Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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Solo Thomas y Chelise usaban vestimentas de las hordas… los demás las habían cambiado por las túnicas habanas que usaban en el Círculo.

Rápidamente limpiaron el campamento y se prepararon para salir. Thomas ensilló su caballo y fue hacia Chelise, quien lidiaba con la montura.

– No sé dónde hallaste esos conejos, Johan -expresó él en voz alta para que todos oyeran-, pero insisto en que encuentres más como esos para la celebración de esta noche. Había algo en la carne.

– ¿Y qué celebraremos esta vez? -indagó Mikil mirándolo.

Thomas puso la mano en la nuca de la princesa y la acercó hacia él.

– El amor -manifestó, y la besó con dulzura en los labios.

Los demás se sorprendieron tanto como Chelise.

– Eso es el amor -intervino Johan, mirando a Suzan.

Thomas guiñó un ojo a Chelise, quien sonrió tímidamente. La joven tardaría algún tiempo más en sentirse a gusto entre ellos, pero Thomas quitaría cualquier obstáculo.

Cabalgaron por el desierto hacia el sur. Normalmente un viaje por las ardientes dunas sería una aventura tranquila y laboriosa, pero no este. Anduvieron en tres parejas, con Johan y Suzan adelante. Thomas y Chelise iban detrás de Mikil y Jamous. Las horas no pasaban con tanta lentitud como para que ellos examinaran sus experiencias y teorías. Pero a cada kilómetro que recorrían Thomas sentía que aumentaba su amor por la mujer que cabalgaba a su lado.

A él le era difícil quitar la mirada de ella. Por suerte no había abismos en los cuales caer, o habría caído. Ella cabalgaba como una guerrera, sentada a horcajadas en la silla, y tenía el hábito de descansar a veces una pierna entre las paletillas del corcel. Cuando él señaló lo ingenioso de esa postura Para cabalgar, los demás lo miraron perplejos. Para Thomas esto era brillante, aunque él mismo lo intentara sin mucho éxito.

Chelise también mantenía la cabeza en alto y la barbilla erguida mientras cabalgaba, como solo podría hacerlo una princesa, pensó él.

Al mediodía llegaron al Oasis de Ciruelas, como lo llamaban las hordas Chelise se disculpó y se bañó. Cuando emergió alrededor de los árboles de ciruelas, Thomas debió mirar dos veces para asegurarse de que era ella. Se había lavado el cabello negro y aplicado un aceite que lo hacía brillar. Otra vez flores y el perfumado morst, pero también había usado un polvo azul debajo de las cejas y en los labios. Usaba aretes de oro y alrededor del cuello una banda que hacía juego. Ella podría haber salido del antiguo Egipto de las historias.

Thomas corrió inmediatamente hacia ella, le agarró las manos y manifestó que se hallaba sensacional. Los demás estuvieron de acuerdo. Y él pensó que esta vez ellos quisieron decirlo.

Esa tarde los seis cabalgaron de frente y recordaron el bosque colorido. Los roushes, la fruta, el lago, los elevados árboles de colores. Chelise hizo cien preguntas, como un niño que se enteraba de que el mundo era redondo.

Por mucho que buscaron, no encontraron conejos para festejar esa noche, pero Mikil halló dos serpientes grandes, las cortaron en tiras y las asaron sobre carbón. La carne era dulce y satisfactoria. Chelise y Johan les mostraron cómo danzar al estilo de las hordas y luego Suzan los guió en una danza del Círculo. Discutieron los méritos de cada estilo y rieron hasta más no poder.

Johan y Mikil instaron a Thomas a soñar, pero él insistió en que no les haría ningún daño otra noche sin saber lo que pasaba con Carlos. Que le constara, solo había estado durmiendo unos cuantos minutos en la otra realidad, y no estaba interesado en interrumpir este romance con Chelise. En realidad, quizás considerara comer el rambután para siempre y no volver a soñar nunca más con el virus.

***

LEVANTARON EL campamento la mañana siguiente y reanudaron el viaje hacia el sur. La tribu acampaba a cuatro horas de distancia… llegarían al mediodía.

– ¿Estás seguro de que entenderán? -preguntó Chelise.

