Monique se puso de pie y se agarró del escritorio para ocultar un temblor en la mano. El sujeto vestía chaqueta negra, camisa blanca, sin corbata. Tenía e' cabello oscuro con raya al medio y alisado hacia atrás con vaselina. En los nudillos le sobresalían sus venas azules.
– ¿Qué pasa? -inquirió ella, tan tranquila como pudo.
– ¿Qué no pasa? -contestó él cerrando la puerta-. Pero es injusto. No tienes idea de lo emocionante que se ha vuelto el mundo en las últimas cuarenta y ocho horas, porque has estado trabajando duro para tratar de salvarlo.
– ¿Cómo puedo trabajar si usted me traslada cada doce horas?
– Estamos en una isla de Indonesia, en un monte llamado Cíclope. Muy seguro. No te preocupes, nos quedaremos al menos tres días. ¿Has hecho algún avance?
– ¿Con qué? Usted nos ha dado una tarea imposible.
La sonrisa del viejo no se debilitó, pero los ojos le brillaban. La analizó una excesiva cantidad de tiempo.
– No estás tan motivada como esperaba. Inserta este disco, por favor – pidió él yendo hacia ella y sacando un CDROM del bolsillo de la camisa-. Y ni se te ocurra pensar en asaltarme. Serías una tonta si crees que no podría abrirte el vientre con un movimiento de muñeca.
Ella agarró el disco y lo introdujo en la bandeja DVD de la computadora. Esta se replegó.
– El resto del mundo ha tenido la ventaja de ver durante tres días lo que vas a ver ahora. Quiero que estés segura de entenderlo todo.
El caparazón de un virus solitario salió en la pantalla y Monique lo reconoció al instante. La variedad Raison. Un reloj mostraba la hora real en la base de la figura.
– Sí, un mercenario sumamente eficaz. Pero no has visto lo que puede hacer de veras.
– Esto es una simulación -objetó ella-. Cualquiera puede crear una tira cómica.
– Te aseguro que no se ha usado ni una sola pieza de datos hipotéticos para esta «tira cómica», como la llamas. La dejaré para que la analices después.
Monique observó el ingreso del virus en un pulmón humano, el cual de inmediato se puso a obrar en las células de los alvéolos. Ella sabía cómo iba a funcionar: introduciendo su propio ADN a las células y finalmente destrozándolas. Pronto miles de células infectadas del virus recorrían el sistema de venas y arterias del cuerpo, buscando nuevos órganos. Aun así, con ese daño microscópico, no sería evidente ningún síntoma.
El reloj de la base de la figura se aceleró y comenzó a marcar horas, luego días. Se puso más lento en el dieciséis. Las células infectadas habían alcanzado una masa crítica y estaban produciendo síntomas. El asalto a los órganos del cuerpo resultó en una tremenda hemorragia interna y rápido fallo en dos días más.
Como un ácido, el virus se había comido al huésped de adentro hacia fuera.
– Asquerosa bestiecita -declaró Svensson-. Hay más.
Monique había visto mil simulaciones de bacterias. Había participado en autopsias de víctimas de ébola. Había visto y analizado más virus que cualquier otra persona viva. Pero nunca había visto un animal tan devastador, ni que fuera tan contagioso, tan sistemático, y tan inocuo antes de alcanzar la madurez y consumir a su huésped como muchas pirañas.
Monique carraspeó.
El siguiente cuadro mostró un mapa del mundo. Se iluminaron doce puntos rojos. Nueva York, Washington, Bangkok y otros diminutitos fuegos más se encendieron.
– Perdona el melodrama, pero en realidad no hay otra manera de mostrar lo que no se puede ver a simple vista.
Al finalizar el día uno ya eran veinticuatro las ciudades.
– Nuestro depósito inicial. Todo lo demás es la propia obra del virus.
Se extendieron líneas sobre el mapa que mostraban rutas de tráfico aéreo. Se extendieron las luces. La mitad del mapa era de color rojo homogéneo para el inicio del día tres.
