Al interior de este infierno.
No supo ni le importó cuánto tiempo cabalgaron o a dónde conducía el camino lleno de recodos. Janae siguió diciéndose que iba a casa. Todos los secretos yacerían Él desnudo con su reina.
Mi reina.
– Mi reina -susurró en voz alta-. Mi reina.
El corcel se detuvo de repente y Janae se sacudió en la silla, con los ojos abiertos de par en par. Habían llegado a la orilla de una gran laguna negra rodeada por un espeso bosque. Los shataikis cubrían el follaje, sus millones de ojos rojos miraban en silencio, irradiando un tenue brillo sobre las aguas.
Janae se detuvo al lado de Billy y le siguió la mirada. Había una sencilla plataforma de madera sobre postes encima del agua, como un muelle. Y en la plataforma, tres gruesas cruces invertidas, negras en la noche.
Cruces. ¿Por qué cruces?
Janae vio que cinco o seis cuerpos de shataikis habían sido clavados a las cruces y que colgaban como enormes ratas muertas.
– Crucifixiones bocabajo.
Billy mantenía la mirada en los antiguos símbolos de ejecución.
– ¿Dónde está Marsuuv? -quiso saber Janae.
– En el sepulcro.
Los shataikis susurraban, y entonces Janae se preguntó qué ofendería o qué no lo haría. Sintió que se le estremecía la piel, como la carne del corcel debajo de ella. Algo iba mal aquí. Todo iba mal, terriblemente mal. Todo menos el olor. Y ahora el cuerpo le temblaba de deseo.
– ¿Dónde está el sepulcro?
– En el infierno -contestó él-. Debajo de las cruces.
– ¿Debajo del lago?
Billy dirigió el caballo hacia una puerta podrida de madera que llevaba a un elevado montículo contiguo al lago. Como un fortín o una cueva. Durante largos segundos permaneció sentado sobre el caballo mirando en silencio. Los murciélagos observaban por encima como un jurado, en perfecto sigilo, como si hubieran esperado por mucho tiempo lo que estaban a punto de presenciar.
La historia se estaba escribiendo ante los ojos de ellos. Pero Janae se dio cuenta de que no era a ella a quien miraban, sino a Billy.
La muchacha se volvió para mirarlo y vio que lloraba. Chorros de lágrimas le humedecían las mejillas, y tenía el rostro contraído en angustia.
– Mi amor… -balbuceó él con voz ronca, apenas más fuerte que un susurro-. Lo he logrado. He vuelto a ti.
A Janae se le formó un nudo en la garganta. En ese momento sintió tal solidaridad con él que no pudo contener su propio sentimiento.
– Te amo, Billy.
Pero en el momento en que lo expresó, ella supo que quería decir Marsuuv. Al igual que Billy, Janae había encontrado a su amante. Sin duda no en la manera en que los humanos hallan amantes. No, esto era más fundamental, como hallar agua en un desierto. O sangre después de ser desangrado.
Vida.
Billy recobró la compostura, luego se volvió hacia ella.
– ¿Tienes la fortaleza?
– Sí.
– El lo tomará todo.
Y me dará su poder, pensó ella.
– Tomará tu alma.
– Ya lo ha hecho -confesó ella mirando hacia la entrada, una puerta rudimentaria atada con enredaderas en un diseño cuadriculado.
Billy inclinó la cabeza, luego alargó la mano hacia la de ella. El hombre tenía los dedos helados, pero el gesto la llenó con una nueva calidez.
– Gracias, Janae. Gracias por compartir esto conmigo.
– Desde luego.
– ¿Sabes? Una vez creí haber derrotado la maldad en mi corazón -declaró él, levantando la mirada hacia las tres cruces a la derecha de ellos-. Aprendí algo. Podemos enfrentar nuestros demonios, quemarlos, arrojarlos al suelo. Yo convertí los míos en cenizas. Pero, aunque destruyas la evidencia del mal, no puedes curar el corazón. No por uno mismo. Solo Marsuuv puede hacer eso.
Billy estaba mirando las cruces mientras lo decía, y por un instante Janae creyó que él estaba rindiéndose.
