Por el camino menos transitado que llevaba directamente al castillo. Una luz brillante se había levantado en lo alto. Si alguien le hablaba, contestaría con una inclinación de cabeza. Con algo de suerte no tendría que mostrar su imitación de encostrado.
El castillo se levantaba a la derecha, imponente a la luz de la luna. Se dejó guiar por el caballo, este era terreno conocido para el animal. Thomas sentía el sudor que se le acumulaba debajo de la túnica, mezclado con el morst.
¿Y si ella no viene, Thomas?
Suzan le había hecho la pregunta y él en su entusiasmo le había asegure Chelise vendría. Pero ahora no estaba tan seguro. Es más, al pensar ahora claramente en su misión comprendía que ingresar al cuarto de ella sería la parte más fácil. Sacar a Chelise con su consentimiento podría ser mucho más difícil.
El camino aún se hallaba vacío. Hasta el momento eso era bueno. Le vino la idea de que la ventaja mayor que tenía era la política de no violencia del Círculo. Las hordas no tenían verdaderos enemigos que amenazaran su seguridad. Sus defensas no estaban construidas para un asalto y el castigo para crímenes simples, tales como el robo, era tan severo que pocos encostrados se atrevían a intentarlos alguna vez. Thomas había oído que cualquier infracción contra la casa real se castigaba con la muerte para toda la familia del autor.
Sin duda, la guardia alrededor del castillo se habría incrementado desde que él escapara, pero ellos no estaban acostumbrados a la clase de sigilo que el Círculo había perfeccionado. Al menos esa era la esperanza de Thomas. Si la mala actuación que los guardias de las hordas tuvieran el día anterior constituía alguna medida, él gozaba de un buen motivo para tener esperanza.
Ingresó en la selva antes de que viniera algún guardia por el camino. Echó las piernas hacia atrás en una posición razonable para cabalgar, y guió al animal entre los árboles, hacia los establos detrás del castillo. La yegua relinchó ante el conocido olor del corral.
– Tranquila, chica.
Thomas se apeó y ató el animal a una rama. Luces de las habitaciones traseras del castillo se futraban a través de los árboles, a pesar de ser medianoche. Esperaba que fueran antorchas encendidas toda la noche.
Debajo de los pies le crujieron ramitas, pero ningún guardia detectó el ruido. Thomas corrió alrededor de los establos. Chelise le había dicho que su habitación daba a la ciudad en el piso alto. Durante el último escape é\ había visto las escaleras que llevaban al techo. Corrió hacia la cerca que rodeaba los terrenos y miró entre los postes.
No había guardias.
Bueno. Una vez en lo alto estaría comprometido. Se agarró a la parte superior del poste, respiró hondo y saltó por encima.
– ¿Quién va ahí?
Thomas aún se hallaba en el aire, cayendo hacia el suelo como un paracaídas, cuando la voz cortó el aire nocturno. Cerca.
Aterrizó en ambos pies y miró al guardia parado a su derecha. El guerrero había estado apostado junto a la cerca.
Thomas bajó la cabeza y caminó hacia el castillo como si no fuera nada extraño que un encostrado cayera del cielo.
– ¡Deténgase! ¿Qué significa esto?
Thomas se detuvo y enfrentó otra vez al guerrero, la mente le daba vuelta pensando en las opciones. Más exactamente, la opción. Singular. Debía deshacerse del guardia. La vida de Chelise dependía de eso. Fue hacia el guardia, con la cabeza agachada. Cinco pasos, pensó.
– ¡Deténgase allí!
– El general, Woref, me pidió que me reuniera aquí con él.
– ¿El general?
– Soy su concubina.
– Su…
Thomas se movió antes de que el hombre pudiera procesar la sorprendente afirmación. Se lanzó hacia su derecha, rodó una vez y fue a parar a un metro a la derecha del guardia. El hombre giró, haciendo resplandecer la espada.
Thomas transformó su impulso en una amplia patada. Conectó sólidamente el pie en la sien del hombre.
Un gemido, y luego el individuo cayó como un saco de rocas.
