Alex Kava - Sin Aliento

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Lo llamaban el Coleccionista, porque seguía el ritual de reunir a sus víctimas antes de deshacerse de ellas de la manera más atroz imaginable. La agente especial del FBI Maggie O'Dell le había seguido la pista durante dos largos años, terminando por fin con aquel juego del gato y el ratón. Pero ahora Albert Stucky se había fugado de la cárcel… y estaba preparando un nuevo juego para Maggie O’Dell.
Desde que atrapara a Stucky, había estado caminando sobre la cuerda floja, luchando contra sus pesadillas y la culpabilidad por no haber podido salvar a las víctimas. Ahora que Stucky estaba de nuevo en libertad, la habían apartado del caso, pero sabía que era cuestión de tiempo que la volvieran a aceptar… Cuando el rastro de víctimas de Stucky comenzó a apuntar cada vez más claramente a Maggie, ésta fue incorporada de nuevo al caso bajo la supervisión del agente especial R. J. Tully. Juntos tendrían que enfrentarse a una carrera contrarreloj para atrapar al asesino, que siempre iba un sangriento paso por delante. Pero Maggie sentía que había llegado al límite. ¿Su deseo de detener a Albert Stucky se había convertido en una cuestión de venganza personal? ¿Había cruzado la línea? Tal vez ése fuera el objetivo de Stucky desde el principio… convertirla en un monstruo.

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Harding había prácticamente desaparecido de la faz de la tierra unos cuatro años antes, tras anunciar vagamente que padecía un problema de salud. Maggie comprendió que Keith Ganza no podría encontrar huella alguna que correspondiera a su identidad. Tal vez fuera sólo una corazonada, pero estaba segura de que Harding seguía vinculado con Stucky y que de algún modo lo estaba ayudando y trabajando con él.

Por lo poco que había leído, sabía que Harding había sido el cerebro de la empresa, una especie de mago de la informática. Pero Stucky era quien había asumido todo el riesgo financiero, invirtiendo cien mil dólares de su bolsillo, dinero que en broma decía haber ganado en un solo fin de semana en Atlantic City. Maggie advirtió que la inversión de capital y la creación de la empresa databan del mismo año en que el padre de Stucky había fallecido en un extraño accidente náutico. Stucky nunca había sido formalmente acusado de su muerte, pero había sido interrogado en el transcurso de lo que parecía una investigación rutinaria, y sólo porque era el único heredero del patrimonio de su padre, patrimonio que reducía aquellos cien mil dólares a simple calderilla.

Harding parecía haber llevado una vida solitaria ya mucho antes de asociarse con Stucky. Maggie no encontró ninguna referencia sobre su infancia, aparte del hecho de que, al igual que Stucky, había sido educado por un padre tiránico. En un directorio aparecía en el listado de la promoción del MIT de 1985, lo cual significaba que era tres años menor que Stucky. En los archivos del estado de Virginia no figuraba ninguna partida matrimonial, ni permiso de conducir, ni propiedad alguna a nombre de Walker Harding. Maggie había empezado a buscar en los archivos de Maryland cuando Thea Johnson, que tenía su despacho en ese mismo pasillo, llamó a la puerta abierta de la sala de reuniones.

– Agente O'Dell, hay una llamada para el agente Tully. Sé que ya se ha ido, pero esto parece importante. ¿Quiere que se la pase?

– Sí, claro -dijo Maggie sin vacilar, y extendió el brazo hacia atrás para levantar el aparato-. ¿Qué línea es?

– La cinco. Es un detective de Newburgh Heights. Creo que ha dicho que se llama Manx.

Al instante, Maggie sintió un vacío en el estómago. Respiró hondo y apretó el botón de la línea cinco.

– Detective Manx, el agente Tully se ha ido a comer. Soy su compañera, la agente Margaret O'Dell.

Aguardó a que él reconociera su nombre. Tras un suspiro, hubo una pausa.

– Vaya, agente O'Dell, ¿ha metido las narices últimamente en la escena de algún crimen?

– Muy gracioso, detective Manx, pero aquí, en el FBI, no solemos esperar a que nos manden invitaciones -no le importaba que Manx percibiera su irritación. Si había llamado a Tully, era porque quería algo. Además, ¿qué iba a hacer? ¿Ir a chivarse a Cunningham de que había vuelto a burlarse de él?

– ¿Cuándo volverá Tully?

De modo que así era como quería jugar.

– Vaya, ¿sabe una cosa?, creo que no me lo dijo. Puede que no vuelva hasta el lunes.

Esperó mientras él guardaba silencio y se imaginó su ceño fruncido. Seguramente se estaría pasando la mano nerviosamente por su pelo engominado.

– Mire, anoche Tully me habló de una tal McGowan de aquí, de Newburgh Heights, que supuestamente ha desaparecido.

