Ursula Le Guin - Ciudad de ilusiones

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Ciudad de ilusiones: краткое содержание, описание и аннотация

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El protagonista de esta dramática novela es un hombre maduro que se encuentra de pronto solo en una espesa floresta, y no puede llegar a saber de dónde ha llegado y quién es. Los ojos de este hombre no son humanos. Las gentes del bosque lo cuidan como si se tratara de un niño, le enseñan a hablar y le transmiten todo lo que saben. Pero nadie puede resolver el enigma de su pasado, y al fin él tiene que partir en una peligrosa búsqueda. Cuando logre llegar a la ciudad de Estoch, descubrirá su auténtica identidad y entrará en un peligroso universo.

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—¿Son todos los Merodeadores buenos curadores, también?

—Tenemos ciertas habilidades.

—Y tú conoces la Antigua Lengua; no has olvidado la ancestral manera de ser del hombre, como los Basnasska.

—Sí, todos conocemos el Galaktika. Mira, el borde de tu oreja se heló, ayer. Porque le sacaste el cordel a la capucha para sostenerme.

—No puedo verlo —dijo amigablemente Falk, sometiéndose a la sabiduría de ella—. En general, no necesito hacerlo.

Mientras le curaba el corte abierto en su sien izquierda lo miró una o dos veces y, por fin, aventuró:

—Hay muchos Forasteros con ojos como los tuyos, ¿no es cierto?

—Ninguno.

Evidentemente el código prevalecía. Ella nada preguntó y él que había resuelto no confiar en nadie nada le reveló. Pero su propia curiosidad lo acuciaba y dijo:

—¿No te asustan entonces estos ojos de gato?

—No —dijo ella en su tranquilo modo—. Sólo me asustaste una vez. Cuando disparaste… con tanta rapidez…

—Hubiera dado la alarma a todo el campamento si no lo hacía.

—Ya sé, ya sé. Pero nosotros no portamos armas. Tú disparaste tan rápido, que me asusté… es como algo terrible que vi una vez, cuando era chica. Un hombre que mató a otro con un rifle, más veloz que el pensamiento. Era uno de los Razes.

—¿Razes?

—Oh, uno se encuentra con ellos, a veces, en las Montañas.

—Sé muy poco sobre las Montañas.

Ella explicó, aunque sin demasiado entusiasmo.

—Conocerás la Ley de los Amos. Ellos no matan… tú lo sabes. Cuando hay un asesino en su ciudad, no pueden matarlo para detenerlo, entonces lo convierten en Raze. Es algo que le hacen a la mente. Este hombre del que te hablo era mayor que tú, pero su mente era como la de un niño. Hasta que un fusil cayó entre sus manos y sus manos supieron como utilizarlo y… mató a un hombre de muy cerca, como tú…

Falk permanecía silencioso. Miró, a través del fuego, a su láser, apoyado en su bolso, el maravilloso pequeño instrumento que había encendido sus fuegos, procurado su comida y alumbrado su oscuridad durante todo su largo camino. ¿No habían sabido sus manos como usarlo… o sí? Metoch le había enseñado a disparar. Había aprendido de Metoch, y se había vuelto diestro con la práctica de la caza. Estaba seguro de ello. Él no podía ser un simple monstruo o criminal a quien la arrogante caridad de los Amos de Es Toch le otorgaba una segunda oportunidad… Aunque, ¿no era esto más verosímil que sus propios y ambiguos sueños y nociones sobre su origen?

—¿Cómo le hacen eso a la mente de un hombre?

—No sé.

—Podrían hacérselo —dijo secamente—, no sólo a los criminales sino a los… los rebeldes.

—¿Qué son los rebeldes?

Ella hablaba el Galaktika con mucha más fluidez que él, pero nunca había escuchado esa palabra.

Había terminado de curar la herida y guardó sus pocos medicamentos en su bolsito. Él se volvió hacia ella tan abruptamente que lo miró asombrada y se echó ligeramente hacia atrás.

—¿Has visto alguna vez ojos como los míos, Estrel?

—No.

—¿Conoces… la Ciudad?

—¿Es Toch? Sí he estado allí.

—¿Entonces has visto a los Shing ?

—Tú no eres un Shing .

—No. Me dirijo a su encuentro —habló con orgullo—. Pero tengo miedo —se detuvo.

Estrel cerró el saquito con los remedios y lo guardó en su bolso.

