– Lo desconozco en absoluto.
– Fue cosa de un tatarabuelo mío o algo así, el primer Iztueta que creó un imperio económico. Puso a su primogénito el nombre de Alejandro en recuerdo de Alejandro Magno, el rey macedonio que conquistó gran parte del mundo conocido en su época y dejó escrito que mientras el apellido Iztueta significara algo, los primogénitos debían llevar ese nombre. Yo mismo se lo he puesto a mi hijo mayor, aunque cada vez que lo pienso detenidamente creo que le he hecho una gran putada. En fin, las tradiciones son las tradiciones y si se rompieran supondrían un auténtico escándalo familiar. Desgraciadamente el tataranieto, o lo que sea, del admirador del emperador griego le salió rana.
– ¿Se refiere usted a su hermano?
– Por supuesto, ¿a quién si no? Me imagino que están al tanto de ciertas intimidades familiares. Mi hermano era una gran persona pero no valía para dirigir una empresa, mucho menos para gestionar un auténtico grupo industrial. En realidad no valía para nada, es lamentable decirlo pero es cierto.
– Sin embargo, por lo que nosotros sabemos, durante muchos años estuvo al frente de las empresas familiares y, por lo que salta a la vista, no debió hacerlo mal.
– Craso error, amigos míos, craso error. Alejandro estuvo al frente del conglomerado familiar tan sólo nominalmente, en realidad lo dirigíamos mis primos y yo, con la atenta vigilancia, eso sí, de mi madre. Si lo desean lo pueden comprobar fácilmente. Cualquier persona que pinta algo en el mundo empresarial de este país les podrá decir que ese hecho era vox populi.
– Entonces, si era algo tan conocido, ¿por qué se mantenía esa ficción? -intervino por primera vez en la conversación Emilio Vázquez.
– Porque se llamaba Alejandro, curioso, ¿no creen? Él era el primogénito y mi madre nunca hubiera consentido que quedara oficialmente postergado. Aunque todo el mundo supiera que no pinchaba ni cortaba, su nombre era el que figuraba por encima de cualquier otro.
– Supongo que eso a usted le incomodaba -dijo Rojas.
– En absoluto, se ejerce más poder cuando se está en la sombra que cuando se está en una vitrina. No lo olvide nunca si quiere llegar a ministro de Interior -añadió riéndose.
– ¿Y qué pinta su cuñada en toda esa historia? Al fin y al cabo hemos venido a hablar de ella -dijo Vázquez- y, por lo que sabemos, al morir su hermano fue quien aparentemente asumió el control de sus empresas.
– Mi cuñada, sí, tienen razón, ella es el busilis de esta historia, por lo menos les ha proporcionado un cadáver para jugar a policías y criminales.
– No me parece un tema como para frivolizar alegremente -replicó Vázquez.
– Tienen razón, lo siento, pero es que cada vez que surge el tema de Irene no puedo evitar el ser frivolo. Miren, como ustedes sabrán ya posiblemente y, en caso contrario no tardarán en enterarse, mi hermano Alejandro era homosexual. Eso hoy en día no tiene gran importancia y yo, personalmente, no le concedo ninguna pero en el ambiente en que nos movemos hay mucha hipocresía y, por otra parte, mi madre fue educada de un modo muy convencional, así que se decidió que había que mantener las formas. ¿Se imaginan ustedes a Alejandro Iztueta como líder de la Coordinadora Gay? Yo sí, lo admito, pero este país sigue siendo pequeño y provinciano y ese hecho hubiera causado un escándalo de proporciones mayúsculas, así que mi madre le planteó un ultimátum: podía hacer su vida discretamente pero tenía que casarse, al menos de cara a la galería.
