Charles Sheffield - La telaraña entre los mundos

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La telaraña entre los mundos: краткое содержание, описание и аннотация

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Charles Sheffield es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos. De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y la habilidad como constructor de universos de un Niven.
Spider Robinson

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15

UN PUENTE A MIDGARD

Once horas. Contacto menos 40.000

El Tallo-de-habichuela había comenzado por fin a desenrollarse. Bajo la influencia combinada de la gravedad y de impulsos precisos había dejado su posición en L-4 e iniciado su larga caída hacia la Tierra. El principal cable transportador de carga estaba oculto, cubierto en casi toda su longitud por cables superconductores de energía y por las guías regularmente espaciadas de los impulsores. Toda la estructura, de ciento cinco mil kilómetros de largo, quedó extendida como un fino hilo de plata a través del sistema Tierra-Luna, trazando un arco que cubría una cuarta parte de la distancia entre la Tierra y la Luna. Lejos de ese arco, pero moviéndose más rápido a cada segundo que pasaba en una trayectoria que la llevaría a una distancia de perigeo de noventa mil kilómetros, una masa de mil millones de toneladas de roca y metal había comenzado también su aproximación. Descontrolada, bajaría a la Tierra y volvería a subir, yendo más allá de la Luna, antes de llegar con lentitud a un distante apogeo.

Hacía un año, el asteroide había sido un elemento natural del Sistema Solar. Su órbita recorría un sendero excéntrico de Saturno a Venus. Entre los millones de asteroides candidatos cuya composición, masa y órbita estaban almacenadas en los bancos de datos, Sycorax había seleccionado a éste, había decidido que era el más conveniente para las necesidades del Tallo. Tras un cuidadoso extrusionado del exterior y delicados ajustes en la distribución de masa, Sycorax había decidido que estaba preparado. El asteroide podía cumplir ya su nuevo propósito en el Sistema. Sería el lastre, el peso al extremo del péndulo.

El resto de los componentes esperaban en órbita sincrónica, estacionarios encima de Quito. El satélite de energía ya estaba funcionando, y los receptores fotovoltaicos se mantenían de espaldas al Sol hasta que fueran necesarios. Cerca estaban los vagones de materia prima, los módulos de pasajeros y los robots de mantenimiento, mil unidades distintas enlazadas por una red contenedora hecha de finos cables. Hasta el Contacto no habría más que una paciente espera.

En la Tierra también había poca actividad. Era de noche en el Control de Amarre en Quito, y la hora de aterrizaje se había fijado para las nueve de la mañana siguiente. Luis Merindo, solo, merodeaba por el perímetro del gran hoyo y miraba su obra. Su permanente sonrisa había desaparecido. Escudriñaba las profundidades, luego levantaba la cabeza y miraba hacia arriba, tratando de imaginarse qué ocurriría cuando el Tallo bajara como una lanza a través de la atmósfera. Su sistema para terraplenar estaba preparado desde hacía tres días. ¿Qué más podía hacer por adelantado? Nada. Esperar y rezar. Merindo se encogió de hombros y por fin volvió al conjunto de controles remotos que conformaban el corazón del Control de Amarre, a veinte kilómetros del pozo.

—Demasiada imaginación —gruñó para sus adentros cuando se instalaba en su cama—. O confío en él o no debería estar trabajando para él. Qué suerte que no puede verme ahora. Estoy tan nervioso como una novia la noche antes de la boda.

Luis Merindo se habría sentido mucho peor de haber podido ver a Rob Merlin en ese momento. La sala Central de Control en Santiago tenía una pantalla principal rodeada por doce pantallas auxiliares. Cualquiera de las doce podía ser intercambiada con la más grande. Rob estaba sentado en la silla de control manejando nerviosamente el panel de interruptores frente a él. Pedía imágenes en cada una de las pantallas, una por vez, un acto reflejo que sus dedos llevaban a cabo con absoluta independencia de su cerebro.

