Walter Miller - Cántico a San Leibowitz

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Cántico a San Leibowitz: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de la hecatombe nuclear el Venerable Leibowitz, muerto seiscientos años antes, va a ser canonizado. De la antigua civilización no quedan otros vestigios que los conservados por la Orden Albertiana, cuyos monjes consumen sus vida en la interminable tarea de iluminar e interpretar las obras del Venerable para reconstruir sobre ellas el mundo tal como fue.
Son muchos los misterios que perduran. Por ejemplo, el documento que reza:
. Es un enigma. Pero los monjes saben que la luz se hará algún día y que, con ella, la antigua cultura retornará.
¿Ridículo? ¿Grotesco?
Bien, si nuestro civilizado y orgulloso mundo sucumbe un día ante una catástrofe de proporciones millones de veces superiores a las del hundimiento del mundo clásico, ¿qué ocurrirá? ¿Qué quedará de nuestra civilización? ¿Cómo y por quién serán conservados, interpretados y aprovechados los vestigios tecnológicos que heredarán los hombres del mañana?

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— Lo interpreta usted mal — dijo débilmente el abad, aferrándose al brazo del hermano Kornhoer —. Por el amor de Dios, hermano, ¡explíqueselo!

Pero no había bálsamo para suavizar una afrenta al orgullo profesional… ni entonces ni en cualquier época.

19

Después del desafortunado incidente del sótano, el abad buscó todos los medios concebibles para subsanar aquel desgraciado momento. Thon Taddeo no demostró ningún rencor y hasta les ofreció a sus huéspedes una disculpa por su espontáneo juicio del incidente, después que el inventor del artefacto hubo dado al estudioso detallada cuenta de su reciente diseño y fabricación. Pero la disculpa sólo logró convencer al abad de que la herida había sido profunda. Colocaba al thon en la situación de un montañero que ha escalado una altura «inconquistable» para encontrar las iniciales de un rival grabadas en la roca de la cima…, sin que el rival se lo hubiese dicho por adelantado. Debió de ser desastroso para él, pensó dom Paulo, debido a la forma en que se llevó el asunto.

Si el thon no hubiese insistido — con una firmeza nacida quizá de la vergüenza — en que su luz era de superior calidad, lo suficientemente brillante hasta para el escrutinio de los quebradizos y apolillados documentos, que resultaban indescifrables a la luz de las velas, dom Paulo habría hecho quitar inmediatamente la lámpara del sótano. Pero thon Taddeo insistía en que le gustaba…, pero al describir que era necesario mantener por lo menos a cuatro novicios o postulantes continuamente empleados en hacer funcionar la dinamo y ajustar el espacio del arco, pidió que la lámpara fuese quitada, pero entonces fue dom Paulo quien insistió en que permaneciese en aquel lugar.

Así fue cómo el estudioso empezó sus investigaciones en la abadía, con la presencia constante de los tres novicios que se afanaban sobre la noria y el cuarto novicio que tentaba al deslumbramiento arriba de la escalera para mantener la lámpara encendida y ajustada, situación que hacía al poeta versificar sin piedad sobre el demonio de la confusión y los ultrajes que se perpetraban en nombre de la penitencia o del apaciguamiento.

Durante varios días, el thon y su asistente estudiaron la propia biblioteca, los archivos, los informes del monasterio además de la Memorabilia… como si al determinar la validez de la ostra pudiesen establecer la posibilidad de la perla. El hermano Kornhoer descubrió al asistente del thon de rodillas en la entrada del refectorio, y durante un rato tuvo la impresión de que efectuaba una devoción especial ante la imagen de María, situada arriba de la puerta, pero un sonido de herramientas puso fin a la ilusión. El asistente tendió una regla de carpintero a través de la entrada y midió la depresión cóncava producida en las piedras de la entrada por siglos de sandalias monásticas.

— Buscamos formas de determinar fechas — dijo cuando Kornhoer se lo preguntó —. Éste parecía un buen lugar para establecer un modelo del grado de uso, ya que el tráfico es fácil de establecen Tres comidas hace cada hombre por día desde que las piedras fueron colocadas.

Kornhoer no pudo evitar sentirse impresionado por su minuciosidad; la actividad lo desconcertó.

— Los informes arquitectónicos de la abadía están completos — dijo —, en ellos podrá ver con exactitud cuándo fue añadida cada ala y cada edificio. ¿Por qué no se ahorra tiempo?

El hombre se quedó mirándolo inocentemente.