– Llámame Judas, Janae -confesó él sonriendo, mirándola de nuevo-. Todos tenemos nuestros papeles que representar. Amo muchísimo a Judas. Aunque ella quisiera, no había manera de volver ahora. El olor la atraía como un intoxicante aéreo que la invitaba a ir y probar.
– Yo también quiero amarla.
– Nos espera -expresó Billy-. Marsuuv está esperando.
Entonces Billy y Janae descendieron de sus monturas, se dirigieron a la puerta y descendieron al infierno.
CHELISE PERDIÓ la noción del tiempo mientras seguía al roush a través del bosque, henchida de renovada energía y anhelo. Hasta el caballo parecía haber ganado fortaleza, un vigor casi antinatural para ir tras este ángel de misericordia que volaba por encima de las ramas, a veces visible y a veces no.
Ella sabía que llegarían pronto al desierto, y entonces habría menos obstáculos y el sendero hacia el círculo sería más seguro.
Las criaturas se están mostrando otra vez, se dijo. Algo está sucediendo. El mundo está repleto de tinieblas porque sabe que algo está ocurriendo. Está a punto de cambiar. Los pensamiento se repetían una y otra vez, y ella se aferró a ellos como si fueran una cuerda hacia el mismo Elyon.
Chelise perdió de vista al roush en una sección espesa del bosque, y con un poco de pánico se preguntó si la había abandonado. Luego salió de la arboleda y se enfrentó al desierto abierto.
La blanca criatura se hallaba en lo alto de una duna a menos de cincuenta metros de la línea de árboles, observándola.
La mujer acercó más el corcel. Subió la ladera y se detuvo como a siete metros del roush.
– Acércate, cariño -pidió él.
Dios mío, Dios mío, el roush estaba hablando. Chelise no se podía mover.
– Está bien. Sé que debo aterrarte mucho. Como un fantasma en la noche.
– No -barbulló ella-. No. Yo…
No logró hallar las palabras para expresar su gratitud al ver este roush después de tanto temor y duda.
La criatura la miró por un momento más prolongado, luego marchó al frente bamboleándose en larguiruchas piernas difícilmente hechas para caminar. Se detuvo a tres metros de ella.
– Soy Michal, y estoy aquí para animarte -pronunció en voz baja y consoladora-.
Vengo…
Ella no oyó más porque estaba bajando del corcel a la arena, avanzando torpemente, ansiosa por conocer, sabiendo realmente que esto no era producto de su imaginación, sino un verdadero y peludo roush blanco.
Se las arregló para volver en sí antes de correr hacia él, sintiéndose tonta de repente.
Pero en vez de retroceder, el roush extendió las alas.
– Adelante. Parece que en estos días todos quieren asegurarse tocando.
La mujer le tocó la curtida piel. Pasó los dedos sobre el pelaje a lo largo del lomo del ala. Luego se puso de rodillas, sollozó y le agarró ambas alas. Michal se acercó más y Chelise le abrazó el peludo cuerpo. Era real, muy real. Y suave, como algodón velloso. Solo cuando él tosió, a ella se le ocurrió que podría estar dejándolo sin aire. Lo soltó y retrocedió.
– Lo siento. Lo siento.
– No te preocupes. Así sucede -declaró él, bamboleándose hacia la derecha, luego la miró-. Sí, querida, sí. Todo es muy real, no pierdas eso de vista. El mundo está ahora más tenebroso de lo que ha sido. Si solo supieras la traición que se está conspirando en el bosque negro, temblarías.
– Ya estoy temblando.
– Entonces cobra ánimo -pidió él arqueando una ceja-. Si yo soy real, también lo es Elyon. Y si él lo es, también lo es su propósito.
– Entonces, ¿estará Thomas bien? ¿Samuel, mi padre… todos ellos estarán bien?
– No he dicho eso. Las tinieblas demandan un precio…
– ¿Qué precio?
– No te puedo decir lo que acontecerá. Francamente, no lo sé. Pero Thomas no es tonto. Confía en él. Haz lo que debas hacer. Llénate de valor; detrás de toda esta oscuridad hay luz desbordándose. Tendrás que confiar en mí.
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