– No -respondió Thomas, caminando de un lado a otro y pasándose las dos manos por el cabello-. Sugiero ir yo en lugar de ella.
– Él no te está pidiendo a ti.
– No, pero tenemos tres días -dijo; se le ocurrió el bosquejo de un plan y habló rápidamente-. Si viajo aprisa llegaré a la ciudad en un día y me ofreceré a cambio de los veinticuatro.
William pareció desconcertado.
– Si Woref te quisiera, te habría solicitado.
– Déjenlo que cuestione. ¡Tenemos tiempo! Si Qurong rechaza mi oferta, entonces accederemos a sus demandas. Pero aceptará porque piensa como un líder encostrado. Me encontrará más valioso que veinticuatro plebeyos.
– Entonces te matará -opinó Mikil.
– No mientras ustedes tengan a Chelise. Piensen lo que quieran de Qurong, pero a él le importa tanto su hija como mi captura. ¿Lo ven?
William frunció el ceño.
– ¿Has considerado la posibilidad de que esto vaya más allá de una simple negociación con las hordas?
– ¿A qué te refieres?
Me refiero a que este lío empezó con tu encaprichamiento con una ramera shataiki. Estás actuando como Tanis actuara en el Cruce. Quizás esta sea la manera de Elyon de purgar al Círculo de esta tontería.
Un temblor le recorrió a Thomas por las manos. Eso era lo único que podía hacer para mantenerlos de su lado.
– Habla una vez más contra Chelise y te cambio por los veinticuatro amenazó Johan-. Thomas tiene razón. Has perdido la sensatez del amor cie Elyon. Quizás deberías volver a tratar de ahogarte.
William puso mala cara.
– Iré con ustedes -decidió Mikil.
– Eso será,…
– No me importa lo peligroso que sea. Necesitarás ayuda con esto.
– Yo también iré -expresó Johan-. También está la cuestión de los sueños.
– ¡Olvídate de los sueños! No estoy seguro de querer dejar a Chelise en manos de William, Necesito que te quedes aquí para que lo mantengas lejos de ella.
Con una mirada de despedida a William, Thomas se alejó, dando por terminada la asamblea. No había necesidad ni tiempo de una decisión formal. Él había preparado la mente, con o sin la avenencia total del consejo.
– Por favor, Thomas -pidió Chelise corriendo hacia él tan pronto como lo vio caminando a grandes zancadas-. Tienes que dejarme ir.
Él alzó una mano para acallarla, luego la tomó del brazo y la llevó alrededor de unas rocas elevadas que brindaban un poco de privacidad.
– Hemos llegado a una decisión.
– ¿Y qué respecto de mi decisión?
Él le agarró los hombros y la miró directo a los ojos, temeroso de que ella dejara de amarlo. Chelise estaba siendo noble en su insistencia, es verdad, pero también estaba conviniendo en dejarlo por Woref. El no soportaba el pensamiento.
– Escúchame -dijo él respirando hondo-. Sabes lo que te sucederá si regresas. Woref nunca te creerá que te obligué a salir. El tipo no tiene ni un poco de sinceridad en el cuerpo; vive para engañar, y espera lo mismo todos los demás. Si no termina matándote, hará algo peor.;Tú lo sabes!
Ella le escrutó los ojos. Pero no dijo nada, y eso era bueno.
– Tengo un plan. Escucha ahora con mucho cuidado… puede que funcione; sé que así es. Tu padre me cambiará por los veinticuatro y…
– ¡No! No, ¡no puedes hacer eso! Este es mi problema.
– ¡Es asunto mío! ¡No puedo perderte!
– ¡Te matará!
– No si tú te quedas aquí.
– ¡Entonces te torturará!
– Soy demasiado valioso para él. Eso nos dará tiempo. Si regresas, todo habrá acabado. Por favor, te lo ruego. Es la única forma.
Una lágrima brotó de los ojos de ella y él se la secó con el pulgar.
– Prométeme que te quedarás, por mí. Te prometo que hallaré una manera.
