Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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– ¡Thomas! ¡Espera! ¡Estoy contigo!

Suzan estaba siguiéndolo. Él detuvo el caballo en seco. Ella llegó al galope por detrás.

– Volveré por Chelise.

– Entonces ambos regresaremos por ella -declaró Suzan.

– No te puedo pedir que hagas eso.

– Me enseñaste a vivir para el peligro. Y aunque nadie lo sabe, soy una bobalicona para el romance.

Nadie más había en las dunas detrás de ella. Los otros les verían las huellas y sabrían lo que había ocurrido. Se esperaba que fueran sensatos y siguieran hacia la tribu, donde los necesitaban.

– Entonces debemos apurarnos -expresó él espoleando el caballo' Tenemos que llegar donde ella antes que el mensajero.

– ¿No te irás a entregar?

– Voy a sacarla de allí.

Corrieron a toda velocidad sobre la duna.

– .y si ella se niega a salir?

– Entonces tendré que persuadirla, ¿no es así? -contestó él con una amplia sonrisa.

***

LAS HUELLAS hablaban con mucha claridad.

– El tonto ha regresado -comentó William.

– Y Suzan con él -añadió Mikil.

– No planea entregarse, o no le habría permitido a Suzan que lo siguiera -declaró Johan volviéndose hacia la siguiente duna-. Va tras Chelise.

Esta obsesión que Thomas había desarrollado por la hija de Qurong estaba más allá de él. La había conocido como una mujer valiente, hermosa entre los encostrados, pero aún una encostrada, tan enferma como cualquiera.

Johan había sostenido que el Círculo debía ablandar las normas para facilitar que las hordas se convirtieran, pero había estado pensando en el ahogamiento, no en el amor. Ahora se preguntaba si debía reconsiderar el asunto. Quizás ellos debían seguir inflexibles en los compromisos que exigían para ingresar al Círculo, pero amar a las hordas a pesar de todo. En muchos sentidos, lo que Thomas hacía ahora probaría sus propios argumentos. ¿Se convertiría Thomas en encostrado, o se volvería Chelise una albina? eran irreconciliables las condiciones que tenían? ¡Tenemos que detenerlos! -expresó Mikil. ¿Y cómo lo harías? -objetó William-. ¿Siguiéndolos todo el camino de vuelta a los calabozos?

– Esperándolos -opinó Johan-. Aquí. No podemos dejar la tribu sola tanto tiempo. Entonces yo los esperaré.

– ¿Jamous? -inquirió Mikil mirando a su esposo. Esperaremos con Johan -contestó Jamous, luego se volvió hacia William-. Lleva a Caín y a Stephen contigo.

– No me gusta esto -expresó William después de suspirar-. El Círculo está pasando momentos de prueba y sus líderes arriesgan el pellejo por una ramera.

– Necesitas un poco de iluminación, William -dijo bruscamente Johan-. Se trata de Thomas, el mismo hombre que te salvó el pellejo docena de veces.

– Entonces los veremos en la tribu -contestó William con el ceño fruncido y haciendo girar su caballo-. La fortaleza de Elyon.

– La fortaleza de Elyon -asintió Johan.

27

– ¡MÁS! -INSISTIÓ Thomas-. Quiero pasar inspección en cinco pasos.

– Entonces te tendrán que salir escamas -cuestionó Suzan.

Luego que hubo oscurecido, de una casa en el perímetro de la ciudad habían robado pasta y polvo de morst con algunas ropas. Thomas se había quitado la camisa y se embadurnaba de polvo. Suzan se lo frotaba en la espalda.

– Estará oscuro y tendrás puesta una capucha. En realidad no veo la necesidad de estar tan entusiasmado con esta porquería.

– ¡El olor! -exclamó él, mirándola con ojos abiertos de par en par, como un niño.

La pasión de Thomas por su misión era contagiosa. Los demás habrían creído que se había deschavetado si lo hubieran visto comportándose como lo había hecho durante el día.

