No tengo elección. Si permito seguir siendo arrastrado girando al azar a través del tiempo estoy perdido, todo está perdido. Esto es mero errar. El azar no tiene sentido. Ya hemos errado bastante. Ahora ya es tiempo de hallar un significado a las cosas. Necesito imponer control sobre mi viaje. Necesito imponer un significado.
¿Quién soy? Soy Yakoub Nirano, Rey de los Gitanos.
¿Dónde nací? Nací en Vietoris, hace mucho tiempo.
¿Dónde vivo? En todas partes y en ninguna parte.
¿Dónde voy? A ninguna porte y a todas partes.
¿Qué estoy buscando? El auténtico hogar de mi errante pueblo.
¿Dónde está? En todas partes y en ninguna parte, en ninguna parte y en todas partes. Perdido en el tiempo. Perdido en el espacio. Pero no más allá de toda posibilidad de ser encontrado.
Miraré. Creo que sé dónde buscar.
Hacia atrás…, hacia atrás…
Soy barrido de nuevo. Pero esta vez es distinto. Ya no me veo arrastrado, impotente. Esta vez empiezo a notar alguna medida de control sobre mi viaje.
Conozco este lugar. Incluso en la densa bruma que lo envuelve todo puedo ver el azul del cielo, puedo ver el brillo dorado del sol, puedo ver la blancura del millar de columnas de mármol en la plaza. He ido muy lejos ahora. Conozco este lugar, si, he estado aquí antes. Ésta es la Tierra, la antigua Tierra más allá de la historia, y este lugar es la perdida Atlantis. Esta es la gran ciudad rom, el lugar más hermoso que jamás haya existido sobre el planeta.
Qué serena es. Nuestra isla reino, blancas arenas y resplandeciente mar. Y hemos edificado bien: qué gracia, qué orden. Solo y sin que nadie me moleste, recorro las largas y rectas calles, entre la, morena y esbelta gente con túnicas y sandalias. Pasada la Confluencia del Cielo, entro en la calle de los Astrónomos, desciendo la calzada de mármol hasta el borde del agua. La ciudad relumbra a través de la bruma. Envidio a aquellos que viven aquí en el propio tiempo de la ciudad, porque ellos pueden verlo claramente; esta densa bruma no es de ellos, sino que es algo que traigo conmigo, arrastrada de los miles de años que he cruzado para llegas aquí. Es inevitable, tan lejos. Pero si Atlantis es tan hermosa, envuelta en bruma como lo está para mí, ¿cómo debe ser para aquellos que la ven resplandecer brillante a pleno sol?
Ahora estoy junto al agua. A mi izquierda se alza el Templo de los Delfines, puro y sereno, una sinfonía de piedra blanca. A mi derecha está la Fuente de las Esferas, y directamente delante se extiende el Gran Embarcadero, con seis espléndidas naves ancladas y una más lejos, entrando con su carga de oro y plata y monos y pavos reales, piedras preciosas, perlas, perfumes y ungüentos, inciensos, vino y aceite, todo tipo de piezas de marfil, todo tipo de piezas de la más preciosa madera. Este mundo de la Tierra es nuestro, con todas las cosas buenas que hay en él; porque somos los únicos seres civilizados. Los gaje que viven por todas partes a nuestro alrededor, más allá de las aguas del mar que nos protege de ellos, son poco más que animales, y algunos ni siquiera eso. De modo que vamos en busca y tomamos todo lo que nos apetece, y nuestras naves nos lo traen a través del resplandeciente mar verdeazulado, y con ello hacemos que nuestra ciudad sea incomparablemente hermosa.
Me quedaré aquí para siempre, eso es lo que me digo.
No importa la bruma. No importa que sólo sea un espectro. Me convertiré en ciudadano de esta Atlantis y moraré aquí hasta el final de mis días. Beberé el denso vino tinto en las tabernas y cenaré carne asada con olivas. Estoy aquí y aquí me quedaré, sumergido en las profundidades del tiempo, envuelto por la bruma, en un lugar donde los roms son señores y no hay nada que temer.
¿Pero qué es esto, ahora? Las pequeñas olas tiemblan ligeramente al borde de la orilla. Un frente de suave oleaje, claro como el cristal, golpea contra los pilotes de mármol y el espigón, y retrocede, y vuelve a avanzar, esta vez no tan suavemente.
Las naves ancladas se alzan y descienden, y golpean el seno del mar con sus cascos.
La nave que se halla aún en el mar se desvanece por unos instantes tras el horizonte, y reaparece, cabeceando, bamboleándose.
El suelo tiembla. El cielo se estremece.
