Kim Robinson - Marte rojo

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Siglo XXI. Durante eones, las tormentas de arena han barrido el estéril y desolado paisaje del planeta rojo. Ahora, en el año 2026, cien colonos, cincuenta mujeres y cincuenta hombres, viajan a Marte para dominar ese clima hostil. Tienen como misión la terraformación de Marte, y como lema: “Si el hombre no se puede adaptar a Marte, hay que adaptar Marte al hombre”. Espejos en órbita reflejarán la luz sobre la superficie del planeta. En las capas polares se esparcirá un polvo negro que fundirá el hielo. Y grandes túneles, de kilómetros de profundidad, atravesarán el manto marciano para dar salida a gases calientes. En este escenario épico, habrá amores y amistades y rivalidades, pues algunos lucharán hasta la muerte para evitar que el planeta rojo cambie.

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Pero el tractor descendió sin incidentes, y se detuvo en el suelo, ocho metros de largo, azul añil, con altas ruedas de tela metálica. Para llegar a la cabina tuvieron que subir por una escalerilla corta. El brazo de la grúa ya estaba fijado a la montura de la parte delantera, y esto los ayudó a cargar el montacargas en el tractor y luego el apilador de bolsas de arena, las cajas de repuestos y por último las tablas del embalaje. Cuando acabaron, el tractor parecía sobrecargado, y demasiado pesado en la parte de arriba como un órgano de vapor; pero la gravedad hizo que sólo se tratara de una cuestión de equilibrio. El tractor en sí mismo era un bruto de metal, con seiscientos caballos de potencia, una amplia distancia entre los ejes y ruedas grandes como orugas. El motor de hidrazina no aceleraba tan bien como un diesel, pero la primera marcha era como definitiva, del todo inexorable. Partieron y rodaron despacio hacia el parque de remolques… ¡y allí estaba ella, Nadejda Cherneshevski, conduciendo un Mercedes Benz por Marte! Siguió a Samantha sintiéndose como una reina.

Y ésa fue la mañana. De regreso al habitat, se quitaron los cascos y los tanques de aire, y tomaron una comida rápida con el traje y las botas puestas… Con todo ese ir y venir de un lado a otro estaban hambrientas.

Después del almuerzo volvieron a salir con el Mercedes Benz y lo usaron para transportar un extractor de aire Boeing a una zona al este de los hábitats, donde iban a concentrar todas las factorías. Los extractores de aire eran cilindros grandes de metal, que se parecían un poco al fuselaje del 737 excepto que tenían ocho imponentes baterías de aterrizaje, cohetes de descenso sujetos verticalmente a los lados, y dos motores de reacción montados por encima del fuselaje a proa y popa. Cinco de esos extractores habían sido soltados en la zona hacía unos dos años. Desde ese momento, los motores de reacción habían estado succionando el aire tenue y pasándolo a la fuerza por una secuencia de mecanismos de separación, dividiéndolo en los gases que lo componían. Éstos habían sido comprimidos y almacenados en tanques grandes. Así que cada uno de los Boeing contenía 5.000 litros de hielo de agua, 3.000 litros de oxígeno líquido, 3.000 litros de nitrógeno líquido, 500 litros de argón y 400 litros de dióxido de carbono.

No era tarea fácil remolcar esos gigantes a través de las piedras hasta los grandes tanques contenedores próximos a los hábitats, pero tenían que hacerlo, ya que después de vaciarlos en los contenedores podían volver a activarse. Justo esa tarde otro grupo había vaciado uno y habían vuelto a activarlo, y el zumbido bajo de los motores de reacción podía oírse por doquier, aun con el casco o dentro de un habitat.

El extractor de Nadia y Samantha fue más terco. En toda la tarde sólo consiguieron moverlo cien metros, y tuvieron que recurrir al accesorio del bulldozer para que les arañara un camino. Poco antes de la puesta de sol atravesaron la antecámara y entraron en el habitat, sintiendo las manos frías y doloridas. Se desnudaron, y vestidas sólo con la ropa interior apelmazada por el polvo, fueron directamente a la cocina, una vez más famélicas; Vlad estimaba que cada uno estaba quemando unas 6.000 calorías diarias. Cocinaron y engulleron pasta rehidratada, casi escaldándose los dedos parcialmente descongelados al tocar las bandejas. Terminaron de comer, fueron al vestuario de las mujeres y sólo entonces empezaron a tratar de limpiarse, lavándose con una esponja y agua caliente y enfundándose en monos limpios. «Va a resultar difícil mantener la ropa limpia, este polvo se mete hasta por los cierres de las muñecas, y las cremalleras de la cintura son como agujeros abiertos.»

