John Darnton - Experimento
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Tizzie, por su parte, parecía impertérrita. Jude no podía evitar sentir una enorme admiración por ella. Hizo un comentario en tal sentido y ella se puso en pie limpiándose las manos en la parte posterior de sus vaqueros.
– Simplemente -le respondió-, tengo la gran suerte de carecer por completo de imaginación.
De nuevo Jude se sintió impresionado por su compañera: por su energía, por su confianza y resistencia, por su fortaleza y su belleza.
– Si salimos de esto… -comenzó.
– ¿Qué? -preguntó ella.
– No te librarás de mí así como así.
– Primero lo primero -dijo Tizzie con una sonrisa-. Volvamos al tajo.
Ahora le tocaba a Jude trabajar en la excavación. La tierra del derrumbe parecía más suelta y pudo sacarla a puñados. Mientras lo hacía, le daba la sensación de sentir, por encima de él, las tensiones a las que estaba sometida la enorme masa del derrumbe. Trataba de no pensar en lo que estaba haciendo, ni en la mole de tierra que tenía por encima de él, la fina corteza que podía ceder en cualquier momento… Sacó una piedra del tamaño de un puño y al hacerlo provocó la caída de un gran montón de arcilla arenosa. Después de eso, siguió trabajando más despacio y con mayor cautela.
Media hora más tarde, le pareció oír algo similar a un gemido lejano. Tizzie, que estaba tras él llenando la caja de cartón, alargó una mano y le tocó la espalda. Y en aquel preciso instante, el túnel se estremeció y empezaron a caer piedras y arena hasta que la tierra se precipitó con estruendo en torno a la mesa. Tizzie y Jude se pegaron al suelo instintivamente. El periodista empuñó la linterna con una mano y con la otra agarró la mano de su compañera. Todo temblaba a su alrededor, al principio ligeramente y luego con enorme violencia. Se quedaron paralizados, conteniendo el aliento, incapaces de hacer nada.
Jude tenía el alma en vilo. Su cabeza era un torbellino, pero no de ideas. No trataba de discurrir una forma de escapar, porque hacerlo era imposible. Simplemente, permanecía agazapado, tenso, como un animal en el momento de máximo peligro. Simplemente, esperaba vigilante, dispuesto a actuar, mientras la decisión de si vivía o moría la tomaba la suerte.
El polvo llenaba el aire de su pequeño agujero subterráneo. Pero, al menos, ya no se oía el estruendo de la tierra cayendo sobre ellos por todas partes, lo cual quería decir que el desprendimiento había cesado de momento y que ellos, de momento, seguirían con vida.
Tizzie fue la primera en hablar, y su tono -un susurro asustado, como si temiera que su voz pudiese provocar una nueva avalancha- fue suficientemente expresivo.
– Vuélvete y mira. Estamos atrapados.
Jude apuntó su linterna hacia atrás. Allí, en vez del túnel extendiéndose bajo la segunda mesa, que había sido su salvavidas y su vía de regreso hacia la caverna, había un sólido muro de tierra. La mesa había quedado aplastada, reducida a un simple borde metálico que asomaba por la parte inferior de la montaña de tierra. Los cascotes del derrumbe habían inundado el pasadizo y se extendían hasta sabía Dios dónde. Estaban perdidos, encerrados en un espacio no mucho mayor que un ataúd.
El polvo se estaba posando, pues en aquel angosto encierro no había aire suficiente para que sus partículas flotasen durante demasiado tiempo. Jude trató de pensar en algo, pero estaba demasiado asustado para que se le ocurriera ningún plan. Y, además, no había plan que valiese. La situación era clara. Estaban atrapados y si no lograban salir de allí, morirían. Y tenían que cavar hacia adelante, no hacia atrás. Eso era todo. A partir de aquel momento, la supervivencia no dependía de la estrategia, sino del aguante, de la suerte… y del oxígeno.