Oh, ¿qué es esto, qué es esto? Un rugir en mis oídos. La bruma se aclara, y me vuelvo para contemplar cómo la montaña detrás de la ciudad eructa fuego y negro humo. Grandes losas de mármol caen del frontón del Templo de los Delfines. Más allá, a mitad de la cuesta, en la Plaza de las Mil Columnas, puedo ver las columnas partirse y caer como varillas. El rugir crece más y más.
No hay pánico. Hombres y mujeres con ropajes blancos y sandalias se mueven decididos, encaminándose a sus casas. Una calle de mármol se hiende y se alza por el centro, revelando la humeante tierra negra de debajo. Los caballos se encabritan y corren relinchando en la plaza del mercado. Un carro sin conductor se dirige directamente hacia mí, me atraviesa y sigue adelante, y desaparece.
¡Atlantis! ¡Atlantis! ¡Hoy seré testigo de tu ruina!
¿Dónde está la bruma? Quiero que vuelva la bruma. Pero no, ahora todo es muy claro, despiadadamente claro. Cada dentada grieta, cada surco en la piedra. Sigue sin haber pánico, pero ahora les oigo gritar, suplicando la piedad de los dioses. ¿No hemos sufrido bastante? ¿Debemos vernos dispersos aquí también, después de haber conseguido llegar procedentes de aquel otro hermoso lugar en las estrellas?
¡Atlantis! ¡Atlantis!
Oh, esa gran ciudad…
Oh, oh, esa gran ciudad, envuelta en finos linos, y púrpura, y escarlata, y tapizada con oro, y piedras preciosas, y perlas. Porque en una hora todas estas grandes riquezas se convierten en nada. Y cada capitán de barco, y todas las tripulaciones en ellos, y los marineros, y todos los que comercian en el mar, ahora lejos, se lamentan y lloran cuando ven el humo de sus incendios, y dicen: ¿Qué ciudad es comparable a esta gran ciudad? Y arrojan polvo sobre sus cabezas, y gritan, y lloran, y gimen, diciendo: ¡Oh, oh, esa gran ciudad! Porque en una hora se ha convertido en una desolación.
Atlantis no es la respuesta. Quizá no haya respuesta. Soy barrido lejos. Soy arrojado lejos y más lejos y más lejos, cada vez más y más y más profundo. No hay respuesta. O si hay alguna, no tengo el valor de buscarla. Giro una vez más como una semilla al viento. Sigo y sigo adelante, sin saber dónde, sin importarme, entregándome por completo al poder de los dioses que conducen mi destino. ¿Qué importa dónde vaya? ¿Qué importa nada? Todo está perdido, ¿no? El Imperio se derrumba. Los pequeños lores que pelean entre sí gruñen y se muestran los dientes sobre sus amarillentos huesos. No hay centro; no hay límites. Y en este caos, ¿quién puede sobrevivir? Los roms serán barridos una vez más por los vientos. Como lo estoy siendo yo ahora.
Adelante. Lejos. Profundo.
¿Girando al azar una vez más, Yakoub?
Pero esto ha de estar equivocado. Si hay una respuesta a los acertijos de tu vida, nunca la encontrarás en este revolotear sin rumbo fijo. Tenías el control, tómalo de nuevo. Regresa. Ve hacia atrás tanto como te atrevas, y luego ve aún más atrás. Ve a la fuente, Yakoub.
Ve a la fuente.
Arriésgalo todo, o todo está perdido. Hacia atrás. Hacia atrás. A la fuente, Yakoub.
Adelante. Lejos. Profundo.
A un lugar donde las brumas del tiempo son tan densas y pesadas que lo envuelven todo como un sudario, apretadamente cerradas. Y bruma dentro de bruma, apiñadas masas de blanco dentro de blanco. ¿Quién puede haber tejido este capullo en torno al mundo? Bien, es el propio tiempo quien lo ha hecho. He ido muy lejos, más lejos de lo que nunca creí que fuera posible. Estoy más allá de Roma, más allá de Egipto, más allá de Atlantis, más allá de la más remota antigüedad. Tampoco es la Tierra. No tengo ni idea de dónde estoy, pero no es la Tierra: no tiene el olor de la Tierra, no tiene el tacto de la Tierra. Quizás haya ido hacia atrás más allá de la Tierra. Quizás haya alcanzado la fuente . ¿Es eso posible? La idea me aterra. Tanteo a través de oscuros reinos de blancura. Suaves trenzas de bruma se enredan a mi alrededor. Algunos jirones cubren mis ojos, y mi nariz, y mi boca. Veo bruma; respiro bruma; trago bruma. No hay nada aquí excepto bruma.
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