Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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Regresó a mirar al albino y vio que este miraba a Johan. No estaba seguro de si era una mirada de traición o de remordimiento. Pronto lo sabrían.

***

– ¡DEMASIADO PRONTO! -exclamó Mikil, mirando hacia abajo desde su posición en el árbol.

El sol acababa de salir cuando la larga línea de albinos apareció en el borde del campo con un guardia para cada uno. Una segunda fila de guardias entraba al campo en cada lado.

– ¿Qué te dije? -manifestó Thomas-. Qurong no es tonto. El sospecha que Chelise estará tan obligada por mi cautiverio como lo está el Círculo. ¿Ves a Woref?

– No. Hay un general, pero no creo que sea Woref,

– Habrías creído que él manejaría esto por sí mismo -declaro Thomas, regresando a ver los árboles detrás de él-. ¿Está despejado d camino?

– No hay manera de que pudieran haber tendido una trampa tan pronto, dame diez minutos sobre ellos y estaremos libres -pidió Mikil, agarrándole e] hombro-. ¿Estás seguro acerca de esto, Thomas? Me preocupa.

– ¿Y no te preocupa la muerte de ellos? -le preguntó él señalando hacia los albinos, quienes ahora se hallaban sobre sus caballos en una larga fila, esperando el siguiente movimiento-. Solo asegúrate de que nada le ocurra a Chelise. Sin ella mi vida no tiene sentido.

– Johan mismo la ataría de pies y manos si creyera que ella se podría fugar.

– No es eso. Si ella me dejara ahora por Woref, creo que preferiría estar muerto. Y ella aún tiene la enfermedad, Mikil, No confío en su mente.

– Pero confías en su corazón.

– Me estoy jugando la vida por el corazón de esa mujer.

Habían elaborado un plan para sacar a Thomas, una jugada arriesgada que involucraba un intercambio por Chelise en el desierto, pero que requeriría la cooperación de la princesa.

– La fortaleza de Elyon, amiga mía -declaró Thomas, agarrándole el brazo.

– Ten cuidado, Thomas.

– Lo tendré.

– Si logramos superar esto, me gustaría soñar contigo. Convertirme en Kara,

– Si Kara vive, creo que le encantará.

Thomas se sentó en uno de los caballos, respiró profundo y salió a campo abierto junto a los manzanos.

– Nos encontramos a mitad de camino -gritó.

Ellos lo vieron y sostuvieron una breve discusión. El general que Mikil había visto lo llamó.

– Lentamente. Sin trucos. Tenemos hombres a cada lado.

Thomas fustigó el caballo y se fue hacia la línea. Los albinos comenzaron a moverse al frente.

Él los pasó a su derecha, a menos de siete metros de distancia tres arqueros atesaban sus arcos. Si salía disparado ahora le darían fácilmente. Asintió al albino más cerca de él, una anciana mujer llamada Martha. Ella lo miró con temor en los ojos.

– Te veré pronto, Martha, sé fuerte.

– La fortaleza de Elyon -pronunció ella en voz baja.

Entonces los pasó y se entregó a las hordas. Los miembros de la tribu trotaron por el campo y desaparecieron entre los árboles.

– ¡Baje del caballo! -ordenó el general.

Thomas desmontó y dejó que le ataran las manos a la espalda con una larga cuerda de lona.

– ¿Esperas que camine todo el trayecto?

El general no respondió. Ataron el caballo de Thomas a otros dos, lo empujaron por detrás en la silla, y se lo llevaron.

Thomas entró cabalgando en la ciudad de las hordas por segunda vez en dos semanas. Otra vez presenció la miseria causada por la enfermedad. Una vez más intentó sin lograrlo hacer caso omiso de la inmundicia y la pestilencia de los encostrados que lo insultaban a gritos. Otra vez se acercó al tenebroso calabozo que antes fuera un gran anfiteatro construido para la expresión de ideas y de libertad. Esta vez pasaron el castillo sin llevarlo ante Qurong. Eso vendría muy pronto.

No menos de cien guardias rodeaban la mazmorra, todos armados con arcos y guadañas. Estos no eran parte de un ejército habitual. Eran veteranos de batallas y miraban con odio amargo.

