Charles Sheffield - La telaraña entre los mundos

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La telaraña entre los mundos: краткое содержание, описание и аннотация

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Charles Sheffield es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos. De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y la habilidad como constructor de universos de un Niven.
Spider Robinson

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Ése era el momento de las mayores presiones. El gusano ciego, atrapado por la cabeza y por la cola, se flexionó y se contorsionó en toda su extensión como una serpiente agonizante. Las tensiones transitorias locales estaban por encima de cien millones de newtons por centímetro cuadrado. Cada válvula regulada por los paneles de control cambiaba y volvía a cambiar, demasiado rápido para que el ojo humano pudiera darse cuenta. El ordenador central analizaba los datos que entraban, decidía cuáles eran las variables más críticas y las pasaba a un informe de situación lo suficientemente simple y lento como para ser comprendido por un hombre.

Rob sólo se planteaba tres preguntas: ¿Crecían las oscilaciones a lo largo del cable de modo inestable? ¿Resistiría el punto de amarre de la Tierra? ¿Estaría el asteroide lastre firmemente encastrado a la copa a ciento cinco mil kilómetros por encima de la Tierra? A medida que pasaban los segundos, el caos lumínico de señales en el panel frente a él comenzó a calmarse hasta convertirse en un modelo que podía seguir aun sin la ayuda del ordenador.

Las tensiones y las temperaturas estaban dentro de los límites de tolerancia.

Las señales del Control de Amarre indicaban un amarre seguro, incluso cuando los últimos cientos de toneladas de roca seguían cayendo al fondo del pozo ya lleno.

Finalizaba la operación entre un murmullo de tensiones amansadas y un gemido de rocas que encontraban acomodo. El Tallo-de-habichuela, tenso entre las fuerzas opuestas del lastre y del amarre, se amoldaba a una configuración estable, la de un vastísimo puente arqueado entre la Tierra y el Cielo, de Midgard a Asgard.

Tres minutos después del Contacto, Rob se sintió lo bastante cómodo como para cambiar la imagen de la pantalla y observar el satélite de energía. Estaba en la posición correcta, lo suficientemente lejos del Tallo para que no hubiera problemas en caso de un accidente, y lo suficientemente cerca para ser trasladado fácilmente para entrar en contacto con éste cuando llegara el momento. Comenzó a moverlo e indicó que comenzaran a fijarse los superconductores. Una vez realizada la conexión, habría energía bastante para la secuencia de impulsores y los robots de mantenimiento podían iniciar la instalación de los módulos de carga y de transporte de pasajeros.

Apenas el satélite de energía hizo la primera conexión con el Tallo, Rob conectó otra cámara. Ésta estaba colocada en el satélite mismo, cerca del punto donde se fijarían los superconductores. Rob quería controlar la posición de éstos, pero la cámara por el momento, enfocaba casi directamente hacia abajo, a lo largo de toda la extensión del Tallo. En la sala anexa de observación donde estaban Howard Anson y Senta Plessey, un quejido colectivo salió de todas las gargantas. El asistente del Senado sentado junto a Anson gruñó, como si le hubieran pegado en los riñones:

—¡Cristo! —Se volvió hacia Howard y Senta y sacudió la cabeza—. ¿Creen que habrá gente que viaje por ahí? A mí se me revuelve el estómago de sólo pensarlo.

Como todos los demás, seguía con los ojos el recorrido hacia abajo del cable, que se alargaba sin cesar hacia la Tierra. Era muy común ver imágenes de cohetes, pero no daban al observador una sensación real de la altura. No había ninguna conexión directa, nada que relacionara a la mente de manera inevitable con el globo situado debajo de ellos. El Tallo sí. No cabía duda de que miraban hacia abajo, hacia muy abajo, aunque el cable mismo se hacía finalmente invisible para ellos contra el fondo del planeta cubierto de nubes. Todavía estaban mirando cuando el primero de los robots de mantenimiento salió del satélite de energía y comenzó a abrirse camino dificultosamente bajando por la escalera de impulsores. Inspeccionaba la corriente de cada segmento, preparándolo todo para el despliegue de los vagones de materia prima, y la fijación al Tallo era completamente segura. Pero eso no cambiaba nada. El centro de observación había sido invadido por un silencio absoluto; nadie respiraba.

