James Morrow - Remolcando a Jehová

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Remolcando a Jehova

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—¡Les daremos caza y les colgaremos de los pendolones! ¡Hasta el último amotinado! ¿Qué objetivo?

—Dijo que les iban a dar a sus prisioneros, palabras textuales, «el castigo que se merecen».

Cuando Cassie se enteró de que Big Joe Spicer, Dolores Haycox, Bud Ramsey y la mayor parte de la tripulación habían perdido el seso, saqueando el petrolero y huyendo por las arenas, le invadió una furia tal como no había sentido desde que el Village Voice había dicho de su obra sobre Jefté, «la clase de noche teatral que le da mala fama al humor petulante e inmaduro». Sin una tripulación, no había forma de liberar el barco; sin un barco, no se podía atrapar la carcasa y reanudar el remolque; sin el remolque, los mercenarios de Oliver no localizarían ni hundirían su objetivo. Mientras, la maldita cosa estaba cabeceando en el mar de Gibraltar, donde cualquier estúpido podía tropezar con ella. Quizá cualquier estúpido había tropezado con ella. Que Cassie supiera, una panda de fundamentalistas tejanos podía estar ocupada transportando el Corpus Dei hacia la bahía Galveston, con la intención de convertirlo en la pieza central de un parque temático cristiano.

Lo que más la frustraba era la debilidad del razonamiento de los desertores, el modo en que estaban explotando el cuerpo de Dios para justificar su decisión falaz de abrazar la anarquía.

—Lo están usando como excusa —se quejó al padre Thomas y a la hermana Miriam—. ¿Cómo es que no se dan cuenta?

—Sospecho que sí se dan cuenta —dijo el sacerdote—. Pero aman su libertad recién descubierta, ¿entiendes? No pueden dejar de seguirla, desde el principio hasta el límite.

—Es la lógica de Iván Karamazov, ¿no? —intervino Miriam—. Si Dios no existe, todo está permitido.

El sacerdote frunció el ceño.

—Uno también piensa en Schopenhauer. Sin un ser supremo, la vida se vuelve estéril y pierde el sentido. Espero que Kant tuviera razón, espero que la gente posea una especie de sentido ético innato. Creo recordar que en alguna parte habló entusiasmado sobre: «los cielos estrellados sobre mí y la ley moral dentro de mí».

Crítica de la razón práctica —dijo Miriam—. Estoy de acuerdo, Tom. Los desertores, todos nosotros, hemos de hacer el salto de la fe de Kant, su salto fuera de la fe, debería decir. Hemos de ponernos en contacto con nuestras conciencias congénitas. Si no, estamos perdidos.

Cassie decidió que Thomas y Miriam gozaban de, ya no una compenetración y un afecto, sino una pasión que muchas parejas casadas habrían envidiado.

—Yo hice ese salto hace años —dijo—. Échenle un vistazo realista a la segunda parte de Los diez mandamientos y verán que Dios no sabe nada sobre la bondad.

—Bueno, yo no iría tan lejos, desde luego —dijo Miriam.

—Yo sí —aseguró Cassie.

—Ya lo sé —dijo el padre Thomas, secamente.

—No es que Kant fuera ateo —añadió la monja, fijando los dientes exquisitos en una sonrisa adusta.

A medida que transcurría el día, Cassie se encontró pensando, inevitablemente, en Dios sin lágrimas, su deconstrucción en un acto de Los diez mandamientos. Dios no sabía nada sobre la bondad, la bondad no sabía nada sobre Dios, era tan desgarradoramente obvio y, sin embargo, unas tres cuartas partes de la compañía del barco había sucumbido ante la Idea del Cadáver. Era enloquecedor.

Aquella noche su sueño la llevó fuera de la isla, por el Atlántico y de vuelta a la ciudad de Nueva York, donde se encontró sentada en el centro de la primera fila de Horizons Playwrights, asistiendo al estreno de Dios sin lágrimas. Arriba, en el escenario, el resplandor de un foco alcanzó al profeta Moisés agachado en la base de una duna del mar Muerto, sorteando preguntas de un entre-vistador oculto que quería saberlo todo sobre «la legendaria versión íntegra de la obra maestra cinematográfica de DeMille».

