Otro laboratorio. Blanco encandilador. Pequeño, quizás de siete metros por siete, pero equipado con lo más moderno. A lo largo de una pared había un microscopio Siemens de emisión de campo electrostático. El microscopio podía examinar de manera eficaz muestras húmedas y especímenes tratados con nitrógeno líquido. De lo mejor en su género. Al lado, una larga mesa mostraba tubos de ensayo y un contador Beckman Coulter.
En el rincón, un colchón, y en un cuarto contiguo sin puerta, un baño y un lavabo.
El salón estaba construido con bloques de carboncillo, igual que los otros. Con una segunda mirada tuvo la seguridad de que quien hubiera construido los otros dos laboratorios en que estuvo, también había construido este. ¿Cuántos tenían? Y habían equipado cuidadosamente cada uno con todo lo que necesitaría un virólogo.
Monique se acurrucó en el colchón, vestida con pantalones azules claros y blusa que le hacía juego, ropa que le dieron antes del viaje. Lloró. Era consciente de que debía ser fuerte. De que Svensson en realidad no liberaría el virus como había amenazado hacer. De que, si lo hacía, tal vez ella era la única persona que podría detener el virus. Pero era terriblemente mínima la posibilidad de que la «puerta de atrás» que creó sobreviviera a la mutación. Ellos tendrían que estar fanfarroneando.
Sin embargo, ella había llorado.
Un pelirrojo con bata blanca y bifocales entró al salón veinte minutos después llevando un maletín de piel de serpiente.
– ¿Está usted bien? -le preguntó; parecía sorprendido de veras de la condición de ella-. ¡Dios mío! ¿Qué le han hecho? Usted es Monique de Raison, ¿verdad? La Monique de Raison.
Ella se puso de pie y se quitó el flequillo de los ojos. Un científico. Le renació la esperanza. ¿Era un amigo?
– Sí -contestó ella.
Solo unos días antes, Monique podría haber abofeteado a este hombre por su mirada boquiabierta. Ahora ella se sentía insignificante. Muy insignificante.
Los ojos del hombre brillaban.
– Tenemos una apuesta. Tenemos una apuesta -dijo y señaló hacia la puerta-. Quién lo encuentra primero, usted o nosotros.
Luego se inclinó al frente como si se debiera mantener en secreto lo que estaba a punto de decir.
– Soy el único que apuesta por usted.
Ella pensó que el sujeto estaba ligeramente loco.
– Ninguno de nosotros lo descubrirá -expresó ella-. ¿Comprende usted lo que está pasando?
– Desde luego que sí. Al primero que aísle el antivirus se le pagarán cincuenta millones de dólares y a cada uno del equipo completo se le pagarán diez millones. Pero hay once equipos, así que Petrov…
Ella entonces le dio una cachetada. Los lentes le volaron por el salón.
– Él va a liberar el virus, ¡idiota!
– Ya lo hizo -anunció el científico mirándola, luego puso el maletín en el suelo y fue por los lentes. Regresó con ellos puestos-. Todo lo que usted necesita está en el maletín; verá todo nuestro trabajo en cálculos de tiempo real y nosotros veremos el suyo.
Entonces se dirigió a la puerta.
– Lo siento, ¡por favor! -exclamó ella corriendo detrás de él-. ¡Usted tiene que ayudarme!
Pero él cerró la puerta y desapareció.
Eso ocurrió hace solo una hora. Ahora Monique miraba una vertiginosa serie de números y trataba desesperadamente de concentrarse.
Él no ha liberado el virus, Monique. Las posibilidades de encontrar a tiempo m antivirus son demasiado pocas. ¡Sería suicidio!
Pero él la había secuestrado, ¿verdad? Él sabía que finalmente lo iban a atrapar y que iba a pasar el resto de su vida en prisión. ¿Qué tenía que perder?
