James BeauSeigneur - Los actos de Dios

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Tras las catástrofes que diezmaron a la población mundial, esta se encuentra dividida entre los seguidores del nuevo Mesías y los fundamentalistas que parecen no entender que la humanidad se encuentra en un nuevo paso evolutivo. Pero todo lo que hasta ese momento se ha desvelado como cierto es en realidad una profunda decepción que impulsará inexorablemente a la comunidad internacional a enfrentarse al mayor reto de la historia: el Apocalipsis, la batalla final entre el bien y el mal, una batalla que todavía no ha sido escrita…

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»Aunque todavía no se han hecho públicas las cifras exactas -continuó, al tiempo que finalizaba el corte y la cámara volvía a emitir su rostro en directo-, se estima que en menos de dos semanas el valle estará acogiendo a muchos más de seis millones de soldados. Desde aquí, en algún momento a mediados de mes, los ejércitos de la ONU avanzarán hacia el sur pasado Jerusalén, cruzarán la frontera a Jordania y marcharán hasta la zona de los alrededores de Petra, plaza fuerte del KDP. Allí se les unirán otras unidades procedentes de China, India, Corea, Tailandia, Mongolia y otros países orientales. Será en Petra donde se libre la batalla, y ello se hará, por lo que, el secretario general Christopher Goodman ha venido a explicar, con métodos muy poco convencionales.

Jueves 10 de septiembre, 4 N.E.

Catorce kilómetros al sudoeste de Babilonia

Las ruedas del pequeño camión rodaban sin tregua, a cada giro acercando a los dos hombres a una confrontación que, de ser descubiertos, culminaría con la muerte de ambos. Ed Blocher volvió a mirarse una vez más la marca de su frente en el espejo. Parecía auténtica, tan auténtica que no habría sabido decir cuánto del nudo que tenía en el estómago se debía a los nervios, y cuánto a las náuseas que le provocaba la visión de ésta en su cara. Se volvió hacia su compañero en la conspiración, Joel Felsberg, que iba al volante. Parecía muy seguro. Él ya lo había hecho en otras ocasiones. Su seguridad era tranquilizante, aunque no lo suficiente para aliviarle a Blocher su ansiedad.

A pesar de la distancia, podían divisar la gran ciudad erguirse ante ellos, con su muralla de treinta y seis metros de alto y más de cinco metros de espesor -réplica de la que una de las crónicas más antiguas consideró en su tiempo que era una de las siete maravillas de la antigüedad-, formando un cuadrado perfecto de once kilómetros a cada lado en torno a la ciudad. En el interior de los muros descansaba todo cuanto Blocher detestaba, todo lo que su fe le decía que era pecaminoso y corrupto. Joel Felsberg le había prevenido de que se preparara para ver y escuchar de todo: hombres, mujeres y niños vendiéndose para satisfacer los más perversos caprichos sadomasoquistas de los que tenían dinero suficiente; muestras de bestialismo en público; consumo generalizado de drogas; fiestas alcohólicas que jamás terminaban mientras enormes pantallas de televisión exhibían una orgía ininterrumpida de ejecuciones. Y, sin embargo, al otro lado de aquellas mismas murallas había también personas que servían a Yahvé, personas que habían llegado buscando trabajo antes de que la marca fuera obligatoria, y que luego no habían podido abandonar la ciudad. Algunos se ocultaban en el ático o el sótano de familiares que, a pesar de haber recibido la marca y haber jurado lealtad a Christopher, seguían siendo reacios a denunciar a sus parientes. La mayoría, no obstante, dormía en callejones y túneles, se ocultaba en alcantarillas y cavidades y detrás de peñas en el río. Se alimentaban de desperdicios y basura, insectos y ratas. La policía atrapaba a cuantos podía, pero todavía quedaban algunos. Y era a ellos a los que Blocher y Felsberg esperaban conseguir entregar su cargamento de comida y medicamentos.

Llegaron al paso fronterizo según lo programado, algo antes de las seis de la mañana, coincidiendo con el cambio de guardia. Los centinelas que los esperaban llevaban trabajando toda la noche y estaban a punto de ser relevados. Había menos probabilidades de que llevaran a cabo un registro tan exhaustivo como el que, con seguridad, realizaría el personal de seguridad del turno que entrara a trabajar minutos después.

