¿He llegado al inicio del tiempo?
En la penumbra, a la luz carente de luz de un sol velado, imagino ahora que puedo ver sombras, o al menos las sombras de sombras. Quizás haya algo aquí después de todo, alguna sustancia, alguna tangibilidad. ¿Una ciudad? Esa sombra de un arco aquí: ¿es un puente? Y eso: ¿una torre? Eso otro: ¿un bulevar? ¿Veo árboles? ¿Figuras moviéndose? Sí. Creo que mis ojos están empezando a acostumbrarse ahora. Se necesita algún tiempo para que alguien se acostumbre a esta bruma. O quizá lo que se necesite sea un colosal esfuerzo de voluntad, a fin de ver, aquí. No ver es fácil, tus ojos lo harán por ti. Simplemente ábrelos, y ellos te mostrarán la bruma. Eso es todo lo que tus ojos te mostrarán: la bruma. Pero ver algo más toma trabajo. Tienes que arrojar toda tu alma a ello. Es como un juego donde las posibilidades contra ti son tan abrumadoras que una pequeña apuesta no sirve de nada; apuéstalo todo en la próxima tirada de los dados, o cámbiate de mesa. Lo que deseas es ver qué hay aquí, ¿no es así, Yakoub? Entonces haz la apuesta. Pon todo lo que tengas. Y luego más aún. Sí.
Creo que las brumas empiezan a aclararse.
Sí. Sí. Sin ninguna duda, las brumas están empezando a aclararse. Hay una crisálida dentro de este capullo. Todo empieza a serme revelado. Efectivamente, es una ciudad. Veo puentes, torres, bulevares. Veo árboles. Veo figuras. Veo un sol en el cielo.
Este lugar no es un lugar que haya visto antes. Y sin embargo, me parece conocerlo como los dedos de mi propia mano. La bruma ha desaparecido ahora por completo, y lo veo todo claramente, con una extraña intensidad onírica, como a través de un cristal amplificador. ¡Qué extraño es este lugar! He visto tantos mundos que ya no puedo contarlos todos, mundos tan extraños que la mente apenas puede concebirlos, y sin embargo, siento alga aquí que nunca he sentido en ninguna otra parte.
Avanzo lenta y cautelosamente por aquellas extrañas calles. Un tímido espectro, mirando a un lado y a otro. La ciudad es enorme. Se extiende sobre colinas y valles hasta tan lejos como puedo ver, densa y populosa, aunque rota frecuentemente por plazas, parques, cursos de agua, paseos. La gente tiene ojos oscuros y solemnes que brillan con un conocimiento no familiar. Su negro pelo está trenzado en elaborados nudos. Sus ropas son brillantes hilos de cuentas que caen en cascadas libres. No me prestan atención; quizá sean incapaces de verme, o quizá no tengan interés en mí. ¿Dónde estoy? ¿Qué mundo es éste? Conozco el lugar, aunque nunca lo he visto antes. Esos edificios, esas calles. Las calles son rectas pero se cruzan en ángulos que desorientan la vista. Las edificios tienen una sobrenatural belleza alienígena que sin embargo resulta familiar. Ésta no es mi primera visita a este lugar, pese a que nunca he estado aquí antes. ¿Qué significa eso? ¿Qué estoy intentando decir? Palabras qué nunca pensé en pronunciar. Calles que nunca pensé que fuera a revisitar, cuando abandoné mi cuerpo en una distante orilla.
El sol es rojo. Llena una cuarta parte del cielo.
Pero aunque el gran sol llamea sobre mí, soy capaz de ver también las estrellas, miles de ellas, millones, un campo de luz en los cielos. No hay constelaciones aquí; sólo luz.
¡Y las lunas! ¡Jesu Cretchuno Sunto Mario, las lunas!
Son como un cinturón de joyas a través de todo el enorme arco del cielo. Cuelgan de horizonte a horizonte en una hilera sublime, resplandeciendo, ardiendo; siete, ocho, diez deslumbrantes lunas:…, no, once, once lunas, brillantes como pequeños soles. Si es así como relucen de día, ¿cómo debe ser aquí la noche?
Once lunas. Un sol rojo. Las estrellas brillando de día.
Once lunas.
Un sol rojo.
Las estrellas brillando de día.
