Robert Wilson - Testigos de las estrellas

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En Blind Lake, una gran instalación federal de investigación, los científicos están empleando una tecnología que apenas comprenden para observar la vida diaria en una ciudad de alienígenas, moradores de un lejano planeta. No son capaces de contactar con ellos, ni comprenden su lengua. Lo único que pueden hacer es observar.
Sin previo aviso, se impone un cordón militar alrededor de Blind Lake. Todas las comunicaciones quedan cortadas. La comida y demás suministros son entregados por control remoto. Nadie conoce el motivo, aunque los científicos siguen con sus investigaciones. Hasta que uno de ellos llega a la conclusión de que aquellos seres, aunque parezca imposible, son conscientes de la observación del proyecto.

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—De acuerdo con su informe, le diagnosticaron…

—Síndrome de Asperger, sí, pero eso no es un caso terriblemente infrecuente. Tiene unos pocos tics, no habla demasiado y no es muy buena haciendo amigos, pero lo hemos sabido desde hace años. Es solitaria, sí, y creo que su soledad contribuyó al problema de Crossbank.

—Creo que también es solitaria aquí.

—Estoy segura de que tiene razón. Sí, es solitaria y está desorientada. ¿No lo estaría usted? Sus padres divorciados, un nuevo lugar donde vivir, además de todas las crueldades normales que un niño tiene que soportar a su edad. No hace falta que me hable de el o. Lo veo cada día. En su lenguaje corporal, en sus ojos.

—¿Y no cree que la terapia le serviría de ayuda?

—No quiero dar la impresión de que me despreocupo, pero la terapia no ha sido un gran éxito. Tess ha estado tomando Ritalin y un buen montón de otras drogas, y ninguna de el as le ha hecho ningún bien. Más bien al contrario. Eso también debería constar en el informe.

—La terapia no implica medicación necesariamente. En ocasiones, ya la charla es una ayuda.

—Pero no ayudó a Tess. Si logró algo fue hacerla sentirse más diferente, más sola, más oprimida.

—¿Le ha dicho eso a usted?

—No tuvo que hacerlo. —Marguerite se dio cuenta de que le sudaban las palmas de las manos. Su voz se había hecho más tensa. Esa manía tuya de ponerte a la defensiva, solía decir Ray—. ¿Adonde quiere llegar, señor Fleischer?

—De nuevo siento si esto parece intrusivo. Me gusta tener un historial de mis alumnos, especialmente si están teniendo problemas. Creo que me hace mejor profesor. Adivino que también me hace sonar como un interrogador. Mis disculpas.

—Ya sé que Tess ha sido un poco lenta con sus redacciones, pero…

—Viene a clase, pero hay días en que está, no sé cómo describirlo… emocionalmente ausente. Mirando por la ventana. A veces la llamo por su nombre y no me responde. Habla en susurros consigo misma. Eso no la hace única, mucho menos desequilibrada, pero a mi me hace más difícil el trabajo. Todo lo que estoy diciendo es que quizás nosotros podamos ayudar.

—Ray ha estado aquí, ¿verdad?

El señor Fleischer parpadeó.

—He hablado con su marido, con su ex-marido, en un par de ocasiones, pero eso es habitual.

—¿Qué le dijo? ¿Que no me ocupo de ella? ¿Que ella se queja de estar sola cuando está conmigo?

Fleischer no contestó, pero sus ojos abiertos de par en par lo delataron. Había dado de lleno. ¡Puto Ray!

—Mire —dijo Marguerite—, aprecio su preocupación y la comparto, pero usted también debería saber que Ray no está satisfecho con los acuerdos de la custodia, y que no es la primera vez que trata de ponerme la zancadilla y hacerme parecer como una mala madre. Déjeme adivinar: vino aquí y le dijo cuánto sentía sacar la cuestión, pero que estaba preocupado por Tess, que arrastraba todo el problema de Crossbank y que quizás tampoco estuviera recibiendo todo la atención que necesita, es más, ella misma le ha dicho a él un par de cosas al respecto… ¿Me equivoco?

Fleischer levantó las manos mostrando las palmas.

—No puedo meterme en este tipo de discusión. Le dije al padre de Tessa las mismas cosas que le estoy diciendo a usted.

—Ray tiene sus propios intereses, señor Fleischer.

—Mi preocupación es para con Tess.

—Bueno, yo… —Marguerite se contuvo las ganas de morderse el labio. ¿Cómo había ido todo tan mal? Fleischer ahora la estaba mirando con paciente preocupación, con una preocupación protectora, pero él era un profesor de octavo curso, después de todo, y quizás aquel ceño fruncido de ojos grandes fuera tan solo un reflejo defensivo, una máscara que tomaba cuerpo cada vez que se enfrentaba a un chico histérico. O a una madre—. Usted sabe que yo, obviamente, quiero hacer todo lo que pueda ayudar a Tess, ayudarla a concentrarse en sus estudios…

—Básicamente —dijo Fleischer—, creo que aquí estamos en la misma sintonía de onda. Tess se perdió bastante en el colegio de Crossbank, y no queremos que aquí se repita lo mismo.

