Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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– Ahora esperamos en la arboleda.

***

LA TRIBU se había tragado tan fácilmente la treta que Woref había demorado el ataque por varias horas. Ahora el campamento pernoctaba en perfecta paz, sin sospechar otro asalto tan pronto.

Sus anteriores instrucciones habían sido muy precisas: matar solo unos cuantos, capturar a tantos como fuera posible y dejar vivos a los demás con el mensaje. No perseguirlos. Llevar los cautivos a la ciudad, pero esperarlo a ^ con una división completa.

Como había esperado, los albinos supusieron que las hordas ya tenían lo que buscaban.

Erróneo. Pero muy erróneo.

Woref había llegado al mediodía. Estaba seguro de que la tribu iba a llamar inmediatamente a Thomas de Hunter. Sabía que Chelise estaría con Thomas. El hecho de que Thomas hubiera salido a rescatar a los veinticuatro albinos en la ciudad no tenía consecuencias ahora. Woref tendría pronto e| único premio deseado.

Cerró los ojos e hizo girar el cuello. Casi saboreó ahora la piel de ella en su lengua. Un sabor a cobre. Como sangre. Sed de sangre. Teeleh querría verla esta noche, pensó él. No estaba seguro de cómo sabía eso, pero él esperaba que la criatura se regodeara. Woref se estremeció de antemano.

Era extraño que de algún modo se hubieran unificado sus pasiones con las de la serpiente alada. Conspiraba con Teeleh; ahora aceptaba eso. Pero estaba sirviendo a sus propios intereses. Francamente, no estaba seguro de quién servía a quién. Cuando se convirtiera en el dirigente supremo de las hordas, necesitaría la clase de poder que Teeleh le podría dar.

Pero primero…

Abrió los ojos y enfocó la mirada en la noche. Primero poseería a la hija del primogénito. La tendría y la destruiría. Ella lo amaría. Aunque tuviera que sacarle el amor a golpes, ella lo amaría. Al principio tendría que ser sutil, naturalmente. Teeleh era tanto sutileza como él era fuerza bruta. Paciencia. Pero al final ella sería suya y solo suya.

– Si uno solo de esos albinos resulta muerto, yo mismo ahogaré al culpable -advirtió Woref volviéndose hacia el capitán-, ¿Entienden eso sus hombres? Nuestro objetivo aquí es liberar a la hija de Qurong. No podemos arriesgarnos a matarla con una flecha perdida.

– ¿Y después?

– Ya lo decidiré.

Miró otra vez el campamento. Ella estaba en la tercera tienda a la izquierda; a menos que se hubiera movido durante la noche, lo cual era improbable pero posible. Sus hombres habían tenido más fama de fallar de lo que a él le gustaría admitir.

– ¿Están en posición?

– Tenemos rodeado el campamento. No hay escape posible.

– Ya antes he oído esas palabras.

– Esta vez estoy seguro.

– Detrás de mí -resopló Woref. Saltó sobre la saliente y se acercó a la línea de hombres que se hallaban tendidos a lo largo del suelo del cañón. Se habían pintado los rostros de negro, y en sus oscuras indumentarias de batalla parecían criaturas nocturnas. Las hordas casi nunca atacaban en la noche debido a su miedo a los shataikis. Extraño, considerándolo todo. Pero los murciélagos negros estaban demasiado ocupados alimentándose de mentes en la ciudad, como para meterse a deambular por estos cañones.

Woref se puso sobre una de sus rodillas al frente de la línea y analizó las tiendas. Ni un solo movimiento. Lo único que quedaba era apretar suficientemente la soga para evitar escapes.

– Lentamente,

Se puso de pie y se dirigió al campamento. En lo alto a su derecha el capitán dio la señal al resto de los hombres que circundaban. Con cautela, para que las botas hicieran poco ruido sobre la arena, seiscientos guerreros cercaban la tribu.

Woref se detuvo como a siete metros de la primera tienda y levantó la mano.

Ni un sonido. El corazón le latía con fuerza. Los guerreros en el extremo más lejano del campamento habían recibido una señal y se detuvieron con él. Aunque los albinos los vieran ahora, su destino estaba sellado.

