Arthur Clarke - La ciudad y las estrellas

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Los hombres habían construido ciudades antes, pero ninguna como Diaspar. Diaspar: porque Diaspar tenía una leyenda. Era la última ciudad construida en la Tierra por el poder de quienes también pudieron conquistar las estrellas. Pero la grandeza de Diaspar acabó desapareciendo. Desde los más oscuros límites del Universo los Invasores atacaron el imperio creado por el hombre y lo confinaron otra vez a la Tierra. Quien fuera que abandonara la Tierra caería bajo la ira de los Invasores. Esta era la leyenda de Diaspar. Una leyenda de un billón de años…

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Hay algo que se aproxima — repuso Hilvar lentamente —. Algo que no comprendo…

A Alvin le pareció que la cabina de la astronave se volvía repentinamente muy fría y que la pesadilla racial de los Invasores resurgía para enfrentarse a ellos en todo su inmenso terror. Con un esfuerzo de voluntad que agotó sus fuerzas, forzó a su mente a no caer presa del pánico.

— ¿Es… amistoso? — preguntó. ¿Deberé poner proa a la Tierra?

Hilvar no contestó a la primera pregunta… sólo a la segunda. Su voz apenas si era audible; aunque sin mostrar signos de miedo ni temor. Más bien parecía sorprendido y fascinado por la curiosidad, como si se hubiese encontrado tan sorprendente que le resultase imposible satisfacer la curiosidad de Alvin.

— Demasiado tarde — contestó. Ya está aquí.

* * *

La Galaxia había girado varias veces sobre su eje, desde que la consciencia llegó por primera vez a Vanamonde. Apenas si podía recordar algo de los primeros eones de tiempo y de las criaturas que le habían cuidado entonces… aunque recordaba todavía su desolación cuando se habían marchado y le dejaron solo entre las estrellas. Desde entonces y al paso de las edades, había ido errando de sol en sol, evolucionando lentamente e incrementando sus poderes y facultades. Una vez había soñado el encontrar a aquellos que le atendieron en su nacimiento y aunque el sueño ya se había desvanecido, no había muerto del todo de sus inmensos recuerdos y su fabulosa capacidad mental.

Sobre incontables mundos, había ido encontrando la catástrofe y las ruinas que la vida había dejado tras de sí, pero sólo encontró la inteligencia una vez… y desde el Sol Negro había escapado presa del terror. Pero el Universo era demasiado grande y su búsqueda apenas si había comenzado para él…

Desde la inmensa lejanía del espacio y el tiempo, aquel inmenso y aterrador despliegue de energías surgidas del corazón de la Galaxia, parecía hacerle señales de aliento a Vanamonde a través de los años luz de distancia. Fue algo totalmente desemejante de la radiación de las estrellas y había aparecido en el campo de su consciencia tan súbitamente como la traza de un meteoro a través de un cielo sin nubes. Se movió hacia aquella llamada a través del Espacio y el Tiempo y así lo haría hasta el último momento de su existencia, desprendiéndose de él en la forma que conocía la muerte, como una pauta incambiada del pasado.

Aquella forma metálica alargada, con sus infinitas complejidades de estructura, era algo que se escapaba a su comprensión, ya que le resultaba tan extraño como casi todas las cosas del mundo físico. A su alrededor notaba el aura del poder que le había lanzado a través del Universo; pero no era aquello precisamente lo que tenía entonces interés para Vanamonde. Cuidadosamente, con la delicada nerviosidad de una bestia solitaria, se dirigió hacia las dos mentes que acababa de descubrir.

Y entonces comprendió que su larga búsqueda había terminado.

* * *

Alvin cogió a Hilvar por los hombros y le sacudió varias lentamente, tratando de sacarle del mundo de los sueños hacia el de la realidad.

— ¡Dime qué es lo que está ocurriendo! — suplicó a su amigo. ¿Qué es lo que quieres que haga?

Aquella remota mirada de los ojos de Hilvar, se desvaneció de su vista.

— Todavía no lo comprendo muy bien; pero no es preciso asustarse. De eso estoy bien seguro. Sea lo que sea, no nos hará ningún daño. Parece simplemente… interesado.

