La muchedumbre rugió su aprobación, y muchos hicieron sonar cuernos, tocaron tambores o empezaron a dar golpes en todo lo que encontraban a mano para sumarse al estruendo.
– ¡Por la Humanidad! -gritó Christopher-. ¡Por nosotros! ¡Por la victoria! ¡Adelante!
Petra
En el interior de las murallas de Petra, el sumo sacerdote había convocado una asamblea. En los tres años y medio que llevaban allí, era la primera vez que todos los habitantes de Petra -judíos, judíos creyentes y el KDP- se reunían juntos. De modo que era comprensible que los sentimientos estuvieran a flor de piel. Todos eran conscientes de los inmensos ejércitos que, desde oriente y occidente, marchaban hacia ellos para destruirles.
Chaim Levin había rezado, ayunado y estudiado, y luego vuelto a rezar, a ayunar y a estudiar para prepararse para aquel día. En asuntos de extrema importancia, lo normal era que recurriera a su consejo en busca de orientación sobre cómo proceder. Esta ocasión, decidió, era diferente. La decisión que tomara no podía basarse con arreglo a la mayoría. Había una respuesta correcta y una respuesta errónea, e iba a tener que confiar en Dios para que le revelara cuál era cuál. Tampoco había discutido su decisión con el consejo una vez la había tomado. No había palabras de hombre que pudieran convencerle de cambiar de opinión, no en la toma de aquella decisión. El consejo conocería su decisión al mismo tiempo que los demás. Entonces ellos, como el resto, podían decidir si lo que había hecho era lo correcto y cómo responderían. Con todo, no había previsto que llegado por fin el momento, éste lo hiciera en semejantes circunstancias: con más de sesenta millones de personas marchando en su dirección, concentradas en la destrucción. No pudo evitar acordarse de Moisés, plantado a orillas del mar Rojo, con el ejército del faraón persiguiéndole. No sabía cómo recibirían su declaración los allí reunidos, pero al pasear la mirada sobre el mar de caras, se preguntó si, como le ocurrió a Moisés, su liderazgo sería desafiado a la luz de tan inminente amenaza. Benjamin Cohen había intentado convencerle de que sus palabras serían bien recibidas: «La profecía lo exige», había dicho. [133]
En el fondo, poco importaba: debía decir la que sabía que era la verdad.
Sam Newberg estaba convencido de que la mayoría de los habitantes de Petra ya habían llegado a la misma conclusión que el sumo sacerdote. Todos habían sido testigos de los mismos hechos milagrosos acaecidos durante los últimos siete años. Habían visto cómo Juan y Cohen resucitaban; habían comido el maná diario; y habían podido comprobar en sus propias carnes cómo las plagas se habían abatido sobre todos menos ellos. Es más, habían vivido allí durante casi tres años y medio, y convivido con quienes se hacían llamar judíos creyentes en el Mesías; habían comprobado el amor y bondad que aquellos judíos creyentes dispensaban en todo momento. Todos querían tener lo que ellos tenían, y sólo estaban esperando a que su sumo sacerdote les dijera que era correcto aceptarlo. Aquéllos no eran los rostros de quienes habían desafiado a Moisés; eran, más bien, los rostros de quienes habían seguido a Josué y cruzado el Jordán para ir a la Tierra Prometida. [134]
Para que todos pudieran ver y escuchar su mensaje, Chaim Levin iba a dirigirse a la asamblea desde lo alto del Umm Al Biyara, donde se había instalado un sistema de megafonía para amplificar sus palabras. Cuando hubieron cumplido con todos los formalismos, Levin dirigió su mirada a la asamblea, que aguardaba en silencio. De pronto fue más consciente que nunca de la enorme responsabilidad que sobre él recaía como sumo sacerdote.
