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Arthur Clarke: La ciudad y las estrellas

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Arthur Clarke La ciudad y las estrellas

La ciudad y las estrellas: краткое содержание, описание и аннотация

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Los hombres habían construido ciudades antes, pero ninguna como Diaspar. Diaspar: porque Diaspar tenía una leyenda. Era la última ciudad construida en la Tierra por el poder de quienes también pudieron conquistar las estrellas. Pero la grandeza de Diaspar acabó desapareciendo. Desde los más oscuros límites del Universo los Invasores atacaron el imperio creado por el hombre y lo confinaron otra vez a la Tierra. Quien fuera que abandonara la Tierra caería bajo la ira de los Invasores. Esta era la leyenda de Diaspar. Una leyenda de un billón de años…

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«Sé lo que estás imaginando, Alvin. Quieres saber cuándo podrás recordar las memorias de tus otras vidas pasadas, como tus compañeros lo están haciendo.

«No hay tales recuerdos ni memorias, porque tú eres único. Hemos tratado de evitarte que lo supieras tanto tiempo como nos ha sido posible, para que ninguna sombra entorpeciera tu infancia feliz, aunque supongo que en cierta forma, has debido ir suponiéndolo a tu vez, como parte de esta verdad. Tampoco lo sospechábamos nosotros mismos, hasta hace cinco años; pero ahora ya no hay duda alguna.

«Tú, Alvin, eres algo que ha ocurrido en Diaspar sólo un puñado de veces desde que se fundó la ciudad. Quizá hayas permanecido durmiendo en los bancos de memorias a través de todas las edades… o tal vez fuiste creado hace sólo veinte años por alguna permutación debida al azar. Puedes muy bien haber sido diseñado y concebido en los principios por los constructores de Diaspar, o ser solamente un accidente sin propósito determinado de nuestro propio tiempo.

«Es algo que ignoramos. Todo lo que sabemos, es esto: tú, Alvin, solo en toda la raza humana, nunca has vivido antes. Expresado literalmente en una cierta verdad: tú eres el primer muchacho que de veras has nacido en la Tierra desde hace, por lo menos, mil millones de años».

CAPÍTULO III

Cuando Jeserac y sus padres se desvanecieron de su vista, Alvin permaneció descansando durante largo rato, tratando de mantener su memoria vacía de todo pensamiento. Cerró su habitación por completo para que nadie pudiese interrumpir aquella especia de trance mental.

No estaba durmiendo, el sueño era algo que jamás había experimentado, puesto que era algo que pertenecía a un mundo que tuviese día y noche, pero en Diaspar sólo existía el día. Aquello era lo más cercano que podía existir a un hecho olvidado y aunque no era realmente esencial para él, sabía que de tal forma podía componer su estado mental.

Había aprendido poco, casi todas las cosas que Jeserac le había dicho ya lo había supuesto. Pero había una cosa que suponer e imaginar y que tal suposición fuese confirmada más allá de toda posibilidad de refutación.

¿De qué forma podría afectar su vida, si es que debía afectarle? Alvin no pudo estar seguro y la incertidumbre fue una nueva sensación para el joven. Tal vez aquello no tuviese ninguna importancia ni estableciese diferencia alguna en su vida si no encajaba por completo en la vida de Diaspar, podría hacerlo en la próxima… o en otra más lejana…

Aunque se había esforzado en conformar y encararse con tal pensamiento, su mente rehusaba aceptarlo. Diaspar podría ser suficiente para el resto de la Humanidad; pero no lo bastante para él. No dudaba de que podían emplearse un millar de vidas sin apurar el gozo de tanta maravilla y de experimentar todos sus cambios. Él podría hacer todo aquello; pero aun así, si no pudiese hacer algo más, jamás estaría contento.

Se planteaba un problema con que encararse. ¿Qué más había que hacer?

Aquella pregunta sin respuesta, le sacó de su estado de ensoñación. No podía permanecer allí estático, en semejantes circunstancias y estado de ánimo. En la ciudad existía sólo un lugar en donde poder hallar alguna paz para su mente excitada.

La pared se desvaneció en parte al salir hacia el corredor y las moléculas polarizadas de su estructura resistieron su paso como un débil viento soplándole en el rostro. Existían muchos medios de ser transportado sin esfuerzo a cualquier parte; pero prefirió caminar. Su habitación se hallaba casi al nivel principal de la ciudad y un corto pasaje le llevo a una rampa en espiral que a su vez conducía a la calle.

