»Su nombre es María Luisa Prieto Gómez, natural de Plasencia y residente desde niña en Madrid, donde también ejerció la prostitución, aunque nunca en la calle sino en algunos clubes distinguidos y siempre con clientela fija. De treinta y cinco años de edad, no se le conoce pareja estable ni tiene tampoco hijos o hermanos. Así mismo, sus padres fallecieron cuando ella tenía diecinueve años, en su muerte no hubo nada extraño, tan sólo miseria, supongo. Aunque varias veces pernoctó en los calabozos policiales nunca ha estado ingresada en prisión ni ha sido condenada por delito alguno. Tampoco parece estar implicada, según los datos a los que hemos tenido acceso, en otro tipo de actuaciones delictivas como pudieran ser el tráfico de drogas, la receptación o la explotación de menores.
– Parece totalmente limpia, salvo por el tema de la prostitución -comentó, interrumpiendo a su interlocutor por primera vez, el padre Vázquez-. Es francamente extraño.
– Ésa es nuestra opinión pero a los datos nos remitimos. Si ha estado involucrada en otros asuntos, ha sabido quedarse al margen y permanecer limpia e incólume a nuestros ojos.
– ¿Habéis averiguado algo más?
– Nada especialmente interesante salvo que lleva varios años viviendo en Bilbao o, por lo menos, con su domicilio oficial en la ciudad, según hemos comprobado al observar las fichas referentes a sus renovaciones del documento nacional de identidad. Curiosamente la última renovación la hizo un mes antes de cobrar el talón y huir con tu compañero de congregación.
– ¿Podrías proporcionarme el domicilio?
– Por supuesto. Sé que era en la zona de Indautxu pero no recuerdo con exactitud la calle y el número. Si quieres más tarde te llamaré y te proporcionaré esos datos, aunque me temo que no te servirán de nada.
– Supongo que no, pero cuando se está en un callejón sin salida cualquier resquicio, por estrecho que parezca, es digno de que le dediquemos nuestra atención.
Hoy tampoco has podido hacer el amor pero, afortunadamente, a ella no le ha importado. Te ha mirado sonriendo, con esa calma que tranquiliza tu espíritu mejor que mil sermones y te ha besado en los labios, suave, cariñosamente, más como una novia romántica que como una amante y compañera de cama.
– Es normal -te ha dicho-, han ocurrido muchas cosas en poco tiempo, pero todo pasará y las aguas volverán a su cauce. Y tú y yo seguiremos amándonos por toda la eternidad.
Te ha sonado rara esa palabra, eternidad, pronunciada por sus labios, cuando ella siempre dice que es atea, atea sin remisión, pero tú en tu interior piensas que no es así, ¿cómo va a ser atea la mujer que te ha hecho encontrar el amor que Dios nos donó a los hombres como su mejor y más hermoso bien? No, ella no puede ser atea, quizá lo piense así debido a la indignación, al asco y la rabia que le producen todas las miserias e injusticias de las que ha sido testigo, pero en el fondo de su alma antes o después acabará reconociendo que Dios es otra cosa, que Dios es lo que tú y ella sois, dos cuerpos abrazándose y amándose, con alegría y con paz, aunque en estos momentos no disfrutéis ni de esa alegría ni de esa paz.
En una cosa tiene razón, de repente han sucedido demasiadas cosas y aunque todavía conserváis en vuestras manos el control de los acontecimientos empezáis a fatigaros, a temer que quizá pronto lo perdáis.