»Mi hermano, ya les he dicho, era un buen tipo que odiaba la hipocresía, pero no tuvo más remedio que plegarse a los deseos de mi madre, en parte por cariño y en parte por miedo. El problema era buscarle novia. Juro que nunca me he reído tanto como cuando intenté ejercer de casamentero, pero todas las candidatas fueron desechadas. No podía pertenecer a ninguna de las familias con las que tratábamos, eso era evidente. No porque se destapara la peculiaridad de mi hermano, que era harto conocida, sino porque comprendíamos que la mujer que se casara con él tendría que buscarse la vida por otro lado, ¿me entienden? -dijo con gesto que intentaba ser obsceno- y, por encima de todo, se trataba de mantener las formas. A nadie le escandalizaría que su mujer se la pegara con otro, salvo que su mujer perteneciera a una de las familias de siempre de Bilbao.
»Así que no había más remedio, había que buscarla fuera del país, pero no era nada fácil. Por fin resultó que después de mucho buscar y buscar fue él en persona quien la encontró. Un día nos vino diciendo que había encontrado una chica en Madrid y que quería casarse con ella. No era de familia conocida ni con poder económico, pero era guapa, elegante y sabía usar correctamente los cubiertos así que fue admitida en la familia.
– ¿Así, sin más? ¿No se preocuparon de saber nada sobre ella?
– Naturalmente, era algo lógico, ¿no creen? Puse a trabajar a unos detectives que la abrieron de arriba abajo, sin dejar nada por escudriñar.
– ¿Y descubrieron algo interesante?
– Por supuesto, pero me temo que por ahora no se lo voy a contar, sólo me limitaré a decirles que si mi madre hubiera tenido acceso a lo que averiguamos la boda nunca se habría producido.
– Le advierto que se trata de un asesinato, no puede usted ocultarnos nada.
– Amigo mío, usted mismo ha dicho que ésta es una conversación informal así que les diré lo que yo crea conveniente, y si desean hacerla oficial les advierto que tan sólo hablaré con el comisario Ansúrez, que casualmente es amigo de la familia, un buen amigo, si se me permite el decirlo, así que o se atiene a mis normas o damos la charla por concluida. Ustedes deciden.
– De acuerdo, nos olvidaremos momentáneamente de ese asunto -dijo Rojas, visiblemente molesto- aunque pudiera ser importante, lo que sí parece claro es que la mujer de su hermano, como usted ha insinuado anteriormente, se buscó la vida por su cuenta.
– Así es, y no se lo reprocho, cualquiera hubiera hecho lo mismo.
– ¿Conoce usted los nombres de sus amantes, o de algún amigo más íntimo?
– ¿Que si conozco los nombres de sus amantes? Vaya usted al club de golf o al Marítimo y pida la lista de socios y clientes. Tache la mitad de los nombres al azar y de los que queden sin tachar posiblemente el cincuenta por ciento hayan saboreado los placeres que escondía mi cuñada en su cuerpo. Incluso quiso montárselo conmigo pero yo conocía demasiadas cosas acerca de ella como para dejarme enredar.
– Y entre esa larga lista de posibles amantes, ¿había alguno especial, alguno que fuera algo más que una simple aventura?
– Ahí, sintiéndolo mucho, no podría ayudarles aunque quisiera. Tal vez tuviera un favorito pero ese hombre, de existir, es desconocido para mí.
– ¿Qué tal sentó en su familia que a la muerte de su hermano Alejandro asumiera el control su viuda?
– Estupendamente, sobre todo si tienen ustedes en cuenta que en ningún momento mi cuñada asumió el control de ninguna de nuestras empresas.
– No lo entiendo, yo estuve aquí no hace mucho hablando con ella -tomó por segunda vez la palabra Emilio Vázquez- y en todo momento me dio la impresión de que estaba al cargo de sus negocios.
– Usted lo ha dicho, tuvo la impresión de que estaba al cargo, y de eso se trataba, de dar la impresión. Como ya he dicho antes, en todo momento mis primos y yo, bajo la supervisión férrea y estricta de mi madre, hemos tenido el control del consorcio familiar.
– Comprendo que a su hermano no le quedara más remedio que acatar sus órdenes, pero me extraña mucho que su cuñada lo aceptara. Me imagino que tenía argumentos contundentes para atarla en corto -dijo Rojas.
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