Joel Felsberg detuvo el camión en la barrera y bajó la ventanilla para entregar al guarda su manifiesto. El guarda miró el papel, observó que los dos hombres de la cabina lucían la marca en la frente, y cogió el manifiesto. Un rápido escaneo electrónico de las marcas habría sido suficiente para revelar que eran falsas, pero ésa era una molestia de más y los guardas sólo echaban mano al escáner si detectaban algo sospechoso. No estaban allí para evitar la entrada de personas o mercancías a la ciudad, sino, más bien, para detener a las que quisieran abandonarla y no tuvieran la marca.

– Van a tener que abrirme detrás -dijo el guarda mientras verificaba el número de registro del camión y el manifiesto en su PDA. Era un buen sistema, pero no tan seguro como para que Joel Felsberg no pudiese entrar en el sistema informático y añadir unos cuantos números o registros de manifiestos que no deberían haber figurado allí.

Joel se apeó, se fue hasta la parte de atrás del camión y abrió la puerta. El guarda echó un vistazo a los embalajes de comida y se encaramó al parachoques para ver mejor. Mientras no les hiciera vaciar el camión, no habría problemas. Los medicamentos que transportaban, en su mayoría tetraciclina y metronidazol para la disentería, les delatarían: porque los habitantes de Babilonia que tenían la marca y habían recibido la comunión no necesitaban esta clase de medicamentos.

– ¿De dónde es esto? -preguntó el guarda señalando la comida, a pesar de que su origen aparecía claramente detallado en el manifiesto.

– De Ash-Shināfiyah -contestó Joel Felsberg, refiriéndose a la ciudad al sudoeste de Babilonia en cuyos alrededores se cultivaba buena parte de los productos de los que se abastecía Babilonia. En el interior de la cabina, Ed Blocher intentaba permanecer lo más sereno que podía.

– ¿Y para dónde es? -preguntó el guarda, aunque esa información también figuraba en el manifiesto.

– Para la cafetería de la ONU -contestó Felsberg.

– ¿Tú crees que echarán en falta un par de melones? -preguntó, mientras cogía uno de una caja.

– Supongo que no echarán de menos uno o dos -contestó él.

– De acuerdo -dijo el guarda, cogiendo un par de melones-. Todo parece estar en orden.

22

AGRUPACIÓN

Lunes 14 de septiembre, 4 N.E.

Nordeste de Ar-Rāmādῑ, Irak

Las unidades de avanzada de las fuerzas combinadas asiáticas se hallaban detenidas a orillas del gran río Éufrates -el río más largo del sudoeste de Asia, incluso antes de que fuera dragado y ensanchado por Naciones Unidas como parte del proyecto destinado a facilitar el comercio para y desde Babilonia-. La marcha a Petra, en Jordania, se iba a ver muy acelerada porque ni ellos ni los diez millones a los que precedían iban a necesitar barcos ni puentes para cruzar el Éufrates. Un mes y medio antes de su llegada y a instancias de Christopher, las aguas del río habían sido desviadas y ahora fluían por el Milech Thartâr, noventa y seis kilómetros al noroeste de Bagdad. Ante ellos, el lecho seco del río ofrecía la solidez suficiente para soportar el peso de sus camiones y sus carros blindados.

Miércoles 16 de septiembre, 4 N.E.

Bojnürd, Irán

Cuando la primera luz del amanecer refulgió sobre el horizonte, en las montañas de Elburz, de pronto, las ramas de los árboles cobraron vida y desde ellas remontaron el vuelo miles de miles de pájaros, que pusieron rumbo hacia el sudoeste.

Jueves 17 de septiembre, 4 N.E.

Babilonia

El cielo sobre Babilonia estaba claro y azul, y todo indicaba que aquél iba a ser un bonito día de otoño. Entonces, sin más explicación y sin previo aviso, el firmamento empezó a retumbar. No había nubes de lluvia. Ningún avión sobrevolaba la ciudad. Sólo estaba el retumbo.

Y entonces se detuvo.

Para la mayoría no había sido más que un fenómeno curioso.

Pero para algunos, tal vez unos pocos centenares o más, aquél no había sido un retumbo, sino una advertencia.

Viernes 18 de septiembre, 4 N.E.

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