Decidió revisar todo una vez más. Luego, se iría a la cama. Luis lo había llamado temprano, y Rob había insistido en la necesidad de dormir bien esa noche, antes de iniciar el amarre final. Necesitarían estar despejados y descansados cuando llegara el momento. Luis estaría de regreso en Quito, durmiendo como un bebé, pero Rob dudaba de poder conciliar el sueño. Puso en imagen la silenciosa sala de control en Quito, luego recorrió las estaciones de información del geosincronismo una por una y por último el vagón de cola: el equipo en el extremo del Tallo, donde no había personal. Todo estaba tranquilo y las variables físicas bien dentro de los límites de tolerancia. Hasta el Sol se estaba portando bien, pues no enviaba nuevas llamaradas ni prominencias que pudieran cambiar el perfil de densidad de la atmósfera superior.

Sin que Rob lo supiera, desde muy lejos de la Tierra otra persona observaba todas sus acciones. Regulo estaba sentado ante su gran escritorio en Atlantis, sin poder dormir, con los ojos brillantes, maldiciendo a su enfermedad que lo mantenía lejos de la Central de Control y maldiciendo a la distancia que hacía que toda señal desde la Tierra le llegara catorce minutos después. Encendía una por una todas las cámaras de su sistema, pero volvía siempre a observar la metódica verificación de Rob del estado de los sistemas. En una cámara, Regulo veía directamente el panel de control en Santiago y comprobaba la posición de cada interruptor. Asintió con gesto de aprobación ante los fastidiosos y obsesivos controles de Rob. Desde Atlantis no podría haberse hecho nada para modificar la aproximación o el amarre del Tallo. Su consejo llegaría demasiado tarde para afectar las operaciones cuando estuvieran en las etapas finales. Pero de todas maneras, él debía estar al tanto.

Ni siquiera Regulo se salvaba de ser observado. Una vez durante la larga cuenta atrás Corrie fue hasta la puerta del escritorio, moviéndose en silencio por el interior en sombras de la esfera central.

Se detuvo detrás de Regulo sin hablar, mirando el desfile de imágenes que se movían en la gran pantalla frente a él. Finalmente se volvió y regresó a sus habitaciones. No podía compartir el entusiasmo y la tensión que colmaban a Darius Regulo y a Rob Merlin. Su aspecto hacía pensar más bien en un presentimiento no feliz.

Una hora. Contacto menos 4.000

La primera oportunidad de suspender la operación había pasado. El Tallo avanzaba más rápido, aproximándose a la Tierra a lo largo de la suave curva de una espiral de Arquímedes. Desde la cabeza, que avanzaba a diez kilómetros por segundo, el delgado filamento se curvaba a lo largo de más de trescientos grados hacia su tallo bulboso. Tres mil millones de toneladas de inercia comenzaron a hacerse notar. A medida que el Tallo bajaba hacia el impacto con la Tierra, los elementos del cable no podían seguir su patrón natural de caída libre. En cambio, se acumulaban tensiones todo a lo largo, obligando a la cabeza descendente a seguir un camino de aproximación que se dirigiría paulatinamente al punto decidido para el aterrizaje en Quito.

La energía elástica almacenada crecía en el cable de carga. Y ya alcanzaba la de una bomba de fisión de tamaño medio. Si el cable se soltaba, la energía se soltaría como una onda expansiva a lo largo de éste.

Rob estudió las lecturas de los indicadores de tensión colocados a lo largo del eje del Tallo-de-habichuela. Seguían mostrando valores bajos, insignificantes comparados con la máxima final esperada. Conectó la pantalla que controlaba la órbita del asteroide lastre. Pronto alcanzaría el perigeo. Al cabo de treinta minutos comenzaría a avanzar otra vez, apartándose de la Tierra. Por el momento no había que hacer nada. Rob comprobó el corrimiento Doppler en las distintas imágenes del asteroide, confirmando que mostraban una velocidad de rotación aceptablemente baja para el lastre.

Quedaba aún mucho tiempo para suspender la operación, si lo creía necesario. El Tallo todavía no estaba totalmente extendido. Los impulsores de alta reacción fijados en la cabeza podían apartarlo de la Tierra, curvándolo. Cuando los impulsores se pusieran en acción, al cabo de cuarenta minutos más, al menos parte del Tallo entraría en la atmósfera de la Tierra.

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