Ted Dekker - Verde

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TAL COMO PREDIJERON LOS ANTIGUOS PROFETAS, un apocalipsis destruyó el planeta en el siglo XXI. Pero, dos mil años después, Elyon puso en el mundo a un nuevo Adán. Sin embargo, esta vez Dios otorgó una ventaja a la humanidad. Lo que una vez fue invisible, ahora se podía ver. Era algo bueno y recibía el nombre de… Verde.
Pero el maligno Teeleh aguardaba su oportunidad en un Bosque Negro.
Entonces, en el momento menos esperado, un joven de veinticuatro años conocido como Thomas Hunter se durmió en nuestro mundo y despertó en ese futuro Bosque Negro. Se había abierto una puerta para que Teeleh arrasara la tierra. Desolados por esa desgracia, Thomas Hunter y su Círculo juraron luchar contra el tenebroso azote hasta su último aliento.
Pero ahora el Círculo ha perdido la esperanza. Samuel, el amado hijo de Thomas Hunter, ha abandonado a su padre. Se ha unido a las fuerzas oscuras para iniciar una guerra final. Thomas se siente destrozado y busca desesperadamente la manera de regresar a nuestra realidad para dar con una esquiva esperanza que podría salvarlos a todos.
Entra en este relato apocalíptico, distinto a todo lo que has leído. Una historia que enlaza con la nuestra de una manera tan ¡impactante que te hará olvidar que estás en otro mundo.

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– ¿Qué pasa?

– Qué bueno que te nos unas, hijo de Hunter -comentó Eram-. Finalmente Qurong se ha decidido y está enviando a la muerte a sus primeros hombres. Un mar de infantería se desbordaba sobre la cima, internándose en el valle.

– ¿Cuántos no han tomado el agua? -exigió saber Eram sin preguntar a nadie en particular.

– Cincuenta mil, según las instrucciones -contestó su general.

– ¿Portan los demás el veneno en la sangre?

– Sí -respondió Janae-. Todos ellos.

Eram escupió, y antes de caer al suelo el escupitajo rojo se estrelló en la bota de Samuel, que miró al dirigente a los ojos.

– Lo siento mucho -se disculpó Eram analizando al ejército horda que se acercaba al fondo del lejano declive-. Yo diría como veinte mil hombres a pie. Me sorprende que Qurong fuera tan evidente. Exactamente como predije, intenta atraernos.

– No podemos mostrarle nuestra fortaleza todavía -opinó Samuel-. Envía cincuenta mil.

– Sí, mi nuevo general horda. Eso es exactamente lo que haré -comentó Eram, y sonrió burlonamente a Samuel-. Y tú los dirigirás. Samuel parpadeó ante el hombre.

– Lo siento, yo…

– Necesito un general en el valle, amigo mío. Alguien en quien pueda confiar.

He decidido que eres la mejor opción -determinó el líder, y chasqueó los dedos al otro general-. Envíalos ahora, general, los cincuenta mil que no han tomado el veneno. Diles a los capitanes que una vez en batalla estarán bajo las órdenes de Samuel. Y diles que envíen de vuelta al infierno hasta al último de esos encostrados.

– Sí, señor.

Samuel miró a Janae, pero ella no pareció preocupada en absoluto por la decisión. Tenía la mirada fija en el vacío horizonte a la izquierda, donde solo había desierto… y más allá el bosque negro.

Samuel aún no lograba ajustar los pensamientos a la decisión de Eram de enviarlo abajo. Naturalmente, no estaba asustado. Lejos de eso, ya tiraban de él los pensamientos de asesinar hordas y cubrirse de gloria. ¿Pero qué motivos tenía realmente Eram?

– ¿Estás cuestionando mi juicio, Samuel? -preguntó Eram.

– No, señor.

– Necesito que tus hombres te vean bajar esa colina, y que te vean matar hordas.

Me acaban de informar que algunos albinos se están quejando respecto de un sarpullido. Yo los enviaría abajo a todos ahora antes de que tengan la oportunidad de comprender que tienen la enfermedad, pero su presencia en el campo de batalla podría intimidar a Qurong, ¿entiendes? Pero un albino, el hijo de Hunter… bueno, eso tentaría a Qurong a enviar de una vez todo su ejército.

– ¿Se están volviendo hordas mis hombres?

– ¿Se están volviendo hordas? -remedó Eram como si no hubiera esperado menos-. Han aceptado la marca y han entregado los corazones a su hacedor. ¿Qué esperabas?

El tipo sonrió de manera apacible.

– Pero la transición llevará algo de tiempo -concluyó-. Tenemos que pelear antes de que perdamos nuestra ventaja física.

A la mente de Samuel entraron al mismo tiempo dos pensamientos: Que Eram era un brillante estratega y que Janae había traicionado a los albinos. Pero al momento solo el primero parecía terriblemente importante. ¿Había esperado Samuel algo menos de su bruja?

Un aluvión de guerreros eramitas desbordaba la cima a la izquierda. Infantería. El terreno retumbaba con las pisadas de cincuenta mil hombres al bajar la ladera fuertemente protegidos. Ningún grito todavía. Los dos ejércitos se arrojaban uno contra otro.