El guardia de la mazmorra le hizo bajar los húmedos peldaños y recorrer el mismo pasillo por el que antes había andado. Pero pasaron la antigua celda de Thomas y lo bajaron por un segundo tramo de escaleras hacia un nivel más bajo iluminado solo con antorchas. Lo empujaron dentro de una celda pequeña, cerraron de un portazo la celda y lo dejaron en oscuridad total.

Thomas se dejó caer en el rincón, exhausto. Ahora lo único que podía hacer era esperar.

Y soñar. 

de cañón que un brinco de «uno, dos y tres», y aquel fije desde la parte trasera de un transporte militar que un misil cortara por la mitad dos semanas antes. Esta vez sería un salto en conjunto con el mayor Scott MacTiernan, de las tropas de asalto del ejército.

Las defensas francesas no solían entrar en combate con aviones enemigos sobre su territorio; el súbito cambio de poder tenía solo dos semanas y los militares estaban siendo coaccionados. Todo esto jugaba a favor de los estadounidenses. El avión de carga C-2A Greyhound salió del USS Nimitz a ochocientos kilómetros de la costa de Portugal y voló sobre España y luego por sobre el occidente de Francia, pegado a tierra debajo de los radares. Tan pronto como se acercaron al punto de descenso, el piloto lanzó el morro del avión hacia arriba y dejó que se enfilara hacia los oscuros cielos.

Las defensas aéreas los descubrieron a dos mil pies de altura.

– Usted tiene diez segundos -informó bruscamente el instructor.

Habían calculado la ventana basada en el tiempo que le llevaría al radar francés confirmar y responder al repentino pitidito de sus pantallas. El para caídas estaba hecho de un tejido que los identificaría poco o nada, y aun así no estarían en el aire el tiempo suficiente para causar alarma.

– Recuerde, tranquilidad -comentó MacTiernan, enfrentando el viento sobre el hombro de Thomas; le revisó las correas amarradas al pecho-, A la cuenta de tres.

35

EL ÚNICO salto que Thomas había realizado nunca fue más un disparo de cañón que un brinco de «uno, dos y tres», y aquel fue desde la parte trasera de un transporte militar que un misil cortara por la mitad dos semanas antes. Esta vez sería un salto en conjunto con el mayor Scott MacTiernan, de las tropas de asalto del ejército.

Las defensas francesas no solían entrar en combate con aviones enemigos sobre su territorio; el súbito cambio de poder tenía solo dos semanas y los militares estaban siendo coaccionados. Todo esto jugaba a favor de los estadounidenses. El avión de carga c-2a Greyhound salió del USS Nimitz a ochocientos kilómetros de la costa de Portugal y voló sobre España y luego por sobre el occidente de Francia, pegado a tierra debajo de los radares. Tan pronto como se acercaron al punto de descenso, el piloto lanzó el morro del avión hacia arriba y dejó que se enfilara hacia los oscuros cielos. Las defensas aéreas los descubrieron a dos mil pies de altura. -usted tiene diez segundos -informó bruscamente el instructor. Habían calculado la ventana basada en el tiempo que le llevaría al radar francés confirmar y responder al repentino pitidito de sus pantallas. El paracaídas estaba hecho de un tejido que los identificaría poco o nada, y aun así no estarían en el aire el tiempo suficiente para causar alarma.

– Recuerde, tranquilidad -comentó MacTiernan, enfrentando el viento sobre el hombro de Thomas; le revisó las correas amarradas al pecho-. A la cuenta de tres.

Thomas cayó dentro de la oscuridad, los ojos bien abiertos detrás de los anteojos. El rugido del avión fue reemplazado al instante por la ráfaga de Viento que le golpeaba los oídos. Estaba disfrutando el viaje… un viaje muy Corto, había advertido el mayor. MacTiernan jaló la cuerda. El paracaídas pegó un tirón y luego se movió hacia el cielo. El mayor los guiaba con visión nocturna. El terreno era una mezcla de franjas negras, las cuales Thomas supuso que eran bosques, y campos ligeramente más claros. Se pusieron sobre estos campos y lueg0 bajaron en uno de ellos.

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