Chelise se quedó callada, luchando por no llorar. Él se inclinó hacia delante y le besó la frente.
– No puedo vivir sin ti, mi amor. No puedo.
– Me siento perdida, Thomas.
El la abrazó y ella lloró en su hombro.
– Te encontré.
– No soy como tú. Soy una extraña aquí.
Ella tenía razón, pero él no podía señalar lo obvio: que ella siempre estaría perdida a menos que se ahogara. Habría tiempo más adelante para eso.
– Entonces seré un extraño contigo -replicó él.
Ella reposó la frente contra el varonil pecho. Luego le besó el cuello y se apretó contra él, llorando.
Thomas pensó que ella volvía a sentir vergüenza. Aún no podía entender o aceptar el amor de él. Le dolió el corazón, pero solo podía abrazarla y aperar que ella lo amara tanto como él la amaba.
– ¿Te quedarás?
– Prométeme que regresarás por mí.
– Lo prometo. Lo juro por mi vida.
MIKIL Y Thomas llegaron a pocos kilómetros de la ciudad de las hordas antes de desplomarse estrepitosamente por falta de descanso. En el momento en que Thomas se quedó dormido, despertó.
Washington, D.C.
Había dormido la noche en la Casa Blanca, pero había vivido… Thomas los contó en su mente, uno, dos, tres, cuatro… cuatro días en el desierto, rescatando a Chelise. ¿Para qué? Para volver a la ciudad, solo.
Para terminar aquí, en la confusión de este mundo. Estuvo tentado a noquearse y regresar al asunto más importante a la mano. Chelise.
Forzó su mente para concentrarse en este mundo. Se había enterado de algunos aspectos referentes a Carlos y al francés, ¿correcto? Sí, a través de Johan.
La realidad del virus le copó la mente. Les quedaban un par de días. Carlos era la clave.
Hizo oscilar las piernas hacia el suelo, se dirigió a la puerta y se detuvo ante la repentina comprensión de que no se había puesto los jeans. No andaría por la Casa Blanca en calzoncillos bóxer con rayas azules.
Se vistió, se lavó los dientes con un cepillo desechable que encontró en el baño y salió de la habitación.
Tardó siete minutos en obtener una audiencia privada con el presidente. El jefe de la oficina Ron Kreet condujo a Thomas a una pequeña sala de espera adyacente a la oficina ovalada.
– No sé lo que usted crea que puede hacer, y no puedo decir que yo sea un gran creyente en los sueños -declaró Kreet-, pero en este momento aceptaré lo que sea.
Kreet arqueó una ceja.
– ¿Está usted al tanto de los disturbios? -concluyó.
– ¿Qué disturbios?
– Anoche Mike Orear de CNN dijo algunas cosas que hicieron estallar a la multitud. Irrumpieron en los terrenos. Para cuando el ejército logró controlar la situación, habían muerto diez personas. También en otras diecisiete ciudades alrededor de la nación.
– Usted bromea.
– No es precisamente un momento para bromas. El presidente se ha dirigido dos veces a la nación desde que empezaran los disturbios, ambas ocasiones con orear. Por el momento las cosas están en calma, hablando relativamente. Pero el fuego está ardiendo de manera descontrolada en el sur de california.
– ¿Qué les dijo él?
– Sostuvo que los estados unidos cooperarían totalmente con las exigencias Francesas -contestó Kreet llegando a la puerta y abriéndola.
El jefe de la oficina aún no la había cerrado cuando apareció Robert Blair.
– Gracias, Ron. Me encargaré a partir de ahora.
Entró y cerró la puerta detrás de él. Blair usaba corbata amarilla con un Estampado azul, suelta en un cuello abierto. Tenía el cabello desordenado y de ambos ojos le colgaban grandes ojeras oscuras.
Se miraron un largo instante.
– ¿Le contó Ron lo de los disturbios?
– Solo el inicio -contestó Thomas-. ¿estamos seguros aquí?
– Hice revisar el salón hace media hora.
– ¿Y?
– Un micrófono en la pantalla de la lámpara.
Читать дальше