Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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Vio a la novia de Justin. La que Elyon había escogido para Justin.

Un profundo dolor envolvió a Thomas y los sollozos empezaron a sacudirle el cuerpo. Cerró los ojos, levantó la barbilla y comenzó a llorar.

Puso una mano en la rodilla de la joven. Ella no se movió.

Él no podía procesar los pensamientos con lógica alguna, pero sabía que lloraba por la muchacha. Por la tragedia que le había ocurrido a ella. Por esta enfermedad que los separaba.

La noche parecía hacer eco de los sollozos de Thomas. Retiró la mano de la rodilla de la princesa. Para cada gemido había otro, como si el roush se le hubiera unido en el gran lamento.

Contuvo el aliento y escuchó. No era el roush sino Chelise. Ella lloraba; había encogido las rodillas hasta el pecho y sollozaba calladamente.

Thomas dejó de pensar en su propia tristeza. Todo el cuerpo de Chelise se estremecía. Ella tenía un brazo sobre el rostro, pero él logró verle la boca abierta, agobiada por los sollozos. Se quedó helado; comenzó a llorar débilmente… el dolor de esta escena era peor que su anterior tristeza.

– ¿Qué he hecho? No comprendes. ¡Te amo!

– ¡No! -protestó ella en voz alta.

Él siguió arrodillado y alargó la mano hacia ella. Pero temió tocarla.

– ¡Sí te amo! No me refiero a…

– ¡No me puedes amar! -gritó Chelise levantándose bruscamente y mirándolo-. ¡Mírame!

Ella se dio una palmada en la cara.

– ¡Mira mi rostro! ¡Nunca me podrás amar!

– Estás equivocada -le dijo Thomas al tiempo que le agarraba la mano, la levantaba y se la besaba con dulzura.

***

ELLA ESTABA plenamente consciente de que la mano de Thomas apretaba con fuerza la suya. El aliento de él la envolvía mientras le declaraba su cruel amor.

La vergüenza por su carne blanca se le había venido encima como una sombra del sol poniente que se movía lentamente. Chelise fue consciente de eso allá en la biblioteca, pero solo como un pensamiento lejano. Lo había considerado más cuidadosamente después de oír que Thomas se lo indicara a Suzan la noche anterior.

Estaba enferma. Pero se decía a sí misma que preferiría vivir enferma que morir por ahogamiento.

Entonces había conocido a los albinos y los había observado preparar su pequeño festín. Oyéndolos hablar alrededor de la fogata no se podía quitar de encima el deseo de ser como esta gente. La vida en el castillo era como una prisión al lado del amor que ellos se prodigaban tan fácilmente.

Chelise sabía que su piel les desagradaba, dijeran lo que dijeran. Cuando Suzan le había dicho que tenía ojos hermosos, sabiendo muy bien que ellos opinaban que esos ojos estaban enfermos, se había vuelto añicos lo que le quedaba de seguridad en sí misma. Comprendió que nunca sería como estas personas. Que nunca sería como Thomas.

Peor aún, comprendió que él tenía razón cuando afirmara que ella deseaba ser amada por él. Ella quería amarlo.

Pero no podría ahogarse. Y sin el ahogamiento nunca podría ser amada verdaderamente por él. Por tanto, no había esperanza.

Sostienes mi mano, Thomas, pero ¿podrías besarme alguna vez? ¿Podrías amarme como una mujer anhela ser amada?¿Cómo puedes amar a una mujer a la que repeles?

Thomas se había callado. Le puso el brazo alrededor de los hombros y la acercó. Ella dejó que los sollozos se le calmaran.

– Eres hermosa para mí -expresó él en voz baja.

Chelise no podía soportar las palabras; pero no tenía la voluntad de asistirlas, así que dejó que el silencio hablara por sí mismo.

– Por favor… Me muero.

– ¿Sientes pena de que la mujer en tus brazos no tenga la piel suave? ¿De qué ella te produzca náuseas?