– Perdóname -susurró Thomas.
Se puso de rodillas, rasgó la manga del guardia en el hombro, y lo ató de pies y manos a la espalda. Rompió la otra manga y le amordazó la boca bien apretada.
Thomas corrió hacia el edificio y subió las escaleras. Resbaló en el tejado y se puso en cuclillas detrás de la barandilla. ¿Se había roto la túnica? Revisó, conteniendo el aliento. Toda intacta, hasta donde podía ver.
Ahora la rapidez sería el problema. El guardia despertaría pronto y, aunque amordazado, podría crear suficiente alboroto para llamar la atención.
Thomas corrió hacia el único hueco de escaleras que pudo ver. Presionó la manija en la puerta. Trancada. Analizó la manija. Era tecnología del b0s que. Diseñada por él mismo.
La había diseñado para asegurar la puerta contra fuertes vientos, no contra ladrones. Un simple pasador de bronce sostenía en su lugar todo el montaje. Liberó el pasador, el cual le cayó en las manos. Lo colocó en el suelo y abrió la puerta.
Una débil luz llenó el estrecho hueco de la escalera. Thomas ingresó cerró la puerta detrás de él y se quedó en silencio total.
Ningún sonido. El castillo pernoctaba.
Trepó con cuidado los peldaños, haciendo una pausa en cada crujido. Podrían haber usado la tecnología del bosque, pero habían hecho el trabajo a toda prisa.
En el fondo, una terraza recorría el perímetro del piso alto. Frente a él, una antorcha ardía entre dos puertas. Si él tenía razón, una llevaba a la habitación de Chelise. Solo había una manera de averiguar cuál.
Asomó la cabeza por sobre la barandilla, vio que el patio abajo estaba vacío y corrió hacia la primera puerta.
Otra vez cerrada.
Otra vez diseño de él.
Otra vez sacó el pasador.
Entró al cuarto y cerró la puerta. Una lámpara de aceite proyectaba una tenue luz sobre una cama grande. ¡Ella se hallaba en la cama, durmiendo! Thomas recorrió el resto de la habitación de una ojeada. Puertas que llevaban a otra terraza. Un enorme armario sobre el cual se hallaba una lámpara Un escritorio con un espejo. Largas cortinas sueltas. Realeza de las hordas.
Había llegado el momento de la verdad. Si esta no era Chelise, él podría ver obligado a atar de pies y manos a un encostrado más.
Se deslizó sigilosamente hasta la cama y se inclinó sobre la forma bajar la sábana. ¿Dormía ella con cobijas sobre la cabeza? Debía verle el rostn1 para estar seguro, pero el pensamiento de destaparla mientras dormía…
El piso crujió detrás. Algo le golpeó la cabeza. Thomas cayó hacu delante sobre la figura que dormía y se movió apresuradamente a la derecha.
El objeto lo volvió a golpear, de lleno en la espalda. Esta vez él gimió. Entonces se le ocurrió, a medio gemido, que lo que tenía debajo de él no era para nada un cuerpo. Almohadas.
El tercer golpe lo recibió en la cabeza y por un momento creyó que se podría desmayar. Se las arregló para poder hablar.
– ¡Soy yo! ¡Thomas!
Su atacante se detuvo el tiempo suficiente para que Thomas se volviera. Allí, a la anaranjada luz de la lámpara, se hallaba de pie una mujer totalmente vestida.
– ¿Thomas?
– ¡Chelise! -exclamó él, sentándose, sobándose la cabeza; luego la tuteó-. ¿Qué estás haciendo?
– ¿A qué te refieres con qué estoy haciendo? -susurró ella-. Me estoy defendiendo.
– Estoy aquí para ayudarte, no para atacarte.
Chelise tenía en las manos una antorcha apagada. Ella miró la puerta.
– ¿Cómo entraste aquí? ¿Has venido para entregarte?
– No. No, no puedo hacer eso.
– ¿Por qué no? Tu escape me puso en una terrible posición. He estado esperando toda la noche que esa bestia entre aquí. Me dijeron que habías rechazado la exigencia de Qurong.
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