Y Thomas…
La mente de Monique se centró en sus dos encuentros con el estadounidense. En el irracional secuestro. La había atado al aire acondicionado en el hotel Paradise mientras él dormía, mientras viajaba en sueños para obtener información que él no tenía cómo conocer. El ataque por parte de Carlos. Ella le había visto dispararle a Thomas, y sin embargo este sobrevivió y vino de nuevo por ella. Ella lo había besado. Lo hizo para distraer a quien observara, pero también porque él arriesgó su vida por ella; además, se sentía desesperada porque la salvara. Él era su salvador.
Monique no sabía si sus sentimientos irresponsables por Thomas los motivaba el carácter de él o la desesperación de ella. Las emociones de la mujer difícilmente eran confiables en un momento como ese.
¿Estaría aún vivo?
Tienes que concentrarte, Monique. Vendrán por ti otra vez. Tu padre tendrá a todo el mundo buscándote.
Respiró hondo y se volvió a concentrar. Un modelo de su propia vacuna Raison llenaba una esquina de la pantalla. Debajo, un modelo de la variedad Raison, una mutación que logró sobrevivir después de someter a la vacuna a calor intenso, exactamente como Thomas predijera. En la última hora Monique había analizado un centenar de veces una simulación de la mutación real y veía cómo actuaba. Este era un fenómeno de naturaleza mucho más compleja que cualquier cosa que se le pudiera ocurrir a un genetista por cuenta propia.
Irónicamente, la creación genética de Monique, diseñada para mantener viable a la vacuna por largos períodos sin contactar a ningún huésped o nada de humedad, había permitido mutar a la inerte vacuna en tan adversas condiciones.
Hasta donde ella podía ver, solo había dos medios en que se podría desarrollar un antivirus con alguna velocidad, lo cual significaba semanas en vez de meses o años.
Lo primero sería identificar el patrón característico que Monique había creado en su vacuna para desconectarla, por así decirlo. Ella había desarrollado una forma simple para introducir un agente de transmisión por vía aérea en las inmediaciones de la vacuna… un virus que en esencia neutralizaría la vacuna al insertar el propio ADN del virus en la mezcla y hacer inofensiva a la vacuna. Este era tanto su patrón característico personal como un disuasorio para el juego sucio o el robo.
Si ella lograra encontrar el gen específico que había creado, y si este hubiera sobrevivido a la mutación, entonces introducir el virus que había desarrollado para neutralizar la vacuna también podría hacer que la variedad Raison resultara inocua. Si, si y podría eran las palabras clave.
La francesa conocía el patrón característico tanto como a su mejor amiga. El problema ahora era cómo hallarlo en ese fragmentado desorden llamado Variedad Raison.
La otra manera única de desenmarañar un antivirus en tan corto plazo era encontrar por casualidad las correctas manipulaciones de genes. Pero diez mil técnicos de laboratorio podrían coordinar sus esfuerzos durante sesenta días sin obtener la combinación correcta.
Svensson sabía algo o no se arriesgaría a tanto en tan poco tiempo. Seguramente se dio cuenta de que el patrón característico de ella no había sobrevivido, o que quizás no funcionaría en la vacuna mutada.
Monique movió el cursor sobre la tecla debajo del diagrama de la variedad y lo sacó a una ventana del ADN del virus. Buscaría primero su clave.
Dio un golpe con el puño en el escritorio negro de fórmica. En una bandeja se zarandearon tubos de vidrio. A través de sus apretados dientes soltó un insulto.
– ¡Esto no puede estar sucediendo!
– Me temo que sí.
¡Svensson! Giró ella en la silla. El viejo libidinoso se hallaba en la entrada, sonriendo pacientemente, apoyado en un bastón blanco.
Entró al salón, arrastrando la pierna, con un brillo de satisfacción en los ojos.
– Perdón por haberte dejado sola tanto tiempo, pero he estado un poco preocupado. Los dos últimos días han estado plagados de incidentes.
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