Charles Sheffield - La telaraña entre los mundos

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Charles Sheffield es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos. De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y la habilidad como constructor de universos de un Niven.
Spider Robinson

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—Ayer. Hacia arriba y hacia abajo —Regulo se volvía para salir de la sala de observación—. Apenas lleguen a un cuarto de millón de toneladas por día deberemos estar dispuestos a enviar materiales desde aquí. Acabo de ver el cálculo de Sycorax; la Tierra necesita titanio desde hace seis meses. Debe de haber un déficit de cinco millones de toneladas al mes, y nosotros somos los únicos con posibilidades de proveerlas. Las pruebas que hemos hecho en Lutecia indican que contamos con miles de millones de toneladas ahí adentro; si podemos extraerlas con un buen rendimiento, todo irá perfecto.

—¿Podrá enviarlo a tiempo? —preguntó Rob—. Aunque podamos extraerlo, aún debemos luchar contra las normas para naves de carga en el Sistema Interior.

—Cierto —Regulo se había detenido junto a la puerta, con una mirada inescrutable en los pálidos ojos—. Ése es otro problema, cierto. Primero veamos cómo va la extrusión.

—¿Cuándo quiere comenzar?

—A menos que tengas problemas con la Araña, lo más pronto posible. ¿Qué te parece dentro de cuarenta y ocho horas? Eso te dará tiempo para trabajar y tiempo para descansar también.

—Nos encontraremos en la zona de habitaciones —dijo Rob—. Ahora voy a salir a ver la Araña, a verificar si hay algo que hacerle. No tiene sentido esperar.

La aritmética era sencilla. Cuarenta y ocho horas le darían veinte para trabajar en la Araña y el resto para la preparación, la exploración y si no se equivocaba, la acción. Era un plan ajustado. Por desgracia, no había lugar para descansar y dormir, aunque le habría gustado. Pero Rob parecía estar siempre excluyendo esos lujos en su ocupada vida.

Un siglo de experimentos espaciales sólo había servido para confirmar la fuerza de los ritmos circadianos. Tras intentos de días de veinte, de treinta y de cuarenta horas, y casi de cualquier cifra intermedia, la humanidad había aceptado por fin el límite. Ahora todas las colonias en la Luna y en Marte, y todo puesto de avanzada de la Federación Unida del Espacio en los Sistemas Medio y Exterior, trabajaban sobre la base de la misma premisa. Un día tenía veinticuatro horas, y en todos los lugares un tercio de ese tiempo se dedicaba a actividad reducida.

Rob Merlin esperó en silencio en las habitaciones al borde de la esfera central hasta que el resto de Atlantis estuviera dormido. Entonces podría comenzar.

El Servicio de Informaciones de Anson le había proporcionado una serie de importantes datos:

Punto 1 : Joseph Morel sufría de insomnio y dormía apenas un par de horas diarias. Consecuencia : Ningún momento del ciclo diurno era realmente seguro para explorar Atlantis.

Rob lo había notado, pero no cambiaba sus métodos de investigación. La exploración sería llevada a cabo cuando la mayoría de los habitantes de la esfera central durmieran. Morel era un riesgo inevitable.

Punto 2 : Se sospechaba que había habido sólo cuatro apariciones de Duendes y la distribución geográfica de la última era coherente con la idea de que el punto de procedencia era Atlantis.

Punto 3 : Según todos los indicios, Caliban era inteligente. Explorar Atlantis por la esfera de agua, a menos que fuera posible eliminar a Caliban del panorama, era una locura.

Recordando su fugaz primera visita al mundo acuático, Rob no necesitaba la información de Anson para mantenerse lejos de éste. Sobrevivir con Caliban patrullando parecía más y más improbable. Esta vez Rob trabajaría desde dentro.

Se encaminó a la mampara de la ventana y miró hacia el agua clara. Habían amortiguado las luces, pero le pareció ver una claridad difusa que salía del interior de Atlantis. A medida que se acercaban más a Lutecia, el asteroide blanco e hirviente hacía las veces de un segundo Sol para la esfera de agua. Rob buscó señales de Caliban, pero el gran calamar estaría ocupado en otro lado. Se obligó a permanecer sentado otra hora, a pesar de que su instinto lo instaba a darse prisa.