La princesa levantó la cabeza para expresar sus pensamientos. El rostro de él estaba allí, a solo centímetros del suyo, empapado de lágrimas. El fuego iluminaba los ojos verdes de Thomas. Ella respiraba sobre él, pero él no hacía ningún esfuerzo por apartarse.

Esta simple comprensión fue tan profunda, tan sorprendente, que Chelise perdió el hilo de las ideas. Los ojos de Thomas la miraban con ansia, acercándola hacia él. Ojos profundos y embriagadores. Este era Thomas, comandante de los guardianes, el hombre que se enamorara perdidamente de ella y que arriesgara la vida para rescatarla de una bestia que la habría maltratado ferozmente.

¿Cómo podía él amarla?

Chelise cerró los ojos. Nunca podría satisfacer a un hombre tan encantador. El amor de él se habría originado en la piedad, no en verdadera atracción. Él nunca podría…

El dedo de él le recorrió la mejilla, haciéndole paralizar impresionado el corazón.

– Te he amado desde la primera vez que estuvimos juntos en la biblioteca -le declaró, y le tocó los labios con los dedos-. Si solamente me dejaras amarte.

Las palabras de Thomas la envolvieron como una brisa fresca y cálida. Ella abrió los ojos y supo al instante que él decía la verdad.

La princesa levantó lentamente la mano. Le tocó la sien, donde la piel de él era más suave. Ella ya no pudo soportar más la tensión. Le puso la mano alrededor del cuello y le bajó el rostro. Los suaves labios de él sofocaron los de ella en un beso cálido y apasionado.

Ella sintió una punzada de temor, pero él la apretó más. Luego ella dejó de luchar y permitió que él la besara más prolongadamente. La boca de él era dulce, y ella sintió en las mejillas las lágrimas cálidas de Thomas.

Las manos del guerrero le recorrieron el cabello hacia atrás, él le besó la nariz y la frente.

– Dime que me amas -pidió él-. Por favor.

– Te amo -contestó Chelise.

– Y yo te amo.

La volvió a besar en los labios y ella supo entonces que sí amaba a este hombre.

Estaba enamorada de Thomas de Hunter, comandante de los guardias líder del Círculo y quien la había amado primero.

31

THOMAS SE levantó temprano, cargado con una energía que no había sentido en muchos meses. El sol sonreía en el horizonte; alondras cantaban en el barranco; una brisa matutina le susurraba por el cabello.

El Gran Romance le inundó la mente. Ahora entendía. Este amor que sentía por Chelise equivalía al amor que Justin sentía por todos a quienes cortejaba, enfermos o no. Comprenderlo era maravilloso.

Chelise aún dormía en su catre cerca de él. Thomas había encontrado la manera de pasar por alto la enfermedad de ella y besar a esa mujer. Había atravesado la piel de este mundo e ingresado a otro, no muy distinto de lo que hacía cuando soñaba.

Sí, Chelise estaba atormentada por la enfermedad como siempre. Sí, él pudo saborear lo amargo de su aliento. Sí, daría cualquier cosa por guiarla a entrar en el estanque rojo y verla cambiada para siempre. Pero de todos modos la amaba. Y la amaba desesperadamente.

– Despierta, mi amor -declaró, inclinándose y besándole la mejilla.

Los ojos de ella se abrieron. La volvió a besar.

– ¿Soñaste conmigo?

– En realidad sí -contestó ella sonriendo-. ¿Y tú?

– Ningún sueño, ¿recuerdas?

Chelise se sentó y miró a los demás. Johan estaba despertando. Se habían quedado dormidos antes de que los otros regresaran de sus caminatas. Chelise parecía insegura. El albino disiparía eso muy pronto.

– Vamos, todos -dictaminó Thomas, palmoteando-. Hoy debemos recorrer un largo trecho.

Despertaron de sus sueños y se sentaron.

– ¿Adónde vamos? -quiso saber Chelise.

– A la tribu. Es decir, si te parece bien. ¿O preferirías enviar un mensaje a tu padre?

– ¿No me cortarán la cabeza? -objetó ella poniéndose de pie y sacudiéndose la capa.

– No, si esperan vivir el día.

– Entonces supongo que puedo ir.

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