– Sólo estoy diciendo que él sabía acerca de Volador Feliz, y ganó. Y asegura que sabe algo respecto de esta vacuna Raison. Eso es todo lo que te estoy informando.
– Está bien, Bob. Basta con decir que Thomas Hunter está totalmente engañado… las esquinas de las calles de Estados Unidos están repletas de tipos parecidos, por lo general de los que portan carteles y a gritos lanzan peroratas sobre el fin del mundo. Esto es bueno. Al menos tenemos motivación. Sin embargo, tienes razón, de esto se tienen que encargar la CÍA y el j FBI. ¿Tienes un informe redactado?
– En mi mano.
– Entonces hazlo público. Los reseñadores tendrán actividad con esto. Envíame una copia por fax, ¿de acuerdo?
– Lo haré.
– Y hazme un favor. Si el hombre vuelve a llamar, pregúntale quién ganará el campeonato de basquetbol de la NBA. Eso provocó una risotada.
Gains cerró el teléfono y cruzó las piernas. ¿Y si Thomas Hunter supiera algo más que quién iba a ganar el Derby de Kentucky? Imposible, por supuesto, pero entonces imposible también era saber quién ganaría el Derby de Kentucky.
Hunter había volado a Atlanta. Las oficinas centrales de los CDC estaban allí. Eso tendría sentido. Hunter cree que un virus está a punto de arrasar con el mundo, va a los CDC, y cuando ellos se burlan de su ridícula afirmación, él va directo a la fuente del supuesto virus.
Bangkok.
Interesante. El caso de un verdadero chiflado. Demente.
Por otro lado, ¿cuán a menudo una locura ha hecho ganar trescientos dólares en una carrera de caballos?
THOMAS.
Una dulce voz. Pronunciando su nombre. Como miel. Thomas .
– Thomas, despierta.
Una voz de mujer. Le acariciaba la mejilla. Él estaba despertando, pero sin seguridad de que ya hubiera despertado de veras. La mano en su mejilla podría ser parte de un sueño. Por un momento dejó que fuera un sueño.
Saboreó ese sueño. Esta era la mano de Monique en su mejilla. La obstinada francesa que se había horrorizado de que él pudiera morir de verdad.
– ¡Thomas!-gritaba ella-. ¡Thomas!
No, no. No se trataba de Monique sino de Rachelle. Sí, eso era mejor. Rachelle se arrodillaba a su lado, acariciándole la mejilla con la mano. Inclinándose sobre él, susurrando su nombre. Thomas. Los labios de ella se estaban estirando para tocar los de él. Hora de despertar al gallardo príncipe.
– ¿Thomas?
El abrió bruscamente los ojos. Cielo azul. Cascada. Rachelle.
Lanzó un grito ahogado y se irguió. Aún estaba en la playa donde se quedara dormido durante la noche. Miró alrededor. No había animales a la vista. Ningún roush. Sólo Rachelle.
– ¿Recuerdas? -preguntó ella.
Él recordaba. El lago. Profunda zambullida. Éxtasis. Aún perduraba aquí el sonido de la cascada.
– Sí. Estoy empezando a recordar -contestó él-. ¿Qué hora es?
– Mediodía. Los demás se están preparando.
También recordaba el cruce y la afirmación de Teeleh de que él había aterrizado de emergencia.
– ¿Para qué se están preparando?
– Para la Concurrencia esta noche -informó ella como si él debiera saber esto.
– Desde luego -asintió él, miró las relucientes aguas que se extendían por el lago, tentado a volver a nadar.
¿Podía zambullirse sencillamente en cualquier momento que quisiera?
– En realidad, todavía no recuerdo todo.
– ¿Qué recuerdas?
– Bueno, no sé. Si supiera, lo recordaría. Pero creo que comprendo el Gran Romance. Se trata de Elyon.
– Sí -contestó ella, iluminándosele los ojos.
– Se trata de elegir, rescatar y ganar el amor porque eso es lo que Elyon hace.
– ¡Sí! -gritó Rachelle.
– Y es algo que hacemos porque en ese sentido somos como Elyon.
– ¿Estás diciendo que me quieres elegir?
– ¿Lo estoy?
