Los líderes estaban a la derecha de Thomas. Mikil y su esposo Jamous, se hallaban codo con codo y con las copas en alto, mirando al frente, esperando a Thomas. Susan, una de los muchos albinos de piel morena, y su prometido Johan, que había sido y seguía siendo un poderoso guerrero, tomados de la mano, observaban a Thomas.
Marie, hija de Thomas con su primera esposa, que ahora estaba con Elyon, se hallaba al lado de Jake, hijo menor del líder. El muchacho había cumplido cinco años un mes antes. ¿A dónde habían ido a parar todos los años? La última vez que Thomas había hecho un alto, Marie tenía dieciséis años; ahora tenía veinticinco. Cien muchachos se habrían casado con la joven años atrás si Thomas no hubiera sido tan ultraconservador, como ella solía decir. A los dieciocho, Marie había perdido el interés en los chicos y se había dedicado a explorar el terreno con Samuel. El compromiso de la muchacha con Vadal, el hombre de tez oscura a su lado, se había dado solo después de que ella abandonara sus antiguas pasiones.
Por otra parte, Samuel aún seguía tras las suyas, con suficiente ahínco como para mantener en ocasiones a Thomas andando hasta altas horas de la noche de un lado a otro.
Y todavía sin señal del muchacho. Llevaba todo un día fuera.
El círculo esperaba, y Thomas alargó el momento casi hasta el punto de romperse. Una presencia le calentaba la nuca con expectativa. Ellos no podían ver a Elyon, no lo habían visto en muchos años, pero estaba cerca.
Elyon… como el muchacho, como el guerrero, como el león, el cordero, el dador de vida y el amante de todos. El Gran Romance de ellos era para él. Él había dado su vida por ellos, y ellos por él.
Habían usado el símbolo que les encarnaba su propia historia: Un medallón o un tatuaje moldeado en forma de un círculo con un aro exterior en verde para representar el principio, la vida de Elyon. Luego un círculo negro para rememorar el golpe demoledor del maligno. Dos franjas rojas atravesaban el círculo negro: La muerte que trae vida en las aguas rojas.
Y en el centro un círculo blanco, porque estaba profetizado que Elyon volvería sobre un caballo blanco y rescataría a su novia del dragón Teeleh, que la perseguía día y noche.
Pronto, pensó Thomas. Elyon tenía que venir pronto. De no hacerlo, ellos se desharían por completo. Habían estado vagando en el desierto diez años, como israelitas perdidos sin hogar. En celebraciones como esta, rodeados de coros y danzas, todos ellos conocían la verdad. Pero cuando los cantos cesaban… cuan rápidamente podían olvidar.
Él, sin embargo, los contenía algunos minutos ahora, y todo hombre, toda mujer o todo niño de más de dos años permanecían en silencio. Hasta los bebés parecíancomprender que habían alcanzado el apogeo de los tres días de celebración. Después festejarían con los cincuenta cerdos castrados que habían sacrificado y puesto sobre hogueras en la parte trasera del cañón. Danzarían, cantarían y se jactarían de todo lo digno y de algunas cosas que no lo eran.
Pero todos sabían que cada placer que saboreaban, cada esperanza que les llenaba los corazones, cada momento de paz y amor descansaba firmemente en el significado que había detrás de las palabras que Thomas pronunciaría ahora.
Su intensa voz inundó el cañón con una convicción que le produjo un temblor en los miembros.
– Amantes de Elyon que se han ahogado en los lagos y que han recibido vida, esta es nuestra esperanza, nuestra pasión, nuestra única verdadera razón para vivir.
– Así es -manifestó Chelise con voz delicada y ahogada de emoción.
– Él habla la verdad -respondieron al unísono los tres mil. Sus melodiosas voces retumbaban por el valle.
Conocían a Elyon con muchos nombres: El Creador, quien los había formado; el Guerrero, quien una vez los había rescatado; el Dador de dones, quien les había entregado el fruto que los sanaba y los sustentaba. Pero habían acordado llamarlo simplemente Elyon varios años atrás, cuando un hereje de una tribu sureña empezó a enseñar que el mismísimo Thomas era el salvador de ellos.
