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Charles Sheffield: La telaraña entre los mundos

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Charles Sheffield La telaraña entre los mundos

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Charles Sheffield es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos. De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y la habilidad como constructor de universos de un Niven. Spider Robinson

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—Como lo hizo usted. Tiene un cable rotando en una órbita libre, de miles de kilómetros.

Rob se inclinó hacia adelante, y Regulo apartó la silla del escritorio, como retrocediendo ante él.

—Ahora supongamos que quiere llevar una cápsula espacial desde el Cinturón a la Luna —siguió Rob—. La hace encontrarse con el centro del cable, donde está el satélite de energía. El centro de masa del cable se moverá en una órbita de caída libre, moviéndose a más o menos la misma velocidad que la cápsula, de modo que no hay que utilizar casi masa de reacción para provocar el encuentro, y no se necesita aceleración de los impulsores de la cápsula, apenas una fracción de g bastará. Cuando tiene la cápsula en la mitad del cable, la deja correr a lo largo del tren del impulsor. Cuando se aleja del centro, la cápsula sentirá la aceleración centrípeta, deberá usar el tren de impulsores en el cable para frenarla. Para cuando llega al final del cable la aceleración es inmensa. Entonces la libera para que se mueva en caída libre, pero ya le ha dado un gran impulso de velocidad. Estudié un par de ejemplos. Un cable de unos cuatro mil kilómetros de largo con una velocidad en el extremo de veinticuatro kilómetros por segundo (la velocidad de la órbita de Marte) dará treinta ges a cada extremo. Eso es lo que mató a los Duendes.

—No tuvieron suerte —Regulo había apartado la silla del escritorio algo más, hasta llegar casi a la pared—. Si quieres, puedes decir que fue culpa de Caliban. Nunca recibió información sobre operaciones espaciales para transferencia de pasajeros, y la inteligencia no puede suplantar a la experiencia. Puso la cápsula espacial para que se encontrara con una Honda de carga, un cable más corto con aceleraciones muy altas, no apto para personas.

—¿Tiene Hondas para pasajeros? —Rob se había acercado al escritorio.

—Construimos los dos primeros hace un mes. Averigüé qué cable habían usado tus Duendes, verificando el impulso angular de todos. Cada vez que utilizamos una Honda aumentamos o disminuimos su impulso angular —Regulo se puso de pie, de espaldas a la pared—. Perdemos impulso angular cuando lanzamos una carga hacia el Sol, y lo recuperamos cuando alcanzamos algo lanzado desde Marte o desde el Cinturón. Siempre y cuando movamos la misma masa de materiales en ambos sentidos, todo el sistema se mantiene en equilibrio, como el Tallo en la Tierra. Te habría dado los detalles sobre la Honda apenas tuviéramos a Lutecia bajo control. Tienes la idea, pero te sorprenderá ver en cuánto podemos reducir los tiempos de tránsito. Pero ya basta. —La voz de Regulo había cambiado, era más ronca y más intensa—. La Honda fue utilizada de una manera que yo no había previsto. Mató a dos de los «Duendes». No te equivocas. Joseph estaba llevando una especie de experimento social aquí, nos dices. Si tenía una colonia autosuficiente, habrán pasado muchas generaciones en treinta años. Me pregunto qué tipo de estructura social habrán desarrollado. ¿Te había dicho Joseph qué intentaba conseguir con su colonia, antes de que Caliban le atacara?

—No me dijo nada —Rob se puso de pie—. Morel no iba a decirme nada. Era un hombre lógico, y los hombres lógicos no se toman la molestia de explicarle nada a un muerto. Hubo otro factor que tomé en consideración mientras estuve dentro del laboratorio. Morel no era antropólogo. No tenía el menor interés en las estructuras sociales. No me dijo qué estaba haciendo. Pero… lo sé, Regulo.

—Ajá. —La voz de Regulo estaba más tranquila que nunca—. Me lo temía, Rob. En cuanto has entrado aquí sin Morel me he imaginado que el juego se había terminado.

Hizo un gesto con la mano hacia el panel de control.

—Mientras hablabas, he enviado una señal al personal de mantenimiento para que efectuaran una salida de emergencia de Atlantis. Ya se han ido, y se estarán preguntando qué diablos ha sucedido. ¿Ves las dos naves?

