Rosa Montero - El Corazón Del Tártaro

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– Es porque ha habido niebla y al mismo tiempo ha helado explicaba su padre.

Al otro lado de las ventanas, el jardín de la casa se había transmutado en un mundo resplandeciente y fabuloso. Todo era vidrioso y liviano y frágil, una extraordinaria construcción tallada en hielo. Cada brizna de hierba, cada ramita pelada de los árboles, cada hoja puntiaguda de la conífera, todo estaba revestido de un apretado traje transparente que seguía con asombrosa y escarchada exactitud hasta el menor detalle de los objetos. Qué precisión la de esos pequeños témpanos, aferrados al mundo como la piel al cuerpo. En el aire flotaban todavía algunos jirones de bruma, plumas desgarradas en mitad de un campo de diamantes.

– Si vuestra madre no estuviera siempre enferma…-suspiró de pronto el padre.

La madre era la oscuridad, el cuarto en penumbra, el olor a lo humano, sábanas revueltas, cabellos enredados, muñecas heridas por viejas cicatrices. Pero el mundo también podía ser así, un enorme caramelo que Zarza haría crujir entre los dientes, una joya metida en su estuche de hielo, algo tan limpio y tan exacto como la estructura de un cristal, o como ese cubo de Rubik que Zarza todavía no conocía y que el húngaro Erno aún no había inventado. Zarza absorbió con avidez ese quebradizo instante de belleza y apretó la mano de su padre. No le hubiera importado morir justo entonces. Probablemente nunca fue más feliz.

¿Sabe el traidor quién es? En México existe una comarca en donde se practica la costumbre cruel de los cultivos. Consiste en que la comunidad, para burlarse de alguien, le cultiva una creencia sobre sí mismo. Es un trabajo lento, colectivo, minucioso. Por ejemplo, pongamos que los vecinos le dicen a un pobre hombre, a lo largo de meses o de años, que es un clavadista formidable. No es más que una broma, pero una broma grave; porque el desgraciado, para hacer honor a su prestigio, puede terminar arrojándose de cabeza a un cenote sin tener ni idea de cómo hacerlo, desparramando sus sesos por las rocas.

¿Sabe el traidor quién es? Si, como es evidente, dependemos para construir nuestra identidad de lo que los demás opinan de nosotros, el traidor ha de ser por fuerza un sujeto confuso. Hay traidores que practican la impostura prolongada, como los espías, y otros que cometen su traición de manera definitiva e instantánea. Pero todos defraudan la confianza que los demás han depositado en ellos. Esto es, rompen la continuidad de su propia imagen, matan su identidad. El traidor en realidades un suicida.

¿Fue un traidor el Caballero de la Rosa al acostarse con la esposa de su padre, con la madre de su hermanastro?¿Fue esa la gran culpa que le condenó a vagar por el mundo sin reposo e incluso a perder su propio nombre? Pero Chrétien de Troyes, fiel al espíritu cortés, considera que el verdadero amor está libre de pecado. Más culpable parece, en la leyenda, el heredero. También Gaon traiciona de alguna manera a su hermanastro cuando le niega toda posibilidad de perdón. Su odio es extremado; su dureza, inhumana. Hay lazos de afecto tan profundos que no pueden romperse sin mutilarse y Gaon no supo vivir a la altura de sus sentimientos. Traicionó sus propias posibilidades de ser alguien mejor.

¿Sabe el traidor que es un traidor? El traidor siempre puede alegar, en la traición, un motivo imperioso y suficiente. Como el riesgo a perder la vida o el miedo insuperable. O, por el contrario, el convencimiento de que al traicionar está contribuyendo a un bien superior. En realidad, la palabra traición es muy traidora: basta con girar levemente el punto de vista para que el contenido cambie por completo, como las rosas movedizas de los caleidoscopios. Quien se aparta de nuestras ideas y se va con nuestros oponentes es un traidor, pero los enemigos dirán de él que ha evolucionado felizmente y se ha enmendado. Aunque hay un mundo elemental, un territorio descamado de primeras necesidades y primeras muertes, en donde no existen estas confusiones relativistas y todos parecen conocer lo que es un traidor y qué suerte merece. Ya lo decía el Duque: al chivato le cortaban la lengua y luego se la metían por el culo. Pero hay muchas clases de traiciones y no todas se cometen hablando.

