. Que este anciano, que vivía mucho más primitivamente que ellos y que se alimentaba con aves y verduras porque ni siquiera tenía un rifle para cazar, poseyera un producto de la más sofisticada tecnología, constituía un hecho tan extraño como para inducir a Falk, por primera vez, a mirarlo con una sombra de sospecha.

El Auditor chasqueó la lengua y cloqueó:

—No había razón alguna para que confiaras en mí, muchachito forastero —dijo—. Ni para que yo en ti. Después de todo, es posible ocultarle cosas también al gran Auditor. Es posible ocultar cosas a la propia mente, ¿no es cierto?, de modo que ni los pensamientos acceden a ellas. Toma, el deslizador. Mis días de viaje se han terminado. Sólo lleva a una persona, pero tú irás solo. Y creo que tu viaje es mucho más largo del que pudieras hacer a pie. O quizás, por qué no, con deslizador.

Falk no formuló pregunta alguna, pero el viejo respondió:

—Quizás tengas que volver a casa —dijo.

Al partir en ese amanecer helado y lleno de rocío, bajo los pinos cubiertos de hielo, Falk con pena y gratitud le ofreció su mano como se hace con el Amo de una Casa; así se lo habían enseñado; pero cuando lo hizo dijo:

—Tiokioio…

—¿Cómo me has llamado, Mensajero?

—Quiere decir… quiere decir, padre, creo… —la palabra había brotado espontáneamente entre sus labios, incoherente; no estaba seguro de conocer su significado, y no tenía idea de qué lengua era ésa.

—¡Adiós, pobre y confiado tonto! Hablarás la verdad y la verdad te liberará. O no, depende del caso. Ve, completamente solo, querido tonto; es el mejor modo de andar. Extrañaré tus sueños. Adiós, adiós. El pescado y los visitantes apestan después de tres días. ¡Adiós!

Falk se arrodilló en el deslizador, elegante y pequeña máquina con incrustaciones negras y un arabesco tridimensional de alambre de platino. La ornamentación escondía los controles, pero él había jugado con un deslizador en la Casa de Zove y, después de estudiar los arcos de control, tocó el arco izquierdo, deslizó su dedo a lo largo de éste hasta que el deslizador se levantó silenciosamente a unos dos pies de altura, y luego, con el arco derecho, envió a la pequeña nave por encima del cercado y de la ribera hasta dejarla suspendida sobre el espumoso hielo del brazo de agua que pasaba por detrás de la cabaña. Se volvió, entonces, para decir adiós, pero el anciano ya había penetrado en la cabaña y cerrado la puerta. Y, luego de que Falk piloteara su silenciosa nave hacia la ancha y obscura avenida del río, el silencio enorme se cerró nuevamente alrededor de él.

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