—No. No lo queremos. Sinceramente, no creo que suceda de nuevo —añadió con la esperanza de no sonar demasiado desesperada—. Puedo sentarme con ella, decirle que sea más minuciosa en su trabajo, si usted cree que sería buena idea.

—Eso puede ayudar. —Fleischer dudó un poco, y continuó—: Todo lo que estoy diciendo, Marguerite, es que los dos necesitamos mantener los ojos abiertos en lo que le interesa a Tess. Detener los problemas antes de que surjan.

—Tengo los ojos abiertos todo el tiempo, señor Fleischer.

—Bueno, eso está bien. Eso es lo importante. Si considero que necesitamos hablar de nuevo, ¿puedo llamarla?

—Cuando quiera —dijo Marguerite, ridículamente agradecida porque la entrevista parecía l egar a su fin.

Fleischer se incorporó.

—Gracias por su tiempo, y espero no haberla alarmado.

—En absoluto. —Una mentira de órdago.

—Mi puerta siempre estará abierta si usted tiene alguna preocupación.

—Gracias. Se lo agradezco.

Se fue rápidamente por el pasillo hasta la puerta principal de la escuela, como si estuviera dejando la escena del crimen. Había sido un error el mencionar a Ray, pensó, pero había podido ver sus huellas por todas partes durante toda la entrevista, y vaya bonito escenario había formado. ¿Cómo había podido Ray utilizar los problemas de Tessa como arma?

A no ser, pensó Marguerite, que me esté engañando a mí misma. A no ser que los problemas de Tessa sean más serios que un leve desorden de personalidad; a no ser que todo el circo de Crossbank estuviera a punto de repetirse… Haría lo que fuera para ayudar a Tessa a superar aquel paso difícil, si descubría el modo de hacerlo; pero la propia indiferencia refractaria de Tessa era casi imposible de penetrar… especialmente si Ray interfería continuamente, si jugaba sucio intentando conseguir una buena posición en una hipotética batal a por la custodia de su hija.

Ray, viendo cada conflicto como una guerra y dominado por sus propios temores a perder…

Marguerite empujó las puertas y salió al aire otoñal. La tarde había refrescado considerablemente, y las nubes estaban más bajas, o al menos se lo parecía así bajo la larga luz del sol. La brisa era fría, pero la agradecía después del calor claustrofóbico de la clase del colegio.

Conforme se metía en el coche oyó el llanto de las sirenas. Condujo con cuidado hasta la salida y se detuvo el tiempo suficiente para dejar pasar rugiendo al vehículo de la Seguridad de Blind Lake. Parecía que se dirigía al acceso sur del complejo.

9

Sue Sampel, la secretaria ejecutiva de Ray Scutter, l amó a su puerta y le recordó que Ari Weingart tenía concertada con él una cita dentro de veinte minutos. Ray levantó la vista de la pila de papeles impresos y apretó los labios.

—Gracias, soy consciente de ello.

—Además del jefe de Seguridad Civil, a las cuatro en punto.

—Puedo leer mi propia agenda diaria, gracias.

—De acuerdo entonces —dijo Sue. Y que te jodan, también. Ray estaba de pésimo humor aquel miércoles, y no es que normalmente fuera un encanto, precisamente. Supuso que estaba tan afectado por el bloqueo como todos los demás. Ella entendía la necesidad de seguridad, e incluso podía imaginar que quizás fuera necesario (aunque solo Dios supiera por qué) prohibir algo tan sencil o como llamar por teléfono más allá del perímetro de Blind Lake. Pero si aquel o duraba más de la cuenta, muchas personas iban a perder los nervios. Muchos ya lo estaban haciendo. Los trabajadores de día, por ejemplo, que tenían vidas (esposas, hijos) fuera del campus de Blind Lake. Pero también los residentes permanentes. El a misma, por ejemplo. Vivía en Blind Lake pero conocía gente fuera del campus, y había estado esperando con ansiedad poder recibir aquella importante segunda l amada telefónica de un hombre que había conocido en el grupo de Solteros Seculares en Constance, un hombre de su edad, cuarenta y pocos, veterinario, de pelo fino y ojos agradables. Se lo imaginó con un teléfono en la mano, mirando con tristeza a la pantalla donde se leía «NO DA SEÑAL» o «LLAMADA NO DISPONIBLE», y eventualmente dejándola por imposible. Otra oportunidad perdida. Al menos aquel a vez no sería culpa suya.

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