Charles Sheffield - La telaraña entre los mundos

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La telaraña entre los mundos: краткое содержание, описание и аннотация

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Charles Sheffield es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos. De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y la habilidad como constructor de universos de un Niven.
Spider Robinson

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Volvió a mirar el reloj. Hacía más de una hora que se había ido Morel, más de lo que Rob esperaba. Si iba a hacer algo antes del regreso de Morel, debía hacerlo rápido.

Rob volvió a la pared con las abrazaderas empotradas cerca del piso. Una de las argollas tenía un borde afilado y estaba lo suficientemente sujeta como para permitir un juego de palanca. Rob se agachó y comenzó a utilizar el borde afilado para romper la suave piel sintética de su mano izquierda. Con los sensores de su sistema nervioso apagados no podía sentir dolor, pero experimentaba una extraña sensación de asco al mutilar su propia piel postiza. Rob la dominó y siguió trabajando, de modo que tras diez minutos de esfuerzo ya había llegado a los encordados de metal templado que formaban el esqueleto de sus dedos artificiales. Estudió la estructura con gran cuidado. Para tener el borde recto que necesitaba, debía quebrar los dedos en una línea uniforme cerca de donde se encontraban con la palma. El metal era resistente, demasiado flexible para quebrarse con un golpe o una simple flexión. Rob tomó las articulaciones desnudas del índice izquierdo con la mano derecha y forzó la base del dedo con toda la fuerza que tenía contra el borde afilado de la abrazadera de metal.

El resultado fue una pequeña melladura en el metal. Rob repitió la acción desde ángulos diferentes hasta haber hecho una marca similar alrededor del dedo. Comenzó a doblarlo hacia el pulgar, con toda la fuerza de la mano derecha. Se fue doblando por el punto más débil, por la abertura que ya había hecho. Siguió durante diez minutos, hasta que el desgaste del metal hizo que el dedo se quebrara.

Rob miró el borde roto. Serviría. Con paciencia repitió el procedimiento con el dedo del medio y luego, algo más rápido, con los otros dedos, más finos. Cuando terminó, tenía cuatro espantosos extremos de metal, cada uno de un grosor aproximado de medio centímetro al final de la palma de la mano izquierda.

Descansó unos segundos. Sudaba con profusión en aquel ambiente cerrado, y le salía mucha sangre de un corte en el codo derecho, que se había hecho al resbalar y tocar con el codo el metal afilado de la abrazadera. Entonces se dirigió de prisa a la ventana e insertó el primario destornillador que era ahora el extremo de su brazo izquierdo en la ranura de la cabeza de uno de los tornillos. Intentó hacerlo girar. Con la falta de peso en la baja gravedad del interior de Atlantis resultaba difícil hacer palanca, pero descubrió después de varios intentos que podía encajar el pie en el ángulo del suelo y la pared. Agarrándose el brazo izquierdo con la mano derecha, apretó con todas sus fuerzas.

Después de unos momentos de esfuerzo desesperado, la cabeza del tornillo giró un cuarto. Rob respiró hondo, apoyó la frente contra el plástico fresco de la ventana, y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, miró hacia el agua fresca y verde. Quizá siguiera siendo su imaginación, pero le pareció ver la silueta de Caliban, oculto entre la frondosa vegetación. Rob apretó los dientes y volvió a la tarea, preguntándose si la desesperación no le estaba haciendo ver visiones entre las algas oscilantes.

Pasaron diez minutos más antes de que pudiera sacar el primer tornillo. Al sacarlo comprobó con alivio que no entraba agua. Habría otra capa de sello adhesivo del otro lado de la ventana. Empapado en un sudor frío siguió trabajando, aflojando tornillo tras tornillo. La tarea era aburrida y agotadora. Después de la primera hora se hizo automática, un ritual que le privaba de toda noción del paso del tiempo, una tarea que parecía más y más sin sentido cuanto más se acercaba a su dudosa conclusión. Siguió trabajando con ciega persistencia.

La falta de sueño comenzó a hacerse notar. Rob dormitaba, contra la pared frente a la gran ventana, cuando el ruido de los cerrojos del otro lado de la pesada puerta lo arrancó abruptamente de un sueño incómodo. Se lanzó sobre el control de las luces y puso la máxima iluminación. Al hacerlo, la puerta se abrió. Joseph Morel apareció en el umbral.

