—¿Es esa obra en la que los personajes no pueden salir de un cuarto pequeño?
Sax asintió.
—Esa en la que el infierno son los otros. Espero que no demostremos esa hipótesis.
Unos días más tarde las naves de descenso estuvieron preparadas. Estarían descendiendo durante un período de cinco días; sólo el equipo de Fobos permanecería en lo que quedaba del Ares, guiándolo hasta acoplarlo casi con la pequeña luna. Arkadi, Alex, Dmitri, Roger, Samantha, Edvard, Janet, Raúl, Marina, Tatiana y Elena se despidieron, absortos ya en la tarea inminente, prometiendo descender tan pronto como construyeran la estación de Fobos.
La noche anterior al descenso Maya no pudo dormir. Al fin, dejó de intentarlo y se impulsó por las salas y los corredores hasta el eje central. Los objetos parecían más nítidos por el insomnio y la adrenalina, y las familiaridades de la nave estaban deformadas o aplastadas por alguna alteración: un montón de cajas atadas o un tubo sin salida. Era como si ya hubieran abandonado el Ares. Lo inspeccionó por última vez, vacía de emoción. Luego se impulsó a través de las antecámaras herméticas hacia el vehículo de desembarco al que había sido asignada. Bien podía esperar ahí. Se metió dentro del traje espacial, sintiendo, como tan a menudo le sucedía cuando llegaba el momento de la verdad, que sólo iba a pasar por otra simulación. Se preguntó si alguna vez escaparía a eso, si estar en Marte bastaría para eliminarlo. Merecería la pena: ¡sentirse real por una vez! Se acomodó en el sillón.
Algunas horas más tarde sin dormir, se le unieron Sax, Vlad, Nadia y Ann. Se sujetaron con las correas y juntos lo verificaron todo. Soltaron los interruptores y se inició la cuenta atrás. Se encendieron los cohetes. El transbordador se alejó del Ares. De nuevo encendieron los cohetes. Cayeron hacia el planeta. Golpearon la atmósfera exterior y la ventana trapezoidal se convirtió en una llamarada de aire del color de Marte. Maya, vibrando con el vehículo, alzó los ojos para mirarla. Se sentía tensa y desgraciada, preocupada por el pasado más que por el futuro, pensando en todos los que aún quedaban en el Ares, y le pareció que habían fracasado, que los cinco que iban en el transbordador dejaban atrás a un grupo en desbandada. La mejor oportunidad que habían tenido para crear algún tipo de concordia había pasado, y no lo habían conseguido; el momentáneo destello de felicidad que había sentido mientras se cepillaba los dientes sólo había sido eso, un destello. Ella había fracasado. Todos seguían sus propios caminos, divididos por sus creencias, y aun después de dos años de aislamiento y obligada promiscuidad, lo mismo que cualquier otro grupo de hombres y mujeres, no eran más que una colección de extraños. La suerte estaba echada.
