Joseph Conrad - Nostromo
Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - Nostromo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Nostromo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Nostromo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Nostromo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Nostromo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Nostromo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
El alcalde escuchó las noticias de la ciudad con el mismo interés e indiferencia que si perteneciera a otro mundo distinto del suyo. Y realmente le parecía así. En muy pocos años indios oprimidos y medio salvajes habían adquirido el sentimiento de pertenecer a una organización poderosa. Estaban orgullosos de la mina y apegados a ella; les había infundido confianza y fe. Atribuíanle una virtud protectora invencible, como si fuera un fetiche, obra de sus manos. Aunque en esto demostraban su ignorancia, no se diferenciaban mucho del resto de los hombres, que también suelen poner una confianza ilimitada en sus propias creaciones. Al alcalde no le cabía en la cabeza que la mina pudiera fallar en su protección y en su fuerza. La política era buena para la gente de la ciudad y del Campo. Con su cara redonda y amarilla, de amplias aberturas nasales y expresión inmóvil, semejante a una luna llena feroz, escuchaba la acalorada charla del mozo sin recelo, sorpresa ni emoción de ningún género.
El Padre Román permanecía sentado con aspecto abatido, balanceándose, un pie rozando el suelo y las manos asidas a los bordes de la hamaca. Menos confiado, pero tan ignorante de los sucesos políticos como su grey, preguntó al mayor qué trastornos sobrevendrían.
Don Pepe, erguido en la silla, después de cruzar las manos pacíficamente sobre la empuñadura del sable que mantenía perpendicular entre sus muslos, respondió que no lo sabía. La mina podía ser defendida contra cualquier fuerza enviada a tomar posesión de ella. Pero la resistencia no era prolongable mucho tiempo, dada la estéril aridez del valle, "si nos cortan a los defensores el suministro regular de víveres procedente del Campo. Si tal ocurría, en breve nos sería forzoso rendirnos por hambre". Don Pepe expuso muy tranquilo estas contingencias al Padre Román, qué, como veterano de numerosas campañas, estaba en condiciones de comprender el razonamiento de un militar. Los dos amigos conversaban con sencillez y franqueza. El buen Padre se entristecía ante la idea de ver a sus feligreses dispersos y esclavizados. No se forjaba ilusiones en cuanto a la suerte que les esperaba, guiado, más que por su sagacidad, por su larga experiencia de las atrocidades políticas, que le parecían fatales e inevitables en la vida del Estado. El funcionamiento de las instituciones públicas corrientes se le presentaba con toda claridad, como una serie de calamidades que agobiaban a los ciudadanos y se derivaban lógicamente unas de otras, brotando del odio, ira, locura y rapacidad, con todo el aspecto de un castigo del cielo. La clarividencia del sacerdote estaba servida por una inteligencia no desprovista de luces; y su corazón, conservando la sensibilidad para el dolor ajeno entre las escenas de carnicería, expoliación y violencia, aborrecía esas calamidades con doble aversión, por hallarse tan estrechamente ligado a sus víctimas. Alimentaba para con los indios del valle sentimientos de superioridad paternal. Durante cinco años o mas los había venido casando, bautizando, confesando, absolviendo y sepultando con dignidad y fervor; y el carácter sagrado de estas administraciones, reconocido con sincera fe, le hacía considerar a los mineros de Santo Tomé como verdaderos hijos suyos en un sentido espiritual. Eran caros a su supremacía de párroco. El vivo interés que la señora de Gould demostraba por ellos aumentaba su importancia a los ojos del Padre, porque en realidad acrecentaba también la suya propia. Cuando hablaba con ella de las incontables Marías y Brígidas de las aldeas, sentía dilatarse su caridad.
El Padre Román era incapaz de fanatismo en un grado que tuviera visos de reprensible. La señora inglesa era sin disputa hereje, porque ni creía ni practicaba la religión católica, pero no le era hostil y al mismo tiempo le parecía admirable y angelical. Siempre que surgía ante su espíritu esta cuestión perturbando sus sentimientos, mientras paseaba con el breviario bajo el brazo a la sombra anchurosa del tamarindo, se paraba en seco para tomar con ruidosos estornudos una fuerte dosis de rapé y movía la cabeza con aire de profunda meditación.