El pulso de Samuel se acrecentó. Espoleó el caballo hacia adelante, luego lo hizo retroceder.

– Refrena a esos arqueros. No deseo una flecha en la espalda.

– Observa la próxima oleada de Qurong -contestó Eram asintiendo con la cabeza-. Atacará con el grueso de sus fuerzas; sabrás que vienen cuando lance las bolas de fuego. Tan pronto como él muerda nuestro anzuelo, enviaré refuerzos, comenzando con los albinos. Hasta entonces, aguántalos. Una vez que ellos desciendan, la enfermedad se extenderá. Veremos lo eficaz que es realmente este veneno.

La estampida de guerreros se apresuraba aún por la cresta. Janae todavía miraba hacia el norte, siempre hacia el norte.

Ahora miró a Samuel y sonrió amablemente.

– Ven aquí, amor.

– Despídanse rápidamente -ordenó Eram, moviendo el caballo alrededor-.

Tu batalla te espera.

Samuel situó la montura al lado de la de Janae, en direcciones opuestas. Impulsivamente se inclinó hacia adelante y la besó en la boca. El olor del aliento femenino lo atrajo como lo había hecho la sangre. Supo que Teeleh la había transformado en algo menos que la mujer que conociera alguna vez, y se preguntó si sería tan afortunado como para experimentar algo parecido.

– Adiós, amor mío -expresó ella-. Ha sido bueno juntarme contigo por un rato.

– No tengo intención de morir -dijo él, mirándola a los distantes ojos-.

Volveré.

– Y yo me habré ido. Ya hice lo que pretendía hacer.

– ¿Te habrás ido? No, no, ¡no te puedes ir ahora!

– Pero debo hacerlo. He terminado mi tarea aquí. Ellos están engañados, todos ellos. Ahora mi verdadero amante me llama -expresó la muchacha, y le puso la mano en el antebrazo-. Quizás cuando todo esto termine te me puedas unir, si él lo permite. Creo que te gustaría.

– ¿El bosque negro?

– No. La tierra. Hace dos mil años.

Las historias. El joven no supo qué decir. Un rugido estalló desde el valle detrás de él, y se dio la vuelta para ver cómo colisionaban ruidosamente los dos ejércitos. Sus frentes de ataque se entremezclaron a toda velocidad como dos nubes negras chocando de frente. Pero aquí la unión era brutal y sangrienta, y ya los gritos de los moribundos se mezclaban con otros de bravuconería e ira. ¡Debía irse!

– Entonces espérame -pidió él volviéndose; pero ella ya se había alejado, sentada como una elegante reina en el claro corcel-. ¡Janae!

– Muere bien, Samuel -expresó ella volviéndose para mirarlo con su perpetua sonrisa burlona.

– Janae…

– ¡General!

Lo estaban llamando. Pudo ver a Vadal observándolo, igual que los demás guerreros albinos y otros diez mil eramitas. Todas las miradas estaban puestas en él. Su ejército peleaba ahora, asesinando hordas como siempre había soñado. La gloria esperaba.

Samuel hizo girar el caballo, hundió los talones en los flancos con suficiente fuerza para fracturar una costilla y descendió rápidamente al valle de Miggdon.

42

BILL REDIGER, conocido como Billy antes de recibir ojos negros y nuevo nombre, salió de la rampa de pasajeros del Aeropuerto Internacional de Denver, se ajustó los lentes oscuros a la frente, y dobló a la derecha, hacia los trenes que lo llevarían a la calle. Para cualquier transeúnte común y corriente parecería un próspero hombre de negocios con gusto por oscuros trajes finos y costosos relojes, en este caso Armani y Rólex. Tenía el cabello rojo nítidamente peinado hacia atrás, y un buen bronceado le suavizaba las pecas de las mejillas.

Era realmente imposible que alguien supiera con quién se cruzaba en este por lo demás obvio día veraniego en el centro de Estados Unidos. No sabría que el hombre tenía globos oculares negros y que leía las mentes.

Este era un día muy bueno para estar vivo, porque en muchos sentidos Bill ya estaba muerto. Pero ahora, habiendo aceptado su muerte por completo, podía continuar con el asunto a mano. No estaba totalmente seguro de qué le había sucedido, aunque sospechaba que había otro hombre como él en alguna parte, viviendo a muchos años en el futuro.

Sí, así era. Hasta donde recordaba, había estado en Bangkok en busca de los libros de historias, donde conoció a Janae. Ambos habían caído en alguna clase de trance, yendo a algún sitio que él no recordaba bien. Eso le había dejado un sabor a bilis en la boca. Luego había despertado en Washington, D.C., treinta y tantos años atrás en el pasado, lo cual técnicamente era antes de que naciera. Lo habían enviado atrás con un solo propósito: Detener a Thomas Hunter. Y el diablo le había dado los ojos para seguir a Thomas adondequiera que fuera, aun dentro de los sueños de Hunter. Y una vez que lo detuviera, ¿entonces qué? Probablemente tendría alguna muerte horrible, porque no podía haber dos de él andando por ahí.

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