— Mi maestro tiene un dicho: «Nayol no puede hablar y por lo tanto nunca miente».

— ¿Nayol?

— Uno de los dioses de la naturaleza de los habitantes del Red River. Lo dice en sentido figurado, por supuesto. La evidencia objetiva es la última autoridad. Los informadores pueden mentir, pero la naturaleza es incapaz de hacerlo. — Al ver la expresión del monje, añadió apresuradamente -: No va en ello ningún insulto. Es simplemente la doctrina del thon de que todo debe ser explicado objetivamente.

— Una idea fascinante — murmuró Kornhoer y se inclinó para observar el boceto de una sección de la concavidad del suelo —. Pero ¡si tiene la forma que el hermano Majek llama una curva de distribución normal! Qué raro.

— No tiene nada de raro. La probabilidad de que un paso se desvíe de la línea central tendería a seguir la función normal.

Kornhoer estaba cautivado.

— Llamaré al hermano Majek — dijo.

El interés del abad por la inspección de sus huéspedes era menos esotérica.

— ¿Por qué — le preguntó a Gault — hacen dibujos detallados de nuestras fortificaciones?

El prior le miró sorprendido.

— No sé nada de eso. ¿Se refiere a thon Taddeo?

— No, a los oficiales que vienen con él. Lo realizan de un modo bastante sistemático.

— ¿Cómo lo ha descubierto?

— Me lo ha dicho el poeta.

— ¡El poeta! ¡Bah!

— Desgraciadamente, esta vez ha dicho la verdad. Sustrajo uno de sus diseños.

— ¿Lo tiene usted?

— No, hice que lo devolviese. Pero no me gusta, presagia peligro.

— Supongo que el poeta puso precio a su informe…

— Aunque parezca extraño, no lo hizo. Desde el primer momento le ha desagradado el thon; y no ha dejado de murmurar para sí.

— El poeta siempre ha murmurado.

— Pero no con una disposición seria.

— ¿Por qué supone que hacen los dibujos?

Paulo hizo una mueca.

— A menos que descubramos que no es así, creeremos que su interés es recóndito y profesional. Como ciudadela amurallada, la abadía ha sido un éxito. Nunca ha sido tomada por sitio o asalto y quizá por ello ha atraído su admiración profesional.

El padre Gault miró especulativamente el desierto hacia el este.

— Pensando en ello, si un ejército quisiera atacar hacia el oeste, a través de las Llanuras, probablemente tendría que establecer una guarnición en algún punto de esta región antes de avanzar rumbo a Denver. — Se quedó un momento pensativo y empezó a mostrarse alarmado —. ¡Y aquí tienen la fortaleza ideal!

— Me temo que ya han pensado en eso.

— ¿Cree que los enviaron como espías?

— ¡No, no! Dudo que el propio Hannegan haya oído hablar de nosotros. Pero están aquí, son oficiales y no pueden evitar mirar a su alrededor y pensar. A no dudar, Hannegan sabrá ahora dónde estamos.

— ¿Qué piensa hacer?

— Todavía no lo sé.

— ¿Por qué no habla de esto con thon Taddeo?

— Los oficiales no son sus servidores. únicamente fueron enviados como escolta para protegerlo. ¿Qué puede hacer?

— Es pariente de Hannegan y tiene influencia.

El abad asintió.

— Voy a pensar en el modo de tratar este asunto con él. Pero primero observaremos qué es lo que ocurre.

En los días que siguieron, thon Taddeo completó su estudio de la ostra, y aparentemente satisfecho de comprobar que no se trataba de una almeja disfrazada, centró su atención en la perla. La tarea no era sencilla.

Gran cantidad de copias fueron escudriñadas. Las cadenas traquetearon y golpetearon cuando los libros más preciados salieron de sus estanterías. En el caso de los originales parcialmente dañados o deteriorados, parecía poco prudente creer la interpretación y vista de los copistas. Los manuscritos del tiempo de Leibowitz, que habían sido sellados en toneles herméticamente cerrados y encerrados en bóvedas especiales de almacenamiento para ser preservados indefinidamente, fueron entonces sacados a la luz.

El asistente del thon reunió varios kilos de notas. Después del quinto día, el ritmo de trabajo de thon Taddeo se aceleró y sus modales reflejaron la ansiedad de un sabueso hambriento que ha olido una caza sabrosa.

— ¡Magnífico! — dudó entre el júbilo o la divertida incredulidad —. ¡Fragmentos de un físico del siglo xx! Las ecuaciones son incluso consistentes.

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