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Arthur Clarke: La ciudad y las estrellas

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Arthur Clarke La ciudad y las estrellas

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Los hombres habían construido ciudades antes, pero ninguna como Diaspar. Diaspar: porque Diaspar tenía una leyenda. Era la última ciudad construida en la Tierra por el poder de quienes también pudieron conquistar las estrellas. Pero la grandeza de Diaspar acabó desapareciendo. Desde los más oscuros límites del Universo los Invasores atacaron el imperio creado por el hombre y lo confinaron otra vez a la Tierra. Quien fuera que abandonara la Tierra caería bajo la ira de los Invasores. Esta era la leyenda de Diaspar. Una leyenda de un billón de años…

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Arthur C. Clarke

La ciudad y las estrellas

Título: La ciudad y las estrellas

1967 Clarke, Arthur C.

Título original: The city and the stars

Traductor: F. Cazorla

Editorial: EDHASA

Introducción

Como una joya resplandeciente, la ciudad descansaba sobre el corazón del desierto. Una vez, conoció el cambio y la alteración, pero ahora el TIEMPO había ido transcurriendo. La noche y el día tenían sus efectos sobre la superficie del desierto; pero en las calles de Diaspar, siempre era de día, y jamás llegaba la oscuridad. Las largas noches del invierno podían salpicar la arena del desierto con la escarcha y el rocío, procedente aún de la leve capa atmosférica que todavía quedaba en la Tierra, congelada, pero la ciudad no conocía ni el frío ni el calor. No tenía el menor contacto con el mundo exterior; Era un universo en sí misma.

Los hombres, habían construido ciudades antes; pero jamás una ciudad como aquélla. Algunas habían permanecido durante siglos, algunas incluso por milenios, antes de que el Tiempo hubiera barrido sus nombres de la superficie terrestre. Sólo Diaspar había desafiado a la Eternidad, defendiéndose a sí misma y protegiéndose y escudándose contra la lenta erosión de las edades, el embate de la decadencia y la corrosión y la herrumbre.

Desde que se construyó la ciudad, los océanos de la Tierra habían desaparecido y el desierto se había extendido por el globo entero. Las últimas montañas se habían ido erosionando y deshaciendo hasta convertirse en polvo por los vientos y las lluvias, y el resto del mundo era ya demasiado débil en sus fuerzas naturales para seguir atacándola. La ciudad vivía al margen de todo cuidado; la Tierra había desaparecido prácticamente hundida en todo su glorioso esplendor pasado y Diaspar seguía y seguirla protegiendo a los hijos de sus constructores, sosteniéndoles, dándoles vida y conservando sus tesoros en seguridad por el transcurso de los tiempos.

Sus habitantes habían ya olvidado muchas cosas; pero no importaba. Estaban tan perfectamente adaptados y encajados a su entorno vital, ya que así había sido diseñado y construido. Lo que existiese más allá de las murallas de la ciudad, era algo que ya no importaba a nadie, sencillamente constituía algo para lo que sus mentes permanecían absolutamente cerradas. Diaspar era cuanto existía, todo cuanto necesitaban, todo cuanto se podía imaginar. Tampoco importaba en absoluto que el Hombre hubiese llegado una vez a dominar las estrellas.

Con todo, los viejos mitos surgían de tanto en tanto, para fascinarles con su misterioso atractivo, ante el que se estremecían con cierto malestar, recordando las leyendas del Imperio, cuando Diaspar era joven y hacía circular su sangre por el Universo del que había recogido la vida y las riquezas, procedentes del comercio con muchos sistemas solares alejados en el Cosmos. Nadie quería volver a los viejos días, puesto que se hallaban contentos y felices en su eterno otoño. Las glorias de la pasada grandeza del Imperio pertenecían al pasado, y allí podían quedarse para siempre, ya que recordaban cómo el Imperio había encontrado su fin y ante el pensamiento de los Invasores, el frío de los espacios interestelares parecía volver a calarles los huesos.

Entonces; volvían de nuevo a sumergirse una vez más en la vida y en el calor de la ciudad, en la larga y dorada edad cuyos principios ya se habían borrado de sus mentes, en una gran parte, y cuyo fin quedaba aún muy lejano en el futuro. Otros hombres habían soñado tal edad de oro; pero sólo ellos lo habían logrado.

