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Arthur Clarke: La ciudad y las estrellas

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Arthur Clarke La ciudad y las estrellas

La ciudad y las estrellas: краткое содержание, описание и аннотация

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Los hombres habían construido ciudades antes, pero ninguna como Diaspar. Diaspar: porque Diaspar tenía una leyenda. Era la última ciudad construida en la Tierra por el poder de quienes también pudieron conquistar las estrellas. Pero la grandeza de Diaspar acabó desapareciendo. Desde los más oscuros límites del Universo los Invasores atacaron el imperio creado por el hombre y lo confinaron otra vez a la Tierra. Quien fuera que abandonara la Tierra caería bajo la ira de los Invasores. Esta era la leyenda de Diaspar. Una leyenda de un billón de años…

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Jeserac no vio razón alguna del por qué tendría que arriesgarse a recibir una admonición al traspasar sobre territorio prohibido y esperó la respuesta del Presidente.

No llegó nunca, ya que en aquel momento los visitantes de Lys se removieron en sus asientos, con los rostros nerviosos y como reflejando en ellos una expresión le profunda incredulidad y alarma. Daban la impresión de estar escuchando algo que una voz lejana vertía un mensaje en sus oídos.

Los Consejeros aguardaron, con la aprensión creciendo por instantes, según continuaba aquella conversación silenciosa. Entonces, el jefe de la Delegación de Lys sacudió la cabeza como saliendo de una especie de trance y se volvió como pidiendo excusas al Presidente.

— Acabamos de escuchar algunas noticias extrañas y sorprendentes procedentes de Lys.

— ¿Es que Alvin ha vuelto a la Tierra? — preguntó el Presidente.

— No, no es Alvin. Es alguien más.

* * *

Mientras conducía a la fiel espacionave a las llanuras de Airlee, Alvin se preguntó si alguna vez en la historia de la humanidad alguien habrían traído tal cargamento a la Tierra, y si, ciertamente, Vanamonde se hallaría localizado físicamente en el espacio de la máquina. No hubo el menor signo de él durante el viaje de retorno; Hilvar creyó y su conocimiento era más discreto, que la esfera de atención de Vanamonde podría más bien estar situada en cualquier posición del espacio. El propio Vanamonde no podía ser localizado en ninguna parte y probablemente, ni incluso en cualquier momento.

Seranis y cinco senadores, les estaban esperando al emerger de la nave espacial. Uno de los senadores a quien Alvin ya había conocido en su última visita se hallaba presente, así como otros dos de la primera reunión, en cambio, se hallaban en Diaspar.

Se preguntó qué tal le iría a la Delegación enviada a Diaspar y de qué forma habría reaccionado la ciudad a los primeros intrusos del exterior en tantos millones de años de aislamiento.

— Parece, Alvin — le dijo Seranis secamente, tras haber saludado cariñosamente a su hijo que tienes un notable genio para descubrir entidades tan extraordinarias. Creo, sin embargo, que transcurrirá algún tiempo antes de que sobrepases el logro adquirido ahora.

Por una vez, fue Alvin el sorprendido.

— Entonces… ¿es que ha llegado Vanamonde ya?

— Sí, hace horas. De alguna forma se las ha arreglado para trazar la ruta de vuestra astronave en su viaje cósmico, lo que nos ha planteado una serie fenomenal de problemas filosóficos. Hay alguna evidencia de que llegó a Lys en el preciso momento en que le descubristeis, lo que prueba que es capaz de desarrollar velocidades infinitas. Y eso no es todo. En las últimas horas, nos ha enseñado más historia de lo que nosotros pensábamos que existiera en el mundo.

Alvin la miró maravillado. Y entonces comprendió; no era difícil imaginar el impacto que Vanamonde tuvo que haber producido sobre aquella gente, con sus poderes de percepción y su maravillosa facultad de intercomunicación mental. Habían reaccionado con sorprendente rapidez, apareciéndosele entonces Vanamonde con una súbita imagen, tal vez un tanto temerosa, rodeado por las mentes más finas e inteligentes de todo Lys.

— ¿Han descubierto ustedes quién es? — preguntó.

— Sí. Eso ha sido una cosa sencilla, aunque aún desconocemos su origen. Es una mentalidad pura y su conocimiento parece ser ilimitado. Pero es infantil, y quiero recalcarlo así, literalmente.