En la pantalla dos grandes naves flotaban en el espacio cerca de Atlantis. No lejos de ellas, llenando la pantalla, la bola hinchada de Lutecia pendía, blanca, hirviente y humeante con los volátiles.

—Acabemos esta conversación de un modo lógico —prosiguió Regulo—. Supongo que sería una pérdida de tiempo ofrecerte parte de Empresas Regulo.

Rob negó con la cabeza. A medida que el efecto de la droga se iba, el brazo izquierdo comenzaba a hacerse sentir con un dolor insoportable.

—Me lo figuraba. —Regulo tenía las manos detrás de sí, contra la pared. Se abrió un panel y dejó ver un corredor apenas iluminado—. Tú y yo respetamos el dinero, pero jamás ha sido lo principal para ninguno de los dos. —Suspiró—. Es una lástima. Podríamos haber hecho grandes cosas juntos.

—Lo sé. Grandes cosas. —La voz de Rob era apenas audible—. Trabajar con usted Regulo. Habría dado todo lo que tengo por trabajar con usted. Pero esto es diferente. Me gusta ganar, pero hay algunas reglas que no puedo quebrar. —Se aclaró la garganta y pronunció en voz más alta—: Se terminó.

—No del todo —Regulo dio un paso atrás por la abertura. Rob y Corrie no se movieron—. Atlantis se terminó. Es cierto. En cuanto has entrado he dispuesto los controles para provocar un choque con Lutecia. Nos quedan poco más de quince minutos antes del impacto. —Volvió a señalar la pantalla, la mole creciente de Lutecia—. Después de eso, Atlantis desaparecerá. Desaparecerá Morel y los Duendes, Caliban y Sycorax. Seguidme, o también desaparecerán Rob Merlin y Cornelia.

El panel comenzó a cerrarse.

—Las naves os esperarán. —Había un ruego en los ojos brillantes de Regulo—. Daos prisa. No me gustaría perder a ninguno de los dos.

El panel de la pared no había terminado de cerrarse cuando Corrie corrió alrededor del escritorio y comenzó a examinar los controles. Rob se unió a ella.

—¿Cuál es el impulso mayor fijado para Atlantis? —preguntó él.

—Alrededor de una treintava parte de g. —Sin esperar a consultar a Rob, Corrie había comenzado a mover las teclas—. Pero ése no es el punto. La superficie exterior fallará a mucho menos. No creo que nos convenga probar con más de una centésima de g.

—¿Qué sucedería si explotase la membrana exterior?

—No sobreviviríamos. La esfera de agua inundaría los impulsores.

Rob se había acercado a la consola y conectó una cámara para ver el exterior de Atlantis.

—No podemos utilizar esa unidad de propulsión —dijo—. Es la mejor para la dirección de empuje que necesitamos, pero freiríamos a Regulo. Saldrá por ese acceso. Toma los dos impulsores siguientes y equilibra sus fuerzas. Serán cercanas a la tangencial, y no perderemos más que un mínimo porcentaje de efectividad.

Rob se inclinó sobre el escritorio, haciendo una mueca de dolor al apoyarse sobre la estropeada mano izquierda.

—Dales un cincuentavo de g.

—Es mucho. Tendremos problemas con Reglamentos, han aprobado apenas la mitad de eso. —Corrie rió ante la expresión de Rob—. Si nos salvamos de Lutecia, tú discutirás con la Junta de la Federación Unida del Espacio.

Hubo una sacudida pequeña pero perceptible cuando los dos impulsores se pusieron en funcionamiento. Pero la imagen de Lutecia no se movió en la pantalla.

—No funciona, Rob.

—Dale tiempo, Corrie. Las aceleraciones necesitan tiempo antes de que se puedan ver los resultados. —Rob miraba otra pantalla—. Menos mal que no hemos usado el primer impulsor. Ahí está Regulo, saliendo.

Una figura pequeña, vestida de blanco, había emergido de la salida más cercana a las dos naves que esperaban.

—¿Qué pasaría si no pudiéramos salvar a Atlantis?

Rob se encogió de hombros.

—Será difícil para nosotros. Aun cuando podamos escapar, sin Atlantis, Regulo estará a salvo. Sin los Duendes ni Caliban, no tendré pruebas. Él tiene dinero e influencia. Nadie me creería jamás.

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