Robert Wilson - Los cronolitos

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Scott Warden es un hombre perseguido por el pasado… y pronto también por el futuro. En la Tailandia de comienzos del siglo XXI es un vago en una comunidad costera de expatriados, cuando es testigo de un acontecimiento imposible: la aparición en el boscoso interior de un pilar de piedra de casi setenta metros. Su llegada colapsa los árboles en un cuarto de kilómetro alrededor de su base. Parece estar compuesto de una exótica forma de materia y la inscripción tallada muestra la conmemoración de una victoria militar… que tendrá lugar dentro de dieciséis años.
Poco después, un pilar aún mayor aparece en el centro de Bangkok. A lo largo de los siguientes años, la sociedad humana queda transformada por estos misteriosos visitantes, al parecer llegados desde el futuro reciente. ¿Quién es el guerrero “Kuin”, cuyas victorias celebran? Scott sólo quiere reconstruir su vida, pero un extraño bucle le arrastra sin cesar hacia el misterio central… y una fascinante batalla con el futuro.
Tensa, emotiva, rigurosa y emocionante, “Los Cronolitos” es una obra maestra de uno de los mejores autores de ciencia ficción de la actualidad.

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A mí también me sorprendía, por lo menos ahora. ¿Qué estaba haciendo aquí? La verdad es que nada, aparte de poner en peligro mi vida. De todas formas, estaba seguro de que Sue no diría eso. Estás esperando tu momento, me diría ella. Esperando la turbulencia.

Entonces pensé en la conversación que tuve en Miniápolis con Hitch, cuando me dijo que tenía las manos manchadas de sangre.

—¿Y cuánto nos conocemos nosotros?

—Esta mañana hace más frío —comentó Hitch, ignorando la pregunta—. Incluso al sol. ¿Te has dado cuenta?

Unos días antes, Adam Mills había llegado a casa de su madre, acompañado por cinco compinches y un surtido de armas encubiertas.

No entraré en detalles.

Por supuesto, Adam era un psicópata, en el sentido literal de la palabra. Tenía todos los síntomas: era antisocial, bravucón y, en cierto modo, perverso; un líder natural. Su universo mental era un ático desordenado de ideologías de segunda mano y fantasías, todas ellas centradas en Kuin o en la imagen que se había formado de él. Además, nunca había desarrollado unos vínculos naturales hacia la familia o los amigos. En todos los aspectos, era una persona carente de conciencia moral.

Ashlee, cuando su estado de ánimo era sombrío, solía culparse de que su hijo fuera así… pero Adam era un producto de su química cerebral, no de su educación. Con el perfil de su genoma y algunos análisis de sangre podrían haber detectado el problema durante su infancia. Quizá, incluso podrían haberlo tratado; sin embargo, Ash nunca tuvo el dinero suficiente para una intervención médica de ese tipo.

No me imagino, ni deseo hacerlo, todo lo que tuvo que soportar Ashlee durante aquellas horas que pasó con su hijo. Lo único que sé es que acabó revelándole dónde se suponía que aterrizaría el monumento de Wyoming y también le dio la información clave: que yo estaba allí con Hitch Paley y Sue Chopra porque teníamos la esperanza de neutralizar el Cronolito.

Pero no puedo culparla.

Por lo tanto, cuarenta y ocho horas antes de que la noticia fuera difundida por la prensa, Adam tenía información fidedigna sobre la piedra de Kuin y nuestros esfuerzos por destruirla.

Se puso en marcha de inmediato, pero decidió dejar en casa de su madre a dos de sus compañeros para evitar que hiciera alguna llamada inconveniente. Podría haberse limitado a matarla, pero prefirió dejarla en reserva, probablemente como rehén.

A pesar de lo malo que era esto, lo peor estaba por llegar.

Lo peor fue que Kaitlin llegó al apartamento poco después de que se hubiera ido Adam, sin saber aún qué le había sucedido a Jardee y con la idea de comer con Ashlee y, quizá, ir a ver una película por la tarde.

Con el paso de los años, los cálculos estadísticos de radiación ambiental de bajo nivel se habían ido perfeccionando y, ahora, el equipo de Sue era capaz de establecer una cuenta atrás mucho más precisa para el aterrizaje. Sin embargo, no necesitábamos ningún instrumento para sentir en el aire que ese momento estaba a punto de llegar.

Así estaban las cosas cuando salí del bunker para respirar por ultima vez aire fresco, unos veinte minutos antes de que el núcleo estuviera listo para ser activado.