– Y ahora estás tratando de ser astuto en eso al fingir que no lo estás – aseguró ella arqueando una ceja-. Pero en realidad estás desesperado por mi amor, y quieres que yo esté desesperada por tu amor.
Él sabía que ella tenía toda la razón. Fue la primera vez que pudo admitírselo ante sí mismo, pero al oírselo decir a Rachelle supo que estaba enamorado de esta mujer arrodillada a su lado en la orilla del lago. Se suponía que él la cortejara, pero era ella quien lo cortejaba.
Ella esperaba que él dijera algo.
– Sí -contestó.
– ¡Ven! -exclamó Rachelle poniéndose de pie.
– ¿Qué debemos hacer? -preguntó él levantándose y sacudiéndose la arena.
– Debemos caminar por el bosque -respondió ella con un pícaro brillo en los ojos-. Te ayudaré a recordar.
– ¿A recordar el bosque?
– Yo estaba pensando en otras ideas -enunció ella empezando a subir la ladera-. Pero eso también sería agradable. Rachelle se volvió y se detuvo.
– ¿Qué es eso?
Él le siguió la mirada y lo vio claramente. Una gran sombra roja manchaba la arena blanca donde él había dormido. Sangre.
Parpadeó. ¿Su sueño? La pelea en el hotel le centelleó en la mente.
No, no podía ser. Sólo fue un sueño. No tenía heridas.
– No sé -contestó él-. Nadé en algunas aguas rojas en el lago, ¿se podría deber a eso?
– Nunca sabes lo que ocurrirá con Elyon -afirmó ella-. Sólo que será maravilloso. Ven.
Salieron del lago. Pero la mancha roja sobre la arena perduró en la mente de Tom. Había la posibilidad, aunque remota, de que él fuera diferente a Rachelle. Que él realmente no fuera de aquí. Que ella estuviera enamorada de alguien que no era lo que parecía.
Que Teeleh tuviera razón.
Una hora después el pensamiento se había ido.
Ellos caminaron y rieron, y Rachelle jugueteó con la mente de él en amorosas maneras que sólo fortalecieron la resolución de ganarla. Muy lentamente empezaron a hacer de lado las payasadas y a abarcar algo más profundo.
Ella le mostró tres nuevos movimientos de combate que Tanis le había enseñado, dos aéreos y uno en posición boca abajo, en caso de caer durante una pelea, le informó ella. El los ejercitó todos, pero no con la misma precisión que ella demostraba. Una vez Rachelle debió agarrarlo cuando él perdió el equilibrio y se fue de bruces contra ella.
Ella lo había rescatado. A él le resultó muy encantador.
Tom le regresó al instante el favor venciendo a cien imaginarios shataikis, levantándola del suelo en el proceso. A diferencia de Tanis y Palus, él no cayó. Fue una pequeña proeza, y él empezó a sentirse bien consigo mismo.
Rachelle se le puso a su lado, con las manos agarradas en la espalda, absorta en sus pensamientos.
– Háblame más de tus sueños -le pidió sin mirarlo.
– No son nada. Tonterías.
– ¿Ah? Eso no es lo que piensa Tanis. Quiero saber más. ¿Cuán reales son?
¿Estaba Tanis hablando de sus sueños? Lo último que Tom deseaba hacer en la Tierra ahora mismo era analizar sus sueños. En particular con ¡Rachelle- Pero no podía mentirle muy bien.
– Parecen bastante reales. Pero se trata de las historias. Una realidad totalmente distinta.
– Sí, así lo has expresado. ¿De modo que estás viviendo realmente en las historias?
– ¿Cuándo sueño? Sí.
– ¿Y qué crees de este lugar? -inquirió ella, señalando los árboles-. En tus sueños.
Esa era la peor pregunta que a ella se le pudo ocurrir.
– En realidad, cuando estoy soñando es como si estuviera allá, no aquí.
– Pero cuando estás allí, ¿recuerdas este lugar?
– Seguro. Es… es como un sueño.
– Por tanto, ¿soy como un sueño? -preguntó ella asintiendo.
– No eres un sueño -respondió Tom sintiéndose perdido-. Estás caminando exactamente a mi lado, y te he elegido.
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