El público estaba compuesto totalmente de los oficiales y la tripulación del Valparaíso. A la izquierda de Cassie estaba sentado Joe Spicer, acariciando a una criatura que oscilaba entre ser una rata de alcantarilla o un cangrejo bayoneta. A su derecha: Dolores Haycox, atando nudos metódicamente con una serpiente marina liberiana. Detrás de ella: Bud Ramsy, fumándose una amarra de dacrón.

Moisés sube la duna y acaricia las Tablas de la Ley, que sobresalen de la arena como las orejas de una gorra de Mickey Mouse.

ENTREVISTADOR: ¿Es cierto que el corte original de DeMille duraba unas siete horas?

MOISÉS: Ajá. Los exhibidores insistieron en que lo redujera a cuatro, ( alza un montón de película cinematográfica.) Durante la última década, he logrado reunir pedazos de casi todas las escenas perdidas.

ENTREVISTADOR: ¿Por ejemplo?

MOISÉS: Las plagas de Egipto. Las copias del estreno incluían sangre, tinieblas y granizo, pero les faltaban todas las que eran realmente interesantes.

El foco pasa a dos mujeres egipcias mayores de clase trabajadora, Baketamon y Nellifer, alfareras de oficio, que están cogiendo barro de los bancos del Nilo.

ENTREVISTADOR: Habladme de las ranas.

BAKETAMON: Era difícil saber si teníamos que reír o llorar.

NELLIFER: Abrías el cajón de tus innombrables y, pum, una de esas cabronas te saltaba a la cara.

BAKETAMON: No dejes que nadie te diga que Dios no tiene sentido del humor.

ENTREVISTADOR: ¿Cuál fue la peor plaga?

BAKETAMON: Yo diría que las pústulas.

NELLIFER: ¿Las pústulas, es una broma? Las langostas fueron mucho peores que las pústulas.

BAKETAMON: Los mosquitos también fueron bastante malos.

NELLIFER: Y los tábanos.

BAKETAMON: Y la peste mortífera que cogió el ganado.

NELLIFER: Y la muerte de los primogénitos. Ésa la odió mucha gente.

BAKETAMON: Claro que a Nelli y a mí no nos tocó.

NELLIFER: Tuvimos suerte. Nuestros primogénitos ya estaban muertos.

BAKETAMON: El mío murió con el granizo.

NELLIFER: ¿Congelado?

BAKETAMON: A porrazos.

NELLIFER: El mío había estado sufriendo de diarrea crónica desde que tenía un mes, así que cuando las aguas se convirtieron en sangre, zas, de repente, el niño se deshidrató.

BAKETAMON: Nelli, estás perdiendo la cabeza. Fue tu segundo hijo el que murió cuando las aguas se convirtieron en sangre. Tu primogénito murió con las tinieblas, cuando se bebió aquel aguarrás sin querer.

NELLIFER: No, mi segundo hijo murió mucho después, ahogado cuando el mar Rojo volvió a reunir sus aguas. Mi tercer hijo se bebió el aguarrás. Una madre recuerda estas cosas.

ENTREVISTADOR: Estaba seguro de que estaríais más resentidas por vuestros suplicios.

NELLIFER: Al principio pensamos que las plagas eran injustas. Luego llegamos a comprender nuestra depravación innata y nuestra maldad intrínseca.

BAKETAMON: Sólo hay una persona buena en todo el universo y es el Señor Jehová.

ENTREVISTADOR: ¿Os habéis convertido al monoteísmo?

BAKETAMON: (asintiendo con la cabeza) Amamos a Dios con todo nuestro corazón.

NELLIFER: Toda nuestra alma.

BAKETAMON: Todas nuestras fuerzas.

NELLIFER: Además, nunca se sabe lo que nos hará la próxima vez.

BAKETAMON: Hormigas de fuego, puede.

NELLIFER: Abejas asesinas.

BAKETAMON: Meningitis.

NELLIFER: Me quedan dos hijos.

BAKETAMON: Yo todavía tengo una hija.

NELLIFER: El Señor da.

BAKETAMON: Y el Señor quita.

NELLIFER: Bendito sea el nombre del Señor.

Cassie estudió al público. Aureolas relucientes de razón pura flotaban sobre Joe Spicer, Dolores Haycox y Bud Ramsey, inflamándoles las caras con el brillo sagrado del escepticismo. Intuía que la ilustración estaba a punto de prevalecer. A medida que Dios sin lágrimas progresara, era inevitable que los desertores del Valparaíso acabaran por percibir y rechazar la falacia fatídica en la que estaban basando su rebelión.

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