Se habían producido nuevos disparos al sur, a lo largo de la carretera y en diversos puntos del cerco de protección. De momento, la policía local y estatal había logrado contener a los kuinistas (desde que el Parlamento fue asaltado, existía un fuerte sentimiento antikuinista en Wyoming, y no sólo entre los funcionarios y la policía). Un miembro de las milicias Omega había herido a un soldado de las Unífuerzas mientras intentaba derribar el cerco con un vehículo todo terreno y, a primera hora de la tarde, cuatro kuinistas de afiliación desconocida habían sido disparados y derribados cuando intentaban asaltar el punto de control septentrional. Desde entonces, sólo se habían producido movimientos aislados y algún arresto… aunque la multitud seguía creciendo.

Sue había accedido a que un grupo de periodistas instalara sus equipos de grabación un poco más allá del bunker. Desde el lugar en el que me encontraba, podía ver la hilera de camiones y trípodes que se encontraban al este, a una distancia aproximada al tamaño de un campo de fútbol. Allí había docenas de periodistas, en su mayoría procedentes de Cheyenne, que trabajaban para las principales agencias de información y para los servicios informativos independientes más respetables. Tal y como estaban situados, parecían perdidos en la polvorienta inmensidad del terreno. Un segundo contingente de periodistas independientes había instalado su equipo en el risco que se alzaba sobre el emplazamiento, un poco más cerca de lo que le hubiera gustado a Sue. Nuestro coordinador de prensa no había podido hacer nada por evitarlo porque, según dijo, esos tipos “eran muy entregados e insistentes” (es decir, tercos y estúpidos). Podía ver sus cámaras, asomando sobre el borde de roca.

Muchos de nuestros peones y operarios de maquinaria habían abandonado la zona. Los científicos e ingenieros civiles que permanecían en el área se habían apiñado en el bunker o se habían retirado más allá de la línea de periodistas para observar los acontecimientos.

El núcleo tau, suspendido en su armazón de acero sobre la base de hormigón, parecía un enorme huevo negro. La mancha de polvo que había cerca de éste era Hitch Paley, que estaba llevando la última furgoneta de nuestro convoy hacia la carretera de acceso para aparcarla cerca del bunker. Todos nuestros vehículos estaban preparados para someterse al choque térmico de la ¡legada.

Ya se sentía el frío tau, el enfriamiento premonitorio que había experimentado el aire… y no sólo el aire, sino todo: la tierra y la carne, la sangre y los huesos. En estos momentos, la temperatura sólo había descendido una fracción de grado centígrado; el choque térmico sólo estaba empezando, pero ya podíamos percibirlo, como un suave picor en la piel.

Cogí el teléfono e intenté llamar a Ashlee una vez más, pero tal y como me había sucedido durante casi toda la semana, tampoco conseguí establecer conexión. En ocasiones, el sistema emitía un mensaje de fallo general, pero en otras (como ahora) sólo conseguía ver una pantalla en negro y oír un sonido distorsionado. Guardé el teléfono.

Me sorprendí al ver que Sue Chopra abría la puerta de acero del bunker y se acercaba a mí. Tenía el rostro demacrado y estaba temblando. Se cubrió los ojos para protegerlos del sol.

—¿No deberías estar allí abajo? —pregunté.

—Ahora ya todo es automático —respondió—. Como el mecanismo de un reloj.

Tropezó con una roca y la cogí del brazo para que no cayera al suelo. Su brazo estaba helado.

—Scotty —parecía que acababa de reconocerme.

—Respira hondo. ¿Te encuentras bien?

—Estoy cansada. Y no he comido —sacudió la cabeza desconcertada—. Hay una pregunta que soy incapaz de quitarme de la cabeza: ¿He venido hasta aquí por mí misma o hay algo que me haya traído? Esto es lo más extraño de la turbulencia tau. Nos proporciona un destino, pero es un destino en el que no hay ningún dios; un destino donde no hay nadie al mando.

—A no ser que sea Kuin.

Frunció el ceño.

—Oh, no, Scotty. No digas eso.

—Ya no falta mucho. ¿Qué tal va todo por allí abajo?

—Como ya te he dicho, todo es automático. Bueno, los números son consistentes. Tienes razón. Tengo que regresar pero… ¿podrías acompañarme?

—¿Por qué?

—Porque aquí fuera hay unos niveles muy elevados de radiación iónica. Es como si te estuvieran haciendo una radiografía de tórax cada veinte minutos —entonces sonrió—. Pero sobre todo, porque tu presencia me reconforta.

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