– Él nos ha rescatado -exclamó Thomas con mayor intensidad-. Nos ha cortejado. Nos ha prodigado más placeres de los que podemos retener en esta vida.
– Así es -anunció Chelise.
La respuesta del pueblo inundó a Thomas como una ola, aumentando el volumen.
– Él habla la verdad.
– Ahora esperamos el regreso de nuestro rey, el príncipe guerrero que nos amó cuando aún estábamos en las hordas. Así es!
– ¡Él habla la verdad!
– Nuestras vidas son de él, nacidas en sus aguas, ¡vidas purificadas por la misma sangre que ahora levantamos hacia el cielo! Thomas pronunciaba a gritos cada palabra.
– ¡Así es! -exclamaba Chelise en conformidad a lo que su esposo decía. Él habla la verdad!
Las voces de la multitud desbordaban las paredes del cañón, y se podían oír a más de un kilómetro en esta noche tranquila.
– ¡Recuerden a Elyon, hermanos y hermanas del círculo! ¡Vivan para él! Atavíen a la novia, prepárense para la celebración, ¡porque él está entre nosotros!
– ¡Así es!
El volumen aumentó hasta convertirse en un estremecedor rugido.
– ¡Él habla la verdad!
– Hablo la verdad.
– ¡Él habla la verdad!
– Hablo la verdad.
– ¡Él habla la verdad!
Silencio.
– Beban para recordar. Por el Gran Romance. ¡Por Elyon! Esta vez la respuesta de ellos fue susurrada en extrema reverencia, como si cada sílaba fuera algo tan precioso como el agua roja que tenían en las manos.
– Por Elyon.
Thomas cerró los ojos, se llevó la copa a los labios, la inclinó y dejó que el agua helada se le introdujera en la boca. El rojo líquido se le arremolinó en la lengua, luego se le escurrió garganta abajo, dejándole un persistente sabor a cobre. Permitió que los suaves efectos de las primeras gotas le calentaran el estómago por un segundo, y después tragó hondo, inundando la boca y la garganta con las curativas aguas.
Estas ni por asomo eran tan fuertes como las aguas del lago verde que una vez fluyeran con la presencia de Elyon. Y no contenían las mismas cualidades medicinales del fruto que colgaba de los árboles alrededor de los estanques, pero levantaban el ánimo y producían simple placer.
Thomas tomó tres tragos completos del precioso líquido, dejando que un poco se le derramara por la barbilla, luego alejó el cáliz, aclaró la garganta con un trago final y respiró fuertemente hacia el cielo nocturno.
– ¡Por Elyon!
Al unísono, los miembros del círculo despegaron las copas de la boca como guerreros deshidratados saciados con cerveza dulce.
– ¡Por Elyon! -gritaron en coro hacia el cielo nocturno.
Y con ese grito se liberó el espíritu de celebración. Thomas se volvió hacia Chelise, la atrajo con el brazo libre y la besó en los húmedos labios. Mil voces se levantaron en aprobación, seguidas por ondulantes gritos procedentes de las solteras doncellas y de quienes aspiraban a pretenderlas. La risa de Chelise invadió la boca de Thomas mientras este se volvía hacia la multitud, con la copa aún en alto.
Atrajo a su esposa hacia adelante, para que todos pudieran verla.
– ¿Hay aquí alguien que se atrevería a no amar como Elyon nos ha amado a todos? ¿Puede alguien no recordar la enfermedad que le cubría el cuerpo? -preguntó Thomas, luego miró a Chelise y pronunció su poético ofrecimiento con una sutil sonrisa que sin duda se quedaba corta para expresar su amor por esta mujer-. Qué belleza, qué placer, qué amor embriagador me ha dado Elyon a cambio de mis propias cenizas. En lugar de la hediondez que una vez me inundara las fosas nasales, me ha dado esta fragancia. Una princesa a quien puedo servir. Ella me aletarga la mente con desconcertantes imágenes de exquisita belleza.
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