Jose Abasolo - Nadie Es Inocente

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Un sacerdote, que en su juventud estuvo relacionado con la organización terrorista ETA, desaparece en compañía de una hermosa mujer tras apoderarse de una importante suma de dinero de su congregación. Para evitar el escándalo se encargará del caso otro religioso que antes de ordenarse había sido policía. El pasado de ambos, reflejo del pasado y presente de una Euskadi que se debate entre la violencia y las ansias de paz, condiciona de tal manera la investigación, que finalmente se convierte en un juego muy peligroso, donde lo importante no es la recuperación del dinero, sino el ajuste de cuentas entre los dos contrincantes. Un ajuste de cuentas que parece personal, pero que en realidad contiene la clave de la violencia que ha sufrido el propio País Vasco.
La trama se complica aún más cuando una mujer es asesinada y otra desaparece inexplicablemente. A partir de ese momento, se inicia una investigación paralela en la que se entremezclan policías de todos los pelajes con proxenetas sin escrúpulos y miembros de la Brigada Antiterrorista. Todo conduce a un desenlace soprendente que valida la frase: «Las cosas nunca son lo que parecen».

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– ¿Te lo imaginas, tú y yo solos, juntitos, en algún país sudamericano con hermosas playas? Cien millones dan mucho de sí. Aunque la mayor parte de ellos los dediquemos a obras benéficas y a la promoción de justicia, siempre podremos guardar algo para nosotros. Además, quién sabe -te sonrió zalamera-, quizá dentro de poco tengamos una boca más que alimentar.

Lo último que has escuchado te ha pillado totalmente por sorpresa, intentas analizarlo pero eres incapaz de hacerlo, tan sólo se te ocurre hacer una pregunta estúpida.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Supongo que tendría que haberte pedido tu opinión pero pensaba que estarías de acuerdo conmigo. Desde hace cuatro días he dejado de tomar la pildora, quiero quedarme embarazada y tener un hijo tuyo, un hijo nuestro, que nos una todavía más.

No sabes qué contestar pero en seguida reaccionas, un hijo, un hijo de los dos, carne de vuestra carne y sangre de vuestra sangre, un hijo al que educarías en el amor a Dios y a los hombres, en la paz y la honradez, en la justicia y en la solidaridad, un hijo al que educarías para ser feliz, para ser lo que tú no has podido ser hasta ahora, un hijo tuyo, te repites, y contestas que sí pero sin palabras, te limitas a mirarla a los ojos y a besarla tiernamente, mientras os movéis suavemente reanudando vuestros juegos amatorios.

Has pensado en todo eso mientras veías salir al padre Vázquez de la casa que ocupa momentáneamente la madre de Jokin y, de repente, todos tus escrúpulos han desaparecido de tu mente y una sola idea ha vuelto a enseñorearse de ella, Emilio Vázquez debe morir.

Capítulo treinta y uno

Le había citado el comisario Ansúrez en una cafetería de la Gran Vía, una de las pocas que aún mantenía en Bilbao la costumbre de las terrazas. Aunque se extrañó un tanto, ya que su inmediato superior no era amigo de tratar temas laborales fuera de los muros de la jefatura, Manuel Rojas se encaminó presuroso al lugar indicado. La mañana era bastante agradable, sin nubes en el cielo y con un sol que invitaba a callejear, tal vez por eso el comisario Ansúrez se encontraba sentado en una de las mesas que habían situado en el exterior de la cafetería.

Junto a él se encontraba una persona desconocida para el inspector Rojas. Era un hombre joven, elegantemente vestido o al menos con ropas de marca, lo cual no siempre es sinónimo de lo anterior. Lucía al cuello una inmensa cadena de oro y en su muñeca derecha dos pequeñas pulseras hechas al parecer con el mismo metal. Un poblado bigote y una negra y engominada cabellera completaban su figura. Si lo que vale es la primera impresión, la del inspector Rojas no fue muy favorable.

– Siéntate con nosotros, Manolo -le dijo afectuosamente el comisario nada más verle, mientras le señalaba una silla vacía-. Creo que no os conocéis así que os presentaré. Manolo, éste es el inspector Ángel Caballero. Estuvo varios años con nosotros hasta que fue destinado a Albacete. Ángel, éste es el inspector Manuel Rojas, de homicidios.

– Encantado -dijo el inspector Caballero, extendiendo su enjoyada mano hacia Rojas.

– Lo mismo digo -replicó serio Manuel Rojas-. He oído hablar mucho de ti.

– Supongo que mal -contestó, entre estruendosas risotadas, el inspector Caballero-. Mi leyenda me precede pero es mejor así. Me gusta que todos sepamos dónde estamos y cuál es nuestra situación.