«¡Sí, ese polvo está micronizado! Nos va a dar más problemas que la ropa sucia, te lo aseguro. Va a meterse en todo, en nuestros pulmones, en nuestra sangre, en nuestros cerebros…»

«Así es la vida en Marte.» Éste era ya un refrán popular que se decía cada vez que se presentaba un problema, en especial cuando era insoluble.

Algunos días aún quedaban después de la cena un par de horas de luz solar, y Nadia, inquieta, a veces salía al exterior. A menudo pasaba ese rato vagando alrededor de los embalajes que habían sido trasladados a la base ese día, y con el tiempo reunió un juego de herramientas, sintiéndose como una niña en una tienda de caramelos. Años en la industria eléctrica de Siberia habían hecho que reverenciase las buenas herramientas; no tenerlas era una pesadilla. Todo en Yakut norte había sido construido sobre permafrost, y las plataformas se hundían desigualmente en verano, y quedaban enterradas en hielo en invierno; y las piezas para la construcción habían venido de todo el mundo, la maquinaria pesada de Suiza y Suecia, las perforadoras de Estados Unidos, los reactores de Ucrania, más un montón de viejo material soviético recogido de la basura, alguno bueno, otro de una indescriptible mala calidad, pero desde luego un conjunto desigual de partes fabricadas incluso en pulgadas, de modo que habían tenido que improvisar de continuo, levantando pozos de petróleo con hielo y cuerdas, construyendo deprisa y activando reactores nucleares que hacían que Chernobil pareciera un reloj suizo. Y el desesperado trabajo de cada día se conseguía con una colección de herramientas que habría hecho llorar a un chapucero.

Ahora podía vagar bajo la menguante luz rubí del crepúsculo, escuchando sus viejos discos de jazz, transmitidos desde el estéreo del habitat a los auriculares del casco, mientras hurgaba en las cajas de suministros y tomaba todas las herramientas que quería. Se las llevaba hasta un cuarto pequeño que había encontrado en uno de los depósitos de almacenaje, silbando todo el tiempo como acompañamiento de la King Oliver’s Creóle Jazz Band. Estaba ampliando una colección que incluía, entre otros artículos, un juego de llaves Allen, algunos alicates, un taladro mecánico, varias abrazaderas, algunas sierras para cortar metal, una brazada de cuerdas de salto resistentes al frío, un surtido de limas, escofinas y cepillos de carpintero, un juego de llaves inglesas, un plegador, cinco martillos, algunos hemostáticos, tres gatos hidráulicos, un fuelle, varios juegos de destornilladores, taladros y brocas, un cilindro portátil de gas comprimido, una caja de explosivos plásticos y sus detonadores, una cinta métrica, un cuchillo gigante del ejército suizo, tijeras de hojalata, tenazas, pinzas, tres tornos de banco, un pelacables, cuchillos, un pico, un puñado de mazos, un juego de aprietatuercas, unas abrazaderas para mangueras, un juego de fresadoras de espiga, un juego de destornilladores de joyero, una lupa, todo tipo de cintas, un escariador y una plomada de albañil, un equipo de costura, tijeras, cedazos, un torno, niveles de todos los tamaños, alicates largos, alicates de torno, un juego de matrices y terrajas, tres palas, un compresor, un generador, un equipo de soldar y cortar, una carretilla…

…y así sucesivamente. Y eso sólo era el equipo mecánico, sus herramientas de carpintero. En otros sectores del depósito estaban almacenando equipos de investigación y laboratorio, herramientas de exploración geológica, y un montón de computadoras, radios, telescopios y cámaras de vídeo; y el equipo de biosfera tenía depósitos abarrotados de material para la granja, los recicladores de desperdicios, el mecanismo de intercambio gaseoso, en resumen, toda la infraestructura; y el equipo médico tenía almacenado el material destinado a la clínica, y los laboratorios de investigación e ingeniería genética.

—¿Sabes lo que es esto? —le dijo Nadia a Sax Russell una noche mientras visitaban juntos su almacén—. Es una ciudad entera, desmantelada y distribuida en piezas.

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