John Darnton - Experimento

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Experimento: краткое содержание, описание и аннотация

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Un cadáver mutilado, sin rostro ni huellas dactilares ha aparecido en extrañas circunstancias… Un thriller de máxima actualidad sobre la clonación y la manipulación genética, donde se mezcla la ciencia más avanzada con el suspense más estremecedor.

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Cuando los escalofríos pasaron, se incorporó, desnudo. Poco a poco, se fue desplazando hacia el borde de la cama y logró poner en el suelo los pies, que le pesaban como si fueran de plomo. Apoyándose en el cabecero, se levantó y fue tambaleándose hasta el vestíbulo. Consiguió llegar al baño, encendió la luz y abrió un grifo. Retiró la cubierta de plástico de un vaso, lo llenó de agua y lo vació de un trago. Se bebió otro. De pronto se sentía exhausto. Alzó la vista hacia el espejo y le horrorizó la imagen que vio reflejaba. Sus ojos parecían carentes de vida, eran como dos globos vidriosos hundidos en el fondo de las cuencas y rodeados de oscuros círculos. La piel estaba pálida y macilenta, y parecía colgar de las mejillas hundidas. Sus labios no eran más que unas líneas rosadas y blancas, flanqueadas por escamas de piel reseca.

Una nueva oleada, no supo bien si de calor o de frío, lo envolvió de nuevo. Sus piernas cedieron y cayó de rodillas al suelo. El vaso se le escapó de la mano y se rompió contra el lavamanos. Se dejó caer del todo, se hizo un ovillo en el suelo y así permaneció hasta que el espasmo hubo pasado. Los escalofríos fueron perdiendo intensidad, y Skyler, intentando recuperar el sentido del equilibrio, fijó la mirada en el soporte para cepillos de dientes que había en la pared.

Transcurrido más de un minuto, salió a gatas del baño, se quedó un rato sentado sobre la moqueta, recuperó parte de sus fuerzas, logró llegar a la cama y se desplomó, exhausto, sobre ella. Permaneció unos momentos semiinconsciente y finalmente abrió los ojos. Las sábanas estaban llenas de manchas. Enfocó la mirada y vio que las manchas eran de color rojo oscuro. Sangre. Se miró las pantorrillas, los muslos, los brazos. Tenía sangre en el pecho. La sangre procedía de la mano. Se había cortado con un cristal.

Volvió la cabeza y se fijó en la mesilla de noche, sobre la que había una lámpara y un teléfono. Alargó la mano, levantó el receptor y se lo apretó contra la oreja. No oyó la señal de línea. Sobre la mesilla había una cartulina con instrucciones. La cogió pero fue incapaz de leer las borrosas letras. Tiró del aparato por el cordón y pulsó números al azar. En el receptor sonó un extraño sonido. Era inútil. Dejó el teléfono, giró sobre sí mismo hacia la pared, cerró el puño y comenzó a golpear en ella. Sin duda, Tizzie lo oiría y acudiría a ayudarlo. Pero no fue así. Se tumbó boca arriba y trató de pensar. Se puso un brazo sobre la frente y de pronto notó que un líquido le corría por el rostro. Se incorporó, vio que la pared que había golpeado tenía manchas de sangre, y se dio cuenta de que el tabique no comunicaba con el dormitorio de Tizzie, sino con el baño de su propia habitación. Le pareció oír que el agua seguía corriendo.

Se derrumbó sobre las sábanas y se quedó adormilado. Pero su sueño no fue tranquilo y reparador, sino agitado y angustioso. Se despertó una vez, vio que en la habitación había menos luz y volvió a perder el sentido. Tuvo una pesadilla: volvía a estar en la isla y lo perseguían los ordenanzas y los perros. Él corría desesperadamente a través de las marismas, pero el agua le obstaculizaba los movimientos y sus perseguidores estaban cada vez más y más cerca. Llegó a un claro y los perros se abalanzaron sobre él. Lo rodearon, lo hicieron recular hasta un árbol. Los animales gruñían y mostraban los dientes… estaban a punto de lanzársele a la garganta… Se incorporó en la cama jadeante y sudoroso.

Miró en torno intentando orientarse. La luz del baño estaba encendida, iluminaba la moqueta del exterior y arrojaba sombras alargadas sobre la pared. Oyó el rumor de agua corriendo. Encendió la lámpara de la mesilla y vio que las sábanas, la pared y su propio pecho estaban manchados de sangre seca. Alzó la mano y examinó la herida, sobre la que se estaba formando una gruesa costra. Debía de haber perdido mucha sangre. Quizá por eso se sentía tan débil.