Cuando fue a buscar a su hermano subnormal al cochambroso apartamento que habían compartido, Zarza sintió que traicionaba a Nicolás, porque por primera vez estaba dispuesta a dejar atrás a su gemelo y a salvarse ella sola. Claro que podría argumentarse que era una cuestión de primera necesidad. Respirar y seguir. No mirar hacia atrás y continuar andando. Zarza había aprendido que, a menudo, la única diferencia entre los que se salvaban y los que sucumbían era que los primeros habían sido capaces de dar un paso hacia adelante. Con un paso bastaba. A fin de cuentas, todo viaje, incluso el más largo, no es sino una suma de pequeños pasos.

De manera que Zarza fue con el carpintero a su anterior domicilio, un cuchitril terminal y lleno de mugre en una de las callejas del centro de la ciudad, el piso de alquiler más miserable dentro de la escala descendente de pisos miserables que habían ido recorriendo en brazos de la Blanca. Y una vez en el portal le imploró a Urbano que la dejara sola, «-por favor, por favor, tú espérame aquí, esto tengo que hacerlo por mi cuenta, ten confianza en mi.»Tanto le suplicó, y parecía tan importante para ella, que al final el hombre dijo que si y se quedó en la calle, los pies movedizos y el carnoso ceño apelotonado, tan inquieto y receloso como un buey apartado del rebaño, mientras Zarza subía los seis pisos andando, porque el ascensor llevaba meses roto; y abría con su llave, y encontraba a Miguel sentado debajo de la mesa de la cocina, lleno de costras de suciedad y muerto de hambre. No pudo bañarlo, porque la bombona de butano estaba vacía; pero lo adecentó como pudo con el pico mojado de una toalla y le cambió las ropas por otras medio limpias; luego metió unas cuantas cosas de Miguel y de ella misma en un par de bolsas y bajó con su hermano por la escalera hasta toparse con Urbano, que, impaciente y angustiado por la espera, había ido subiendo peldaño a peldaño hasta el tercer piso, como el perro incapaz de aguardar a su amo sin moverse.

De modo que regresaron los tres a casa del carpintero y la vida siguió igual, pequeña y plácida, o por lo menos muchas personas la hubieran considerado así, una existencia tranquila y agradable. Hablaban poco, porque Urbano era un hombre silencioso; pero veían la televisión, y paseaban, y leían, mientras Miguel jugaba con su eterno cubo de Rubik, dando vueltas y más vueltas al caos de colorines. Sin embargo, Zarza comenzaba a ponerse nerviosa; y más de un día, mientras Urbano trabajaba en el taller, Zarza se fue de casa.

– Ya sabes que no quiero que salgas sola -refunfuñaba el carpintero.

– ¿Pero qué pasa? ¿Eres un califa reencarnado? ¿Te crees que me puedes encerrar en un harén? -contestó un día Zarza con aspereza.

– No es eso, no es eso -dijo Urbano, amainando el tono y con una expresión de dolorida duda en sus ojos hundidos-. No lo digo por eso y tú lo sabes… Es que no sé si… No sé si estás lo suficientemente bien como para poder salir sola sin peligro…

– ¡Qué tontería tan grande! -se fue creciendo ella-.¿Pero es que tú te crees que puedo pasarme la vida aquí encerrada preparándote la cena? Necesito salir, buscarme un trabajo, hacer otras cosas. Pero, claro, tú eres demasiado bruto para entenderlo…

A partir de entonces todo fue a peor, porque cuando uno pierde la mínima distancia de respeto luego es fácil dejarse resbalar ladera abajo. Día tras día se agriaban las palabras y los modos de Zarza, como si la recia y silenciosa paciencia del hombre excitara su crueldad. «-Eres un animal, eres una bestia, no tienes ni sentimientos ni cerebro», le escupía Zarza. Luego, al cabo de unas horas, siempre iba a pedirle perdón. «-Perdóname, Urbano, no pienso lo que digo. Yo sí que soy una bruta, no sé lo que me ocurre. Bueno, si lo sé, es que pasarme el día encerrada me pone de los nervios. Creo que debería empezar a llevar una vida normal. Lo más normal posible, ¿no te parece? Eres tan bueno, Urbano, eres tan bueno.»

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