Ted Dekker - Verde

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TAL COMO PREDIJERON LOS ANTIGUOS PROFETAS, un apocalipsis destruyó el planeta en el siglo XXI. Pero, dos mil años después, Elyon puso en el mundo a un nuevo Adán. Sin embargo, esta vez Dios otorgó una ventaja a la humanidad. Lo que una vez fue invisible, ahora se podía ver. Era algo bueno y recibía el nombre de… Verde.
Pero el maligno Teeleh aguardaba su oportunidad en un Bosque Negro.
Entonces, en el momento menos esperado, un joven de veinticuatro años conocido como Thomas Hunter se durmió en nuestro mundo y despertó en ese futuro Bosque Negro. Se había abierto una puerta para que Teeleh arrasara la tierra. Desolados por esa desgracia, Thomas Hunter y su Círculo juraron luchar contra el tenebroso azote hasta su último aliento.
Pero ahora el Círculo ha perdido la esperanza. Samuel, el amado hijo de Thomas Hunter, ha abandonado a su padre. Se ha unido a las fuerzas oscuras para iniciar una guerra final. Thomas se siente destrozado y busca desesperadamente la manera de regresar a nuestra realidad para dar con una esquiva esperanza que podría salvarlos a todos.
Entra en este relato apocalíptico, distinto a todo lo que has leído. Una historia que enlaza con la nuestra de una manera tan ¡impactante que te hará olvidar que estás en otro mundo.

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– ¡Patricia, esposa de Qurong, el siervo de Ba'al te invita a oírle un asunto de verdadera urgencia!

La voz resonó por el atrio de piedra y más allá. Una criada apareció en el pasaje abovedado y lo miró con curiosidad. Los ojos se le desorbitaron y emitió un corto chillido antes de salir corriendo, vociferando.

– Patricia, esposa de Qurong, Ba'al demanda tu presencia -repitió Thomas andando a grandes zancadas.

– Entonces venga -contestó impacientemente una mujer-. ¿Cuál es el alboroto? Por el amor de Teeleh, no se quede allá afuera, entre y hable.

Thomas entró a la sala de recepción. Había una larga mesa bajo tres antorchas de bronce suspendidas por correas de cuero. Las paredes estaban decoradas con una docena de cráneos de toros y cabras, pintados en rojo y violeta o enlucidos con pasta de morst. Alrededor de la mesa había sillas fabricadas de hueso con asientos de cuero.

Al instante reconoció a Patricia. Ella tenía un melón amarillo en una mano y una vela negra en la otra, una mujer no tan encumbrada en su propia opinión para ayudar donde veía la necesidad, a pesar de tener docenas de criadas a su disposición. El vestido verde claro le llegaba hasta el suelo, una prenda de mangas largas con un cinturón café. Tenía el cabello trenzado y alisado con el blanco morst, como lo estaban las manos y el rostro. Era insólito que las hordas afirmaran que preferían el olor de su propia piel por encima de la hediondez de la carne albina, pero eran capaces de hacer cualquier cosa para mitigar su propia pestilencia.

– Bien, entonces, hable -expresó la dama levantando la mirada mientras ponía la vela sobre un pedestal en el extremo opuesto de la mesa-. Usted sabe que yo honro la palabra de…

Se quedó boquiabierta e inmóvil.

– El esposo de tu hija -habló Thomas-. Thomas de Hunter, líder de todos los albinos. Vengo en son de paz.

Ella aún no lograba hallar la voz. Dos guturales con espadas extraídas entraron corriendo al salón, sin duda alertados por la criada.

Thomas encogió la túnica hacia arriba y la dejó caer a lo largo de los pies, extendiendo las manos.

– Estoy desarmado. Diles que retrocedan.

– Déjennos solos -ordenó Patricia después de titubear, ayudándose con un gesto de la mano.

Ninguno se movió. Los gritos de otros se oyeron ahora en los pasillos, alertando una alarma general. Dos de ellos entraron a toda prisa en el salón desde un pasillo lateral y se detuvieron abruptamente en la puerta.

– ¡Váyanse! -vociferó Patricia.

– Mi señora…

– He dicho que nos dejen. ¡O los haré decapitar! A todos ustedes. Retírense.

Ellos se miraron, luego retrocedieron lentamente, susurrando algo acerca de Qurong. Thomas mantuvo la mirada en Patricia, sabiendo ahora que había elegido la presentación adecuada. Como esposo de su hija, él tenía un lugar de importancia para Patricia. Se podría deleitar en torturarlo por separar a la familia, pero no antes de averiguar algunas cosas respecto de su hija.

– He venido de Ba'al Bek, donde Elyon se burló de tu siniestro sacerdote -informó él-. Ahora estoy aquí para apelar a Qurong sin que lo sepa la serpiente esa. Pero temo que él no quiera oír lo que vengo a decir.

