Thomas estaba un poco sorprendido de que no hubiera al menos algunas risitas.
– Llamó a nuestras oficinas porque se enteró de algo más bien amenazador, concretamente de que un virus llamado Variedad Raison sería liberado alrededor del mundo esta semana. Repito, esto fue hace casi dos semanas, aun antes de que se conociera la existencia de la variedad Raison.
Al menos estaban escuchando.
– Nadie le hizo caso, por supuesto. ¿Quién lo haría? Él fue a Bangkok y tomó el asunto en sus manos. Durante la última semana nos ha estado transmitiendo datos formales, todos previos a los acontecimientos.
Hizo una pausa. Nadie se movió.
– Ayer volé a Bangkok a solicitud del presidente -continuó Gains-. Lo que he visto con mis propios ojos los dejaría aterrados a todos ustedes. Igual que yo, es muy probable que ustedes hayan llegado a la conclusión de que nuestra nación está en una posición muy, pero muy grave. La situación parece desesperada. Si hay alguna persona que pueda salvar esta nación, damas y caballeros, muy bien podría ser Thomas Hunter. ¿Thomas?
Thomas se puso de pie y caminó por el pasillo. Se dirigió al frente, sintiéndose cohibido en los pantalones negros y la camisa blanca que había comprado en el centro comercial al venir aquí desde el aeropuerto. Se debía ver muy, pero muy extraño. He aquí el hombre que ha visto el fin del mundo. Se hallaba tan desconectado de la realidad de ellos como Hulk o el hombre araña.
Tapó el micrófono.
– No estoy seguro de que esto vaya a hacer algún bien -comentó tranquilamente; el presidente lo calmó con una firme mirada.
– Hazlos creer -le dijo Gains dándole una anémica sonrisa y haciéndose a un lado-. Déjalos que hagan sus preguntas.
Thomas enfrentó a la audiencia. Lo miraron veintitrés pares de ojos, r inseguros e incómodos como los de él.
Sintió gotas de sudor en la frente. Si supieran lo desorientado que se sentía, caería en oídos sordos la información que les iba a transmitir. Debí representar su parte con tanta convicción como pudiera. No importaba si las aceptaban o les caía bien. Solo que lo oyeran.
– Sé que todo esto les parece muy absurdo a algunos de ustedes, quizás a; todos. Y eso está bien -empezó; su voz sonó fuerte en el silencioso salón-. Me llamo Thomas Hunter y el hecho es que sin importar cómo sé lo que s' ni cuan increíble les parezca, me he enterado de algunas cosas. Si ponen atención a lo que estoy a punto de decirles, podrían tener una posibilidad. Si n tal vez estén muertos en menos de veintiún días.
Pareció demasiado confiado. Incluso muy gallito. Pero era la única manera que conocía en esta realidad.
– ¿Debo continuar?
– Continúe, Thomas -asintió el presidente detrás de él.
Sintió sus reservas como cadenas flojas. La pura verdad era que tal vez tenía más que ofrecer a la nación que cualquier otra persona en este salón. Y no porque quisiera tener esa responsabilidad. No tenía nada que perder. Igual que ninguno de ellos.
– Gracias.
Thomas caminó a su derecha, luego recordó el micrófono y regresó, analizando a los asistentes. Quizás solamente lograra intentarlo, así que se los transmitiría en un lenguaje que al menos los hiciera estremecer.
– En las dos semanas anteriores he experimentado toda una vida. También me he enterado de algunos asuntos en esa vida. En particular que la mayor parte de hombres y mujeres cederán ante las fuertes corrientes que los arrastrarán al interior de los mares de la ruina. Solo quienes sean más fuertes de mente y espíritu nadarán contra esa corriente. Tal vez parezca un poco filosófico, pero eso es lo que dicen algunas personas del lugar de donde vengo, y estoy de acuerdo.
Hizo una pausa y miró a los ojos a la mujer vestida de azul, cuya pregunta condujera a la introducción de Gains.
– Todos serán arrastrados al mar si no son muy, pero muy cuidadosos. Sé que debo parecerles un consejero espiritual. No es así. Solo estoy hablando lo que sé, y he aquí lo que sé.