—Es Toch es extraña para los hombres de las Casas Solitarias y de las tierras lejanas —dijo, finalmente, con su suave y cautelosa voz—. Pero yo he andado por sus calles sin peligro; mucha gente vive allí, sin temor a los Amos. No tienes que temer. Los Amos son muy poderosos, pero mucho se dice de Es Toch que no es verdadero…

Sus ojos se encontraron con los de él. Con súbita decisión, concentrándose en la habilidad paraverbal que pudiera tener, Falk le habló telepáticamente por primera vez:

—¡Entonces cuéntame la verdad de Es Toch!

Ella sacudió la cabeza y respondió en voz alta:

—He salvado tu vida y tú la mía, y somos compañeros, y quizás camaradas Merodeadores por algún tiempo. Pero no hablaré telepáticamente contigo ni con nadie que encuentre por casualidad; ni ahora ni nunca.

—¿Crees que soy un Shing , a pesar de todo? —le preguntó él irónicamente, algo humillado pues sabía que ella tenía razón.

—¿Quién puede estar seguro? —dijo ella, y añadió con su débil sonrisa—. Aunque me parece raro que tú puedas serlo… Mira, la nieve se ha fundido en la marmita. Iré a buscar más. Tarda tanto en convertirse en agua y ambos estamos muy sedientos. ¿Tú… tú te llamas Falk?

Él asintió y la observó.

—No desconfíes de mí, Falk, —dijo ella—. Déjame que te demuestre quien soy. La comunicación telepática no prueba nada; y la confianza es algo que tiene que crecer, por las acciones, a través de los días.

—Busca el agua —dijo Falk— y espero que sea cierto.

Más tarde, en la larga noche y silencio de la caverna, él despertó y la vio sentada junto a las brasas, su morena cabeza apoyada en las rodillas. El la llamó por su nombre.

—Tengo frío —dijo ella—. No se caldea el ambiente…

—Ven conmigo —dijo él, adormecido, con una sonrisa.

Ella no respondió pero se acercó a él a través de la rojiza penumbra, desnuda, excepto por el pálido ópalo entre sus pechos. Era grácil y temblaba de frío. En su mente, que, en cierto sentido era la de un hombre muy joven, él había resuelto no tocar a la que tanto padeciera entre los salvajes; pero ella le susurró:

—Dame calor, dame placer —y él se encendió como el fuego en el viento, toda determinación descartada por su presencia y su entera complicidad.

Y ella pasó toda la noche entre sus brazos, junto a las cenizas del fuego.

Durante tres días y tres noches, mientras la tormenta arreciaba y se agotaba, finalmente, Falk y Estrel se quedaron en la caverna durmiendo y haciendo el amor. Ella era siempre la misma, sumisa y aquiescente. Falk, que sólo tenía el recuerdo del hermoso y feliz amor que había compartido con Parth, se asombraba de la avidez y violencia del deseo que Estrel suscitaba en él. Con frecuencia, el pensamiento de Parth lo asaltaba, acompañado por una vivida imagen, el recuerdo de manantial de agua clara y rápida que fluía entre las rocas, en un lugar umbrío de la selva, cerca del Claro. Pero no había recuerdo que aplacara esta sed, y nuevamente buscaba alivio en la insondable sumisión de Estrel y encontraba por fin, el agotamiento. Una vez todo eso se convirtió en una incomprensible cólera. Él la acusó:

—Tú sólo me aceptas porque crees que debes de hacerlo, que, si no, yo te violaría.

—¿Y no lo harías?

—¡No! —dijo él con convicción—, no quiero que me sirvas, que me obedezcas…, ¿acaso no es la calidez, la calidez humana, lo que ambos buscamos?

—Sí —susurró ella.

No volvería a ella durante un tiempo; decidió que no la tocaría más. Se marchó solo con su luz para explorar el extraño lugar donde se encontraban. Después de algunos centenares de pasos, la caverna se angostaba y se convertía en un túnel ancho y elevado por sobre el nivel. Negro y silencioso, lo condujo en línea recta durante largo tiempo, luego dobló sin estrecharse ni ramificarse y siguió dando vueltas en la oscuridad. Sus pasos producían un sordo eco. Nada fue captado ni desvelado por su luz. Caminó hasta sentirse fatigado y hambriento, luego regresó. Era siempre lo mismo, no conducía a ningún lado. Regresó a Estrel, hacia la interminable promesa y la insaciabilidad de su abrazo.

La tormenta había pasado. Una lluvia nocturna había despejado la Tierra y los últimos huecos con nieve se licuaban y reflejaban la luz. Falk se detuvo en lo alto de la escalera, la luz del Sol en su pelo, el viento fresco en su rostro y en sus pulmones. Se sentía como un topo que emergía de su hibernación, como una rata que salía de su cueva.

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