James BeauSeigneur - El nacimiento de una era
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A pesar de no haber despuntado el sol todavía, pudieron ver como entraban, a miles, en la ciudad. Había familias enteras; unas con palomas o pichones enjaulados; otras tiraban de cabritos o corderos con correas improvisadas; algunos llevaban corderos de lechal en los brazos. El día anterior no había acudido ni la mitad de gente porque era sabbat, y ese día estaba prohibido hacer ofrendas particulares.
La muchedumbre, proveniente de todos los rincones de Israel, venía al Templo para ofrecer sus sacrificios a Dios. Algunos traían ofrendas para expiar sus pecados y ofensas, otros traían ofrendas de buena voluntad, y otros, ofrendas de acción de gracias, pero a todos les unía una cosa en común, el miedo. Los primeros querían pedir perdón a Dios, para que siguiera librándolos de la locura. Los segundos deseaban mostrar su lealtad a Dios y pedirle su protección. Y los terceros venían a agradecer a Dios que los hubiese protegido hasta ahora y a rogarle que siguiera preservándoles de la destrucción que rodeaba el país.
Andrew y sus familiares se abrieron paso entre la multitud hasta llegar al conjunto de galerías que discurría debajo del Templo, donde un guarda levita les cedió el paso. Mientras que los sacerdotes se encargaban de guardar los recintos del interior del Templo, los levitas se apostaban en las puertas exteriores. Una vez dentro, Andrew debía prepararse para el servicio del día.
Andrew cerró la cortina tras él y colocó su túnica junto con las demás, en una pila sobre la mesa. Antes había dejado sus sandalias a cargo de otro levita. Una vez desnudo, se sumergió rápidamente en el agua fría de manantial del mikvé. El baño ritual tenía como fin limpiar el alma más que el cuerpo, y aunque la primera impresión era desagradable, sólo duraba lo que tardaba en mojarse el cuerpo entero. En total había entre quinientos y seiscientos miembros de su centenaria tribu, y tal vez unos cuatrocientos sacerdotes que servían también aquella semana. Todos debían bañarse en la misma agua o en uno de los otros seis mikvés que había debajo de la entrada sur del Templo, de modo que era extremadamente importante que el baño fuera rápido. También se esperaba de todos que, a fin de mantener el lento flujo de agua de manantial lo más limpio posible, se bañaran antes de ir al Templo. Como el resto del grupo, Andrew se había bañado justo antes de salir de casa de sus abuelos. Debido a la sequía había severas restricciones de agua, pero se hacía una excepción a los levitas que servían en el Templo.
Cuando hubo salido del agua, Andrew entró en una pequeña habitación para secarse y ponerse las vestiduras tradicionales del levita. Como Dios dispuso a través del profeta Ezequiel, [36]los levitas deben cubrirse sólo con lino, nunca con lana u otro tejido que les pueda hacer sudar. Primero iba la ropa interior de lino blanco; sobre ella una túnica sin costuras de hechura estrecha que llegaba hasta los tobillos y que iba atada a la cintura por un largo cordón, también de lino blanco; y finalmente un turbante de lino blanco. Al igual que los sacerdotes, los levitas andaban descalzos por el Templo, incluso en lo más crudo del invierno, porque así lo exigían las leyes de su Dios. Una vez debidamente ataviado, Andrew Levinson se reunió con los otros de su orden, que esperaban para entrar en procesión al Templo.
El diseño del Templo era el resultado del conjunto de compromisos adquiridos entre políticos, líderes religiosos y constructores. Los líderes religiosos, o por lo menos los más destacados, se habían dividido entre los que insistieron en que el diseño debía corresponder al de la visión del profeta Ezequiel [37]y los que deseaban una construcción más parecida a la del Templo de Herodes. Los políticos se debatían, como es habitual, entre reducir los costes al máximo y complacer a los votantes. Y los constructores, por otra parte, coincidían al argumentar que ninguna opción podía construirse por el precio que se tenía pensado. Al final, no hubo nadie que quedara del todo satisfecho, pero desde su consagración hacía quince años nadie había tenido nunca nada que objetar al edificio. Después de todo, era el Templo de Dios, y nadie pensaba que criticarlo fuera prudente o útil.
