Robert Wilson - Testigos de las estrellas

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En Blind Lake, una gran instalación federal de investigación, los científicos están empleando una tecnología que apenas comprenden para observar la vida diaria en una ciudad de alienígenas, moradores de un lejano planeta. No son capaces de contactar con ellos, ni comprenden su lengua. Lo único que pueden hacer es observar.
Sin previo aviso, se impone un cordón militar alrededor de Blind Lake. Todas las comunicaciones quedan cortadas. La comida y demás suministros son entregados por control remoto. Nadie conoce el motivo, aunque los científicos siguen con sus investigaciones. Hasta que uno de ellos llega a la conclusión de que aquellos seres, aunque parezca imposible, son conscientes de la observación del proyecto.

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—Suministros médicos, lo mismo, y la clínica del campus no está preparada para tratar epidemias serias, ni heridos graves. Si tenemos un incendio tendremos que enviar a los heridos a un hospital o sufrir muertes innecesarias. No hay mucho que podamos hacer a este respecto, excepto pedir al personal médico que prepare planes de contingencia. Además, si la cuarentena se prolonga, la gente va a necesitar ayuda emocional. Ya tenemos algunas personas con asuntos familiares urgentes en el exterior.

—Vivirán.

—Alojamiento. Tenemos un par de cientos de trabajadores del turno diurno durmiendo en el gimnasio, por no hablar de los periodistas, un puñado de contratistas y cualquiera que haya venido a pasar el día. Si va a durar, si esto va a durar mucho, quizás sea mejor ver si podemos sacar a esta gente de ahí. En el campus vive gente con cuartos de sobra y hay habitaciones para inquilinos disponibles, y no sería difícil encontrar voluntarios. Con un poco de suerte podríamos tener a todos durmiendo en una cama, o al menos en un sofá-cama. Compartirían baños en lugar de luchar por las duchas en el centro de ocio y hacer cola para lavarse los dientes.

—Hay que tenerlo en cuenta —dijo Ray. Después de un momento de reflexión añadió —: Haz una lista de voluntarios, pero tráemela antes de decírselo a el os. Y haremos un inventario de los trabajadores de día e invitados que se adapte a él.

Había más asuntos similares, minucias que podían ser fácilmente delegadas. La mayor parte tenía que ver con un bloqueo prolongado que Ray no podía llegar a concebir seriamente. ¿Un mes así? ¿Tres meses? Era inimaginable. Su certeza tan solo se veía alterada por el hecho inquietante de que el bloqueo hacía tiempo que duraba más allá de lo razonable.

Sue Sampel l amó a la puerta mientras Weingart iba resumiendo las conclusiones.

—No hemos terminado —gritó Ray antes de que entrara.

Ella se asomó al despacho.

—Lo sé, pero…

—Si Shulgin está aquí, puede esperar unos minutos.

—No está aquí, pero ha llamado para cancelar la cita. Se ha ido al acceso sur.

—¿El acceso sur? ¿Qué coño es tan importante en el acceso sur?

Ella sonrió con furia contenida.

—Dijo que lo entendería si echara un vistazo por la ventana.

El enorme vehículo de dieciocho ruedas de color negro, sucio y fuertemente acorazado, fue avanzando lentamente por la carretera que conducía a Blind Lake como un inmenso remolque, intimidado por todas aquellas defensas. Donde debería haber estado la cabina del piloto, únicamente podía verse un cono borroso lleno de sensores. El camión estaba girando la curva, calculando la ruta a través de un GPS. No había conductor humano. El camión se estaba conduciendo solo.

Para cuando Chris y Elaine alcanzaron las inmediaciones del acceso sur, la carretera ya estaba abarrotada de trabajadores diurnos sin más obligaciones, personal de oficina y adolescentes. Dos camionetas de Seguridad Civil aparcaron y descargaron una docena de hombres de uniforme gris que comenzaron a alejar a todas aquellas personas hasta lo que consideraron una distancia de seguridad.

La verja que rodeaba el perímetro interno de Blind Lake era una construcción de contención al uso, le había contado Elaine a Chris. Sus postes tenían cimientos reforzados encajados profundamente en la tierra; sus cadenas y eslabones estaban hechos de compuesto de carbono, más duro que el acero y con superficies más consistentes que el teflón. Estaban repletos de sensores. Sobre todo aquello había una doble hilera de cuchillas de alambre con una inclinación de diecinueve grados. Toda la estructura podía electrificarse hasta un nivel letal.