— ¡Claro está! —exclamó Hilvar —. ¡Tuve que haberlo imaginado!

Alvin aparecía desconcertado y Seranis se sintió apenada por él.

— Quiero decir que Vanamonde tiene una mente colosal, tal vez prácticamente infinita; pero es algo inmaturo y sin desarrollar. Su inteligencia actual es menor que la de un ser humano — y sonrió un poco torcidamente —, aunque el proceso de sus pensamientos es mucho más rápido y aprende las cosas con enorme rapidez. Además posee algunos poderes que desconocemos y que no podemos comprender por ahora. Parece que la totalidad del pasado se halla presente y fresco en su mente en una forma difícil de describir. Tiene que haber utilizado tal capacidad para seguir vuestro paso de retorno a la Tierra.

Alvin permaneció en silencio y por una vez como sobrecogido. Se dio cuenta de la razón que había tenido Hilvar de llevarlo a Lys. Supo también la suerte que había tenido siempre en ser más listo que Seranis; pero era algo que se da dos veces a lo largo de toda una vida.

— ¿Quiere usted decir — pregunto— que Vanamonde es algo así como un recién nacido?

— Para su propia forma de ser, sí. Su edad actual tiene que ser enorme en el tiempo, aunque aparentemente menor que la del Hombre. Lo extraordinario del asunto, es que insiste en que nosotros le creamos a él y no parece haber duda de que su origen se halla ligado a todos los grandes misterios del pasado.

— ¿Que está ocurriendo ahora con Vanamonde? — Preguntó Hilvar.

— Los historiadores de Grevarn le están haciendo preguntas. Intentan hacer un bosquejo de las líneas más principales de la historia pasada; pero esa tarea llevará años. Vanamonde puede describir con perfecto detalle, pero no comprende bien lo que ve, resulta bastante difícil trabajar con él.

Alvin hubiera querido saber cómo Seranis lo sabía; pero después cayó en la cuenta de que todas las mentes de Lys observaban paso a paso el progreso de la gran búsqueda en aquella mente cósmica. Y sintió el orgullo de haber dejado la impronta de su personalidad de una forma tan grandiosa tanto en Lys como en Diaspar, aunque en cierta forma, tal orgullo se hallaba mezclado con una cierta frustración. Allí existía algo siempre presente con lo que nunca podría enfrentarse ni compartir: el contacto directo entre mentes humanas distintas a la suya. Un misterio para él, como lo es la música para un sordo, o los colores para un ciego. Y con todo, las gentes de Lys intercambiaban entonces sus pensamientos con aquel inimaginable ser extraterrestre a quien había traído hasta la Tierra; pero a quien jamás podría detectar con ninguno de los sentidos que poseía.

Allí no había lugar para él; cuando la encuesta estuviera terminada, se le darían a conocer las respuestas. Él había abierto las puertas de lo infinito y ahora sentía miedo por todo lo que había hecho. Por su propia paz mental, tenía que retornar a su diminuto y familiar mundo de Diaspar, buscando en su refugio un descanso para dejar en paz por algún tiempo sus ambiciones y sus sueños. Aquello era una terrible ironía; el único que había sacado a la Ciudad hacia la aventura y abierto el camino de las estrellas, se volvía a casa como un niño que vuelve corriendo al regazo de su madre, temeroso y asustado.

CAPÍTULO XXIII

En Diaspar no había nadie a quien agradase volver a ver nuevamente a Alvin. La ciudad parecía inmersa en una verdadera ebullición, tal y como una colmena que ha sido removida con un palo. Seguía con repugnancia frente al hecho de encararse con la realidad; pero aquellos que rehusaban admitir la existencia de Lys y el mundo exterior ya no tenían lugares en donde poder esconderse. Los Bancos de Memoria habían rehusado ya aceptarlos y los que buscaban refugio en el sueño y el olvido haciendo una inmersión hacia el futuro, caminaban inútilmente a la Sala de la Creación. Aquella flama disolvente sin calor, rehusaba él darles la bienvenida y ya no serían de nuevo despertados con sus mentes en blanco, frescas y recién nacidas a mil años de distancia en el fluir del tiempo futuro. De nada servía el llamamiento al Computador Central, quien por lo demás tampoco explicaba la razón de sus acciones.

Los que intentaban tal refugio, tuvieron que volver nuevamente a la vida de la ciudad, con el rostro compungido y obligados a dar frente a los problemas de su época.

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