Alvin ignoró el camino rodante y siguió a pie por la estrecha acera, un gesto excéntrico, ya que tenía varias millas que caminar. Pero a Alvin le gustaba el ejercicio, servía para relajarle la mente. Además, había tantas cosas que ver que resultaba una lástima pasar de largo sin contemplar de cerca las últimas maravillas de Diaspar, cuando tenía ante él una verdadera eternidad de tiempo.

Era la costumbre de los artistas de la ciudad, y todos sus ciudadanos lo eran en una u otra ocasión el mostrar públicamente sus producciones corrientes a lo largo de los caminos móviles, para que los transeúntes pudiesen admirar su trabajo. De esta manera, era usualmente cosa de pocos días el que la totalidad de la población de Diaspar hubiese criticado y examinado cualquier producción notable expresando así sus diferentes puntos de vista al respecto de la creación artística. El veredicto resultante, registrado automáticamente por dispositivos especiales que recogían las opiniones de forma tal que nadie pudiera sobornar o alterar, aunque alguna vez se habían realizado intentos en tal sentido, decidían la aparición de una obra maestra. Si existían bastantes votos afirmativos, su forma iría a parar a la memoria de la ciudad, de tal manera que cualquiera que lo deseara, en cualquier fecha futura, pudiese poseer una reproducción absolutamente indistinguible del original.

Las obras de menos éxito, seguían el camino de tales trabajos bien disolviéndose en sus materiales elementales de origen o expuestas en los hogares de los amigos del artista.

Alvin tan sólo vio un objeto de arte en su jornada que realmente llamó su atención. Era una creación casi abstracta, como la reminiscencia pura de una flor a punto de abrirse a la luz. Creciendo lentamente y procedente de un diminuto núcleo de color, expandiría sus complejas espirales y estructuras para después colapsarse y. recomenzar de nuevo el ciclo. Aun así no del todo con exactitud, puesto que no había dos ciclos idénticos. Aunque Alvin la observaba a través de una especie de pulsaciones cada vez se producían unas sutiles e indefinibles diferencias, aunque la pauta básica permanecía la misma.

Alvin sabía por qué le gustaba aquella pieza de intangible escultura. Su ritmo expansivo, daba una impresión de espacio… casi de evasión. Por tal razón, no llamaría probablemente la atención de la mayor parte de sus compatriotas. Tomó nota del nombre del artista y decidió visitarle en la más próxima oportunidad.

Todos los caminos, tanto los móviles como los estacionarios, llegaban a un fin, al alcanzar el Parque que era el gran corazón verde de la ciudad. Allí, en un espacio circular de tres millas de anchura, se hallaba un recuerdo de lo que la Tierra había sido antes de que el desierto lo engullera todo, excepto Diaspar. Primero, un gran cinturón de hierba, después arbustos que crecían en árboles más y más altos y espesos conforme se caminaba hacia delante bajo su sombra. Al propio tiempo, el terreno se inclinaba suavemente hacia abajo, de tal forma que cuando al final se emergía del bosque quedaba desvanecido todo rastro de la ciudad, escondida por una pantalla de árboles.

La amplia corriente acuosa que Alvin tenía frente a sí, era llamada sencillamente el Río. No tenía otro nombre, ni lo precisaba. A intervalos, era cruzado por estrechos puentes y fluía alrededor del Parque en un círculo cerrado y completo, roto ocasionalmente por algunos lagos. Aquel río de rápida corriente, volvía sobre sí mismo tras un recorrido de unas seis millas y nunca había sorprendido a Alvin con nada fuera de lo normal, en realidad ni siquiera había pensado dos veces respecto a la cuestión de sí en cualquier punto de su circuito, el Río hubiese fluido colina arriba. Había cosas mucho más extrañas que aquélla en Diaspar.

Una docena de personas jóvenes estaban nadando en uno de los pequeños lagos de su recorrido y Alvin se detuvo para observarlas. Conocía a la mayor parte de vista, aunque no por sus nombres y por un momento estuvo tentado de unirse a su distracción. Pero el secreto que llevaba en su interior le decidió contra tal decisión y se contentó con su papel de simple observador.

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