Robert Wilson - Los cronolitos

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Scott Warden es un hombre perseguido por el pasado… y pronto también por el futuro. En la Tailandia de comienzos del siglo XXI es un vago en una comunidad costera de expatriados, cuando es testigo de un acontecimiento imposible: la aparición en el boscoso interior de un pilar de piedra de casi setenta metros. Su llegada colapsa los árboles en un cuarto de kilómetro alrededor de su base. Parece estar compuesto de una exótica forma de materia y la inscripción tallada muestra la conmemoración de una victoria militar… que tendrá lugar dentro de dieciséis años.
Poco después, un pilar aún mayor aparece en el centro de Bangkok. A lo largo de los siguientes años, la sociedad humana queda transformada por estos misteriosos visitantes, al parecer llegados desde el futuro reciente. ¿Quién es el guerrero “Kuin”, cuyas victorias celebran? Scott sólo quiere reconstruir su vida, pero un extraño bucle le arrastra sin cesar hacia el misterio central… y una fascinante batalla con el futuro.
Tensa, emotiva, rigurosa y emocionante, “Los Cronolitos” es una obra maestra de uno de los mejores autores de ciencia ficción de la actualidad.

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Era una razón suficientemente buena y la habría acompañado si, en aquel mismo instante, no hubiéramos percibido el temblor de una explosión lejana. Segundos después se reanudaron los disparos… pero en esta ocasión sonaron demasiado cerca.

Por instinto, Sue cayó sobre sus rodillas, pero yo me quedé de pie, como un estúpido. El ritmo de los disparos fue incrementándose hasta convertirse en un tiroteo continuo. El cerco de protección (y la enorme entrada) se encontraba a varios metros de nosotros. Miré hacía allí y vi que los soldados de las Unifuerzas se ponían a cubierto y levantaban sus armas, pero no pude descubrir de dónde procedía el ataque.

Sue tenía los ojos fijos en el risco. Seguí su mirada.

Salía humo del puesto de observación que tenía el ejército en la cima.

—Los periodistas —susurró.

Por supuesto, no habían sido los periodistas, sino los kuinistas: un grupo de militantes bastante astutos que habían secuestrado un camión de los servicios informativos en las afueras de Modesty Creek para poder acceder al risco (más tarde, a treinta y cinco kilómetros de distancia, se encontraron los cadáveres, apaleados y estrangulados, de las cinco personas que viajaban en ese camión). Otros doce radicales, que se habían hecho pasar por técnicos, habían accedido a la zona ocultando sus armas entre las lentes, aparatos de transmisión y equipos similares que transportaban en sus vehículos.

Todas estas personas se habían instalado en el risco que se alzaba sobre el núcleo tau, cerca del puesto de observación de los soldados de las Unifuerzas. Cuando vieron que Hitch llevaba el último camión hacia el bunker, consideraron que la llegada del Cronolito era inminente y decidieron pasar a la acción. Destruyeron el puesto del ejército con un artefacto explosivo, mataron a los pocos supervivientes y, a continuación, centraron sus esfuerzos en el núcleo tau.

Podía ver cómo el humo de sus rifles se desvanecía contra el cielo azul. Se encontraban demasiado lejos del núcleo para poder disparar con precisión, pero saltaban chispas allí donde sus balas alcanzaban el armazón de acero. Detrás de nosotros, los soldados que protegían la entrada empezaron a devolver los disparos y pidieron refuerzos por radio. Por desgracia, el contingente más importante de reclutas se había concentrado en la entrada sur, donde los kuinistas habían iniciado un furioso ataque.

Me acuclillé en el suelo junto a Sue.

—El núcleo está bien protegido…

—El núcleo sí, pero los cables y conectares son vulnerables… ¡Los instrumentos, Scotty!

Se levantóy corrió hacia el bunker. No tenía más opción que seguirla, pero antes llamé por señas a Hitch, que acababa de llegar y había confundido el tiroteo del risco con la escaramuza que se estaba desarrollando en el sur… aunque cuando vio la torpe y apresurada carrera de Sue, se dio cuenta de lo que estaba pasando.

De repente, el aire era mucho más frío. Desde la pradera llegaban fuertes ráfagas de viento, remolinos de polvo que desfilaban como peregrinos hacia el corazón del acontecimiento tau.

El choque térmico estaba siendo tan severo que, incluso en este bunker revestido de hormigón y repleto de estufas, hacía más frío del que Sue había previsto. Aquel frío nos entumecía las extremidades, nos helaba la sangre e imponía una extraña y lánguida lentitud a una secuencia de eventos aterradores. Todos nos apresuramos a ponernos las chaquetas y los gorros termo-adaptables mientras Hitch sellaba la puerta tras él.

