John Darnton - Experimento
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– Quizá estaban preocupados por ti y querían vigilarte. A fin de cuentas, Skyler ya había escapado. Quizá adivinaron que trataría de encontrarte.
– Eso ya lo había pensado, pero es absurdo. Podrían haberse limitado a liquidarme… No parece que tengan muchos escrúpulos a la hora de despachar a la gente.
– Ésa es una medida muy extrema. Y, además, pone sobre alerta a la policía.
– De acuerdo, pero entonces… ¿para qué iban a enviar a una espía que ignoraba cuál era su cometido?
– ¿Qué quieres decir?
__¿Para qué iban a enviar a una informante que luego no les informaba? A no ser, claro, que sí les hayas informado.
Tizzie lo miró con ojos llameantes.
– Supongo que me merezco esas palabras. Pero quiero que sepas que no es así. Creo que ése era el plan que ellos tenían inicialmente. Pero en cuanto conocí a Skyler y comenzamos a desentrañar la verdad, el plan dejó de ser posible. Te lo juro. Yo sería incapaz de hacer una cosa así.
Algo en el tono de la joven hizo que Jude sintiera la convicción de que decía la verdad. Y le gustó el hecho de que ella, en vez de contrita, se mostrase indignada.
– Lo de que tu especialidad es el estudio de los gemelos, ¿es cierto?
– Claro. ¿Cómo iba a fingir una cosa así?
– Pues menuda coincidencia.
– No creo que sea coincidencia. Siempre me interesaron las investigaciones sobre los gemelos separados al nacer. Y ahora, naturalmente, comprendo por qué. Inconscientemente, yo sabía que tenía una gemela.
Jude aguardó medio segundo antes de hacer la siguiente pregunta.
– Dime una cosa -comenzó-. Cuando cenamos juntos en Brighton Beach, cuando hicimos el amor por primera vez… Todo era real, ¿verdad? Quiero decir que nadie lo planeó.
– Claro que no. Ellos se limitaron a propiciar nuestro encuentro, como el de dos protozoos en un disco de Petri. Simplemente, dejaron que la naturaleza siguiera su curso… Dios mío -exclamó Tizzie de pronto-. Hay algo que no se me había ocurrido. Ellos tenían motivos para creer que nos enamoraríamos. Porque eso es lo que ocurrió entre Skyler y Julia. Sabían lo que iba a ocurrir. Fuimos como… marionetas.
Jude la observó un momento. No cabía duda de que Tizzie era una mujer atractiva. Pero él se resistía a considerar la posibilidad de que sus sentimientos hacia ella estuvieran determinados por los genes.
Le pareció oír un sonido en la distancia, pero no dijo nada. La tomó entre sus brazos, y ella apoyó la cabeza en su hombro. Permanecieron así varios minutos, hasta que Tizzie se retiró secándose los ojos con el dorso de la mano.
– Hay algo en lo que tienes razón -dijo Jude-. Los tipos a quienes nos enfrentamos, quienesquiera que sean, son poderosos. Se consideran invencibles. Si nos enfrentamos a ellos, nuestras probabilidades de éxito son muy escasas. Pero tenemos algo a nuestro favor.
– ¿El qué?
– No saben a qué carta quedarse con nosotros. Creen que tú estás de su lado… o que podrías estarlo si te presionasen un poco. En cuanto a mí… No lo entiendo, pero parecen creer que, de algún modo, puedo serles útil. Supongo que por eso no me han matado todavía.
Jude se disponía a formular otra pregunta pero no llegó a hacerla.
En aquel momento, el lejano sonido se hizo más intenso, se convirtió en un amenazador estruendo y la pequeña cueva en la que se hallaban se estremeció perceptiblemente. Jude miró a Tizzie y vio el temor reflejado en sus facciones. Una corriente de aire apagó la vela.
Localizaron a tientas sus linternas y las encendieron.
– ¿Qué ha sido eso? -murmuró Tizzie.
– ¡Un derrumbe!
Salieron corriendo del escondite, enfilaron el pasadizo que habían utilizado poco antes, llegaron a la gran caverna del laboratorio y luego al túnel principal. Tras recorrer dos metros se detuvieron frente a una gran nube oscura, una cortina de polvo que los envolvió y entró en la caverna.