Al fin recogió las pequeñas herramientas traídas consigo desde la Tierra, las guardó en una bolsa de plástico que cupiera en el bolsillo de la camisa y salió por los corredores oscurecidos de la esfera interior. A esa hora la zona de habitaciones parecía desierta, pero estaba seguro de que cada corredor contenía sus propias cámaras y monitores de vídeo. Era un riesgo inevitable, y no había podido hallar la manera de eliminarlo.

Pronto volvió a aproximarse a la gran sala con la puerta sellada de metal. Se agachó frente a ella y se quedó esperando treinta minutos. Cuando pasó ese tiempo y no había sucedido nada, se puso de pie y se dirigió a la gran puerta.

Las células fotoeléctricas eran lo primero, y lo más fácil. Tardó menos de cinco minutos. Después de haberlas desactivado, centró su atención en la puerta en sí. El diseño era desconocido, pero se trataba, a todas luces, de una cerradura de histéresis magnética. Estaba preparado para algo así, o para otras cuatro posibilidades. En la silenciosa penumbra sacó las pequeñas herramientas de su bolsa plástica y comenzó la tarea que anularía el gran sello. El haber preparado la tarea paso a paso demostraba que no había desperdiciado el tiempo libre del viaje hacia Atlantis. Haber forzado la entrada habría sido más fácil, pero no quería dejar rastros de su visita. Esto pedía sutileza, no violencia.

Era un trabajo que exigía habilidad analítica más que habilidad manual, de lo contrario Rob podría no haber tenido éxito. Su concentración en el complejo diseño de la cerradura fue interrumpida sólo una vez, cuando a su visión periférica le pareció ver una sombra oscura que pasaba rauda por la ventana a su izquierda. Se dirigió con rapidez hacia la mampara y miró afuera. No había nada y transcurridos unos segundos volvió a dedicarse a la puerta.

En treinta minutos averiguó el esquema probable del mecanismo de la cerradura. Diez minutos después abría con suavidad la pesada cerradura.

Entró en una sala que no tenía ventanas que diesen a la esfera de agua. Había dos puertas al final, que a distancia parecían tener el mismo tipo de cerradura que la que acababa de abrir. Rob recordó la geometría de la esfera interior. La puerta de la izquierda llevaría lógicamente al laboratorio que vio en su primera visita a la esfera de agua, y la de la derecha a la sala que apenas había alcanzado a ver por la puerta entreabierta.

Rob se dirigió a la puerta de la derecha y comenzó a trabajar sobre la cerradura. Era algo más compleja que la primera, pero la experiencia compensó el hecho. En poco menos de veinte minutos la abría.

Miró el reloj antes de entrar. Casi tres de las horas que había reservado para la exploración ya habían pasado. Volvió a guardar las herramientas en la bolsa, se metió ésta en el bolsillo y entró con cautela en la habitación.

Antes de poder ver nada en la oscuridad del interior sintió que allí dentro había algo vivo. Se detuvo. Estaba muy oscuro, y casi en completo silencio, pero cuando dejó de moverse pudo percibir un levísimo ruido o movimiento en algún lugar sobre la pared de la derecha. Más aún, fue el olor dulce y empalagoso del aire lo que le dijo que no estaba solo en la habitación. Hacia la izquierda, una vez que los ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo ver el perfil difuso de la abertura de la puerta que llevaba al laboratorio de cirugía, y al final de la habitación había otra puerta, también abierta. Una ligera luz verdosa que salía de allí indicaba que esa habitación poseía una ventana que daba a la esfera de agua.

Pocos minutos después, sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y pudo discernir los contornos generales de la habitación. Comenzó a avanzar con cautela, con una linterna en la mano izquierda. Ante la pared de la derecha se detuvo e iluminó con la linterna hacia abajo y adelante.

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