Ya que ellos habían vivido en la misma ciudad, habían paseado las mismas calles milagrosamente incambiadas, mientras que habían ido transcurriendo en el Tiempo más de mil millones de años.

CAPÍTULO I

Les había llevado muchas horas abrirse paso fuera de la Cueva de los Gusanos Blancos. Incluso entonces, no podían estar seguros de que alguno de aquellos pálidos monstruos no estuviera persiguiéndole, estando como estaban con la carga de sus armas casi agotada. Ante ellos, las flotantes flechas de luz que habían sido su misteriosa guía a través de los laberintos de la Montaña de Cristal, todavía continuaban haciéndoles señas. No tenían otra alternativa sino seguirlas, aunque al hacerlo así, corrieran el peligro de volver a caer en espeluznantes situaciones de mortales riesgos.

Alvin, volvió la vista atrás para ver si sus compañeros permanecían aún con él. Mystra se hallaba muy cerca y tras él, llevando en las manos la esfera de luz fría y luminosa que les había revelado la existencia de tales horrores y tanta belleza al mismo tiempo, desde que comenzó su aventura. Aquel pálido resplandor inundaba el estrecho corredor y reverberaba en los relucientes muros; y mientras durase su energía podrían ir viendo hacia dónde se dirigían y como detectar la presencia de cualquier peligro visible. Pero Alvin sabía demasiado bien, que los mayores peligros en aquellas cavernas, no eran precisamente los visibles.

Detrás de Mystra, luchando con el peso de su proyector, venían Narilian y Floranus. Alvin se preguntó interiormente él por qué aquellos proyectores resultaban tan pesados, ya que podían haber sido neutralizados en su gravedad con el más sencillo de los dispositivos. Alvin pensaba en cosas así, incluso en medio de las más desesperadas aventuras. Cuando tales pensamientos cruzaban su mente, parecía como si la estructura de la realidad temblase por un instante y que tras el mundo de los sentidos, captaba un vistazo de otro universo totalmente diferente.

El corredor llegó a su fin sobre un muro liso. ¿Les habrían traicionado de nuevo aquellas flechas luminosas? No, al aproximarse, la roca comenzó a disolverse en polvo. A través del muro rocoso, perforaba una broca giratoria que ensanchó rápidamente un paso como un gigantesco paso de tuerca. Alvin y sus amigos echaron un paso atrás, esperando que la máquina forzara su paso en la caverna. Con un ensordecedor ruido de metal sobre la roca, que seguramente era producido por los ecos de la Montaña, el terreno se aplastó repentinamente junto a la muralla y todo quedó en silencio. Una puerta maciza se abrió, por la que apareció Callistron gritándoles que se dieran prisa. ¿Por qué Callistron? Imaginó Alvin. ¿Qué es lo que ella está haciendo ahora? Un momento después todos estaban seguros y la máquina prosiguió su camino por las profundidades de la tierra.

La aventura había terminado. Pronto, como siempre ocurría, deberían hallarse en casa y toda la maravilla, el terror y la excitación quedaría tras ellos. Estaban cansados, pero contentos.

Alvin comprobó desde el filo en que se hallaba que él subterráneo conducía hacia las profundidades. Presumiblemente, Callistron sabía lo que estaba haciendo y aquélla era la forma de volver a casa. Con todo, era una lástima…

— Callistron — dijo súbitamente— ¿por qué no subir arriba? Nadie sabe qué es lo que guarda en sus entrañas la Montaña de Cristal. ¡Qué maravilloso sería poder salir al exterior en alguna parte de sus laderas, para ver el cielo y toda la tierra que la rodea! Hemos permanecido bajo tierra demasiado tiempo…

Aunque pronunciaba tales palabras, de alguna forma sabía en su subconsciente que eran equivocadas. Mystra emitió un grito ahogado, el interior del subterráneo vibró como una imagen vista a través del agua y detrás y más allá de las murallas metálicas que le rodeaban. Alvin pudo captar una vez más, una mirada de reojo y muy rápida de otro universo. Aquellos dos mundos parecían hallarse en conflicto, dominando primero uno y después el otro. Después, y con toda presteza, todo acabó. Se produjo una sensación restallante… y el sueño llegó a su fin. Alvin, se encontraba de nuevo en Diaspar, en su propio hogar, en su habitación privada y flotando a uno o dos pies del suelo, a causa del campo gravitatorio especial que le protegía del molesto contacto con la materia bruta.

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