Alvin estuvo a punto de replicar a su amigo, cuando se sintió súbitamente sobrecogido por una sensación como jamás hubiese experimentado antes en su vida. A través de su cuerpo pareció extenderse una oleada de ternura y de calor que sólo duró algunos segundos, pero cuando desapareció, ya había dejado de ser el Alvin de siempre. Algo compartía ahora su cerebro, envolviéndole como un círculo puede encerrar a otro en su interior. Se dio perfecta cuenta también de que Hilvar tenía su mente igualmente hechizada por la criatura, cualquiera que fuese, invisible pero perfectamente perceptible, que había descendido sobre ellos. La sensación era extraña más que desagradable y proporcionó a Alvin su primera experiencia de la telepatía… el poder que su pueblo había perdido, habiendo degenerado tanto que sólo sabían utilizarla las máquinas con su control ultrasensible.

Alvin se había rebelado una vez, cuando Seranis había intentado dominar su mente; pero no había luchado contra su intrusión. Habría resultado un esfuerzo infructuoso y supo que aquella criatura, cualquiera que pudiera ser, no era hostil ni inamistosa. Se dejó relajar, aceptando sin resistencia el hecho de que una inteligencia infinitamente más grande que la suya, estaba explorando su mente. Pero en aquella creencia no tuvo toda la razón.

Una de aquellas inteligencias, según pudo comprobar en el acto Vanamonde, era más afín y accesible que la otra. Pudo darse cuenta de que ambas se hallaban asombradas con la maravilla de su presencia, lo que le sorprendió extraordinariamente. Resultaba difícil creer que ellos hubieran olvidado; el olvido, como la mortalidad, era algo más allá de la comprensión de Vanamonde la comunicación era muy difícil; muchas de las imágenes — pensamientos eran tan extrañas que apenas si pudo reconocerlas. Se encontró confuso y un tanto asustado por la insistente idea de los Invasores, entre el tumulto de pensamientos de los jóvenes en sus respectivas consciencias y le recordó su primera emoción cuando el Sol Negro llegó la primera vez al campo de su conocimiento.

Pero aquellos dos lo ignoraban todo respecto al Sol Negro y entonces sus propias preguntas comenzaban a tomar forma en su mente.

—¿Quién eres tú?

Y suministró la única pregunta que tenía a mano.

— Yo soy Vanamonde.

Entonces se produjo una pausa. ¡Cuánto tiempo tardaban aquellas criaturas en dar forma a sus pensamientos! Después repitieron la pregunta. Ellos no habían comprendido; aquello resultaba extraño, ya que seguramente aquella especie de inteligencias vivas le habían dado sus nombres que podían hallarse entre las memorias y recuerdos de su nacimiento. Aquellos recuerdos eran escasos, y comenzaron como un simple punto en el tiempo; pero resultaban ya claras y diáfanas como el cristal.

De nuevo sus débiles pensamientos lucharon por abrirse paso en su consciente cósmico.

—¿Dónde está la gente que construyó los Siete Soles? ¿Qué les ocurrió en el paso del tiempo?

Vanamonde lo ignoraba; ellos apenas si podían creerle y la decepción de Alvin e Hilvar le llegó clara y aguda a través del abismo que separaba su mente de la de los otros. Pero parecían pacientes y contentos de ayudarle y Vanamonde también sintió la alegría de saberse acompañado en su soledad eterna a través del Universo ya que al fin le proporcionaban la única compañía que jamás hubiera conocido.

Por tanto tiempo como viviera, Alvin no hubiera podido creer de nuevo el sufrir tan extraña experiencia ni aquella conversación sin palabras y sin sonidos. Le resultaba duro de imaginar que apenas si él contaba allí poco menos que un simple espectador de algo inasible, ya que no se preocupó de admitir, incluso para sí mismo, que la mente de Hilvar era en ciertos aspectos mucho más capaz que la suya propia. Sólo podía esperar y sentirse maravillado, medio hechizado por el torrente de ideas y pensamientos que se escapaban fuera de los límites de su comprensión normal.

A poco, Hilvar, más bien pálido y bajo una inmensa tensión interior, rompió aquel contacto mental y se volvió hacia Alvin.

— Alvin — le dijo con voz cansada —. Aquí hay algo muy extraño. No acabo de comprenderlo del todo.

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