Cuanto más defensiva es una sociedad, tanto más conformista. La gente entre la cual se encontraba recorría un angosto, tortuoso y asfixiante camino, a través de las amplias y libres planicies. Mientras conviviera con ellos debía seguir todos los recovecos de su camino con precisión. La dieta de Basnasska consistía en carne fresca a medio asar, cebollas crudas y sangre. Salvajes pastores del salvaje ganado, como los lobos, seleccionaban la pieza más imperfecta, la más lerda e inservible de los vastos rebaños; una vida que era una larga comilona de carne, una vida sin paz. Cazaban con lasers de mano y se prevenían de la entrada de extraños en su territorio con pájaros-bombas, como el que destrozara el deslizador de Falk, pequeños misiles impactantes programados para detectar y bombardear todo aquello que contuviera un elemento susceptible de fusión. No fabricaban ni reparaban estas armas por sí mismos, y sólo las manejaban después de purificaciones y sortilegios; Falk todavía no había descubierto dónde las obtenían, aunque se mencionara ocasionalmente una peregrinación anual que podía tener conexión con el aprovisionamiento de armas. No tenían agricultura ni animales domésticos; eran analfabetos y no conocían, excepto quizás a través de ciertos mitos y leyendas, la historia de la humanidad. Le informaron a Falk que era imposible su viaje por la Selva, porque en ésta habitaban exclusivamente gigantescas serpientes blancas. Practicaban una religión monoteísta cuyos rituales implicaban mutilación, castración y sacrificios humanos.
Fue una de las difundidas supersticiones de su complejo credo la que los indujo a dejar con vida a Falk y hacer de él un miembro de su tribu. Normalmente, puesto que él portaba un láser y esto significaba que se encontraba por encima del status de esclavo, le tendrían que haber extirpado el estómago y el hígado para examinarlo con miras a los augurios, y luego abandonarlo en manos de las mujeres para que lo descuartizaran como más les gustase. Sin embargo, una o dos semanas antes de su captura, había muerto un anciano de la sociedad Mzurra. Como no disponían de un niño todavía sin nombre, en la tribu, para recibir su nombre, le fue dado al cautivo, quien, ciego, desfigurado y sólo consciente a intervalos era, sin embargo, mejor que nadie; durante todo el tiempo en que el Anciano Horressins conservara su nombre, su fantasma demonio, como todos los fantasmas, no regresaría para perturbar la tranquilidad de la vida de la tribu. De modo que se le quitó el nombre al fantasma y se le otorgó a Falk, conjuntamente con todas las iniciaciones de un Cazador, ceremonia que incluía flagelaciones, eméticos, danzas, el recital de sueños, el tatuaje, libre asociación antifonal, banquetes, abuso sexual de una mujer por todos los hombres a su turno, y finalmente sortilegios nocturnos en honor del Dios para preservar al nuevo Horressins de todo daño. Después de esto, lo abandonaron sobre una piel de caballo en una tienda de cuero de vaca, delirante y sin atención, para que muriera o se recuperara, mientras el fantasma del anciano Horressins, sin nombre e impotente, se marchaba gimiendo con el viento a través de la llanura.
La mujer que, cuando recuperó por primera vez la conciencia se había ocupado de vendar sus ojos y de curar sus heridas, también se acercaba, siempre que podía, para cuidarlo. Sólo la había visto cuando, durante breves instantes, en la semiprivacidad de su tienda, pudo levantar el vendaje que su aguda inteligencia le había procurado cuando lo trajeron. Si los Basnasska hubieran visto, abiertos, sus ojos, le habrían cortado la lengua de modo que no pudiera decir su propio nombre y, luego, lo habrían quemado vivo. Ella le había contado todo esto y otras cosas que él necesitaba saber sobre la Nación Basnasska; pero muy poco sobre sí misma. En apariencia, no hacía mucho más que él que se encontraba en, la tribu; él entendió que se había perdido en la pradera y se había unido a la tribu antes de morir de hambre. Ellos aceptaron de buen grado, otra mujer «esclava para el uso de los hombre», y, además, ella había demostrado sus habilidades como curadora, por eso la dejaron vivir. Tenía el pelo rojizo, su voz era muy suave, su nombre: Estrel. Más allá de esto, nada sabía de ella; y ella nada le había preguntado sobre sí mismo, ni siquiera su nombre.