Él no se había deschavetado. Se había enamorado. Quizás no lo admitirá, pero Suzan reconocería estos síntomas con los ojos cerrados. Thomas de Hunter transitaba ahora un camino que había eludido a propósito desde la muerte de Rachelle. Se hallaba en las primeras etapas de enamorarse como loco. Al observarlo, Suzan sentía añoranza por lo mismo.

Aún estaba haciendo lo posible por ocultar sus emociones, o quizás en Calidad no se hallaba seguro de qué hacer con estas, pero no lograba contarse. Le había contado a ella lo que sucediera entre él y Chelise en la biblioteca con muchos más detalles de lo que haría cualquier hombre que alguna vez Suzan conociera. Le había hablado con gran expresividad, con puchos movimientos de brazos, sacando conclusiones irracionales acerca de intercambios más simples.

– Ella tenía los brazos cruzados, Suzan -le diría él-. ¡Imagínate eso!

– Me lo estoy imaginando. No estoy segura de captar el significado.

– ¡Cruzados! Ella sabe muy bien que cuando se para de ese modo es adoptando una pose seductora.

– ¿Brazos cruzados? No estoy segura…

– No son los brazos. Olvídate de los brazos. Es todo respecto de ella. Verás.

Ahora él se hallaba cubriéndose el rostro con morst, hablando del olor.

– Quiero oler a las hordas. Ya lo hice antes, exactamente en la recámara de Qurong mientras él roncaba como un dragón -describió, agarrando otro puñado y lanzándoselo en la mejilla. El blanco residuo le cubría la cabeza.

– Esta vez es dentro de la habitación de Chelise, y tengo la sensación de que ella será más sensible que su padre. El morst no cubrirá mi olor a albino si solo está en mi rostro, ahora, ¿verdad?

– Si no te conociera mejor, diría que quieres convertirte en encostrado para más que escabullirte en el castillo. ¡Quieres ser como ella!

– ¿Quiero eso? Bueno, tal vez hubo alguna insinuación de los argumentos de Johan. Me estoy convirtiendo en encostrado a fin de rescatar a una encostrada para que deje de serlo.

– Con solo mirarte ella sabrá que no eres encostrado -advirtió Suzan riendo-. No hay manera de ocultar tus verdaderos colores… allí es donde Johan se equivoca.

– De acuerdo -asintió él parándose y volviéndose hacia la luz de 1a luna-. ¿Cómo me veo?

– Como un encostrado.

Este era un Thomas que pocos habían visto nunca. Para la mayoría se trataba del poderoso guerrero convertido en reflexivo filósofo. Pero aquí en el desierto se estaba convirtiendo en Thomas el amante. Suzan sonrió. A ella más bien le gustó este lado oculto de él.

Thomas corrió hacia la túnica y se la puso por sobre la cabeza.

– ¿Bien? -preguntó.

– Muy bien. Definitivamente un encostrado.

– Magnífico entonces. Creo que estoy listo. Tardaré una hora en llegar al castillo desde aquí y una hora en regresar. Dame hasta el amanecer. Si no regreso usa tu mejor juicio -informó, y se subió al caballo.

Thomas marchaba hacia la insensatez para ir a buscar a una mujer que, pesar de las erróneas suposiciones de él, no lo amaba. Y Suzan se lo estaba permitiendo porque sabía que una vez que Thomas de Hunter ponía su cabeza en algo, siempre veía a través de eso. Tanto eso como el romance en el propio espíritu de Suzan lo alentaban.

Todo perfecto y bien, pero ¿y si no regresaba? Él la había atraído con su contagiosa pasión, pero ¿y si todo salía mal? Si Thomas estaba muerto para la mañana, ella compartiría la culpa.

– Ten cuidado, Thomas. Si te agarran, será el lago, no la biblioteca.

– Lo sé -convino él mirando al norte, hacia la ciudad-. ¿Estoy haciendo lo adecuado?

– ¿La amas?

– Sí.

– Entonces ve por ella, Thomas de Hunter. Ya dijimos todo lo que se debe decir.

– La fortaleza de Elyon -manifestó él sonriendo y asintiendo con la cabeza.

– La fortaleza de Elyon.

***

THOMAS SE acercó a la ciudad por el oriente, alrededor del jardín real.

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