Ahora sé dónde estoy, y la sorprendente verdad me barre como el maremoto barre la montaña. He recorrido un largo camino, y he llegado allá donde quise ir todo el tiempo. Pese a los miedos y las vacilaciones que me han retenido, la larga búsqueda ha terminado en éxito.
Las lágrimas inundan mis ojos. Deseo dejarme caer de rodillas, maravillado. Éste es el lugar, sí. Aquí es donde estoy, en nuestro primer mundo. El lugar prohibido, el lugar sagrado. El punto exacto del cambio, donde pasado y futuro se hallan reunidos. Puedo espectrar a cualquier lugar del tiempo y del espacio, pero no aquí; no está permitido por la Ley ir aquí, ni siquiera es posible ir aquí. Está más allá de nuestro alcance. O eso creía. Eso hemos creído todos. Y sin embargo, yo lo he conseguido. Estoy aquí. He venido a casa. Ésta es la Estrella Reman¡.
¿Cómo puedo dudarlo? Aquí está Mulesko Chiriklo, el pájaro de los muertos, planeando, alzándose de nuevo: alas silenciosas, brillantes ojos fijos. He cruzado esa desconocida, recordada puerta, al único lugar que es todos los lugares para nosotros. Los vientos del tiempo han soplado y me han empujado hasta el extremo más alejado del tiempo. Eran las brumas del alba las que había echado a un lado. Y ahora veo con terrible claridad. en este lugar que siempre ha estado prohibido para nosotros, y que creíamos que se hallaba más allá del alcance de todo espectrar. Pero yo estoy aquí. Yo solo he hecho el imposible viaje. El pasado y el futuro apuntan a un solo extremo, que es siempre el presente. Para mí, ahora, no puede existir ni pasado ni futuro. Mi destino ha vuelto sobre sí mismo. En mi final está mi principio.
El cielo sobre la Estrella Romani es exactamente tal como se cuenta en las leyendas. Un sol rojo, once lunas, las estrellas brillando de día. Los contadores de historias fueron fieles en esto al menos, a lo largo de los miles y miles de años que fueron transmitiendo el relato.
Pero nada más es como esperaba que fuera. Brillantes palacios de mármol, dice el Swatura. Espléndidas torres, enormes cruces, grandes avenidas, resplandecientes templos de muchas columnas. No. Eso es Atlantis, no la Estrella Romani. Construimos de modo distinto en nuestro segundo hogar, y olvidamos que lo hicimos. Aquí también hay belleza, pero es de otro tipo, menos formal, menos monumental. Nada parece permanente. Aquí no utilizan piedra. Han tejido esta ciudad de alguna especie de delicada caña; todo es flexible, todo cede a la presión. Torres, sí, y puentes y bulevares, pero que se agitan a las suaves brisas, y cambian de forma al tacto. No quedará nada de este lugar cuando llegue la hora de la dilatación del sol. Un seco viento, un soplo de calor, un estallido de llama: y luego nada más que cenizas al cabo de pocas horas. Ningún monumento carbonizado sobre el que puedan meditar los futuros arqueólogos: ningún muñón de caídos obeliscos; ni cimientos, ni paredes, ni mosaicos. Nada. Cenizas. Instantáneas. Todo es muy hermoso, ahora; todo perecerá de una manera muy hermosa también, en un momento, en un parpadeo, sin dejar lamentables reliquias detrás.
Centenares de personas pasan por mi lado en dirección a un edificio mayor que los otros, justo al otro lado. Me uno a la multitud y entro con ella, sin ser observado ni detectado. Dentro brilla una luz verdosa, pero su fuente me elude. Cruzo corredores cubiertos por esterillas trenzadas y penetro en habitaciones que dan a otras habitaciones, y finalmente llego a una habitación de gran tamaño, evidentemente una sala de reuniones, donde los ciudadanos de la Estrella Reman¡ se hallan congregados a miles.
En el extremo más alejado de la sala, una especie de hamaca que es también algo parecido a un trono ha sido colocada muy arriba con respecto al suelo. Está ocupada por un hombre que, por su aspecto, hubiera podido muy bien ser mi hermano. Hay realeza en él: lo veo de inmediato, y lo hubiera visto aunque simplemente me hubiera encontrado con él en medio de la calle y no entronizado en una gran sala. Lleva el pelo trenzado a la manera antigua y se cubre también con un atuendo de cuentas. Pero su rostro es el mío, sus ojos son los míos. Es mi hermano. No, estamos más cerca que eso. Él es yo.
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