El núcleo tau se activó con la precisión de un reloj. Los técnicos, que ya no podían intervenir en el proceso, se sentaron delante de sus monitores con los puños cerrados. Ahora, no podían hacer nada más que rezar para que ninguna bala interrumpiera el flujo de datos.

A pesar de los temores de Sue, a mí me parecía bastante improbable que unas balas que estaban siendo disparadas desde tanta distancia representaran algún peligro para los conectores y los cables del núcleo, pues éstos llevaban una capa aislante de Teflón, estaban revestidos de Kevlar y eran tan gruesos como las mangueras de bomberos.

Sin embargo, los kuinistas habían traído algo más que rifles.

Cuando el reloj de la cuenta atrás ya había rebasado el punto de los cinco minutos, sentimos el temblor de una detonación distante. Al instante, las luces del bunker se apaga ron y empezó a caer polvo sobre el tejado de madera.

—Conectad un generador —oí que decía Hitch.

—¡Estamos jodidos! —gritó alguien.

No podía ver a Sue… la verdad es que no podía ver nada de nada. La oscuridad era absoluta. En aquel bunker estábamos encerradas casi cuarenta personas.

El generador de reserva estaba estropeado. Aunque las baterías auxiliares activaron los pilotos del equipo electrónico, la luz que emitían era mínima. Había cuarenta personas atrapadas en un lugar oscuro y cerrado. Imaginé en mi mente la entrada, la puerta de acero que se abría sobre un escalón de hormigón a un metro del lugar en el que me encontraba.

Y entonces… la llegada.

El Cronolito se hundió en lo más profundo del lecho de roca.

Durante su llegada, un Cronolito absorbe la materia pero no la desplaza; sin embargo, el choque térmico resquebraja las vetas causadas por la humedad, creando una ola expansiva que viaja por la tierra. El suelo que pisábamos pareció alzarse y desplomarse de nuevo. Aquellos que no nos habíamos sujetado a ningún asidero caímos de bruces al suelo. Creo que todos gritamos. Fue un sonido terrible, mucho peor que los daños físicos que se produjeron.

El frío se intensificó. Sentí que las yemas de mis dedos perdían sensibilidad.

Uno de nuestros ingenieros sufrió un ataque de pánico y se precipitó a la escotilla de salida. Supongo que lo único que quería era ver la luz del día… deseaba tanto verla que la necesidad se impuso a la razón. Yo me encontraba bastante cerca de él y pude verle bajo la tenue luz de los paneles de control. Buscó a tientas los escalones, los subió a gatas y tocó el pomo de la puerta. La palanca debía de estar terriblemente fría, porque gritó mientras impulsaba su cuerpo contra ella. El mango se rompió en pedazos y la puerta se abrió hacia fuera.

El cielo azul había desaparecido y había sido reemplazado por estridentes cortinas de polvo.

El ingeniero salió tambaleándose mientras el viento, la arena y los granulos de hielo se abrían paso por el bunker. ¿Sue habría anticipado una llegada tan violenta como esta? Puede que no. Estaba seguro de que en estos momentos, la zona del este en la que se habían instalado los periodistas debía de estar repleta de cadáveres… y dudaba que en el risco quedara alguien capaz de seguir gritando.

Aunque el choque térmico ya había alcanzado su apogeo, nuestra temperatura corporal continuaba descendiendo. Era una sensación extraña. El frío era indescriptible, pero además me sentía apático, engañado, narcotizado. A pesar de la ropa de protección que llevaba, me di cuenta de que estaba tiritando… y aquel temblor era como una invitación al sueño.

—¡Permaneced en el bunker! —gritó Sue desde algún lugar situado al fondo de la trinchera—. ¡Estaréis más seguros en el bunker! ¡Scotty, cierra esa puerta!

Haciendo caso omiso de su consejo, algunos ingenieros y técnicos se abalanzaron hacia la salida, hacia el chirriante viento, y se alejaron corriendo (en la medida que el frío lo permitía, pues parecían bailar con torpeza una especie de vals) hacia el lugar en el que estaban aparcados nuestros vehículos.

Algunos de ellos incluso consiguieron montarse y poner en marcha los motores. A pesar de que los camiones estaban preparados para e) choque térmico, rugieron como animales heridos y sus pistones rechinaron contra los cilindros. Aprovechando que los vientos provocados por la llegada habían derribado el cerco de protección, el grupo civil de nuestro convoy empezó a desvanecerse entre los dientes de la tormenta.

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