Jude empuñó el mango del hacha y Tizzie, el cuchillo, y apretados el uno contra el otro atacaron a la vez el muro que tenían ante sí. Ya no les preocupaba causar nuevos derrumbes. Aquél no era momento de cautelas, sino de intentar desesperadamente salvar sus vidas. Cavaban y echaban la tierra hacia atrás, trabajando febrilmente, tratando cada uno de superar al otro, sudando, jadeando…
Jude tocó algo duro con el mango del hacha. Apartó con las manos la tierra por encima y por debajo del obstáculo y vio lo que ocurría.
– Es la viga -exclamó-. Recuerda. Tuvimos que entrar reptando. Quizá podamos salir del mismo modo.
– A no ser que el derrumbe también haya obstruido la otra parte del pasadizo.
– De ser así, estamos listos.
Comenzó a cavar bajo la viga. La tierra estaba tan suelta que le era posible sacarla a puñados. Metió la mano tan adentro como le fue posible y luego tanteó… No encontró nada: sólo aire, vacío. Apuntó hacia adelante el haz de la linterna y éste no se reflejó en nada. Jude acercó la cara al hueco y le pareció que le resultaba más fácil respirar. Amplió el agujero e hizo una seña a Tizzie. -Tú primero. -No, pasa tú delante.
Él se tumbó de bruces y comenzó a reptar. Metió la cabeza en el agujero e, impulsándose con los pies en el suelo y moviendo las caderas, no tardó en tener la mitad del cuerpo dentro de la fisura. Notaba la fría tierra bajo él y la madera por encima presionándolo. El pasadizo era mucho más angosto ahora que antes, al entrar. Le resultaba imposible henchir totalmente los pulmones. El maldito pánico volvía a apoderarse de él: le parecía que el resquicio se iba haciendo más y más angosto, y que terminaría atascado, atrapado. Y justo en aquel momento se dio cuenta de que había dejado de avanzar. Algo lo detenía. Trató de seguir adelante y sintió cómo un minúsculo reguero de tierra le caía sobre el rostro. Quedó inmóvil. Comprendió lo que ocurría: el cinturón se había enganchado en un fragmento de la madera de la viga. Retrocedió unos centímetros, sacó el aire de sus pulmones, contrajo todos los músculos y deslizó la mano por debajo de su estómago. Se desabrochó la hebilla trabajosamente y, poco a poco, fue sacando el cinturón de las trabillas de los pantalones. Luego, aplastándose contra la roca, siguió su avance. Un centímetro, otro más… Lo consiguió. ¡Estaba libre! Minutos más tarde se hallaba en pie en el pasadizo, al otro lado del angosto resquicio que quedaba bajo la viga, más allá del derrumbe.
Se arrodilló para dirigir el haz de la linterna hacia el interior, y la luz pegó en la coronilla de Tizzie. Ésta ya estaba reptando para salir y Jude oyó los gruñidos y bufidos de la joven, que trataba de pasar el cuerpo a través del angosto resquicio. El espacio era tan reducido que a Jude le parecía imposible que su cuerpo hubiera pasado por allí. De no ser porque la alternativa era una muerte horrible, ni siquiera se habría atrevido a intentarlo.
– Adelante, ya casi lo has conseguido -animó a su compañera.
Momentos más tarde, la cabeza de Tizzie asomaba ya por el hueco. La joven alargó los brazos y Jude tiró de ellos con tal fuerza que la sacó del resquicio casi de golpe. La abrazó fuertemente y ella correspondió con igual vehemencia. Luego Jude se separó un poco de ella y la miró a los ojos.
– No sé tú, pero yo no veo la hora de largarme de aquí.
Dicho esto, echó a andar hacia la salida.
Los esperaba una sorpresa final: otro derrumbe bloqueaba la salida del túnel principal. Pero Tizzie dijo conocer un desvío. Se metió por un pequeño pasadizo descendente que había a la derecha y que parecía curvarse en dirección opuesta a la que ellos deseaban ir. Jude no estaba seguro de que debieran seguir por allí, y así se lo dijo a Tizzie.
– Confía en mí -respondió ella-. Es asombroso. Ciertas cosas de mi infancia no las recuerdo en absoluto, pero estas cuevas las tengo indeleblemente grabadas en la memoria.
El pasadizo conducía a una pequeña cámara cuyo inclinado techo llegaba por el fondo casi hasta el suelo.
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