Se había salvado milagrosamente, en medio de todo. El paristolis, Noble Materia de la antigua ciencia Cetiana no explotaba ni se incendiaba, por eso el deslizador no había volado junto con él, si bien los controles quedaron destruidos. El ardiente misil había herido el lado izquierdo de su cabeza y la parte superior del tronco con metralla pulverizada, pero Estrel se encontraba allí con su habilidad y algunos materiales de medicina. No había infección; se recuperó rápidamente y a los pocos días de su bautismo como Horressins, planeaba escapar con ella.
Pero los días corrían y no se presentaban oportunidades. Una sociedad defensiva; gente cautelosa, cuidadosa, todas sus acciones rígidamente estipuladas por el rito, la costumbre y el tabú. Aunque cada Cazador tenía su tienda, las mujeres eran propiedad común y todos los quehaceres de los hombres se hacían en conjunto; eran menos una comunidad que un club o rebaño, miembros interdependientes de una misma entidad. En este esfuerzo para lograr seguridad; la independencia y la privacidad eran, por supuesto, sospechosos; Falk y Estrel acechaban toda probabilidad de hablar durante breves instantes. Ella no conocía el dialecto de la Selva, pero utilizaban el Galaktika, que los Basnasska sólo chapurreaban.
—El momento para intentarlo —dijo ella una vez— podría ser durante una tormenta de nieve, porque la cellisca nos ocultaría a nosotros y a nuestras huellas. ¿Pero, hasta dónde podríamos llegar a pie en medio de la nevada? Tú tienes una brújula; pero el frío…
La ropa de invierno de Falk había sido confiscada, junto con todo lo demás que poseía, aun con el anillo de oro que siempre usara. Le habían dejado un fusil: eso formaba parte de su calidad de Cazador y no se le podía quitar. Pero las ropas que durante tanto tiempo lo cubrieran tapaban, ahora, las costillas salientes y las flacas canillas del Anciano Cazador Kessnokaty, y sólo conservaba la brújula porque Estrel la había encontrado y ocultado antes de que revisaran su bolso. Ambos estaban lo suficientemente bien vestidos, con camisas de piel de toro de los Basnasska y calzas y botas de cuero colorado de vaca; pero nada constituía un adecuado abrigo contra las tormentas de las praderas, con sus fuertes y helados vientos, sino paredes, techo y un fuego.
—Si pudiéramos llegar hasta el territorio Samsit, unas pocas millas hacia el oeste desde aquí, podríamos cobijarnos en un Antiguo Lugar que conozco y ocultarnos allí hasta que ellos desistieran de la búsqueda. Pensé en hacerlo antes de que tú llegaras. Pero no tenía brújula y temía perderme en la tormenta. Con una brújula y un fusil, podríamos… No podríamos.
—Es nuestra mejor oportunidad —dijo Falk— la aprovecharemos.
Ya no era tan ingenuo, tan confiado ni tan fácilmente manejable como había sido antes de su captura. Era un poco más resistente y resuelto. Aunque había sufrido en sus manos, no sentía especial rencor contra los Basnasska; le habían marcado de una vez para siempre ambos brazos con los azules tatuajes de su grey, como a un bárbaro, pero también como a un hombre. Eso estaba bien. Pero ellos tenían sus asuntos y él los suyos. Su individualidad se había comenzado a perfilar en la Casa de la Selva cuando lo incitó a liberarse, a seguir su viaje, lo que Zove llamaba su obra de hombre. Esta gente no iba a ninguna parte, ni venía de ninguna parte, porque habían sido desarraigados de su pasado humano. No era tan solo la extrema precariedad de su existencia entre los Basnasska que lo impacientaba; era también un sentimiento de sofocación, de estar oprimido e inmovilizado, y ello era más duro de soportar que el vendaje que le impedía ver.
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