Trató de incorporarse, notó de nuevo el dolor en el pecho, se recostó y volvió a intentarlo minutos más tarde. Esta vez fue capaz de ponerse en pie y permaneció casi inmóvil unos segundos, inclinándose primero hacia un lado y luego hacia el contrario. A duras penas llegó a la silla en la que había dejado los pantalones. Trabajosamente, se apoyó en la pared y, no sin esfuerzo, consiguió sentarse y ponerse los pantalones. Descansó unos momentos intentando recordar lo que deseaba hacer. Estaba totalmente desorientado.

Se levantó de nuevo, siempre tembloroso, y caminó muy despacio hasta la puerta, que tenía echada la cadena. Trató de soltarla, pero la mano le temblaba de tal modo que le resultó imposible hacerlo. Hizo girar el pomo; la puerta se abrió diez centímetros y quedó bloqueada. A través del resquicio, Skyler divisó parte del estacionamiento y notó que el aire era cálido y seco. Ya estaba anocheciendo.

Cerró la puerta y apoyó un hombro en ella. Luego, con la otra mano y concentrándose al máximo, logró descorrer la cadena. Agarró de nuevo el tirador y lo hizo girar lentamente. Al retroceder un paso estuvo a punto de perder el equilibrio. Abrió del todo la puerta. El aire, caliente y pesado, lo abofeteó. Salió a la galería, se agarró a la barandilla con ambas manos y se dobló sobre ella. Utilizándola como apoyo, echó a andar como si estuviera borracho y comenzó a descender posando cada vez los dos pies en el mismo peldaño.

Tardó largo rato en bajar la escalera. Hizo tres o cuatro paradas para descansar, siempre agarrando el pasamanos con todas sus fuerzas, consciente de que si se sentaba, si cedía al abrumador deseo de descansar, no volvería a levantarse. Cuando logró llegar al final del tramo tuvo que enfrentarse a un nuevo dilema. Estaba en terreno abierto, sin nada a lo que agarrarse. No se veía a nadie en las inmediaciones. ¿Cómo iba a cruzar el estacionamiento?

Se llenó los pulmones de aire y se lanzó hacia adelante, obligándose a adelantar los pies para evitar desplomarse. Terminó casi corriendo, echado hacia adelante como un árbol a punto de caer. De este peculiar modo, descalzo, con el pecho al aire y cubierto de sangre, logró cruzar el estacionamiento. Se abrió paso entre las ramas de un seto e irrumpió en la oficina del motel. Alzó la vista justo a tiempo para ver cómo la boca de la recepcionista formaba un óvalo perfecto. El grito no salió inmediatamente de la garganta de la mujer, pero cuando lo hizo fue ensordecedor, y rompió la calma del crepúsculo como un hachazo.

CAPÍTULO 22

– ¿Estás segura de que has mirado bien? ¿En cada grieta, en cada orificio?

Jude preguntaba por preguntar, por hacer algo, para tener la sensación de que se estaban enfrentando juntos al problema en vez de sumirse cada cual en su desesperación.

La joven, que estaba sentada sobre la mesa metálica, en vez de responder se limitó a negar con la cabeza con aire ausente. Jude no dejaba de ir de un lado a otro, mirando con ojos nuevos cada uno de los objetos de la caverna, tratando de discurrir alguna forma de usarlos para escapar del encierro.

Por encima de todo, intentaba apartar la obsesión de que respirar le resultaba cada vez más difícil, de que el oxígeno se estaba agotando. No era capaz de calcular ni el cubicaje métrico de la caverna ni el tiempo de vida que les quedaba. Estaba convencido de que antes los mataría la asfixia que el hambre. Le espeluznaba pensar en que ambos terminarían dando boqueadas, tratando de respirar aire e inhalando en su lugar mortíferas bocanadas de dióxido de carbono.

Miró a Tizzie, sentada en la mesa, con el cabello revuelto y las piernas colgando. La joven alzó la vista y sus ojos se encontraron. Le sonrió, débil pero animosamente. Él le devolvió la sonrisa, se aproximó a la mesa, se sentó junto a la joven y la abrazó, tanto para tranquilizarla como para tranquilizarse él mismo.

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