– El inspector Caballero quiere hablar contigo -dijo el comisario dirigiéndose a Rojas-. Quizá debieras atenderle.

– Que hable. Siempre estoy dispuesto a escuchar a un compañero.

– Así me gusta, cordialidad y camaradería entre colegas. Verás, Manolo, se trata de algo muy sencillo. Si no me equivoco ayer detuviste a un tal Andrés Borja Jiménez. ¿Es eso cierto?

– Las noticias, por lo que veo, se extienden fácilmente. Sí, ayer detuvimos a un hombre sin identificar que resultó llamarse como dices. ¿Qué es lo que ocurre con él?

– Bueno, como posiblemente sepas, tu detenido es un gitano que vive en Albacete, es decir, que está bajo mi jurisdicción.

– Que vivía en Albacete ya lo sé, lo de si es gitano o payo no me interesa para nada.

– ¡Qué bien enseñados los tenéis ahora, Ansúrez! -Comentó el inspector Caballero-. Eso sí que es cumplir al extremo los principios constitucionales de no discriminación. Vamos, Manolo, no me vengas con estupideces, tú sabes tan bien como yo que es gitano, eso se nota a la legua, así que no te hagas el listo conmigo.

– Por supuesto que lo sé pero no tiene nada que ver con su detención.

– De acuerdo, de acuerdo, le detuviste porque fue un chico malo no porque fuese de raza calé.

– No fue exactamente un chico malo. Estuvo implicado en una reyerta callejera en la que corrió la sangre.

– Te expresas de un modo muy melodramático. Por lo que tengo entendido no murió nadie y tampoco parece ser que hubiera heridos muy graves. No parece un asunto muy importante.

– Eso lo decidirá el juez. Según nuestras investigaciones puede haber un ajuste de cuentas por medio relacionado con el tráfico de drogas.

– Por supuesto que lo decidirá el juez, yo también soy escrupulosamente respetuoso con la legislación vigente, pero hasta que el asunto se aclare puede pasar mucho tiempo y, mientras tanto, Andrés Borja Jiménez se pudrirá en la prisión de Basauri, lejos de su familia y amigos. No sería justo, Andrés no es un mal chaval pero como es gitano no deja de estar metido en problemas constantemente.

– Ya te he dicho que no ha sido ése el motivo de la detención -contestó enfadado Rojas.

– Lo sé, lo sé, no te alteres, lo que quiero decirte es que Andrés es un ex drogadicto en proceso de rehabilitación. Hace años traficó en pequeña escala pero ya lo ha dejado. Su padre es uno de los patriarcas de la zona y nos está ayudando mucho en la erradicación de esa lacra, por eso necesito que me hagas un pequeño favor.

– ¿De qué se trata?

– De algo fácil, sin problemas. Olvídate del atestado, rómpelo y deja en la calle a Andrés. Ninguno de los participantes en la reyerta le va a denunciar y su ingreso en prisión no serviría para nada más que para llevar la desolación a su familia y hundirle a él nuevamente en el infierno de la droga.

– Me conmueven tus buenos sentimientos, por lo que me han contado de ti nunca hubiera imaginado que tuvieras tan gran corazón.

– Leyenda, todo leyenda como te he dicho antes. Entonces, ¿estás de acuerdo? ¿Me harás ese pequeño favor?

– Ni lo sueñes -contestó Rojas-, ni siquiera sé cómo te has atrevido a planteármelo.

– Yo me atrevo a todo, ya debieras saberlo si te han hablado de mí -dijo Caballero, de cuyo rostro había desaparecido la sonrisa-. Además, ¿qué tiene de malo que lleguemos a acuerdos entre compañeros? Si entre policías no colaboramos, ¿cómo vamos a pedir a la gente que confíe en nosotros?

– Muy bonito lo que dices pero la respuesta sigue siendo no. Además, que yo sepa, en ningún momento me has propuesto un acuerdo, sólo me has hecho una petición.

– ¿Eso quiere decir que estarías dispuesto a llegar a un acuerdo si las condiciones te parecieran interesantes?

En lugar de contestar directamente al inspector Caballero, Manuel Rojas se volvió hacia el comisario Ansúrez, que había estado callado hasta ese momento y le preguntó qué era lo que sabía del asunto y qué opinaba acerca del mismo.

– Por el momento sé lo mismo que tú, Manolo. Ángel me pidió que sirviera de intermediario y eso he hecho. Tú eres el que tiene que decidir. Y si lo que te inquieta es saber si puedes fiarte de él mi respuesta es positiva. Todos en jefatura sabemos por qué tuvo que irse de Bilbao pero si te ofrece un acuerdo puedes estar seguro de que lo cumplirá.

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