– ¡Volvamos atrás! -gritó Tizzie.
Retrocedieron hasta el interior de la gran cueva para esperar a que el polvo se asentase. Jude sintió que sus temores crecían hasta convertirse en un claustrofóbico pánico, el inmencionable terror a ser enterrado vivo. Los músculos de su abdomen se crisparon, y sintió como si por sus venas circulase metal fundido.
– Me resulta imposible creer que haya sido un accidente -dijo Jude-. Alguien nos oyó. O sabían que estábamos aquí dentro. Ellos provocaron el derrumbe.
– No les habría sido difícil hacerlo. Pero, cuando pasé por él, ese túnel ya me pareció muy inseguro. Quizá sólo fue un accidente.
Él la miró escéptico.
– ¿Desde cuándo tienes esa fe en las coincidencias?
El polvo se había posado formando una fina capa que cubría una mesa metálica próxima. Jude miró hacia la boca del túnel, ya perfectamente visible una vez la nube de polvo se convirtió en una fina niebla cuyas partículas relucían a la luz de las linternas.
Se metieron en el túnel para investigar, con buen cuidado de no tocar las paredes y avanzando de puntillas, como si estuvieran caminando sobre una frágil capa de hielo. Tizzie entró primero y Jude no hizo nada por impedírselo. Cada vez le costaba más respirar. La joven se detuvo, él se le acercó y ambos dirigieron los haces de las linternas hacia el montón de tierra y cascotes que tenían ante sí. Esperaban ver algún hueco, pero no fue así. El muro de piedras y tierra, que llegaba desde el suelo hasta el techo, parecía impenetrable. Tizzie lo rozó con la punta del pie.
– Cristo -murmuró Jude-. Ahora sí que estamos listos.
– Quizá podamos salir excavando con cuidado. Podríamos amontonar la tierra en el interior de la gruta.
Jude apuntó la linterna hacia el techo, por una de cuyas grietas seguía cayendo un fino chorro de polvo.
– A lo mejor, pero lo más probable es que sólo consigamos empeorar nuestra situación. Una vez el techo ha cedido, no hay nada que le impida que la tierra siga cayendo.
– Regresemos -propuso ella, y Jude sintió un considerable alivio al salir del túnel.
De nuevo en el interior de la caverna, procedieron a examinar todas las paredes en busca de un hueco, de un resquicio, de cualquier cosa que pudiera indicar la existencia de una salida. Lo único que encontraron fue el túnel que conducía a su escondite. Tizzie entró a investigar, pero Jude permaneció en la caverna, observando cómo el haz de la linterna de sus compañera iluminaba las paredes de piedra debilitándose cada vez más y más hasta que desapareció por completo.
Le apetecía muchísimo un cigarrillo, y se palpó el bulto de la cajetilla en el bolsillo, pero sabía que fumar sería un acto estúpido y egoísta. No podía malgastar el poco oxígeno que les quedaba. Volvió a mirar en torno tratando de calcular el tamaño de la caverna. ¿Cuánto les duraría el aire?
A falta de algo mejor que hacer, comenzó a pasear de arriba abajo considerando qué posibilidades tenían de salir con bien de aquello. Llegó a la conclusión de que éstas eran escasas, casi nulas.
Tan enfrascado en sus pensamientos estaba que no advirtió el regreso de Tizzie y, cuando ésta habló, respingó a causa del sobresalto.
– Nada -dijo la joven en tono de resignación-. No hay modo de salir de aquí.
En cuanto despertó en la habitación del motel, con las sábanas arrugadas y empapadas en sudor, Skyler comprendió que algo malo, terrible, le ocurría. Su malestar se había agravado de un modo espantoso. Otras veces se había sentido enfermo, pero jamás se había encontrado tan mal.
La cabeza le ardía y sentía un dolor terrible en el pecho. La violencia de los accesos de dolor lo asustó. Le castañeteaban los dientes y toda la cama parecía estremecerse con sus temblores. Sintió un frío febril y se envolvió en las mantas; luego sintió un calor sofocante y tuvo que quitárselas de encima. Tenía la garganta seca y estaba muerto de sed.
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