Entonces abrió su Biblia por donde recogía las palabras del profeta Isaías, y comenzó a leer:
¿Quién ha creído la noticia a nosotros llegada?, y el brazo de Yahveh, ¿a quién ha sido revelado? Creció como un pimpollo delante de Él, como raíz salida de tierra seca; no tiene apariencia ni belleza para que nos fijemos en él, ni aspecto para que en él nos complazcamos. Fue despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento, y como uno de quien se oculta el rostro, le despreciamos y no le estimamos.
Sin embargo, nuestros sufrimientos él ha llevado, nuestros dolores él los cargó sobre sí, mientras nosotros le hemos azotado, golpeado y abatido; y él traspasado por causa de nuestros pecados, molido por nuestras iniquidades; el castigo, precio de nuestra paz, cayó sobre él y por sus contusiones se nos ha curado. Todos nosotros como ovejas errábamos, cada uno a nuestro camino nos volvíamos, mientras Yahveh hizo recaer en él la culpa de todos nosotros.
Fue maltratado, pero él se doblegó y no abre su boca; es como cordero llevado al matadero y cual oveja ante sus esquiladores enmudecida, y no abre su boca. Del poder y el juicio fue cogido, y a su generación, ¿quién tiene en cuenta? Pues ha sido cortado de la tierra de los vivientes, por el crimen de su pueblo ha sido herido de muerte. Y se le ha asignado sepultura con los impíos y con los ricos su tumba, aunque él no había cometido violencia ni engaño hubiera en su boca.
Pero a Yahvé ha complacido aplastarle con padecimiento. Si haces de su vida un sacrificio expiatorio, verá descendencia, prolongará sus días y el designio de Yahveh por medio de él prosperará. Gracias a la fatiga de su alma verá la luz y se saciará; por su conocimiento, justificará el Justo, mi Siervo, a muchos y las iniquidades de ellos cargará sobre sí. Por eso le daré parte con las multitudes y con los poderosos repartirá el botín, en recompensa de haber entregado su persona a la muerte y haber sido contado entre los delincuentes, portando los pecados de las multitudes e intercediendo por los delincuentes. [135]
Lárnax, Chipre
El vuelo de ciento veintiocho kilómetros sobre el Mediterráneo, desde Turquía continental hasta la isla de Chipre, era el tramo más largo que ninguno de los pájaros había cubierto jamás de una sola tacada. Entonces, después de una noche de descanso, continuaron su marcha, elevando el vuelo desde el extremo sudeste de la isla. De haber sido conscientes de que iban a tener que recorrer el doble de la distancia del día anterior hasta divisar tierra de nuevo, a lo mejor habrían dado media vuelta. Pero no eran conscientes, como tampoco sabían cuál era su destino y cuál su propósito. Sólo sabían que debían volar en aquella dirección.
Babilonia
Ya no había tiempo para ser prudentes. La advertencia del cielo de que abandonaran Babilonia se había producido dos días antes, y nadie sabía de cuánto tiempo más disponían para ponerse a salvo. Muchos ya habían sido atrapados en el intento y ejecutados sin dilación. Con todo, la idea de apilarse en la parte de atrás de un camión de fruta y hacer un intento desesperado por cruzar alguna de las puertas de la ciudad sin llamar la atención de los guardas armados allí apostados se antojaba bastante buena en comparación con la alternativa. De modo que se arriesgaron, salieron de sus escondrijos a plena luz del día, acudieron al punto de reunión, y se apretaron en la parte de atrás del camión como sardinas en lata o viajeros en un vagón de metro.
Entre los que esperaban poder meterse en el camión estaban Akbar Jahangir, su hermana y su madre, que luchaban por permanecer juntos. Al principio pareció imposible que fueran a tener sitio, estaban casi al final de la cola, pero enseguida estuvieron los tres a bordo.
– Ya no hay sitio -dijo Joel Felsberg, mientras cerraba la puerta del camión y pasaba el cerrojo.
– Por favor, por favor -llamaron varias voces de entre los que permanecían en la cola.
– Lo siento -contestó Ed Blocher-. Si conseguimos salir de la ciudad con vida, intentaremos regresar a por vosotros.
Читать дальше