Las entradas principales al Templo se parecían a las del modelo de Ezequiel, con escalinatas largas y anchas que, elevándose bastante sobre el paisaje, daban acceso a las gigantescas entradas de los flancos norte, sur y este. Por estas últimas era por donde la mayoría de los visitantes y fieles entraban al Templo. Los que venían del mikvé entraban por una larga escalinata cerrada situada en el patio exterior o patio de los Gentiles, así llamado porque los gentiles tenían acceso hasta esta zona del Templo. En este sentido, el Templo se parecía mucho al modelo de Herodes.
La procesión de levitas, entre los que se contaban Andrew y James Levinson, ascendió la escalinata, cruzó el patio de los Gentiles, atravesó una de las puertas abiertas en un muro bajo de piedra llamado el soreg, y luego franqueó aún otra puerta, dejando atrás los gruesos muros de piedra que rodeaban la primera de las tres divisiones del patio interior llamado patio de las Mujeres. Una vez aquí, la procesión se dispersó y los levitas asignados a cometidos dentro del patio interior se separaron del resto para dirigirse a sus respectivos puestos. Para Andrew y James Levinson el recorrido terminaba aquí, pues no tenían permitido adentrarse más en el Templo.
El patio de las Mujeres, que ocupaba el tercio oriental del recinto interior, estaba rodeado por unos muros de piedra impresionantes, de tres metros y medio de espesor y once metros de alto. Por la cara interior, rodeaba el patio una columnata, sobre la cual se extendía un balcón. Todos los judíos tenían acceso al patio, pero era lo más cerca que las mujeres tenían permitido acercarse al Templo en sí, o Santuario; de ahí su nombre. En el siglo primero, el patio se había convertido en lugar de encuentro natural de los judíos que buscaban descargar su frustración lejos de los oídos de las legiones romanas que ocupaban su territorio. En este refugio, que incluso los romanos habían respetado (salvo la única y breve incursión del general romano Pompeyo en el 63 a. C.), podían departir libremente. Pero la política no era el único tema de conversación. Precisamente fue en el patio del siglo primero donde el joven Jesús se sentó a hablar con los maestros del Templo sobre religión, pocos días después de cumplir los doce años. [38]
El patio de las Mujeres albergaba, además, la sala del Tesoro y los trece cepillos en forma de cuernos de carnero, que recibían un constante flujo de ofrendas monetarias. En las cuatro esquinas del patio había grandes salas en las que tenían lugar otras actividades del Templo.
En el centro del muro occidental del patio de las Mujeres, una escalinata semicircular de quince escalones se levantaba más de cuatro metros (siete codos y medio), entre el suelo y la majestuosa puerta de Nicanor, por la que se entraba al patio de Israel. En la parte más amplia, la escalinata alcanzaba veintisiete metros de ancho. Precisamente en estos escalones, y ante el fabuloso portón profusamente labrado y ornamentado, era donde Andrew y James Levinson cantaban y tocaban junto con los otros músicos y cantores del Templo. Entre los instrumentos había platillos, tambores de piel, caramillos, flautas antiguas, arpas como la que tocaba James, liras y varios tipos diferentes de instrumentos de cuerda.
Al romper el alba, las puertas del Templo fueron abiertas y comenzó a entrar una riada de fieles. En el patio de los Sacerdotes, más allá del patio de las Mujeres y de la puerta de Nicanor, los sacerdotes del Templo empezaron el día como siempre, degollando un cordero con un cuchillo afilado y sosteniendo luego al animal sobre una vasija hasta que, muy lentamente, moría desangrado. La sangre era entonces derramada sobre el altar de piedra, y el animal era desollado rápidamente antes de ser arrojado a la hoguera que ardía en lo alto del altar del Sacrificio.
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