Joseph Conrad - Nostromo
Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - Nostromo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Nostromo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Nostromo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Nostromo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Nostromo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Nostromo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Levantóse, alto, enjuto, derecho, duro, con su marcial bigote y la huesuda forma de su cara, desde la cual la mirada de los ojos hundidos parecía traspasar al sacerdote. Este permaneció de pie, inmóvil, y contempló sumiso, sin hablar, con la vacía caja de rapé boca abajo en la mano, al gobernador de la mina.
Capítulo VII
Por entonces, en la Intendencia de Sulaco, adonde Pedrito Montero le había mandado presentarse, Carlos Gould aseguraba al hermano del general que por ninguna razón ni pretexto consentiría que la mina saliera de sus manos para beneficiar al gobierno que se la hubiera robado. La Concesión Gould no podía revertir al poder público sino en caso de libre entrega hecha por el dueño. Su padre no la había adquirido; pero, ya que se le obligó a aceptarla, el hijo no la entregaría. El no la entregaría, vivo, y, en muriendo él, ¿quién sería capaz de resucitar una empresa tan importante en todo su vigor y riqueza, sacándola de las cenizas y escombros? En el país no existía tal poder. Y ¿habría esperanzas de hallar en el extranjero gente de inteligencia y capital que se decidiera a tocar un cadáver de tan funestos augurios? Carlos Gould se expresaba con la fría impasibilidad que por muchos años le había servido para disimular su indignación y desprecio. Padecía; le repugnaba lo que tenía que decir. Los alardes de heroicidad no se avenían con su temperamento. En Gould el instinto estrictamente práctico estaba en profundo desacuerdo con la idea casi mística que se había formado de su derecho. La Concesión de su apellido era para él como el símbolo de la justicia abstracta. Aunque el firmamento se hundiera, él se mantendría firme.
Pero, habiendo adquirido la mina de Santo Tomé fama mundial, su amenaza tuvo bastante fuerza y eficacia para penetrar en la inteligencia rudimentaria de Pedro Montero, que yacía envuelta en las futilidades de una historia anecdótica.
La Concesión Gould era una importante partida de activo en la hacienda del país y, lo que era de mayor significación práctica, en el presupuesto particular de muchos funcionarios públicos. Era lo tradicional, lo qué sabía todo el mundo y corría de boca en boca, como cosa perfectamente creíble. Todos los ministros del Interior recibían subvenciones de la mina de Santo Tomé. Nada tenía de particular. Y Pedrito Montero aspiraba a ser ministro del Interior y presidente del Consejo en el gobierno de su hermano. El Duque de Morny había desempeñado esos altos puestos durante el Segundo Imperio con brillantes ventajas personales.
El desguarnecido local de la Intendencia había sido provisto de una mesa, una silla y una cama de madera para su Excelencia, que, después de una corta siesta, imprescindible para descansar de las fatigas del viaje y la pomposa entrada en Sulaco, se había posesionado de la máquina administrativa, extendiendo nombramientos, dando órdenes y firmando proclamas. A solas con Carlos Gould en la sala de audiencias, Pedrito logró con su conocida maña ocultar su disgusto y consternación. Había comenzado hablando de confiscación en voz alta, pero la impasible sangre fría del señor administrador, reflejada en la inmovilidad de sus facciones, dio finalmente al traste con la dominadora altanería de su lenguaje.
Carlos Gould había repetido:
– El gobierno puede seguramente destruir, si le place, la mina de Santo Tomé, pero, sin mí, no puede hacer nada más.
Era una afirmación alarmante y bien calculada para herir los sentimientos de un político, inclinado a enriquecerse con los despojos de la victoria. Y Gould añadió que la destrucción de la mina de Santo Tomé llevaría consigo la ruina de otras empresas, la retirada del capital europeo, la supresión casi segura de la entrega del préstamo extranjero en la parte correspondiente al último plazo. Aquel hombre de piedra decía todas estas cosas -perfectamente inteligibles para Su Excelencia- con una frialdad de tono y expresión que hacía temblar.