La mujer sonreía con dulzura. Él no supo si en señal de apoyo o de incredulidad. No importaba.
– Sé que el suizo tendrá el antivirus si no lo tiene ya. Lo sé porque eso es lo que dicen los libros de historias. Algunas personas sobreviven. Sin un antivirus sería imposible ninguna clase de supervivencia.
Thomas respiró hondo e intentó estudiarlos, pero era difícil medir la diferencia entre estar impresionados por el conocimiento de un orador y estar impactados por la audacia de este.
– Además, sé que Estados Unidos cederá finalmente a las demandas del suizo y entregará su armamento. Sé que todo el mundo cederá ante este hombre y que, aun así, la mitad de la población del planeta morirá, aunque solo puedo imaginar qué mitad. Esto llevará a una época de terrible tribulación.
Parecía un profeta, o un maestro de escuela dictando clases a niños. Eso era lo último que deseaba, aunque supuso de alguna forma poco convencional que era un profeta. ¿Sería posible que debiera estar hoy aquí?
– Si ustedes ceden ante el suizo, seguirán el curso de la historia como está escrito. Serán arrastrados al mar. La única esperanza es resistir a quienes les exigen ceder. O encontrarán una manera de cambiar la historia, o seguirán su curso y morirán, como está escrito.
– Discúlpeme.
Era Olsen, el hombre de cabello negro de quien Bob afirmó que era enemigo del presidente. Sonreía de manera perversa.
– Sí, señor Olsen.
Los ojos del hombre se movieron repentinamente. No había esperado que se refiriera a él por su nombre.
– ¿Está usted insinuando que es un síquico? ¿Consulta ahora síquicos el Presidente?
– Ni siquiera creo en los síquicos -respondió Thomas-. Soy simplemente alguien que sabe más que usted respecto de algunas cosas. hecho, por ejemplo, de que usted morirá en menos de veintiún días debido a hemorragias masivas en el corazón, los pulmones y el hígado. Tendrá menos de veinticuatro horas desde que aparezcan los síntomas hasta su muerte. Sé que todo parece un poco duro, pero supongo que ninguno de ustedes tiene tiempo para juegos.
La risita petulante de Olsen desapareció.
– También sospecho que dentro de una semana usted encabezará un movimiento para ceder ante las demandas de Svensson. Eso no es de los libros de historias, entiéndalo. Es mi juicio basado en lo que he observado hoy en usted. Si tengo razón, usted es la clase de individuo al que los demás en este salón deben oponerse.
– Estoy seguro de que Thomas no es del todo sincero -terció Gains sonriendo nerviosamente-. Él tiene un… ingenio exclusivo, como estoy seguro que ustedes ven. ¿Alguna otra pregunta?
– ¿Habla usted en serio? -exigió saber Olsen, mirando a Gains-. ¿Tiene usted en realidad la audacia de presentar un acto circense frente a nosotros en un momento como este?
– ¡Muy en serio! -exclamó Gains-. Estamos aquí hoy porque hace dos semanas no quisimos oír a este hombre. Él nos dijo qué, nos dijo dónde, nos dijo cuándo y nos dijo por qué, y le hicimos caso omiso. Sugiero que usted acepte cada palabra que él pronuncia como si fuera del mismo Dios.
Thomas se estremeció. Difícilmente culpaba a esas personas por sus dudas. No tenían referencia contra la cual juzgarlo.
– ¿Así que usted supo acerca de esto porque todo está escrito en unos libros de historias en otra realidad? -inquirió la mujer del vestido azul.
– ¿Cuál es su nombre?
– Clarice Morton -contestó ella, mirando al presidente-. Congresista Morton.
– La respuesta es sí, señora Morton. En realidad así fue. Cierta cantidad de hechos pueden confirmar eso. Me enteré de la variedad Raison hace poco más de una semana. Lo reporté al Departamento de Estado y luego a los Centros para el Control de Enfermedades. Como nadie quiso hacer caso, volé por mi cuenta a Bangkok. En un acto desesperado secuestré a Monique de Raison… quizás ustedes han oído al respecto. Intenté ayudarla a comprender lo peligrosa que era su vacuna. Es innecesario decir que ella ahora lo entiende.
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