– Por supuesto que sí. No eres la primera.

– Esto es totalmente distinto. No vengo para ahogarme.

– Se acostumbrarán a la idea -afirmó Thomas mirando a los demás-. Podría llegar el día en que te sea más grato el ahogamiento.

– No. Soy la hija de Qurong, princesa de las hordas. Tengo mis límites. Una cosa es enamorarse de un albino y hacer amistades entre el Círculo; otra cosa es volverse albina.

Ella no podía saber cuan dolorosas fueron esas palabras. No habían hablado de qué pasaría con el amor de ellos, pero ambos sabían que algunas cosas eran irreconciliables. Las hordas nunca aceptarían la paz con el Círculo, no mientras Qurong fuera el líder y Woref estuviera al frente. Y Chelise no podía esperar ser princesa de las hordas mientras viviera con el Círculo.

– Lo siento -expresó ella mirándolo-. No quise decir algo así. Sabes que te amo.

– Y tú sabes que te amo -le correspondió él, guiñándole un ojo-. Eso es lo que importa.

– ¡Un jinete! -gritó Suzan deteniéndose.

Thomas le siguió la mirada hacia el sur. Una columna de polvo se levantaba de un jinete solitario que cabalgaba a prisa hacia ellos.

– ¿Es de nuestra tribu? -interrogó Mikil.

– Debe serlo. La tribu más cercana está a más de ciento cincuenta kilómetros de aquí.

– ¡Vamos! -ordenó Thomas, cacheteando las ancas del corcel. Galoparon al encuentro del jinete.

– ¡Es Caín! -gritó Suzan, inclinándose sobre la montura-. Hay problemas.

Caín frenó de golpe. Tenía los ojos inyectados de sangre.

– Thomas… -empezó a pronunciar, luego vio a Chelise y frenó; su caballo relinchó y se hizo a un lado-. La aldea fue atacada. Mi hermano está muerto junto con otros nueve. Capturaron a la mitad de nosotros antes de que pudiéramos escapar.

– ¡Despacio, amigo! ¿Quién atacó? -preguntó Thomas, pero él sabía quién-. ¿Cuándo?

– Las hordas… una división, al menos, anoche. William me envió para hacer volver a Johan.

– ¿Está William al mando? ¿A quiénes capturaron?

– Sí, William. Las hordas atraparon a veinticuatro en uno de los cañones. Hombres, mujeres y niños. Los agarraron sin monturas en medio de la noche.

– ¿Mi hijo y mi hija? -averiguó Thomas con las venas llenas de ansiedad.

– Están a salvo.

El corazón se le tranquilizó.

– ¿Está William aún en el campamento?

– A kilómetro y medio hacia el oriente.

– Caín, sigue tan rápido como puedas -ordenó Thomas espoleando su caballo; los corceles de ellos estaban frescos y dejarían atrás a Caín-. ¡Apurémonos!

– ¡Thomas!

Volteó a mirar y vio que Chelise se hallaba sobre su garañón, aterrada.

– Te alcanzaremos -le comunicó a Mikil; ellos cabalgaron al frente.

Thomas dio la vuelta y se puso al lado de la princesa.

– Esto no cambia nada.

– Hay más, Thomas -informó Caín.

Thomas estiró la mano y la puso en la nuca de Chelise.

– Estás conmigo, mi amor. Nada te pasará, lo juro.

Ella titubeó. Las hordas querrían contraatacar. Ella estaba suponiendo lo mismo acerca de la tribu, a pesar de lo que había visto.

– Confía en mí, Chelise.

– Está bien.

– ¿Qué más? -quiso saber él, mirando a Caín.

Caín los miró, con ojos desorbitados.

– Bueno, ¿qué? -exigió saber Thomas, haciendo girar el caballo.

– William te lo dirá.

Él lo miró. No tenían tiempo para esto.

– ¡Vamos!

32

HALLARON EL primer campamento de la tribu. Lo que quedaba. A espada habían destrozado las tiendas de lona. Había ollas y cacerolas esparcidas, catres rotos, gallinas y cabras sacrificadas y abandonadas para que se descompusieran.

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