—¿En serio van a enviar pasajeros? —susurró el asistente, casi para sus adentros—. Me imagino el transporte de carga, pero gente…

Senta se volvió hacia él y le dio palmaditas en el brazo.

—No se preocupe —dijo sonriendo—. Pienso lo mismo que usted, pero no pedirán a nadie que lo utilice a disgusto. Además, todos los vagones para pasajeros irán cerrados, no se apreciará la altura. Considérelo como un gran ascensor.

—¿Ascensor? —Le dirigió a Senta una sonrisa torpe y se volvió a mirar la pantalla—. El ascensor más ridículo y extraño que he visto en mi vida. Se tardará horas en subir o bajar.

—Más que horas —observó Howard Anson con voz suave. La primera visión del cable le había confirmado todos sus temores con respecto a los viajes espaciales—. Cinco días para subir y otros tantos para bajar. Y una vez que se haya salido, no se podrá cambiar de idea, hay que seguir hasta el final del recorrido.

—Que no cuenten conmigo. —El asistente seguía mirando la gran pantalla, horrorizado—. Yo me quedo con los obsoletos y seguros cohetes. No me importa que me tilden de anticuado. Escuche, ¿y si fallase la energía? Uno se caería y no dejaría de caer hasta chocar contra el punto de amarre en Quito.

—No puede caer —aseguró Senta. Parecía la persona más tranquila en la sala—. Si fallara la energía, los vagones quedarían adheridos al tren de impulsores con un engarce mecánico. Tendría que quedarse allí esperando a que se restableciera la energía. Es más, si se cayera, no llegaría a Quito; si algo se cae desde tan alto pasa la Tierra de largo, se pone en órbita.

—Fascinante —murmuró su disgustado compañero—. ¿Y durante cuánto tiempo? Yo una vez me quedé atascado en un funicular durante siete horas, y créame, me parecieron siete días. ¿Y si la energía no volviera? ¿Qué se supone que haría uno, entonces, bajarse deslizándose por el cable?

Mientras el hombre hablaba, vieron en una de las pantallas que Rob Merlin se había puesto de pie, se había desperezado casi con lujuria y, de espaldas ya al panel de control, le hacía una seña con el pulgar levantado a alguien que no aparecía en la pantalla, bostezó sin inhibiciones y comenzó a caminar hacia la puerta del Centro de Control.

—Se acabó —dijo Howard Anson—. Terminó la función. Conozco esa expresión. Cuando uno termina un trabajo importante, peligroso, siente algo que no tiene punto de comparación en todo el Sistema. Es la sensación más impresionante del mundo, y al mismo tiempo uno se siente tan débil y tan cansado que no puede ni pensar. Eso le sucede a Rob ahora. ¿Ven ese bostezo de felicidad? Es uno de los signos que no fallan. Vamos, Senta. Tratemos de rescatar a Rob y hacer que coma algo. Necesita bajar del éxtasis gradualmente.

Cuando salieron del centro de observación y pasaron rápido por la entrada del Centro de Control, Rob seguía de pie allí, con la mirada perdida, junto al comunicador. Anson miró con curiosidad al operador.

—Del Cinturón —fue la breve respuesta—. Está en camino desde hace casi un cuarto de hora, de modo que no esperarán respuesta desde aquí. Ahora se pone en marcha el vídeo.

La pantalla se había encendido, revelando el rostro arruinado de Darius Regulo. Como Rob, tenía un aire de ensoñación.

—Maravilloso —exclamó. Nadie tuvo que preguntar de qué hablaba—. Más que bien, Rob, perfecto, todo perfecto. Felicitaciones. Te he observado mientras lo hacías, pero lo controlabas tú solo. Ahora sal y disfrútalo. Saboréalo, Rob, no se experimenta una sensación como ésta muchas veces en la vida.

Rob miraba el reloj, con las cejas levantadas.

—Habrá enviado este mensaje inmediatamente después del Contacto, cuando el Tallo todavía estaba estabilizándose. Ha tenido mucha más confianza que yo.

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