Una larga serie de lecturas históricas, superficiales y anecdóticas, que Pedrito había efectuado en las buhardillas de los hoteles de París, tendido en una cama sucia, olvidando sus deberes de criado o de otra clase, habían modificado sus modales. Si se hubiera visto rodeado de los esplendores de la antigua Intendencia, de sus magníficas colgaduras y muebles dorados dispuestos a lo largo de los muros; si se hubiera hallado bajo de un dosel, hollando una magnífica alfombra roja, probablemente la conciencia de su triunfo y elevación le hubiera hecho muy peligroso. Pero en aquella residencia, saqueada y devastada, con sólo tres muebles ordinarios, colocados de cualquier modo en medio del vasto local, la imaginación de Pedrito estaba cohibida por un sentimiento de inseguridad y peligro de un cambio en la situación. Ese sentimiento y la firmeza demostrada por Carlos Gould, que hasta entonces no había empleado ni una sola vez la palabra "Excelencia", le empequeñecieron a sus propios ojos. Revistióse, pues, del aire de hombre de mundo ilustrado y rogó a Carlos Gould que desechara todo motivo de temor. El administrador de la mina de Santo Tomé -le recordó Pedrito- estaba conversando con el hermano del amo del país, encargado de una misión reorganizadora. "Sí, repitió, el hermano leal del amo del país." Nada más lejos de los planes acariciados por el prudente y patriota héroe que las ideas de destrucción.
– Le suplico a usted encarecidamente, don Carlos, que no se deje llevar de sus prejuicios antidemocráticos- exclamó en un desahogo de condescendencia efusiva.
Pedrito Montero sorprendía a primera vista por el vasto desenvolvimiento de su frente calva, superficie amarillenta y lustrosa, flaqueada por mechones de pelo negrísimo y crespo lanudo, así como por la forma atrayente de la boca y la suavidad inesperada de la voz. Pero sus ojos, muy brillantes, como si hubieran sido recientemente pintados a una y otra parte de la corva nariz, cuando se abrían del todo, tenían la redondez y fijeza inflexible de los de las aves. Ahora, sin embargo, los cerró con expresión afable, alzando su barba cuadrada y hablando por la nariz con los dientes un poco cerrados, a estilo de gran señor, según él creía.
En esa postura, manifestó de pronto que la más alta expresión de la democracia era el cesarismo: el gobierno imperial, basado en el voto popular directo. El cesarismo, conservador y fuerte, reconocía las legítimas necesidades de la democracia que requiere decoraciones, títulos y distinciones, para ser conferidos entre los ciudadanos de mérito. El cesarismo llevaba consigo paz y progreso, asegurando la prosperidad del país. Pedrito Montero se mostró arrebatado de entusiasmo.
– Vea usted lo que el Segundo Imperio hizo por Francia. Fue un régimen que se complacía en honrar a los hombres del tipo de usted, don Carlos. El Segundo Imperio cayó, pero fue porque su jefe estaba desprovisto del genio militar, que había elevado al general Montero al pináculo de la fama y la gloria.
Pedrito levantó la mano para dar más énfasis a las ultimas palabras.
– Tendremos todavía muchas entrevistas y llegaremos a entendernos perfectamente, don Carlos -exclamó en tono amistoso-. El republicanismo ha terminado su misión; la democracia imperialista es la forma política de lo porvenir.
Pedrito, el guerrillero, al revelar sus secretos proyectos, bajó la voz de un modo significativo. Un hombre señalado por sus ciudadanos con el honroso nombre de Rey de Sulaco no podía menos de ser reconocido en todo su mérito por una democracia imperialista, como un gran director del progreso industrial y persona de consejo autorizado, cuya denominación popular debería ser pronto reemplazada por un título más sólido.
– ¿Eh, don Carlos? ¿Cómo no? ¿Qué dice usted? ¿Conde de Sulaco, eh?… o marqués…
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Nostromo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Nostromo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Nostromo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.