– ¿Y qué te hace creer que a mí me interesa lo que mi enemigo tenga que decir? -objetó ella dejando el melón sobre la mesa y poniéndose una mano en la cadera.

– Porque a ustedes los despacharon de Ba'al Bek con la cola entre las patas -advirtió Thomas; ¿demasiado fuerte?

– ¿Es eso lo que ocurrió? Las perspectivas se amoldan a cómo vemos asuntos místicos. Supe que tuvimos una gran victoria.

– Murieron doscientos sacerdotes. ¿No te lo informaron?

– Te refieres a la ofrenda de Ba'al? Oí decir que Teeleh y sus negras bestias se mostraron ante el mundo. Las calles ya están plagadas de miedo. Pero al final mi hijo se bajó del altar, vivo.

Él no tenía tiempo de persuadirla de lo que ella no había presenciado. Ba'al ya le había dado su propio giro a todo el desbarajuste.

– No importa -continuó él-. Tengo mi propia propuesta para Qurong. Una que le ayudará a destruir al enemigo a quien teme.

– Te equivocas si crees que Qurong está amenazado por los albinos -replicó Patricia yendo hasta el final de la mesa-. Que te las hayas ingeniado para robar a Chelise no significa que te temamos.

– Yo no soy el enemigo -explicó Thomas-. Ustedes deberían temer a los era-mitas y a Ba'al.

Él vio el veloz movimiento en los ojos de Patricia. Continuó antes de que la mujer pudiera concebir una respuesta.

– Mi esposa llora por su padre y por su madre. Nadie tiene un sentimiento más tierno hacia las hordas que ella. Lo que vengo a decir podría salvarlos a todos ustedes. Te ruego que me lleves ante Qurong y lo convenzas de oírme antes de rechazarme.

Ella lo miró torpemente. Durante unos largos segundos ninguno se movió ni habló.

– ¿Y cómo está mi hija? -preguntó ella finalmente.

– No tenemos ninguna hija -declaró una voz en el oscuro corredor a la derecha de Thomas.

Qurong entró, vestido con una túnica de cuero, pantalones largos y botas de suela mullida. Sin guardias, sin armas. Era casi treinta centímetros más alto que su esposa, y los brazos desnudos tenían tal vez más del doble del diámetro de los de Thomas. Las Piernas, gruesas como troncos, sin una onza de grasa. El hombre quizás no tuviera la velocidad de Thomas, pero podría matar a un toro con un solo golpe a la cabeza.

El comandante supremo de las hordas levantó una botella de vino tinto y se sirvió un poco en una copa de cristal. Se bebió el contenido en un solo trago largo antes de volver la mirada hacia Thomas, analizándolo por varios segundos.

– Veo que Cassak no logró demostrar su valía -dijo finalmente.

– Al contrario, tu general probó ser mejor que la mayoría. Pero fue una carrera justa. Mi hijo conoce demasiado bien el territorio eramita.

Qurong no contestó nada a esto.

– Te estás preguntando por qué quien se te acaba de escapar en Ba'al Bek se halla ahora ante ti -expresó Thomas.

– Tendrás que disculparnos -manifestó Qurong escupiendo a un lado-. No todos los días una apestosa salamandra se mete a hurtadillas en nuestras cortes.

– ¿Qué tal un trago? Hace mucho tiempo que no disfruto un buen vino de las hordas.

El comandante titubeó, luego asintió a su esposa, que sirvió media copa y retrocedió. Thomas fue hasta la mesa y tomó un sorbo del amargo líquido, agradecido de hidratar la garganta reseca a pesar del desagradable sabor.

– Él se ha ganado el derecho a hablar -opinó Patricia.

– Silencio, mujer. Yo decidiré quién tiene qué derechos en mi propia casa -objetó Qurong, y miró a Thomas-. ¿Así que no bastó con llevarte a mi hija? ¿Ahora regresas y tratas de seducir a mi esposa?

– No seas tan… -empezó a decir Patricia fulminándolo con la mirada.

– ¡Silencio! -resonó él.

– A pesar de su belleza y encanto, no tengo ninguna intención de seducir a tu esposa más de lo que atraje a tu hija -comentó Thomas-. Simplemente amo a Chelise, como amo a toda la gente… albinos, hordas, mestizos… todos son uno. Pero si no me dejas hablar, quizás no sepas cómo mi hijo Samuel, que se le escapó a Ba'al, está conspirando tu muerte. Mata a esta salamandra albina que apesta en tu palacio, y lo que sé morirá conmigo.

Sin duda, el hombre no era tan tonto como para rechazar esta afirmación, sin considerar la fuente. Qurong frunció el ceño y luego miró a su esposa.

– Déjanos solos. Cierra herméticamente las puertas. No quiero a nadie al alcance del oído.

– ¿Cómo está ella? -preguntó Patricia sin dejar de mirar a Thomas. Qurong levantó una mano para detenerlos. Pero cuando Thomas habló, no lo hizo callar.

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