Lo primero de todo ha sido la visita del padre Vázquez, aún sigues llamándole así aunque reniegues de su condición sacerdotal y sólo veas en él al brutal policía de otros tiempos y tal vez, ya no estás seguro de nada, de éstos, a tu madre. Sospechabas que antes o después llegaría, te lo había comentado tu nueva y maravillosa compañera y tú mismo lo sabías sin necesidad de que nadie te lo explicara, pero hubieras deseado que esa entrevista se aplazara e, incluso, que nunca se hubiera producido, sin embargo, no te ha quedado más remedio que afrontar los hechos del mejor modo posible. Cuando la has telefoneado se ha puesto a llorar, amarga e inconsolablemente, y sólo por eso has odiado mucho más al ex policía aunque en tu interior admites que parte de ese odio debieras dirigirlo a tu propia persona. Has intentado tranquilizarla, diciéndole que no haces nada malo, que sigues siendo sacerdote y servidor de Dios, pero que ahora hay muchos sacerdotes que piensan como tú, que se sirve mejor al Señor y al pueblo de Cristo con nuevas actitudes, incluso casándose, hay miles en esa situación, amá, le has dicho, y son felices y con ellos sus fieles y el propio Dios. Tal vez porque antes que nada es madre ha asentido y se ha despedido de ti más calmada y echándote un lejano beso a través del cable telefónico, un beso que te ha sabido a poco pero que todavía no puedes recibir en persona, ni siquiera estás seguro de que ese día esté cercano.
Y después de eso, a la mañana siguiente, la noticia de la muerte de Irene Vidal, la benefactora o, mejor dicho, la viuda del benefactor del colegio. Lo has oído en la radio y nada más escuchar la noticia has comentado con tu compañera, no sabes por qué resabios religiosos te cuesta denominarla tu mujer, qué consecuencias pudiera tener en vuestros planes. Esperáis que ninguno aunque es una nefasta coincidencia.
En el fondo tampoco te extraña si piensas en las palabras del propio Cristo, más fácil es que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos. Quizá esa mujer y su difunto marido fueran los desprendidos benefactores de una congregación religiosa pero ese hecho no es suficiente para engañarte, sabes que detrás de cada fortuna, como dijo Honoré de Balzac, hay un crimen, y aunque no lo haya nadie amasa una inmensa fortuna sin dejarse pelos en la gatera ni sin pisar a los que están debajo. Posiblemente con ese extraordinario donativo pretendían también ganarse el cielo, como si pensaran, en su arrogancia de millonarios, que eso también se consigue con dinero. Tal vez el dinero que ahora está en tus manos esté teñido en sangre, piensas, pero aun así rezas en la intimidad un responso por los dos, el marido fallecido de muerte natural y la mujer asesinada, y ruegas a Dios que se apiade de su alma y, también, que se apiade de la tuya, porque de repente te das cuenta de que aunque sea una maldita coincidencia por donde pasas corre la sangre, siempre por una buena causa pero corre la sangre.
De repente, aunque la muerte de Irene Vidal no tiene nada que ver contigo, ha activado tu memoria, esa memoria que tan útil te fue de estudiante pero que ahora desearías erradicar de cuajo y que resurgiendo sin que la hayas llamado te retrotrae a tiempos que nunca has olvidado, a tiempos que nunca olvidarás.
La muerte, siempre presente en tu conciencia, esa muerte que nunca buscas pero que siempre, por lo que se ve, encuentras. Tu padre, tu hermano, tu compañero Jokin, sobre todo tu compañero Jokin. Quizá esa muerte te afectó más porque estabas presente o, tal vez, porque sabes que podrías haber sido tú el muerto. Esa muerte la llevas muy dentro de ti y te incita a continuar la lucha en el punto en que la dejasteis.
Has visto cara a cara a la señora de la guadaña y decides que sea tu esclava, no tu enemiga. Te sigue repugnando matar, las admoniciones de tu madre y de aitá Patxi, las últimas palabras de tu padre aún resuenan en tus oídos pero por una vez te rebelas, piensas que están equivocados y te involucras cada vez más en la lucha armada, el único modo posible de liberar a tu pueblo y conseguir que no vuelva a haber más muertes estériles como las de tu padre, Jokin o tu hermano, incluso que no haya más muertes como las del guardia civil ejecutado -no asesinado sino ejecutado, ésa es la palabra que consideras más adecuada al hecho, tu hermano nunca fue un criminal- por Mikel. Eso es lo que piensas, y eres sincero.
Читать дальше