– Ha desaparecido, detective Manx. Parece que últimamente desaparecen muchas mujeres en su jurisdicción. ¿Qué sucede? -se estaba divirtiendo demasiado. Tenía que parar.

– Pensé que el agente Tully querría saber que esta mañana fuimos a registrar la casa de esa tal McGowan y encontramos a un tipo merodeando por allí.

– ¿Qué? -Maggie se irguió y agarró con fuerza el teléfono.

– Dijo que era un amigo suyo y que estaba preocupado por ella. Había quitado un panel de cristal de una ventana de atrás y parecía estar a punto de entrar en la casa. Nos los llevamos para interrogarlo. Pensé que a Tully le interesaría saberlo.

– No lo habrán soltado, ¿verdad?

– No, los chicos todavía lo están interrogando. Parece que está cagado de miedo. Lo primero que hizo fue insistir en llamar a su puto abogado. Lo cual me hace sospechar que oculta algo.

– No lo suelten hasta que el agente Tully y yo podamos hablar con él. Estaremos ahí dentro de media hora.

– Claro, no hay problema. Me muero de ganas de volverla a ver, O'Dell.

Ella colgó, agarró su chaqueta y ya estaba a punto de salir cuando se dio cuenta de que debía llamar a Tully. Palpó su chaqueta para comprobar que llevaba el teléfono móvil en el bolsillo. Lo llamaría de camino. No, aquello no significaba que estuviera actuando por su cuenta. No iba a saltarse ninguna de las normas de Cunningham. Simplemente, no quería arruinar la comida del agente Tully con su hija.

Eso fue lo que se dijo. Pero el hecho era que quería comprobar aquella pista ella sola. Si Manx había atrapado a Albert Stucky, o incluso a Walker Harding, quería tenerlo para ella sola.

Capítulo 50

A medida que el sol avanzaba y la luz se filtraba hasta allá abajo, Tess fue viendo lo que era en realidad aquel infecto agujero. El cráneo incrustado en la pared de tierra no era el único resto humano que las rodeaba. Otros huesos afloraban en extraños ángulos de las paredes desiguales y del suelo fangoso, lustrosos y lavados por la lluvia.

Al principio, Tess se dijo que era un enterramiento antiguo, tal vez una fosa común de alguna batalla de la Guerra Civil. Luego, descubrió un sujetador negro de aros y un zapato de cuero de mujer con el tacón roto sobresaliendo del suelo. Ninguna de ambas cosas parecía lo bastante antigua o deteriorada como para llevar enterrada allí más que unas cuantas semanas, o tal vez algunos meses.

En un rincón había un amontonamiento de barro reciente. La tierra parecía fresca, a pesar de que la lluvia la había apelmazado. Tess miraba fijamente aquel montón, pero no se atrevía a acercarse y procuraba mantenerse alejada de él como si fuera a derrumbarse de pronto, revelando algún nuevo horror. Si es que eso era posible.

Los rayos del sol resultaban maravillosamente reconfortantes, pero no durarían mucho. Logró arrastrar suavemente a la mujer hasta el centro del agujero para que le diera el sol. La manta de lana había empezado a secarse. Tess la extendió sobre unas rocas, dejando a la mujer desnuda, pero bañada por el sol.

Tess empezaba a acostumbrarse al olor acre que despedía su compañera. Ya podía permanecer a su lado sin sentir náuseas. La mujer había defecado varias veces en un rincón y se había revolcado accidentalmente en sus propias heces. Tess deseó tener algo de agua para limpiarla. Al pensarlo, recordó lo seca y áspera que tenía la boca y la garganta. Sin duda la mujer se encontraba ya en estado de deshidratación. Sus convulsiones se habían transformado en un suave temblor y sus dientes habían dejado de castañetear. Hasta su respiración parecía haber recuperado su ritmo normal. Ahora, al darle el sol en la piel, Tess notó que había cerrado los ojos, como si al fin fuera capaz de descansar. ¿O había decidido dejarse morir finalmente?

Tess se sentó sobre una rama rota y examinó de nuevo el foso. Sabía que podía salir trepando. Lo había intentado dos veces, y las dos había alcanzado la cima. Al asomarse por encima del borde, la había inundado un alivio tal que había sentido ganas de llorar. Pero cada vez había vuelto a bajar, aliviando cuidadosamente la presión sobre su tobillo herido.

Aunque no quería pensar en aquel demente, se daba cuenta de que aquel pozo tal vez fuera un lugar seguro. Él debía de haber arrojado a la mujer allí, esperando que sus heridas y la intemperie la mataran. En algún momento regresaría para arrojar un poco de lodo sobre ella y formar otro montón. Cuando descubriera que Tess había huido del cobertizo, tal vez no pensara en buscarla allí.

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