Al pensar en lo que ahora ocurriría a la ilustre señora, se sintió dominado poco a poco por un hondo abatimiento. Y así lo manifestó con frases entrecortadas por la emoción a don Pepe, que por un momento perdió también la serenidad y se inclinó hacia delante con rigidez.
– Oiga usted, Padre. El hecho mismo de que esos macacos y ladrones de Sulaco intenten averiguar cuál sea el precio de mi honradez prueba que el señor don Carlos y todos los de la casa Gould están seguros. En cuantos mi honra, también lo está, como sabe todo hombre, mujer y criatura del país. Pero los liberales negros que se han apoderado, por sorpresa, de la ciudad lo ignoran. Bueno . Que aguarden sentados. Mientras aguardan, no pueden hacer daño.
Y recobró su primera postura. Hízolo con tranquilidad, porque, sucediera lo que sucediere, el honor de un antiguo oficial de Páez estaba seguro. Había prometido a Carlos Gould que, al acercarse alguna fuerza armada, defendería la garganta el tiempo preciso para darle lugar a destruir científicamente toda la planta, los edificios y los talleres de la mina con terribles barrenos de dinamita; bloquear con ruinas la galería principal, cavar los camiones, volar el dique de la presa, y, en una palabra, reducir a fragmentos la famosa Concesión Gould, lanzándolos a los cielos ante un mundo horrorizado.
La mina se había posesionado de Carlos con un dominio tan fatal como el que ejerciera en su padre. Y esta desesperada resolución le había parecido a don Pepe la cosa mas natural del mundo. Sus providencias habían sido tomadas con madura deliberación. Todo estaba preparado cuidadosamente hasta en sus pormenores más mínimos. Y don Pepe cruzó las manos con toda tranquilidad sobre la empuñadura del sable e hizo una inclinación aseverativa al sacerdote, que en su excitación se había echado a puñados el rapé en la cara, y, todo cubierto de regueros negruzcos, con ojos asustados y fuera de sí, paseaba yendo y viniendo entre horrorizadas exclamaciones, después de abandonar la hamaca.
El veterano oficial se atusó el colgante bigote gris, cuyas finas puntas descendían muy por debajo del neto perfil de su mandíbula, y prosiguió con orgullosa conciencia de su reputación:
– De modo, Padre, que no sé lo que ocurrirá. Pero sí aseguro que, mientras yo esté aquí, don Carlos podrá hablar fuerte al macaco de Pedrito Montero y amenazarle con la destrucción de la mina en la seguridad de que le creerán capaz de hacerlo por mi mediación. Porque saben bien quién es don Pepe.
Empezó a dar vueltas al cigarro en los labios con alguna nerviosidad y añadió:
– Pero todo eso es charla… buena para los políticos; y yo soy un soldado. Ignoro lo que puede ocurrir, pero sé lo que debería hacerse. Disponer que los mineros, armados de escopetas, hachas y cuchillos sujetos al extremo de largos varales, marcharan contra la ciudad. Eso sería lo más acertado, ¡por Dios! Únicamente…
Sus manos cruzadas se agitaron sobre el pomo en que descansaban. El cigarro giró más de prisa en el ángulo de su boca…
– Y ¿quién sino yo había de acaudillarles? Por desgracia he dado a don Carlos mi palabra de honor de no consentir que la mina caiga en manos de esos ladrones. En la guerra, ¿sabe usted, Padre?, la suerte de las batallas es incierta, y ¿a quién podría yo dejar que me sustituyera aquí en caso de derrota? Los explosivos están dispuestos. Pero se necesitaría un hombre de honor, de inteligencia, de cordura, de valor, para realizar la destrucción preparada. Alguien en quien pudiera confiar tanto como en mí propio. Otro antiguo oficial de Páez, por ejemplo. O… o… tal vez uno de los veteranos capellanes de Páez serviría.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Nostromo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Nostromo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Nostromo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.