Se formó con el resto del sistema solar, hace unos cinco mil millones de años. Eso significa quince millones de generaciones humanas. Las rocas chocaron violentamente en el espacio, para luego volver y juntarse, todo debido a esa fuerza misteriosa que llamamos gravedad. Esa misma urdimbre hizo que el montón de rocas, cuando fue lo suficientemente grande, se comprimiera, hasta que el calor las fundió. Marte es pequeño pero pesado, y tiene un núcleo de níquel y hierro. Es bastante pequeño como para que se haya enfriado más rápidamente que la Tierra; el núcleo ya no gira dentro de la corteza a una velocidad distinta, y por eso Marte casi no tiene campo magnético. Pero uno de los últimos flujos internos del núcleo y del manto en fusión trajo como consecuencia una enorme y anómala promisión hacia un lado, un empujón contra la pared de la corteza que originó una protuberancia del tamaño de un continente y de once kilómetros de altitud, tres veces más alta que el altiplano tibetano, por encima de las tierras que lo circundan. Esa protuberancia hizo que aparecieran muchos otros accidentes: un sistema de hendiduras radiales que ocupaba todo un hemisferio, incluyendo las grietas más grandes, el Valle Marineris, una cadena de cañones que cubriría Estados Unidos de costa a costa. Ese abultamiento también originó una serie de volcanes, incluyendo los tres que tenía a horcajadas sobre el lomo, los Montes Ascraeus, Pavonis y Arsia; y a lo lejos, en las crestas noroccidentales, el Monte Olimpo, la Montaña más alta del sistema solar, tres veces la altura del Everest y cien veces la masa del Mauna Loa, el volcán más grande de la Tierra. De modo que la Protuberancia Tharsis fue el factor más importante en la modelación de la superficie marciana. Otro factor fue la caída de meteoritos. En la antigüedad, hace unos tres mil o cuatro mil millones de años, los meteoritos caían sobre Marte en una proporción enorme, millones de ellos, y miles eran planetesimales, rocas tan grandes, como Vega o Fabos. Uno de los impactos abrió la Cuenca de Hellas, 2.000 kilómetros de diámetro, el cráter visible más grande del sistema solar, aunque Daedalia parece ser lo que queda de una cuenca de impacto de 4.500 kilómetros. Estos cráteres son grandes; pero algunos areólogos opinan que todo el hemisferio norte es una antigua cuenca de impacto.
Esos enormes impactos fueron tan cataclismicos que es difícil imaginarlos; algunas de sus deyecciones terminaron en la Tierra y la Luna, y como asteroides en órbitas troyanas. Algunos areólogos creen que la Protuberancia Tharsis nació de un impacto en Hellas; otros creen que Fobos y Deimos son deyecciones. Y éstos sólo fueron los impactos más grandes. Rocas más pequeñas caían a diario, de modo que las superficies más viejas de Marte están saturadas de cráteres, siendo el paisaje un palimpsesto de anillos más recientes que ocultan otros anteriores, sin que haya quedado intacto ningún trozo de tierra. Y cada uno de esos impactos liberó explosiones de calor que fundieron la roca; los elementos escaparon y fueron proyectados como gases calientes, líquidos y minerales nuevos. Esto y la liberación de los gases del núcleo produjeron una atmósfera y muchísima agua; hubo nubes, tormentas, lluvia y nieve, glaciares, corrientes, ríos, lagos, todos erosionando la superficie, dejando inequívocas huellas: canales de inundación, lechos de ríos, líneas de costa, jeroglíficos hidrológicos.
Pero todo eso pasó. El planeta era demasiado pequeño, estaba demasiado lejos del Sol. La atmósfera se congeló y cayó. El dióxido de carbono se sublimó y formó una atmósfera nueva y tenue, mientras que el oxigeno se unió a la roca y la enrojeció. El agua se congeló, y a lo largo de las edades se filtró a través de los kilómetros de roca quebrada por los meteoritos. Con el tiempo, ese estrato de regolito se impregnó de hielo, y las capas calientes mas profundas alcanzaron a derretirlo; de modo que hubo mares subterráneos en Marte. El agua siempre fluye cuesta abajo, así que esos acuíferos migraron descendiendo, filtrándose despacio, hasta que se estancaron en algún obstáculo: una nervadura de roca o una barrera de tierra congelada. Algunas veces había fuertes presiones artesianas en esos diques; y algunas veces impactaba un meteorito, o aparecía un volcán, y el dique estallaba con violencia y vomitaba sobre el paisaje todo un mar subterráneo en torrentes enormes, torrentes diez mil veces superiores al caudal del Mississippi. Sin embargo, con el tiempo el agua en la superficie se congelaba y se sublimaba, alejándose en los vientos incesantes y secos, y caía sobre los polos en un manto de niebla invernal. Los casquetes polares se engrosaron, y el peso empujó el hielo bajo tierra, hasta que el hielo visible sólo fue la punta de dos lentes de permafrost subterráneo que cubrían el mundo, lentes primero diez y luego cien veces el volumen visible de los etes. Mientras en el ecuador se llenaban nuevos acuíferos debido a la condensación de los gases del núcleo. Y algunos de los viejos acuíferos se estaban llenando otra vez.
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