Ahora la simulación cambió para mostrar la extensión del virus de un huésped a otro. Monique conocía muy bien los hechos: Un estornudo contenía hasta diez millones de gérmenes que viajaban a ciento sesenta kilómetros por hora. Con este virus solo pasaban cuatro horas desde que una persona adquiría el germen hasta que se volviera contagiosa. Incluso suponiendo que cada agente contagioso infectara solo a cien por día, las cantidades aumentaban de manera exponencial. Para el día nueve la cantidad había llegado a seis mil millones.
Svensson estiró la mano al frente y presionó la barra espaciadora. La simulación se detuvo.
– Eso nos actualiza.
Al principio ella no entendió. ¿Qué quería decir con actualizar?
– Añades o quitas unas cuantas horas -continuó él.
– ¿Está usted diciendo que ya lo hizo?
Como prometí. Y debo admitir que no todas las ciudades infectadas tienen saturación. La luz roja significa que el virus se está transmitiendo actualmente por vía aérea, que se está dispersando en esa ciudad. Calculamos que se necesitarán dos semanas para la saturación mundial.
Él sacó un minúsculo envase cilíndrico de vidrio. Lo destapó. Olfateó la abertura.
– Sin olor.
Monique supo entonces la verdad. Era difícil de captar, aun con las simulaciones de Svensson. Una cosa eran modelos computarizados, teorías y dibujos, pero imaginar que ella estaba viendo lo que ocurría de veras…
Él podía estar mintiendo al respecto, obligándola a trabajar en un antivirus para con este poder chantajear al mundo.
– Veo que necesitas algo más convincente -anunció mientras presionaba el botón del intercomunicador en el teléfono-. Tráiganlo.
Agarró un portaobjetos limpio.
Tal vez en realidad ya lo había hecho.
– Esto es absurdo. Estados Unidos estaría enojadísimo si…
– ¡Estados Unidos está enojadísimo! -gritó Svensson-. Cada nación con algo parecido a un ejército está muy molesta. Las personas aún no lo saben, pero los gobiernos ya llevan dos días peleándose. Los CDC ya identificaron el virus en más de cincuenta ciudades.
La puerta se abrió y a empujones entró un hombre atado; llevaba camisa verde y una bolsa negra sobre la cabeza. Carlos entró y cerró la puerta.
Svensson sacó un escalpelo del bolsillo y se acercó al hombre.
– Lo agarramos en un club nocturno de París. No tenemos idea de quién se trate, aunque parece que podría ser un visitante del Mediterráneo. Quizás griego. Tiene la boca tapada, así que no te molestes en hacerle preguntas. Las posibilidades de que se haya infectado son muy grandes, considerando dónde estaba pasando el tiempo, ¿no estarías de acuerdo?
Sin esperar respuesta, Svensson le acuchilló el pecho al hombre. Este retrocedió bruscamente y gimió detrás de su mordaza. Svensson adhirió el portaobjetos a la línea de sangre que se filtraba y que oscurecía la camisa verde.
Se fue hacia el microscopio de electrones, lo agarró y colocó el portaobjetos en su lugar.
– Observa por ti misma -manifestó y retrocedió.
El hombre había caído de rodillas, ahora con la camisa empapada de sangre.
A Monique le daba vueltas la cabeza.
Svensson fue hasta donde el hombre, extrajo una pistola y le disparó en la cabeza. Su víctima cayó al suelo. ¡Observa! -ordenó el suizo, indicando el microscopio con la pistola.
Monique fue hacia el monitor, con los oídos zumbándole y el pulso latiéndole con fuerza. Hizo trabajar el conocido instrumento sin pensar en lo que hacía. Tardó mucho en centrarse, porque no podía controlar las manos. Le temblaban y parecían haber olvidado qué hacer.
Pero, cuando finalmente encontró un parche en el portaobjetos que correspondía a la gran ampliación, difícilmente pudo dejar de notar los cuerpos extraños que nadaban en la sangre del hombre.
Monique pestañeó y aumentó la ampliación. Detrás el salón estaba en silencio. Solamente se encontraba ella, respirando por las fosas nasales. Esta era. Esta era la variedad Raison.
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