No entró enseguida. Sus fríos ojos grises examinaron la habitación antes de dar un paso adelante. Rob dio gracias por haber puesto en su lugar nuevamente la franja de sellado al borde de la ventana y haberse guardado los tornillos en el bolsillo. Sería necesaria una inspección muy exhaustiva para descubrir lo que había hecho en la ventana.

Morel no corría riesgos. Traía un pesado cilindro con un extremo de alambre cruzado color azul. Cuando entró en la habitación apuntó al pecho de Rob.

—No creo necesario describirle esto —la voz de Morel sonaba suave y precisa.

Rob asintió.

—¿Un láser quirúrgico?

—Exacto. En caso de que no haya visto ninguno en funcionamiento, permítame señalarle que se trata de un último modelo para cirugía mayor, y que está en su máxima potencia. Una pasada a través de su cuerpo (y estoy seguro de que tanto no será necesario) tardará sólo un quinto de segundo. El resultado será una perfecta y cauterizada división en dos.

Morel estaba rojo y la voz le vibraba con una extraña exaltación. Rob no se movió. Sabía que se requeriría muy poco de su parte para que el otro considerara «necesario» emplear el instrumento que traía.

—No entiendo qué ocurre —dijo con humildad—. Yo lo único que hacía era mirar el laboratorio y usted viene y me encierra aquí. Y desaparece durante horas. ¿Qué pasa?

Mientras hablaba, Rob dirigió un rápido vistazo a su reloj. Morel había tardado casi cinco horas. ¿Por qué tanto? Aunque prácticamente ya podía sentir el láser cortándole piel y hueso, Rob se obligó a moverse a lo largo de la pared, unos centímetros más cerca de Morel. El movimiento provocó un gesto de advertencia del láser.

—Mantenga la distancia —Morel se alejó de Rob, acercándose a la gran ventana—. No se aproxime ni un centímetro más. No se tome la molestia de inventar una excusa que justifique su presencia aquí. —Sonrió y Rob leyó la determinación en su mirada—. Estaba husmeando en el laboratorio y ha visto lo que hay en el cuarto de al lado. La razón de su persistente curiosidad es irrelevante, pero debo saberlo para mi tranquilidad. ¿Por qué se interesa tanto en los experimentos que realizo aquí?

—Es una historia larga y complicada —dijo Rob.

Miraba, más allá de Morel, tratando de ver dentro de la esfera de agua. La luz intensa de la habitación aumentaba el reflejo desde la ventana, pero Morel estaba muy iluminado.

—Ya está enterado de lo de mi padre —continuó Rob.

—No quiero oír la historia de su vida —Morel volvió a hacer un movimiento con el láser—. Tengo prisa. Se dará cuenta de que no saldrá de esta parte de Atlantis vivo, pero aún le quedan algunas opciones. Puede ganarse una muerte rápida e indolora dándome una explicación breve y clara. O puede aprender lo eficaz que puede ser este instrumento para la cirugía múltiple. Adelante, y no me tiente.

—La muerte de mi padre tiene que ver —Rob se apresuró antes de que Morel pudiera volver a amenazarlo—. Estoy seguro de que usted sabe que mis padres murieron, es decir, fueron asesinados, porque estaban experimentando con lo que ellos llamaban «Duendes».

Morel se sorprendió.

—¿Y usted cómo se enteró de eso? Sucedió antes de que usted naciera.

—Déjeme hablar y se lo diré. Encontré pruebas de que los Duendes estaban relacionados con usted y con Atlantis. Cuando vine aquí la segunda vez, decidí tratar de averiguar qué eran los Duendes, y por qué fueron una razón suficiente para que alguien cometiera un múltiple asesinato.

Rob se obligó a mantener los ojos fijos en el rostro de Morel. Por la ventana acababa de pasar una gruesa serpiente, flotando, y a ésta siguió enseguida un inmenso ojo sin párpado, muy cerca del transparente plástico. Aunque era lo que estaba esperando, Rob se estremeció por dentro. Un segundo después un inmenso tentáculo lleno de ventosas apareció junto al ojo.

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