La tercera tienda. Su ramera blanca estaba allí, durmiendo en la tienda de un albino. Esta noche aprendería el significado de respetar. Esta noche se le abriría a ella todo un mundo nuevo. El mundo de él.

Woref agarró una larga guadaña del guerrero detrás de él.

– Quédate aquí -le ordenó en un susurro.

Caminó pausadamente hacia el campamento, dejando atrás a sus hombres. Al llegar a la tercera tienda apartó las piernas, levantó la guadaña y la hizo oscilar por el borde de la lona. La hoja se deslizó entre la tela y el centro del poste como si estuviera hecha de papel. Agarró la pared que se caía y la rasgó hacia un lado.

Allí se hallaba una mujer, con los ojos aún cerrados. Una encostrada. Su ramera.

Woref estiró la mano hacia abajo, le agarró un puñado de pelo y la apretó contra el suelo. Ella despertó con un grito, los ojos desorbitados p0r el terror.

– Eso es, querida esposa. Deja que el mundo conozca tu placer.

Chelise se agarró inútilmente de las manos de él. Los gemidos de ella hicieron añicos la calma nocturna. Se abrieron portezuelas de tiendas, y albinos salieron a tropezones como ratas de sus madrigueras.

El ejército de las hordas no se movió.

Woref arrastró a Chelise hasta el centro del campamento, la levantó hasta que quedó de pie, y la hizo girar. Los albinos ya estaban en pleno movimiento, saliendo disparados intentando escapar. Que lo hagan. A ¡as pocas zancadas se toparían con guerreros.

– ¡Nadie arrebata lo que es mío! -gritó-. ¡Nadie!

– Johan, la ruta oriental está bloqueada -gritó una voz.

– ¿Martyn?

Los guerreros de Woref aún esperaban su señal: matar o no matar.

El giró hacia Chelise y la aporreó en la sien con la mano izquierda. Los gemidos se acallaron, y ella se dobló. El la soltó y ella se desplomó.

– ¡Martyn! -resonó la voz del comandante de las hordas en el cañón-. Que Martyn se presente o mataré a todos.

– No necesitas tus amenazas para motivarnos -contestó Martyn, apareciendo por la izquierda de Woref-. Ya nos has estado amenazando durante un año.

Martyn se veía extraño sin su piel, y con los ojos descoloridos. Enclenque. Asqueroso.

– ¿Es este el poderoso general? Te ves ridículo, mi viejo amigo.

– Y tú te ves como si tuvieras que darte un buen baño.

Woref no estaba seguro de qué hacer con el hombre. La mujer negra que antes tomaran cautiva se paró al lado de Martyn. La suerte del encostrado era mucho más grande de lo esperado. En una noche reclamaría a su novia y asesinaría a Johan, dejando que Thomas llorara a los suyos.

– He reclamado lo que es mío, y ahora disfrutaré viéndote morir.

Levantó la mano.

– Mi señor, exijo una audiencia -declaró un albino alto, adelantándose.

La tribu los miraba en silencio. Impotente.

– Mataré a Martyn y te llevaré -decidió Woref.

– No. Entonces mátenos a todos. Johan es una sombra del gran general que usted conociera una vez. Déjele vivir su lastimosa vida. Lléveme y]e entregaré a Thomas, quien es la única amenaza entre el Círculo.

– ¿Dónde está?

– Cerca de la ciudad, planificando otro rescate.

– Encadena a este hombre -ordenó Woref volviéndose hacia el capitán-. Los demás vivirán. Mantén aquí al ejército hasta mañana. Asegúrate de que ninguno de ellos salga de este cañón; no quiero perseguir a nadie.

Había venido por Chelise. Si también pudiera agarrar a Thomas habría desaparecido la última de las reservas de Qurong respecto de su general.

Su mente se volvió hacia la inconsciente forma en el suelo. La mujer que le había producido tanto dolor. La que él amaba.

Su único remordimiento era que por el momento tendría que ejercer discreción. No lo conseguiría si llevaba una hija maltratada a su padre. Pero siempre había otras formas.

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