El acceso que bloqueaba la carretera estaba preparado para abrirse a una señal de un guarda o a través del código de un sensor. La garita del guardia era un bunker de hormigón de troneras horizontales, duro como el lecho de roca pero vacío en aquel momento; el guardia había sido retirado de su puesto en cuanto comenzó el bloqueo.

Chris se fue abriendo paso entre la multitud hasta la primera fila, seguido de Elaine, que le agarraba por los hombros para no separarse de él. Al final lograron alcanzar la barrera para la carretera que los encargados de la seguridad estaban emplazando con dificultad. Elaine señaló a un coche que se acercaba.

—¿No es aquel Ari Weingart? Y creo que el tipo que le acompaña es Raymond Scutter.

Chris tomó nota de la cara. Ray Scutter tenía una historia interesante. Hacía quince años había sido un prominente crítico de Astrobiología, «la ciencia de las ilusiones». La decepción de Marte le había dado una gran credibilidad a su punto de vista, al menos hasta que los Buscadores de Planetas Terrestres comenzaron a obtener resultados interesantes. Los avances de Crossbank y Blind Lake habían hecho que su pesimismo pareciera corto de miras y mezquino, pero Ray Scutter había sobrevivido reculando y adoptando el entusiasmo del converso. Las sólidas contribuciones originales que había hecho en la primera ola de estudios geológicos y atmosféricos no solo habían rescatado su carrera, sino que le habían permitido promocionar a través de la burocracia hasta alcanzar posiciones administrativas importantes primero en Crossbank, y ahora en Blind Lake. Ray Scutter podría haber sido un sujeto interesante, pero se suponía que era difícil acceder a él, y sus declaraciones públicas eran tan previsiblemente banales que mejores periodistas que Chris lo habían dado como un caso perdido.

En aquel momento estaba con el entrecejo fruncido, intercambiando opiniones con el jefe de Seguridad. Chris no podía oír la conversación, pero la grabó durante unos segundos con un zoom en su agenda portátil. Tan solo unos pocos, sin embargo. Estaba dejando libre la mayor parte de la memoria para la aparentemente inevitable colisión del camión robotizado contra la puerta de acceso.

El camión estaba ya a unos cien metros de la garita del guardia. Parecía tan enorme que nada lo podría parar.

Elaine se puso la mano como visera y estudió atentamente la línea de la verja. El sol poniente había quedado oculto bajo unas nubes, y unos rayos de luz se filtraban atravesando la pradera. Puso la boca contra el oído de Chris.

—¿Estoy imaginando cosas, o aquellos son zánganos de bolsillo?

Sobresaltado, Chris siguió su mirada.

Bob Krafft, un contratista que había venido a Blind Lake con un equipo de ingenieros para estudiar la zona este del Paseo para la construcción de nuevas viviendas, había visto el camión poco después del mediodía, cuando todavía era un punto del tamaño de un guisante en el amplio horizonte del sur.

Había estado algún tiempo en las guerras turcas y pudo identificar aquel camión como el tipo de vehículo sin tripulantes de abastecimiento que se podía encontrar comúnmente en la zona de combate. Pero el camión no lo alarmaba. Más bien al contrario. Aunque pareciera incongruente, el vehículo también estaba sujeto al bloqueo. Lo que quería decir que el acceso sur tendría que abrirse para dejarlo entrar. Y allí residía la oportunidad de oro. Supo inmediatamente lo que tenía que hacer.

Encontró a su esposa Courtney entre los camastros del gimnasio donde habían estado languideciendo durante casi una semana. Le dijo que esperara al í pero que estuviera preparada para irse. El a lo miró nerviosa (Courtney estaba nerviosa la mayor parte del tiempo), pero no dijo nada y asintió con la cabeza con gesto conciso.

Bob caminó dos manzanas (rápido, pero no lo suficientemente rápido como para atraer la atención) hasta su coche en el aparcamiento para visitantes, bajo el Hubble Plaza. Se metió en él, comprobó dos veces el indicador de la batería, encendió el motor y condujo con velocidad calculada de vuelta al centro de ocio. Tenía el pulso acelerado, pero las palmas de sus manos estaban secas. Courtney, caminando arriba y abajo de las grandes puertas de entrada, a pesar de que le había dicho que se quedara dentro, lo vio y saltó al asiento del copiloto.

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